El origen de los problemas
Raimón Samsó
Desde
la niñez vamos construyendo una identidad inventada, que a la larga será la
causa de algunos conflictos personales. Ese falso yo recibe el nombre de ego.
Una especie de segunda identidad que nos hace difícil saber quién somos en
realidad y de dónde proceden nuestros problemas.
Todas
las relaciones personales: familia, amigos, pareja y trabajo… se ven sacudidas
por conflictos, más grandes o más pequeños, de forma recurrente. A veces,
cuando una relación parece ir bien, otra empeora. Las relaciones entre las
personas se convierten en una montaña rusa de altibajos, avances y
retrocesos. Nunca parece que vayan a arreglarse definitivamente del todo.
Siempre el mismo tipo de conflictos, la vida se hace difícil.
Y
en ese punto, las personas suelen decir algo así como que “las relaciones son
difíciles”, cuando en verdad es quien hace esa afirmación quien es difícil. Tal
vez las personas no necesiten ninguna reparación, pero sí deban examinar y
cuestionar sus comportamientos y creencias gobernadas por el ego. Estas no
son, sin embargo, la causa del sufrimiento, sino que son la espoleta que activa
un dolor antiguo, un conflicto no resuelto que ya estaba ahí.
Debería
llamarnos la cantidad de dolorosos conflictos judiciales en los que desembocan
muchas relaciones de pareja, metidas en una espiral de amor-odio, pasando del todo a la nada en
función de si la otra persona cubre ciertas expectativas o no. Si lo hace, la
amará; si no lo hace, la odiará. Son relaciones que no tienen nada que ver con
el amor real, sino con una necesidad, una carencia, un apego o incluso una
adicción.
La
adicción en las relaciones personales consiste en el uso de personas para cubrir un vacío o un dolor. Cuando
dos personas se encuentran en ese inseguro terreno, todo lo que siga está
condenado a crear una mala experiencia: una crisis de pareja. Sin embargo, esta
podría darse por buena si conduce a una mejora: es la oportunidad perfecta para
corregir las manifestaciones del ego desde la práctica en el día a día.
Para
definirnos recurrimos al uso de referencias externas convencionales o
etiquetas. A la mente le gusta poner nombre a todo para tratar de comprenderlo.
El ego es una autoimagen que se basa en identificaciones tales como: un nombre,
una edad, un estado civil, un rol familiar, unas posesiones, una nacionalidad,
un pasado, una profesión, unas creencias, un cuerpo, una educación, una
religión, un sexo, unos logros y fracasos… Todos los egos en realidad son
iguales, ya que consisten en una identificación, y por tanto solo se
diferencian en la superficie, pero no en el fondo. Las personas nos acabamos
contando una historia, y quien se apegue más a la suya será quien sufrirá más,
porque será incapaz de vivir de otra manera.
El
autoengaño tiene muchos nombres. Al ego se le conoce también por autoimagen, yo construido, falso yo
o yo fabricado, pero en realidad no importa el nombre, sino darse
cuenta de que se trata de una creación mental. Una falsa identidad no real. Es
importante que detectemos cuando esta está en activo. Esto pasa cuando nos
suceden cosas como querer tener razón a toda costa, quejarse y sentirse
víctima, ser incapaz de perdonar, juzgar y etiquetar a las personas, atacar o
defenderse de comportamientos, reaccionar impulsivamente, establecer
diferencias… Por otro lado, cuando desactivamos el ego perdemos interés por
discutir, competir, agredir, criticar, estar a la defensiva, juzgar… Esto no
significa que seamos pasivos, sino que habremos elegido antes que nada la paz
mental en toda situación, algo que solo se consigue siendo muy activo (tomando
elecciones sabias) y no lo contrario (reaccionando como un autómata).
El
peligroso juego del ego consiste en crear una identidad por identificación. Una
vez creada, se buscan las diferencias con otros egos. Cuanto mayores son estas,
más grandes son los problemas potenciales que surgen del conflicto, en una
estúpida cruzada por defender las supuestas diferencias. Una lucha inútil, pues
del conflicto de egos la única consecuencia posible es el sufrimiento
psicológico. Además, al ego le gusta crear un molde para sí mismo y otro para
aquel con el que se cruce. Si los demás se ajustan a él, los amará; en caso
contrario, los odiará.
Pero
el juego preferido del ego es tratar de cambiar a los demás, sin esforzarse por
cambiar uno mismo. Un proverbio chino dice: “Es más fácil variar el curso de un
río que el carácter de una persona”. Así es, y sin embargo, una y otra vez se
vive en la ilusión de hacer pasar a los demás por los guiones que hemos
inventado para ellos, como si alguien pudiera saber qué es lo mejor.
Renunciar
a la posesión imaginaria del constructo mental que es el ego no es sencillo.
¿Cómo desprenderse de una identidad forjada a lo largo de toda una vida? Parece
como una pequeña muerte, y en realidad lo es, pero servirá para renacer a una
nueva vida libre de apegos y aversiones, y por ello más feliz.
Hay
muchas técnicas y teorías sobre cómo acabar con el ego, pero tal vez la menos
conocida sea matarlo de aburrimiento, no haciéndole caso. ¿Y cómo se hace eso?
Dejando de reaccionar desde el ego a los otros egos, no saltando a la mínima
provocación o reaccionando mecánicamente. Se trata de dar una respuesta
elaborada y elegida, sin darle el micro o el protagonismo a esa vocecita
parlanchina y engreída que hay dentro de cada uno y que siempre busca líos.
El
final de los problemas es no reaccionar al ego de las otras personas. Pero,
¿cómo no hacerlo ante un comportamiento desagradable? Es sencillo de decir,
aunque no fácil de hacer. La clave está en comprender que su comportamiento
disfuncional está dictado por su ego. Que no procede de la persona en sí, sino
de sus condicionamientos adquiridos en el pasado. Y entender que todos llevamos
un ego a cuestas, y que todos sucumbimos a sus desvaríos de vez en cuando…
Tener en cuenta todo esto ayuda a comprender (aunque no justificar)
comportamientos disfuncionales y, por tanto, a no reaccionar ante ellos.
El contexto donde los egos suelen entrar en conflicto son las relaciones de todo tipo: familiares, sociales, profesionales y de pareja… Uno podría pensar que cambiando las relaciones se soluciona el problema. Pero no es así. Eludir las relaciones no es la solución, ya que el dolor sigue latente en el inconsciente. Sin duda, el problema reaparecerá, esta vez en otro lugar, en otro momento y con otra persona. Solo resolveremos estas cuestiones si dejamos de juzgar y criticar, si aceptamos a los otros tal y como son, sin ningún deseo de cambiarlos, ni siquiera por su bien.
El contexto donde los egos suelen entrar en conflicto son las relaciones de todo tipo: familiares, sociales, profesionales y de pareja… Uno podría pensar que cambiando las relaciones se soluciona el problema. Pero no es así. Eludir las relaciones no es la solución, ya que el dolor sigue latente en el inconsciente. Sin duda, el problema reaparecerá, esta vez en otro lugar, en otro momento y con otra persona. Solo resolveremos estas cuestiones si dejamos de juzgar y criticar, si aceptamos a los otros tal y como son, sin ningún deseo de cambiarlos, ni siquiera por su bien.
La realidad no es otra cosa que la capacidad de engañarse que tienen nuestros sentidos
Albert Einstein
Nadie ha aprendido el sentido de la vida hasta que ha sometido a su ego para servir a sus hermanos
Ralph Waldo Emerson
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