Así es el verdadero macho alfa
Carlos Safina.*
Los hombres se sienten a menudo
presionados para comportarse como machos alfa. Macho alfa evoca la imagen del
padre que deja claro en todo momento que tiene el control total de su hogar y
que, lejos de su guarida, se convierte en un jefe malhumorado y agresivo. Pero
ese estereotipo es una mala interpretación de cómo se comporta el genuino macho
alfa en una familia de lobos,
que es un modelo de conducta masculina ejemplar.
En mis observaciones de los
lobos que viven en manadas en el parque nacional de Yellowstone, en Estados
Unidos, he visto que los machos que mandan no lo hacen de forma forzada, ni
dominante, ni agresiva para con los que le rodean. Los lobos auténticos no son
así.
Sí son, en cambio, de otra forma:
el macho alfa puede intervenir de forma decisiva en una cacería pero,
inmediatamente después de la captura, irse a dormir hasta que todo el mundo
está saciado. “La principal característica de un lobo macho alfa”, dice el
guardabosques y veterano estudioso de esta especie Rick McIntyre mientras los
observamos, “es una discreta confianza y seguridad en sí mismo. Sabe lo que
tiene que hacer; sabe lo que más conviene a su manada. Da ejemplo. Se siente a
gusto. Ejerce un efecto tranquilizador”. En definitiva, el macho alfa no es
agresivo, porque no necesita serlo. “Piense en un hombre seguro de sí, o en un
gran campeón; ya ha demostrado todo lo que tenía que demostrar. Imagíneselo
así: piense en dos manadas de lobos, o dos tribus humanas. ¿Cuál tiene más probabilidades
de sobrevivir y reproducirse, el grupo cuyos miembros cooperan, comparten y se
tratan con menos violencia unos a otros, o el grupo cuyos miembros están
atacándose y compitiendo entre sí?”.
Rick lleva 15 años observando la
vida diaria de los lobos, y asegura que un macho alfa no ejerce casi nunca
ningún comportamiento agresivo respecto a los demás miembros de la manada, que
comprende su familia, es decir, su pareja, sus hijos, tanto biológicos como
adoptados, y tal vez un hermano.
Ahora
bien, saben ser duros cuando es necesario. Hubo un lobo famoso en Yellowstone
—el 21, así llamado por el número de su collar—, a quien la gente que seguía de
cerca su trayectoria consideraba un superlobo. Defendía ferozmente a su familia
y, al parecer, nunca perdió una riña con una manada rival. Pero uno de sus
pasatiempos favoritos era pelear con los cachorros de su manada. “Y lo que de
verdad le gustaba hacer”, dice Rick, “era dejarse ganar. Le encantaba”. Aquel
gran lobo macho dejaba que un lobezno diminuto se le tirara encima y le diera mordiscos.
“Entonces él se dejaba caer patas arriba”, dice Rick. “Y el pequeñajo, con aire
triunfador, se erguía sobre él sin dejar de menear la cola”. En una ocasión,
había un cachorro algo más enclenque de lo normal. Los demás cachorros lo veían
con desconfianza y no querían jugar con él. Un día, después de llevar comida a
los lobeznos, el superlobo se puso a mirar a su alrededor. De pronto, empezó a
mover el rabo. Estaba buscando al cachorro y, al encontrarlo, se acercó a estar
un rato con él. Con todas las historias de victorias que cuenta Rick del
superlobo, esta anécdota es su preferida. La fuerza nos impresiona, pero lo que
deja un recuerdo indeleble es la bondad.
Si uno observa a los lobos, no
sólo con toda su belleza, su flexibilidad y su capacidad de adaptación, sino
también con su violencia a la hora de defenderse y de cazar, es difícil evitar
la conclusión de que no existen dos especies más parecidas que los lobos y los
humanos. Teniendo en cuenta que vivimos en grupos familiares, nos defendemos de
los “lobos” humanos que nos rodean y controlamos a los “lobos” que llevamos en
nuestro interior, es normal que reconozcamos los dilemas sociales y las
búsquedas de estatus de los lobos de verdad. No es extraño que los indios
norteamericanos consideraran a los lobos como almas gemelas.
Pero es que las similitudes entre
los machos lobos y los humanos son asombrosas. Hay muy pocas especies en las
que los machos proporcionen comida y protección a las hembras y las crías
durante todo el año. Las aves llevan comida a sus hembras y sus polluelos sólo
durante la época de cría. Entre algunos peces y algunos monos, los machos
cuidan de sus hijos, pero sólo mientras son pequeños. Los micos nocturnos
transportan y protegen a sus recién nacidos, pero no les dan de comer.
Ayudar a obtener comida durante
todo el año, llevársela a los recién nacidos, ayudar a criar a los hijos
durante varios años hasta que alcanzan la madurez y defender a las hembras y a
los jóvenes todo el tiempo contra los individuos que amenazan su seguridad, son
un conjunto de atributos poco frecuentes en un macho. Los humanos y los lobos,
y poco más. Y el más fiable, el más seguro, no es el humano. Los lobos macho
cumplen mejor sus obligaciones, ayudan a criar a sus hijos y ayudan a las
hembras a sobrevivir con una lealtad y una devoción modélicas.
Y otra
cosa más: “En los viejos tiempos”, dice Doug Smith, “la gente decía que el
macho alfa era el jefe”. Sonríe y añade: “Eran sobre todo biólogos varones los
que lo decían”. En realidad, explica, en la manada existen dos jerarquías, “una
de machos y otra de hembras”. ¿Y quién manda? “Es sutil, pero da la impresión
de que las hembras son las que toman la mayoría de las decisiones”. Es decir,
adónde dirigirse, cuándo descansar, qué ruta seguir, cuándo salir de caza.
Smith dice que hembra alfa es un término obsoleto. “Yo utilizo la palabra
matriarca para hablar de una loba cuya personalidad establece la tónica de toda
la manada”.
En conclusión: a nuestro
estereotipo del macho alfa no le vendría mal una corrección. Los verdaderos
lobos nos pueden enseñar varias cosas: a gruñir menos, tener más “discreta
confianza”, dar ejemplo, mostrar una fiel devoción al cuidado y la defensa de
las familias, respetar a las hembras, compartir sin problemas la crianza. En
eso consistiría ser un verdadero macho alfa.
*Carl Safina es escritor, ecologista y profesor. Su último libro es Beyond Words; What Animals Think and Feel
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