Nettie
Stevens, la primera investigadora en responder por qué se nace hombre o mujer
Nettie María
Stevens (1892-1914) revolucionó los campos de la embriología y la
citogenética. Su principal contribución, junto a la de su coetáneo Edmund
Beecher Wilson, fue descrubir la influencia cromosomática en la
asignación del sexo en el feto. Stevens tiene a su favor identificar los
cromosomas X e Y como responsables y sentar las bases de la
citogenética moderna.
Reconocida
internacionalmente al final de su vida, Nettie Stevens tuvo que
luchar desde un primer momento con el hándicap de ser una mujer. Se graduó
la primera de su clase en su escuela primaria, en Westford, Vermont. Sin
embargo, debido a las barreras económicas, acrecentadas por su condición de
mujer, Nettie Stevens tuvo que ahorrar durante más de quince años trabajando
de maestra de escuela y bibliotecaria. Eligió precisamente compaginar su labor
docente con el trabajo en la biblioteca para poder mantenerse al día de todas
las novedades científicas.
Cuando
consiguió el dinero suficiente, a la edad de 35 años, Nettie
Stevens ingresó en Universidad de Stanford. Completó su licenciatura como genetista
en tres años, empleando otro más para terminar su tésis doctoral. Completó su
formación con estudios complementarios en fisiología e histología. Nettie
Stevens comenzó su carrera como investigadora en el equipo del eminente
biólogo Thomas Hunt Morgan.
Los excelentes
resultados dentro del equipo de Morgan y el creciente interés que despertaban
los trabajos que publicaba le permitieron acceder a numerosas becas para viajar
por Europa. Se centró especialmente en Zoología tras su paso por la prestigiosa
Estación de Zoología, en Napoles.
Su interés por
la biología, la zoología y sus extensos conocimientos en histología la
llevaron a descubrir la presencia del cromosoma
Y en varias especies de insectos. Nettie Stevens teorizó,
correctamente, que la presencia o ausencia de este cromosoma era la única
diferencia apreciable entre sexos de las mismas especies. Lo que la llevó
a correlacionar dicho cromosoma, al que posteriormente se unió el X, como marcadores
genéticos del sexo. Sus descubrimientos la catapultaron a la fama
internacional.
Stevens desarrolló una carrera breve pero llena de avances irrefutables para la ciencia. Falleció en 1912 a causa de un cáncer de mama, antes de poder tener acceso a la cátedra que se había creado especialmente para ella en Bryn Mawr College.
Después de su
muerte, siguió recibiendo reconocimientos internacionales y sus compañeros
destacaron la enorme independencia con la que era capaz de trabajar. Fruto
de las dificultades que tuvo que ir superando a lo largo de su exitosa vida
como investigadora.
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