Julio Cortázar y diez textos breves
1967. Julio Cortázar tocando la trompeta en París, Francia.
1. ‘Instrucciones para llorar’:
“Dejando de lado
los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto
un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su
paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una
contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y
mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno
se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y
si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo
exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho
de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará
con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños
llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón
del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos”.
2. Capítulo 68 de ‘Rayuela’:
“Apenas él le
amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en
salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar
las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que
envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se
espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el
trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de
cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado
ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente
sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los
encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa
convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los
esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé!
Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos.
Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un
profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles
que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias”.
3. ‘Página asesina’:
“En un pueblo de
Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del
volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde,
muere”.
4. ‘Historia verídica’
“A un señor se le
caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las
baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos
cuestan muy caros, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto.
Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo
ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa
de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble
protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche,
y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho
polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia
son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora”.
5. ‘Instrucciones para dar cuerda a un reloj’
“Allá al fondo está
la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos
dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo,
los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un
abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la
tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan. ¿Qué más quiere, qué más quiere?
Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo
herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va
corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y
allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos
que ya no importa”.
6. ‘Las líneas de la mano’
“De una carta
tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y baja por
una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por el piso de
parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de
Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa
de la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la
calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la
verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al
puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra
en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el
muelle mayor y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para
trepar a bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la
cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una
cabina, donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida,
remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hacia
el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que
en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola”.
7. ‘La foto salió movida’
“Un cronopio va a
abrir la puerta de calle, y al meter la mano en el bolsillo para sacar la llave
lo que saca es una caja de fósforos, entonces este cronopio se aflige mucho y
empieza a pensar que si en vez de la llave encuentra los fósforos, sería
horrible que el mundo se hubiera desplazado de golpe, y a lo mejor si los
fósforos están donde la llave, puede suceder que encuentre la billetera llena
de fósforos, y la azucarera llena de dinero, y el piano lleno de azúcar, y la
guía del teléfono llena de música, y el ropero lleno de abonados, y la cama
llena de trajes, y los floreros llenos de sábanas, y los tranvías llenos de
rosas, y los campos llenos de tranvías. Así es que este cronopio se aflige
horriblemente y corre a mirarse al espejo, pero como el espejo esta algo
ladeado lo que ve es el paragüero del zaguán, y sus presunciones se confirman y
estalla en sollozos, cae de rodillas y junta sus manecitas no sabe para que.
Los famas vecinos acuden a consolarlo, y también las esperanzas, pero pasan
horas antes de que el cronopio salga de su desesperación y acepte una taza de
té, que mira y examina mucho antes de beber, no vaya a pasar que en vez de una
taza de té sea un hormiguero o un libro de Samuel Smiles”.
8. ‘Cortísimo metraje’
‘Automovilista en
vacaciones recorre las montañas del centro de Francia, se aburre lejos de la
ciudad y de la vida nocturna. Muchacha le hace el gesto usual del auto-stop,
tímidamente pregunta si dirección Beaune o Tournus. En la carretera unas
palabras, hermoso perfil moreno que pocas veces pleno rostro, lacónicamente a
las preguntas del que ahora, mirando los muslos desnudos contra el asiento
rojo. Al término de un viraje el auto sale de la carretera y se pierde en lo
más espeso. De reojo sintiendo cómo cruza las manos sobre la minifalda mientras
el terror crece poco a poco. Bajo los árboles una profunda gruta vegetal donde
se podrá, salta del auto, la otra portezuela y brutalmente por los hombros. La
muchacha lo mira como si no, se deja bajar del auto sabiendo que en la soledad
del bosque. Cuando la mano por la cintura para arrastrarla entre los árboles,
pistola del bolso y a la sien. Después billetera, verifica bien llena, de paso
roba el auto que abandonará algunos kilómetros más lejos sin dejar la menor
impresión digital porque en ese oficio no hay que descuidarse’.
9. ‘Historia de un cronopio’
“Un cronopio
pequeñito buscaba la llave de la puerta de calle en la mesa de luz, la mesa de
luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se
detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la
puerta”.
10. ‘Aplastamiento de las gotas’
“Yo no sé, mira, es
terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra
el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como
bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del
marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil
brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía
no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se
agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que
cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una
viscosidad en el mármol. Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida,
brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto,
sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del
caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas.
Adiós”.
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