¿Les pasa?
Leila Guerriero
¿Les pasa que, a veces, aunque
todo esté bien, y el gato esté bien, y los padres estén bien, y los hermanos
estén bien, y los primos y los tíos estén bien, y los hijos estén bien, y el
trabajo esté bien, y los árboles del patio estén bien, y el jardín esté bien, y
las macetas estén bien, y la comida esté bien y las ganas de cocinar estén
bien, y los libros estén bien, y los poemas estén bien, y el sol que entra por
las ventanas esté bien, y las plantas del balcón estén bien, y los pisos estén
bien, y los amigos estén bien, y los bares estén bien, y el vino esté bien, y
las calles y las cosas que hay en las calles estén bien, y los vecinos estén
bien, y el barrio esté bien, y la ropa —prolijamente colgada en los placares—
esté bien, y las cajas con fotos viejas —prolijamente guardadas en los
placares— estén bien, y el mantel esté bien, y la mesa esté bien, y las
cortinas estén bien, y el clima esté bien, y el auto recién lavado esté bien, y
los recuerdos estén bien, y el cuerpo esté bien, y los óvulos y el esperma y el
hígado y las glándulas y los isquiones y los fémures estén bien, y las
canciones estén bien, y los viajes estén bien, y las paredes estén bien, y los
cuadros estén bien, y las hornallas estén bien, y las ventanas estén bien, y el
agua esté bien, y el pasado que nunca termina de pasar esté bien, y los pies
estén bien, y las manos estén bien, y los ojos estén bien, y las sábanas estén
bien, y el pan esté bien, y el desayuno esté bien, y la cena esté bien, y el
amor y el dolor estén bien, y el perro esté bien, y todo esté bien, no les pasa
que a veces descubren que tienen el corazón como un pedazo de carne atravesado
por un anzuelo, la garganta llena de piedras, la vida pegajosa como lana
húmeda, y se encuentran sin nada que querer, ni que decir, ni que esperar: sin
nada? A mí me pasó. El otro día. Era jueves. Eran las cinco de la tarde.
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