Cinco cosas que crees que le gustan a tu perro, pero no
Luis Meyer
Paco acaba de pasar una depresión
reactiva que lo ha tenido sin apenas salir de casa varios
días. Lo peor es que no ha sido porque lo deje su novia o porque en el trabajo
le obliguen a hacer horas extra: es porque todo esto le ha sucedido a su amo.
Paco es una mezcla de tekel y grifón, y era la mar de simpático antes de que a
Rafael, programador web, le contrataran en una multinacional. Al poco tiempo
rompió con su pareja, de modo que, cuando salía a las tantas de la oficina, se
iba de bares buscando evasión fácil. Paco había bajado en su escala de
prioridades y el perro, claro, no supo adaptarse a esa nueva vida en soledad.
Los perros se deprimen, se estresan, se constipan, se
alegran, se entristecen y se levantan de mejor o peor humor, según el día. Pero
esto no significa que sean humanos, sino que tienen una sensibilidad extrema.
Y, precisamente, como apuntan los especialistas en el mundo cánido, tratar
de humanizarlos es contraproducente. Otra cosa, claro, es relegarlos a la
condición de mueble al que solo hay que sacar de vez en cuando para que haga
sus necesidades, como en el caso de Paco. La clave está en saber comunicarse
con ellos. Y no con todos es igual: cada uno tiene sus códigos, sus manías...
En eso sí que se parecen a nosotros.
La adiestradora de perros noruega
Turid Rugaas plasmó toda su experiencia en el libro Señales de calma (KNS Ediciones), una
especie de biblia para dueños de canes. Básicamente enseña a comunicarse con el
animal a partir de la observación, y da unos pasos para acabar hablando
"su mismo idioma".
Muchos de quienes lo han leído
aseguran que la relación con su perro ha cambiado radicalmente, para bien.
Nosotros vamos a dar unas pautas para algo que igual desconocemos: qué no debes
hacer con tu perro, aunque pienses que le gusta. Porque ni es tan perro como
pensamos... ni tampoco tan humano.
1. Poner un palo en alto para que
salte
La imagen de un perro dando
brincos en vertical sobre las patas traseras suele ser divertida, pero para él
no lo es en absoluto. El juego, muy habitual, es como sigue: el dueño sujeta un
palo en alto para que el can salte con la intención de alcanzarlo, pero lo
eleva un poco cada vez para que no llegue. ¿Se acuerdan del famoso experimento de Pávlov?
Durante un tiempo, el fisiólogo
ruso dio de comer a su perro justo después de hacer sonar una campanilla.
Después, la hacía sonar sin darle nada, solo para que segregara saliva y probar
así su teoría de reflejo condicionado. Suena cruel, ¿verdad? Pues con el juego
del palo en alto le estamos generando una ansiedad parecida a nuestra mascota.
Y no solo hay una agresión
mental: también física. "Saltar en vertical puede causar lesiones en el
perro, porque carga todo su peso solo en las patas traseras, una y otra vez,
cada vez que cae", dicen el adiestrador canino Ricardo Antón, autor del
exitoso blog
Educando a mi perro. Y añade: "Si se hace un juego así, que sea
siempre en paralelo a la tierra. Y, desde luego, que pueda alcanzar el palo. De
lo contrario, le creas una sensación de impotencia y frustración".
2. Acariciarle cuando tiene miedo
Lo que más alivia a un perro
cuando pasa una situación de tensión es que le deje pasar solo su momento de pánico.
Una de las situaciones más cotidianas es cuando hay petardos o fuegos
artificiales en fiestas. Los perros lo llevan fatal, en parte porque su oído es
mucho más sensible que el nuestro a los sonidos fuertes (no olvidemos que
captan ondas de frecuencia tan bajas que los humanos no las percibimos).
"Si hay una tormenta o
petardazos, abrazar o acariciar a tu perro no le quita el miedo: se lo
refuerza", dicen en la agencia de educadores caninos Voran. "Les da
la impresión de que realmente está pasando algo terrible, que hay motivos para
preocuparse, porque su dueño se ha puesto a achucharles. Lo mejor es que
aparentemos normalidad. Eso es lo que más les puede relajar. Y si el perro se
mete debajo de la cama un rato, que lo haga. Pero que pase su proceso solo. Así
lo gestionará con la menor ansiedad".
La etóloga y educadora canina
Belén Coronado, añade: "Hay que reforzar siempre situaciones en las que el
perro esté tranquilo; e ignorar situaciones en las que el perro esté ansioso.
Si te está pidiendo caricias tranquilamente, claro que se las puedes dar. Pero
si es de forma ansiosa porque no es capaz de estar solo, es un tema de
dependencia e inseguridad que hay que trabajar, porque muchas veces lo hacen
por falta de seguridad e independencia".
3. Tirarle la pelota... muchas
veces
"En la Naturaleza, una
manada de lobos o de perros salvajes recorren largas distancias a lo largo del
día en busca de alimento. Y en este ejercicio que hacen no hay nada de
excitación y ansiedad. Todo lo contrario de lo que nosotros fomentamos en
nuestros perros, a través de juegos que les excitan y les crean
ansiedades". Así de contundente es el adiestrador canino Ricardo Antón. Y
añade: "El juego de tirar una pelota (o cualquier cosa) tiene un lado
oscuro: se llama obsesión. Tu perro puede llegar a obsesionarse de tal forma
que no pare de ladrar, le produzca taquicardias y, en definitiva, le reste años
de vida".
Tampoco hay que ser radical.
Todo, en su justa medida, es beneficioso. Como dicen el propio Antón y otros
expertos, como el etólogo Carlos Ríos. La clave está en que el dueño controle
los tiempos, para evitar que el perro caiga en un momento de ansiedad. Decidir
cuándo se deja de lanzar el objeto, o no hacerlo nunca si el perro ladra para
que lo hagas, es una de las claves. "Otro truco es hacer que busque el
objeto por medio del olfato, no ocularmente. Eso le excita menos, porque están
usando su sentido más afinado", dice Ríos. "Pero, ante todo, que el
dueño decida en qué momento termina el juego, sin necesidad de esconder la pelota
o el palo. Así el perro aprende a desconectar", añade Antón.
4. Abrazarle
¿Sorprendidos? Pues así es:
cuando abrazas a tu perro y le achuchas, le estás quitando su espacio. Y eso no
le gusta. ¿Te has fijado en que siempre suele tensar los músculos, que se queda
rígido, en la misma postura? Eso es porque te quiere y está dispuesto a
aguantar lo que sea. Incluso que le abraces. Stanley Coren, del departamento de
Psicología de la Universidad de British Columbia, hizo un estudio al respecto.
Y sacó algunas pautas para percibir si a un perro le molesta o le crea ansiedad
que le abracen: algunas de ellas son que giren la cabeza, que baje las orejas o
que desvíe los ojos hacia afuera. Después de analizar 250 fotografías de
abrazos perrunos, el equipo de investigación de Coren llegó a la siguiente
conclusión: el 82 % de los canes mostraron signos de ansiedad o malestar cuando
les abrazaban.
5. Premiarle... demasiado
"Los premios comestibles,
como huesos o galletitas, son una herramienta de aprendizaje motivadora, que
pueden ayudarle a relajarse y a estar más pendiente de nosotros", afirma
la etóloga Karen Overall, experta en comportamiento canino. Los educadores de
Voran, sin embargo, advierten del riesgo de sobrepremiarlos: "Pueden
volverse egoístas, y dejar de hacer algo que antes realizaban por sí mismos,
sencillamente porque no hay premio. Y cuando no lo hay, porque no siempre lo
puede haber, eso a la larga les crea frustración y ansiedad". Antón se
suma al debate: "Usar recompensas sociales como caricias o halagos, o
jugar con él, podrá llevar más tiempo en su educación, pero facilita la
asimilación a largo plazo de la nueva conducta ya que estará cimentada en
funciones del perro basadas en la cooperación, no en recibir algo material a
cambio".