Leonard Cohen y Marianne: la historia de dos pájaros libres y en armonía
Fernando Navarro
Un documental recupera la relación del músico y su musa en una isla griega
Hay historias que,
por mucho que se hayan contado, nunca se desgastan. La de Leonard Cohen y Marianne Ihlen es una de ellas. No porque sea la historia
de una tragedia griega, aunque sucedió en una islita del país heleno, sino
porque permanece viva como el cuento de dos jóvenes libres y en armonía en el
transcurso de su amor cotidiano, como “pájaros sobre la alambrada”, tal y como
cantaba el músico canadiense en Bird on a Wire.
Bird on a Wire es la canción inspirada en el cuento que Leonard Cohen y Marianne vivieron en la isla de Hydra en los primeros sesenta, pero no la única. El músico también compuso So Long, Marianne, esa dulce elegía a una relación que marcó al que por entonces era un poeta sin un duro en el bolsillo, pero maravillado por esa atractiva mujer noruega y el radiante sol mediterráneo. Una historia que ahora vuelve a ser contada en el documental Marianne & Leonard: Words of Love, dirigido por Nick Broomfield, cineasta británico que ya tiene experiencia en otros filmes musicales sobre Whitney Houston (Whitney: Can I Be Me) y Kurt Cobain (Kurt & Courtney). Según palabras de su creador al periódico The Times, la cinta “está intoxicada de la belleza de la relación”, mostrando el calidoscopio de dos seres que, incluso en el fin de su amor, guardaron un carisma romántico.
Cohen llegó a Hydra
en 1960. El poeta había oído hablar de la existencia de una colonia de artistas
procedentes de todos los rincones del mundo. Al desembarcar, se encontró con un
viejo puerto de pescadores, un par de tabernas en el paseo marítimo y una
imponente montaña que acogía un paisaje de casas encaladas. Los coches tenían
prohibido el acceso y los burros y las mulas eran el único medio de transporte.
Había gatos por todas partes y la música sonaba todo el día en las terrazas.
Quedó fascinado hasta de sus penurias. “No había agua corriente. Tenías que
recogerla gota a gota, conocías las gotas una a una. Todo cuanto utilizabas era
rico”, dijo en una entrevista el músico, que pasó las primeras dos semanas
estirado sobre una roca tomando el sol. “Grecia fue donde sentí el calor en mi
interior por primera vez”, añadió.
En Grecia también fue donde conoció un amor distinto a todos los demás.
Llegó acompañado de su guitarra, su característica gabardina azul y su Olivetti
verde: la misma en la que se ve escribiendo a Marianne en la contraportada de
su disco, Songs From a Room. Fue en la terraza de la tienda de
comestibles del muelle donde el poeta invitó a Marianne por primera vez a
compartir su mesa. Hacía tres años que la joven había llegado a Hydra, en
compañía de Axel Jensen, un escritor noruego, con quien se casó y tuvo un hijo,
Axel. Pero él se fugó con otra mujer y Cohen aprovechó la oportunidad.
Marianne y su hijo
se fueron a vivir con el poeta, que heredó de su abuela 1.500 dólares y se
compró en Hydra una casa encalada de tres pisos, cuatro habitaciones, una
cocina con comedor y una gran terraza. En una isla donde reinaba el sol y la
paz y las noches se iluminaban con lámparas de aceite de oliva o queroseno,
Cohen y Marianne fueron felices. Como escribió el canadiense a un amigo en una
carta: “La manera de vivir de Marianne en la casa es puro alimento. Cada mañana
me pone una gardenia en la mesa de trabajo […] Cuando hay comida en la mesa,
cuando se encienden las velas, cuando fregamos juntos los platos y acostamos
juntos al niño. Eso es orden, es orden espiritual, y no hay otro”. En compañía
de Marianne, Cohen escribiría cuatro libros de poemas y la novela Los
guapos perdedores.
El orden
monástico, tan
propio de un Cohen que mucho después abrazaría el budismo zen, solo se
alteraba cuando la pareja bajaba las empinadas calles de la isla en busca de la
diversión del puerto. El amor libre de los hippies había llegado a
Hydra antes de lo esperado y existía una gran permisividad sexual. Tal y como
contó más tarde Cohen, “el sexo era metafísico”.
La relación de
ambos duró seis años, interrumpida en ocasiones por la necesidad del músico de
atender a sus “afiliaciones neuróticas”. Afiliaciones como las mujeres. Cohen
era incapaz de atarse a nadie. “Nadie puede poseer a Leonard”, declararía su
amiga canadiense Nancy Bacal. También la afiliación a su arte. En Hydra dio su
primer concierto formal. Fue en una taberna. Lo hizo porque, como reconocería,
“necesitaba dinero”. “Vi que llevaba diez años escribiendo y no podía pagar la
factura del tendero, así que pensé en cantar”.
Cuando Cohen llegó
a Nueva York, gracias al dinero prestado por un amigo, tenía 32 años y seis
libros publicados. En 1967, publicó su primer disco, Songs of Leonard
Cohen, y, un par de años después, el segundo, Songs from a Room. En
el primero incluyó la canción So Long, Marianne mientras que en el
siguiente Bird on a Wire. Para entonces, llegaba a su fin su relación
con Marianne, que le acompañó algún tiempo en su nueva vida en el hotel Chelsea
de Nueva York y que reconoció que decir adiós a Cohen le dolió mucho: “Me
destruyó un tiempo”. En el último momento antes de grabarla, Cohen cambió la
letra de la canción So Long, Marianne que iba a llamarse Come On
Marianne. Añadió ese so long —hasta pronto—. Un “hasta pronto,
Marianne” que terminó convirtiéndose en un hasta siempre para la historia de
estos dos pájaros libres, que vivieron el cuento de su amor en una remota isla
griega en plena armonía.
Texto: El País. España
Texto: El País. España
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