martes, 28 de febrero de 2023

JAMES COOK, EL ARTISTA Y LA MÁQUINA...DE ESCRIBIR

 


Los homenajes a la máquina de escribir de James Cook, en imágenes





Detalles de La joven de la perla, Autorretrato de Frida Kahlo y Van Gogh de James Cook. Todas las imágenes por James Cook






James Cook comenzó a trabajar en máquinas de escribir cuando estudiaba arte de nivel A. “Nos pidieron que analizáramos cómo los artistas habían adoptado la tecnología a lo largo de los siglos”, dice. “Al principio, estudié a David Hockney, que usaba máquinas de fax, pero luego tuve en mis manos una máquina de escribir y observé el trabajo del artista Paul Smith. Tenía parálisis cerebral y usaba una máquina de escribir para crear obras asombrosas”.

 Desde entonces, Cook ha coleccionado más de 60 máquinas de escribir. “Mi favorita es la Olympia SG3 de 1968”

Con sede en el este de Londres, el enfoque principal de Cook es hacer "dibujos" mecanografiados arquitectónicos, pero también ha recreado una serie de obras célebres de pintores como Vermeer, Van Gogh y Frida Kahlo, "para recordarle a la gente que algunas tecnologías nunca morirán".

"Es una labor intensa pero la disfruto mucho. Es usar una obsoleta pieza tecnológica para crear algo precioso". "Normalmente empiezo en el centro del papel y comienzo a trabajar hacia fuera".

"Uso caracteres y letras determinadas para ciertos trabajos", explicó. "Por ejemplo, los puntos, subrayados y barras son buenas para las líneas rectas, y los paréntesis, las oes y los ceros son buenos para las curvas. El símbolo @ es perfecto para el sombreado. Pero también los unos todos, dos o tres caracteres, uno encima del otro, para crear profundidad".
Beethoven
 
Ernest Hemingway

Mona Lisa


Gótico Americano


La chica de la perla


 Autorretrato de Van Gogh

Frida Kahlo


James Cook, sus máquinas y sus obras




























lunes, 27 de febrero de 2023

POEMA




Nosotros solos 

Alice Walker








Joaquín Sorolla Bastida (1863-1923)









Nosotros solos podemos devaluar el oro
con no darle importancia
a sus alzas y bajas
en el mercado.
Dondequiera que hay oro
hay cadenas, tú sabes,
y si tu cadena
es el oro
mucho peor
para ti.


Plumas, caracolas
y piedras pulidas por el mar
son igualmente preciosas.


Ésta podría ser nuestra revolución:
amar lo que abunda
tanto como
lo que escasea.










We Alone

We alone can devalue gold
by not caring
if it falls or rises
in the marketplace.
Wherever there is gold
there is a chain, you know,
and if your chain
is gold
so much the worse
for you.

Feathers, shells
and sea-shaped stones
are all as rare.

This could be our revolution:
to love what is plentiful
as much as
what's scarce.

























































viernes, 24 de febrero de 2023

MOMIAS DORADAS DE EGIPTO


Las momias doradas de Egipto

Jonathan Jones

 





En la mente de los antiguos egipcios, una momia no era un cuerpo preservado, era la forma humana convertida en divina'... una exhibición de las Momias Doradas de Egipto del Museo de Manchester. Fotografía: Julia Thorne





Desterrar los pensamientos de películas de terror y zombis vendados, esta exquisita exposición nos muestra artefactos del antiguo Egipto que eran retratos amorosos de personas únicas.

Hombre barbudo te mira desde su capullo momificado, su rostro absolutamente vivo. Sus ojos son oscuros y pensativos en un rostro que emerge de las sombras en plena perspectiva, cada pelo negro erizado. Esta especie de simulacro pintado creado en Egipto en el siglo II dC no volvería a ser técnicamente posible hasta la época de Jan van Eyck.

Y en algún lugar debajo de este misterioso retrato viviente está el propio hombre muerto. Este es un raro ejemplo sobreviviente de una momia egipcia de la época romana que nunca ha sido desenvuelta ni se le ha quitado el retrato. Te hace preguntarte qué estás mirando: una obra de arte o una persona muerta o, como sugiere esta exposición, otra cosa completamente diferente.

Golden Mummies of Egypt se propone hacer extrañas a las momias. Puedes pensar que son lo suficientemente extraños para empezar. La gran civilización que creció en el Nilo hace unos 5.000 años preservaba a sus muertos mediante un ritual que consistía en destripar el cuerpo de las entrañas propensas a la descomposición, bañarlo en natrón, envolverlo en vendas y sellarlo en un nido de ataúdes dentro de un sarcófago. O eso dice la historia habitual.

 

Ataúd y momia de Tasheriankh. El ataúd tiene una forma conocida como "antropoide" o "momiforme", que representa al difunto en una forma divina transfigurada. El ataúd tiene un rostro dorado y una peluca tripartita, pintada de azul. Fotografía: Julia Thorne


Las momias en esta exposición, todas de las excelentes colecciones de este museo, todas bien envueltas como bebés en pañales, se presentan de una manera que pretende hacerte pensar de nuevo sobre lo que realmente son estos artefactos del antiguo Egipto.

Se colocan con reverencia en camas de terciopelo, se iluminan para resaltar sus brillantes decoraciones doradas y se rodean de un gran espacio oscuro y vacío en la nueva y generosa sala de exposiciones. El efecto es casi de culto. Y ese es el punto. En la mente de los antiguos egipcios, una momia no era un cuerpo preservado. Era la forma humana convertida en divina: un recipiente divino en el que caminar en la eternidad con los dioses. En la mitología egipcia, la primera momia fue el dios Osiris, asesinado y descuartizado por su hermano Seth y luego resucitado por su esposa Isis, quien recogió los pedazos y los unió.

Estas momias son realmente como Osiris. En lugar de las delgadas extremidades vendadas que las películas de terror nos han dicho que esperamos, listas para levantar un brazo muerto cuando se despiertan, están selladas en una forma esculpida. Algunos tienen las máscaras de oro brillante que dan nombre a la exposición.

Los rostros abstractos de las momias con máscaras doradas aquí parecen madonas bizantinas, sus grandes ojos ovalados son el epítome del arte griego antiguo que se vuelve medieval. Pero los retratos pintados son mucho más inquietantes. La colección egipcia de Manchester fue reunida por el industrial victoriano Jesse Haworth. Este magnate del algodón patrocinó al arqueólogo William Matthew Flinders Petrie, quien fue pionero en la disciplina como ciencia moderna. Más interesado en encontrar fragmentos de cerámica que tesoros brillantes, Flinders Petrie es citado cómicamente en un texto mural aquí quejándose: "La plaga de momias doradas continúa".


Momia de una mujer adulta. La cabeza está cubierta por una máscara de lino y yeso que tiene incrustaciones de ojos detallados, y el cofre tiene una cubierta similar con incrustaciones de vidrio como joyas. La pieza de la cara estaba rota pero ha sido restaurada. Fotografía: Julia Thorne

Flinders Petrie excavó en el Faiyum Oasis al sur de El Cairo, donde en perfectas condiciones se conservaron milagrosamente máscaras de momias pintadas en encáustica sobre madera. Estas son simplemente algunas de las obras de arte más impresionantes que sobreviven del mundo antiguo, y esta exposición tiene una galería completa de ellos, mujeres y hombres, con aretes, afeitados, barbudos, todos representados en perspectiva profunda. Tienen una presencia inquietantemente tranquila.

Aquí el argumento del programa se desmorona, maravillosamente. Insiste en que las momias son imágenes de lo divino y perfecto, no de individuos preservados. Pero las personas que encargaron a los pintores entrenados en el estilo realista grecorromano para crear estas imágenes exquisitamente individuales obviamente querían pensar en sus seres queridos fallecidos como personas únicas. Esto es aún más inconfundible cuando la pintura todavía está adherida a una momia. Una momia gruesa del reinado del emperador Adriano tiene un retrato sobre su rostro de un joven sensible y sin barba, mirándote con ojos penetrantes y enérgicos como si estuviera a punto de hablar: el efecto espeluznante es agarrar las fibras del corazón al abrir una ventana. al más allá

Tal vez estos retratos de los muertos revelen actitudes hacia la mortalidad y el alma individual en un momento en que la nueva secta del cristianismo estaba atrayendo adeptos, o tal vez simplemente prueben que los antiguos egipcios, griegos y romanos, cuyos mundos se encuentran en este espectáculo, compartían lo mismo. carga de mortalidad que afrontan todos los seres humanos. ¿Puede el individuo sobrevivir a la muerte, de alguna manera? Estas pinturas se atreven a esperar que sí. Pocos restos arqueológicos te recuerdan la condición frágil y universal de estar vivo de manera tan conmovedora como estos retratos de Faiyum milagrosamente conservados.



En el Museo de Manchester del 18 de febrero al 31 de diciembre. Entradas gratis. 
































jueves, 23 de febrero de 2023

LUCIEN FREUD Y SUS MUJERES

 

El mito del pintor de las 500 amantes



Lucian Freud y Lady Caroline Blackwood 



Con motivo del centenario del nacimiento del pintor británico Lucian Freud (1922-2011), el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza (Madrid) inauguró  una exposición retrospectiva (del 15 de febrero al 18 de junio) que reúne más de medio centenar de obras de uno de los artistas figurativos más importantes del arte contemporáneo, cuyos cuadros se suelen cotizar en millones de euros (su Benefits Supervisor Sleeping se convirtió en 2008 en su obra más cara  después de que Christie's la vendiera por 33 millones).

En realidad hubiera cumplido 100 años el año pasado, pero la National Gallery de Londres expuso primero la retrospectiva en la ciudad en la que el pintor vivió gran parte de su vida. No nació ahí, sin embargo, sino en Berlín, donde Lucian –que era nieto de Sigmund Freud, padre del psicoanálisis– pasó su infancia hasta que en 1933, cuando tenía 10 años, su familia emigró a Inglaterra para huir del auge del nazismo. 


Reflejo con dos niños (Autorretrato), 1965MUSEO NACIONAL THYSSEN- BORNEMISZA

Fue ya después de la Segunda Guerra Mundial, cuando hizo la transición desde el surrealismo que imperaba en aquellos tiempos hacia la pintura figurativa, cuando empezó a destacar en el mundo del arte. Con una carrera que se extendió a lo largo de seis décadas, se convirtió en uno de los más destacados pintores del siglo XX (y parte del XXI), aunque quizá se hayan escrito más ríos de tinta sobre su ajetreada vida sentimental que sobre sus pinturas y grabados. Como dice Paloma Alarcó, jefa de conservación de pintura moderna y comisaria de la exposición del Thyssen, estamos ante "un artista cuya compleja y fascinante existencia a veces eclipsó la magnitud de su obra".

Cierto es también que es complicado discernir la verdad del mito. Su buen amigo, el escritor y fotógrafo Daniel Farson, llegó a afirmar, quizá regocijándose en la exageración, que Freud podía haber tenido en torno a 40 hijos. Otro artista que lo conoció bien, el escultor griego Vassilakis Takis, situó la cifra de las amantes en 500, lo que trascendió en el inconsciente colectivo, sea o no ese número real.


Lucian Freud, en Dublín en 1953

Lo que sí se ha confirmado es que hay 14 personas en el mundo que portan los genes de Lucian y que han sido reconocidos oficialmente como hijos suyos. La cuestión de las amantes es más difícil de cuantificar, porque la lista es muy larga solo si nos atenemos a los encuentros y romances que se describen en sus biografías. O la de los amantes, porque en su juventud, a principio de los años 40, estuvo envuelto en un triángulo homosexual con los también artistas John Minton y Adrian Ryan, como demostró la muestra que se exhibió en la Victoria Art Gallery hace un par de años, Freud, Minton, Ryan: unholy trinity. Su amigo íntimo Francis Bacon también contó que se acostó con el poeta y ensayista W. H. Auden por admiración hacia su figura y su fama.

Aunque Freud casi siempre tuvo querencia por las mujeres considerablemente más jóvenes que él, su primera relación significativa fue con una diez años mayor, Lorna Garman. Él acaba de estrenar la veintena y ella era ya una mujer casada y en la treintena, y la pasión entre ellos se intensificó a raíz de ser pillados in fraganti en la cama por el marido de Lorna, Ernest Wishart, según se cuenta en la biografía The Lives of Lucian Freud: Youth, de William Feaver.

Como siempre ocurría con el pintor, el romance duró hasta que su interés viró hacia otra mujer, Pauline Tennant, una actriz inglesa perteneciente a una familia aristocrática (la combinación de arte y clase alta era irresistible para Freud). 


Girl in bed, retrato de Lucian Freud (Caroline Blackwood, his second wife).

Muchacha con rosasMUSEO THYSSEN BORNEMISZA


Lorna se enteró después de encontrar en su estudio unas cartas escritas por ella y decidió en ese momento cortar la relación con Lucian y regresar con su marido. Pese a que el infiel había sido él, esto enfureció al pintor, quien de acuerdo al libro Breakfast With Lucian: A Portrait Of The Artist by Geordie Greig, fue a la búsqueda de su amante con una pistola y la amenazó con matarla o suicidarse si no volvía con él. 

La cosa no pasó a mayores, pero la ruptura con Lorna marcó a Freud, hasta el punto de confesar a su amigo y también pintor John Craxton que nunca iba a volver a querer tanto a otra mujer. Ella jamás volvió con él, pero su conexión no terminó ahí, ya que luego Freud también tuvo un affaire con su hijo, Michael Wishart y luego se acabó casando con su sobrina, Kitty Garman, en 1948.

Esta era también artista, pero ha pasado a la historia como musa, primero de su padre, el famoso escultor Jacob Epstein, y luego de Lucian (es la protagonista de dos de sus más célebres obras, Portrait of Kitty y, sobre todo, Girl with a White Dog).


Lucian Freud, justo después de su boda con Lady Caroline Blackwood 


La relación duró cinco años, un tiempo considerable para Freud, pero fueron en su mayor parte turbulentos por las infidelidades de este. Tuvieron dos hijas, Annie (una poeta y artista notable, por cierto) en 1948 y Annabel en 1952, año en el que el matrimonio se disolvió después de que Lucian conociera a Lady Caroline Blackwood, escritora e hija del marqués de Dufferin y Ava (aristocracia y bohemia, una vez más) y Maureen Guinness, heredera de la dinastía cervecera Guinness y muy amiga de la Reina Madre. Como curiosidad, fue Ann Fleming, esposa de Ian Fleming, el autor literario de James Bond, quien los presentó.

Antes tuvo otro affaire con la artista Anne Dunn, hija del magnate del acero canadiense Sir James Dunn, una de las amantes que más testimonios ha dejado sobre la manera en la que Freud trataba física y psicológicamente a las mujeres.

Según se recoge en Breakfast With Lucian, este, estando ya casado y con una hija, acostumbraba a salir por la noche por Londres con Dunn, quien tenía entonces 18 años, sin sentir la mínima culpa o rubor. Así lo cuenta Anna: “No tenía ni idea de que Kitty era su mujer cuando lo conocí ni que Lucian era padre, hasta que un día mientras cenábamos alguien se acercó para saludarle y preguntarle cómo estaba el bebé. Me quedé absolutamente anonadada”, relata, añadiendo asimismo que Freud renegaba de los métodos anticonceptivos a la hora de mantener relaciones sexuales, lo que le costó a ella dos embarazos que no llegaron a término.

Dunn también se quedó con un muy mal recuerdo de la última vez que se acostó con él: “Me apretó y me golpeó los pechos, haciéndome mucho daño. No le quise volver a ver después de aquello”. Y para rizar el rizo, quien sabe si por venganza o despecho, esta se acabó casando con Michael Wishart, el hijo de Lorna y ex amante de Freud.

Volviendo a Caroline, con ella huyó a París, donde conocieron a Picasso (Blackwood llegó a estar tres días sin lavarse después de que el malagueño pintase en sus manos) y se casaron en 1953, él con 31 años y ella con 21. Freud, al igual que la mayor parte del círculo bohemio londinense de la época, estuvo muy enamorado de su segunda mujer, y ella fue quizá la que más daño le hizo aparte de Garman.

Juntos disfrutaron mucho de la vida y de los excesos, y Freud la pintó en varios retratos (Girl in Bed puede que sea el más conocido), pero Caroline era su alma gemela en el mejor y peor de los sentidos. Es decir, alguien que huía de las ataduras, inconformista por naturaleza y con ganas siempre de encontrar una nueva razón, un nuevo ser que la excitara sexual e intelectualmente.

Caroline acabó abandonando a Lucian, algo a lo que él no estaba acostumbrado y que le ocurrió en contadas ocasiones en su vida, y ella luego se casó o mantuvo affaires con otras figuras muy destacadas del mundo del arte, como el pianista Israel Citkowitz, el fundador de The New York Review of Books, Robert Silvers; el guionista Ivan Moffat o el célebre poeta Robert Lowell, su último marido.

Este la animó a escribir y publicó varias novelas que fueron candidatas a premios literarios tan prestigiosos como el Booker, aunque quizá su obra más conocida sea The Last of the Duchess,* un estudio de la relación entre Wallis Simpson, duquesa de Windsor y esposa de Eduardo VIII (y la causa de su abdicación), y su abogada, Suzanne Blum.*

En cuanto a Freud, este siguió coleccionando amantes prácticamente hasta su muerte en 2011, con 88 años. La mayoría, artistas. Entre ellas, la pintora Janetta Woolley, a quien conoció a través de Anne Dunn. Cuatro décadas después, también se acostó con su hija Rose, de acuerdo al libro de Geordie Greig.

Eran tantas que no era raro que se solaparan. En un momento dado, Freud mantuvo relaciones intermitentes con cuatro mujeres al mismo tiempo: Jane Willoughby, June Keeley, Suzy Boyt y Bernardine Coverley. Las dos últimas fueron especialmente significativas, ya que son responsables de alumbrar a seis de sus 14 hijos: cuatro le correspondieron a Boyt (Alexander, Rose, Isobel y Susie) y dos a Coverley (Esther y Bella).

Esther y Bella Freud 

De todos sus vástagos, Esther y Bella Freud son probablemente las que más han destacado en cuanto a notoriedad. La primera es una novelista consagrada y la segunda una diseñadora de moda con su propia marca, muy conocida gracias los cortos que dirigió John Malkovich para promocionar una de sus colecciones.  Cuando se  las entrevistó mientras su padre  aún vivía, lo  describen como una figura ausente durante gran parte de su vida, pero hacia quien no perdieron el amor y el cariño hasta el final.

“Su ausencia significaba que ahí fuera había otra vida, seductora, perturbadora, planeando sobre nosotras ”, dijo Esther, mientras Bella, que posó para su padre en repetidas ocasiones, aseguraba que él era "muy divertido, muy irreverente. Hay veces que está absorto en su tarea, pero la mayor parte del tiempo habla mucho. Tiene una conversación muy interesante”. 


Freud con Kate Moss en 2003

Freud nunca se volvió a casar después de Blackwood, pero sus relaciones se hicieron más duraderas según fue cumpliendo años (aunque siempre alternara parejas). Al mismo tiempo, cada vez prefería mujeres más jóvenes. Ahí está el caso de Sophie de Stempel, una estudiante de arte que comenzó a mantener encuentros con Lucian en 1980, cuando ella tenía 19 años y él casi 60. Se vieron durante una década, lo mismo que con la pintora Celia Paul, a quien conoció cuando ella tenía 18 años y él 55 (y con quien tuvo un hijo, Frank). Paul decidió recientemente publicar unas memorias sobre su iniciación en el arte y su relación con Freud, tituladas Autorretrato, ya que se sintió ofendida al comprobar que muchos obituarios de este la citaban únicamente como su musa, obviando su faceta artística.

“Lucian hubiera preferido que yo fuera más obediente. Como consecuencia, mi propia ambición artística se complicó durante nuestra relación”, declaró hace poco Paul a La Vanguardia.


Autorretrato (fragmento), 1956

Como Paul, muchas de sus amantes guardan un recuerdo ambivalente de Freud. A veces más amargo, porque los momentos tormentosos siguen muy vivos, y en ocasiones más luminoso, porque tienen muy presente lo que era capaz de ofrecerlas (y lo que no). Hasta la propia Anne Dunn, quien vivió episodios muy desagradables, aseguró que no se arrepiente de conocerle ni de haber estado con él: “Estaba tan vivo, era como la vida misma, siempre emanando energía. Era lo que siempre busqué y luego nunca volví a encontrar”.



*‘Últimas noticias de la duquesa’, la crónica de los años agónicos de la duquesa de Windsor escrita por Caroline Blackwood

Tras enviudar de Eduardo VIII en 1972, extraña en Estados Unidos donde ya no le quedaban familiares y apestada en Inglaterra, donde la casa real siempre la responsabilizó de la abdicación de aquel aspirante a rey que simpatizaba con Hitler (personaje al que ella empezó a detestar después de que la dejase fuera de la reunión que mantuvo con su esposo en la visita de la pareja a la Alemania nazi), Wallis Simpson se quedó viviendo sola en el palacio del Bois de Boulogne que el Gobierno francés les había cedido gratis y libre de impuestos a ella y al duque de Windsor.

Todo el que intentó penetrar en su mundo a partir de ese momento se encontró con la feroz resistencia de una mujer llamada Suzanne Blum, que había sido abogada de gigantes de Hollywood como Charles Chaplin, Jack Warner, Darryl Zanuck o Walt Disney y ahora no solo se había convertido en la representante legal de Simpson sino también en la cancerbera de su intimidad (en aras de la salud de la duquesa le prohibía ver a sus antiguas amigas) y la guardiana de su fortuna, que no era pequeña, pues poseía la legendaria colección de joyas que le había ido regalando su esposo —algunas de las cuales habían pertenecido a la reina Alejandra— amén de propiedades por valor de cinco millones de libras de la época (según las estimaciones que hizo en su día lord Mountbatten, el único miembro de la corona que se comunicaba con Wallis)

La muralla creada por Blum en torno a su clienta, de cuyo verdadero estado de salud nadie sabía nada, parecía impenetrable hasta que en 1980 The Sunday Times le encargó a la escritora y aristócrata Caroline Blackwood la dificilísima tarea de intentar derribarla. El verdadero resultado de aquel encargo periodístico no vio la luz hasta quince años después, cuando falleció la letrada y se publicó en Inglaterra Últimas noticias de la duquesa, en el que se refleja el triste ocaso de una mujer paranoica (Simpson) atrapada en las redes de otra poseída por delirios de grandeza (Blum).

La autora del libro, Blackwood, había sido una auténtica leyenda en la alta sociedad británica, no solo por su ascendencia —su padre, el marqués Basil Blackwood, formaba parte del círculo que Evelyn Waughn había retratado en Retorno a Brideshead; su madre, Maureen Guinness, era una de las cuatro herederas Guinness— sino también por su espectacular belleza, pero sobre todo por su desprecio de las convenciones propias de su clase social: bebedora empedernida, se relacionaba con la baja estofa con la misma soltura que con los lores y se casó tres veces; la primera con un joven Lucian Freud, al que nunca llegó a interesarle tanto su propia esposa como el amigo de ambos, Francis Bacon. La mordaz Blackwood gozaba de una posición social suficientemente elevada como para ir cercando a Blum a través de sus contactos privilegiados y después relatar los penosos días finales de la duquesa de Windsor con la profundidad, la ironía y la riqueza que requería una biografía tan compleja.

¿Quién sino ella podía sentarse una tarde entera con lady Diana Mosley, una de las legendarias hermanas Mitford, casada con el líder de los fascistas británicos (y defensora de las ideas nazis) hasta el final de sus días para sonsacarle detalles sobre la adicción al vodka de Wallis y el veto de Blum a esta sustancia en el palacio de Bois de Boulogne? Solo alguien con la agenda de Blackwood podía conseguir audiencia con Brinsley Plunkey, antigua amiga de la duquesa y a la sazón tía carnal suya y sonsacarle información sobre las extrañas costumbres de Jimmy Donahue, el amante de más larga duración de Wallis, al que le gustaba provocar al servicio en las cenas de alto copete poniendo su pene en las bandejas de comida. O visitar a la Marquesa de Casa Maury, amante del duque de Windsor durante quince años, quien le explicó que “el duque había vivido en una violenta rebeldía contra su padre: si le gustaba tanto bailar era porque a su padre le molestaba”.

En esa rebeldía, cuyos ecos recuerdan inevitablemente a la huida de Enrique y Meghan, está la explicación a la aventura romántica que convirtió a los duques de Windsor en dos perversos forajidos, adictos al lujo. La periodista consiguió finalmente y tras muchas tentativas entrevistar a la letrada Suzanne Blum varias veces: al hacerlo descubrió a una anciana de la misma edad de Wallis Simpson absolutamente obsesionada con restaurar la imagen pública de su clienta, y a una clienta completamente aislada en un mundo de brumas y recuerdos, sometida a los dictados de su defensora, quien nunca más dejó que la prensa la fotografiara. Tal era la devoción que la autora sugiere que entre ellas dos había en realidad una relación amorosa. Sin restarle importancia ni gravedad a los vergonzosos contactos de los Windsor con el nazismo ni convertir la biografía de la duquesa en un panegírico, Caroline Blackwood abordó con compasión los momentos finales de una mujer que tenía pánico a morir sola.























miércoles, 22 de febrero de 2023

EL MÁS VALIOSO KLIMT EN EL BELVEDERE




El cuadro más valioso de Klimt, que sobrevivió al expolio nazi, sale a la luz en Viena



Serpientes de agua II’, de Gustav Klimt.MUSEO BELVEDERE






Serpientes de agua II’, robado durante la II Guerra Mundial y actualmente en manos de un propietario anónimo, protagoniza una exposición deslumbrante en el Belvedere de Viena

Se acercaba la fecha del estreno y la pared que debía lucir la obra estrella de la exhibición corría riesgo de quedar desnuda. Los equipos de comisarios del Van Gogh Museum de Ámsterdam y del Belvedere de Viena habían trabajado durante siete años en una nueva interpretación de la figura de Gustav Klimt y habían conseguido el préstamo de piezas de Rodin, Matisse y Cézanne para enfrentarlas con obras capitales del artista austriaco, pero faltaba Serpientes de agua II, la pintura más cara de Klimt. El coste millonario del seguro excedía en mucho el límite de responsabilidad civil estatal de 120 millones de euros fijado por ley. A última hora, se alcanzó un acuerdo: el propietario anónimo asumía la prima del seguro de seis cifras y a cambio el Belvedere restauraba el lienzo.

La obra tiene una historia convulsa: fue robada por los nazis a la empresaria textil judía Jenny Steiner, mecenas de Klimt y del movimiento secesionista. Cuando se iba a subastar en 1940, el gobernador del Reich en Viena, Baldur von Schirach, la sacó del lote y se la puso en bandeja al cineasta nazi Gustav Ucicky, hijo ilegítimo de Klimt, que la colgó en el comedor de su casa. En 2013, los herederos de Ucicky y de Steiner firmaron un trato de restitución y se repartieron a partes iguales los 112 millones de dólares de su venta.

Luego siguió la especulación propia del mercado del arte actual, con otra venta privada casi inmediata a un oligarca ruso que superó los 180 millones de dólares, que a su vez la revendió por un monto similar.  

Klimt pintó ‘Serpientes de agua II’ entre 1904 y 1907, y en todo este tiempo apenas ha estado expuesta al público. En Austria se contempló por última vez en 1964. Robado durante la Segunda Guerra Mundial y actualmente en manos de un propietario anónimo, protagoniza una exposición deslumbrante en el Belvedere de Viena.

A mediados de enero, cruzó las puertas del taller de restauración del Belvedere, un estudio de techos altos que ocupa las antiguas caballerizas de palacio, entre monsteras selváticas de tres metros y un efusivo olor a barniz y disolvente. La jefa de restauración, Stefanie Jahn, con un equipo de ocho expertos, hizo en solo dos semanas el examen de daños y restauró un leve craquelado, unas grietas de menos de dos milímetros.
“El lienzo se encuentra en un estado envidiable”, dice Jahn.  Si consideramos que el lienzo ha sobrevivido a la descomposición de un imperio, dos guerras mundiales, una guerra civil y la arianización, es una muy buena noticia. El propietario se ha garantizado un valioso peritaje del departamento de conservación del museo con la colección de obras de Klimt más importante del mundo, incluido El beso.

La restauradora diseñó personalmente la ciclópea máquina de rayos X que radiografía tablas con rieles de dos metros, y que cuenta con su propia sala en el taller. La exploración ha revelado los bocetos de Klimt en la tela; sus cambios en la composición de ninfas, serpientes acuáticas e hilos dorados de las plantas trepadoras, que algunos historiadores del arte interpretan como una representación del erotismo lésbico.  Klimt pintaba con metales preciosos, unas finas láminas de oro, plata y platino.  “Los peces castaños que se ven aquí”, dice Jahn cotejando una reproducción del cuadro con fotografías microscópicas, “eran originalmente de color plata, han sufrido el proceso de oxidación. Esto no se puede corregir”.

Y, casi sin querer, añade el argumento de la exhibición: “Experimentó con técnicas y materiales compartidos por otros artistas internacionales de su época”. 
Se mostró primero en Ámsterdam en otoño y la expone ahora hasta el 29 de mayo el Belvedere para celebrar su 300 aniversario como espacio de arte.


Serpientes de agua I (1904-1907). Técnica mixta sobre pergamino. Viena, Österreichische Galerie Belvedere, Schloss Belvedere.


Hay diferencias: en Viena la pintura protagonista se exhibe junto a Serpientes de agua I (que no se desplazó a Ámsterdam por razones de conservación), y ambas enfrentadas a las obras de la artista Macdonald Mackintosh, la única mujer que aparece en la muestra junto a una treintena de artistas internacionales. En total, reúne más de 90 piezas para desmontar el mito del genio solitario que creaba en bata azul en un jardín rodeado de musas desnudas (entre ellas, la modelo Maria Učická) y presenta con brillantez su catálogo de influencias.

El comisario Markus Fellinger dice: “Nuestra investigación descubre un Klimt muy diferente al habitual.A partir de una serie de comparaciones significativas, ilustramos cómo asimiló los logros artísticos de su tiempo”. Klimt era una esponja. Cuando cofundó la Secesión en 1897, una asociación de artistas transgresores, no solo rompió con la ceguera voluntaria de la pintura académica, sino que atrajo como un imán a las vanguardias. Viena, que hasta ese momento las ignoraba, se transformó en un centro de gravedad de la modernidad.
Con esta exposición se trata de mirar a Klimt desde la perspectiva de los artistas que lo inspiraron.   Durante mucho tiempo, Klimt había sido visto como “un planeta que gira en su propio sistema solar”, en palabras de la directora del Belvedere, Stella Rollig.

“Vemos a Klimt con nuevos ojos: como un artista abierto e innovador, que estudió otro arte, nunca ocultó sus fuentes, siempre sintió curiosidad por las nuevas tendencias e incorporaba sus sugerencias a su obra”, explica Rollig.

Entre las 90 piezas que forman la muestra, se cuentan, más allá de la obra de Klimt, ejemplos de Van Gogh, Matisse, Rodin, Toulouse-Lautrec, Monet, Cézanne y Margaret Macdonald Mackintosh.