domingo, 30 de septiembre de 2012

HISTORIAS VERDADERAS....




MILITANCIA 

(Fragmento)

de Alejandro Schleh





















Diez de Enero de mil novecientos setenta y tres

La ciudad del norte de Santa Fe aparecía desvastada con gran cantidad de casas destruidas; dos mil habitantes sin vivienda e innumerables muertos. Todas las vacas de un tambo levantadas a más de veinte, veinticinco metros de altura y muertas reventadas contra el piso. Había derribado árboles y antenas el tornado de San Justo. Una gran movilización en el seno de la juventud del partido se produjo de inmediato y se prepararon las excursiones de ayuda. Se juntaba comida, colchones, agua y no sé qué cosas más, todas en cantidades módicas, pero estaba la intención que valía; nos aprestábamos a llegar hasta aquella ciudad llevando auxilio. Todo era preparativos y hormigueo y un entrar y salir agitado de gente, un movimiento continúo en torno de la unidad; no puedo decir una algarabía sin temor a equivocarme. Acaso, una alegría escondida en la algarabía -esas cosas que no pueden decirse- en la oportunidad que semejante desgracia proporcionaba de poder hacer algo útil por los demás.  Un optimismo que puso sentido en los rostros, un viaje que algo tenía -se respiraba en el aire- de turístico además de humanitario. Una bienvenida al sentido de existencia que serviría de paso para llevar alivio a la pobre gente. Un norte al fin en los destinos, unos cuantos kilómetros arriba, en el norte de la provincia de Santa Fe.
Y un arduo tema de debate entretenido que se prolongó durante las horas de una o dos noches de mateadas y galletitas dulces y factura por comida, que nos hizo trabajar el cerebro. Nuestros enemigos de la dictadura harían lo imposible para abortar nuestra peregrinación solidaria y nuestras caras por momentos circunstantes demostraban la -no creo faltar el respeto a nadie- volátil preocupación de algunos. Todo eso fue cosa seria. Nunca un juego, por el contrario, como pruebas, los ideales nobles que nos alentaban por todos proclamados. Pobre gente.
Hubo mapas tirados sobre alguna mesa y se estudiaron los caminos alternativos de tierra para burlar la dictadura. A lo largo de las rutas principales se habían instalado diversos puestos de control para interceptar las legiones de los distintos partidos, sobre todo las de las juventudes radicales y las nuestras, que pugnaban por llegar primero a esa meca del desconsuelo y determinarían un caos anárquico en aquel lugar sobre el que ya existía por decisión unilateral, diría de la madre tierra, para descargar de culpa a Dios.

El punto de vista del gobierno tampoco era desdeñable. Las cosas deben hacerse de manera organizada siempre, y la ayuda debería llegar a ese destino de manera pautada y en orden. Y para eso estaban las Fuerzas Armadas de la Nación que son expertas en las cuestiones del orden interno aunque a veces lo prolonguen fuera de los cuarteles, de motu propio. Para eso se está en Latinoamérica, la de las venas abiertas; una cuestión geográfica y médica a la vez. Eran ellos los encargados de ir levantando las piedras que la Providencia esparce en el camino de la patria. Templar el espíritu de nuestras Fuerzas Armadas en la adversidad: son muy católicos los militares en nuestro país. Y nosotros en la mestura, militantes unidos y uniformados, soñando colaborar en la empresa celestial.

No me importaba conocer San Justo o pasear por aquellos lugares más allá de los cuales los Bajos Submeridionales extienden sus aguas saladísimas que había conocido en mis viajes esporádicos a Santiago del Estero. No dejaba, sin embargo, de ser un entretenimiento válido que no venía mal desde mi óptica de observador aficionado: dejaría un aprendizaje ese emprendimiento además, la verdad, es que arquitectura estudiaba poco y mi trabajo de fabricar las lámparas no demandaba tiempo apreciable, ni pintar mis cuadros, por lo cual disponía de él a mi antojo y aquello sería una aventura no fácilmente repetible, con pasaje gratis aunque teníamos que pagarnos la comida. Cada compañero la suya. 

Caminaríamos sobre los escombros y entre los cadáveres de seres humanos y mascotas. Apareceríamos además en los noticieros tirando los paquetes de azúcar así como los albañiles pasan de uno en uno los ladrillos. Y las compañeras maternales peinarían changuitos y alcanzarían pañalines Estrella a las madres jóvenes embarazadas y a las parturientas. Y cocinarían guisos carreros en grandes ollas y si no polenta, para alimentarlas. Y haríamos una gran tienda de campaña para atenderlas con enfermeras y parteros improvisados. Pensamos mucho en las embarazadas. Porque por estas tierras hay que embarazarse y está muy bien que nuestras jóvenes mujeres no renuncien a la naturaleza en cuanto están en edad de merecer.  Porque a  esa edad la demografía no existe; ni la economía. Ni la administración ni el actuariado. Nada que se estudie en la Facultad de Ciencias Económicas existe a la edad de merecer.


A la movilización que producía en las mentes de los jóvenes el hecho de su participación en los contingentes de ayuda enviados por la jotape, sumaba adrenalina, el tema del debate de qué cosa haríamos cuando esa dictadura nos atajara en la ruta y no nos permitiese seguir adelante  llevando la ayuda humanitaria. Eran los controles de la tiranía nuestra segunda naturaleza, nos venía desde chicos entre golpe y golpe crecidos, como la costumbre, controles aquí, controles allá, autocensura de la prensa o no tan auto, el principal problema de los militantes solidarios. Se pedía por radio y por favor que nadie fuera por iniciativa personal a llevar ayuda a la zona del desastre. No querían contingentes. Seguro nos impedirían llegar a San Justo con ella.
De los expedicionarios originales quedamos unos quince o menos para compartir el destartalado colectivo con las donaciones que terminaron siendo pocas. Ni Juan ni Tito fueron de la partida. Me dejaron solo y me tocó ir con un grupo de gente que conocía solo de vista; menos de la mitad eran mujeres y ninguna llamaba la atención.
El campo estaba de pastos amarillos aquel verano caluroso y el rastrojo de los trigos no había sido dado vuelta todavía; eran épocas en que la siembra directa no se usaba y la soja era para aventureros; amarillos, pardos y ocres, reverberaciones del calor por los tambos perimetrales de la Chicago criolla. Más allá de la altura de Rosario, una hora y media más o menos, un control policial nos detuvo tal como se esperaba pues, pese a haber estudiado sesudamente los caminos alternativos en el mapa sobre la mesa, así como los generales lo hacen con sus lugartenientes, fuimos cómodamente por la ruta asfaltada más directa. Nos hicieron señas desde lejos para que nos detuviésemos cosa que hicimos obedientes. Nos iban a parar de todos modos, con o sin dictadura. Un colectivo destartalado, escorado y humeante por la ruta, un viejo Mercedes Benz 1114 de color naranja y cubiertas recapadas, de curiosos, porque sí nomás nos iban a parar. Hubo que explicar adonde nos dirigíamos y nos pidieron amablemente que desistiéramos. Que el gobierno central estaba ocupado en esos menesteres. Mansamente dimos la vuelta para Buenos Aires y emprendimos el regreso cada uno ocupando los asientos de a dos y acostados tal como habíamos partido, soportando los embates de una ruta no del todo bien pavimentada y una ruidosa y saltarina suspensión, acompañados de ese elemento femenino que no era gran cosa. A la llegada bajamos los paquetes con azúcar, arroz y polenta, y los pañalines, que quedaron depositados en la unidad básica hasta que de a poco fueron desapareciendo, resumiendo, como las aguas se escurren después de la lluvia por entre las partículas de la tierra después de haberlas engordado, o evaporando, pero no al cielo en este caso. 


De Remonta y Veterinaria. Fragmento

sábado, 29 de septiembre de 2012

HOY



Los errores de Cristina en la universidad 

Beatriz Sarlo 

  












En Georgetown, Cristina Kirchner estaba exultante. Una conferencia en un foro universitario de primer nivel, si el orador es presidente de la república, ofrece todo sin exigir demasiado.

Nadie está allí para juzgar, en el momento, la historia que cuenta el conferenciante, que despertaría objeciones si se tratara de un orador académico. Cristina Kirchner dijo lo que se le antojó sobre Rosas y nadie movió una ceja. La conferencia de un presidente es una performance, de la que se evalúan otros rasgos. Y así debe ser porque, en la mayoría de los casos, los gobernantes no son especialistas, sino políticos. En cambio, Fernando Henrique Cardoso, un intelectual de primer nivel, habría sorprendido si se hubiera puesto a hacer comparaciones dudosas entre la historia de Brasil y la de Estados Unidos. Pero a Cristina Kirchner nadie iba a examinarla por su saber histórico. Habría sido un acto de pedantería, reflejo de la pedantería de la presidenta argentina. Estados Unidos es, en sus instituciones universitarias, un país respetuoso de las jerarquías. Si se recibe a un presidente, se lo aplaude. Cristina no sabe todo esto, o lo olvida o su canciller no supo explicárselo. Creyó que la distinción recaía sobre su magnética persona, sobre sus gestos y modismos, sobre sus complicidades con un estudiante y sus maternales lecciones a algún otro.

Las cosas fueron diferentes en Harvard, que es una esquina donde giran todos los vientos del mundo. El jueves, cuando Cristina Kirchner habló aquí, antes dio una conferencia la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, de Myanmar, una luchadora de los derechos de su pueblo, que padeció décadas de persecución. El viernes fue tapa del periódico de la universidad.De todas maneras, se preveía la sala llena que tuvo Fernández de Kirchner.

Días antes era necesario anotarse en una lista de aspirantes a conseguir entrada, que fueron sorteadas. La recepción a Cristina Kirchner responde a un modelo universitario norteamericano. Alguien debería avisarle que lo que se hace y se dice en la presentación y el cierre sigue un patrón establecido. Los medios académicos norteamericanos, sobre todo los de elite, como Harvard, no cultivan el estilo plebeyo ni la desprolijidad ceremonial. Lo que sucede viene repitiéndose así desde hace décadas. Muy poco es dedicado especialmente al orador. Casi todo proviene de la costumbre.

No sé si alguien puede decirle a Cristina Kirchner que sus conferencias acá son parte de la rutina cotidiana: una universidad de primera línea que ofrece a sus estudiantes y profesores la posibilidad de realizar una experiencia. Pasa todos los días, el año entero. Hay algo que la presidenta argentina no termina de entender: algunas distinciones y algunos honores no responden a sus méritos, sino a las prerrogativas de su cargo. Si Menem hubiera querido dar una conferencia en Harvard, también lo habrían escuchado. No se rechaza ese pedido de un presidente. Por supuesto, Menem prefería otros escenarios.
La excepción de Harvard fue un grupo de estudiantes que hicieron preguntas que la Presidenta no está acostumbrada a permitir en la Argentina. A la salida, el joven sanjuanino que más incomodó a Cristina Kirchner estaba aterrorizado por su propia audacia. No formaba parte de ninguna conspiración antikirchnerista. Caminaba solo, en la noche, y parecía tener miedo. La idea de una conspiración, la alocada hipótesis de que había periodistas argentinos sugiriendo preguntas a los estudiantes proviene del desconocimiento del ámbito en que la Presidenta hizo su intervención.
Cristina Kirchner fue aplaudida, pero también fue silbada por una parte del auditorio. Creo que habría podido decir lo mismo que dijo y no la hubieran silbado. Pero no supo moderar su estilo. La condescendencia, el sarcasmo, el falso acercamiento y el trato paternalista no caen bien en la cultura ceremonial universitaria norteamericana.
Nadie gana nada mostrando superioridad ante un interlocutor que está evidentemente en una situación desigual. Los murmullos subieron de tono cuando la Presidenta le dijo a un nervioso estudiante venezolano: "Te vi leer la pregunta, seguramente no tenés memoria de lo que querés decir". No se bardea así a un estudiante en ninguna parte, pero acá la frase de la presidenta argentina suena con una prepotencia y una superioridad insólitas. Los argentinos estamos más preparados a esas humillaciones. Y, por eso, la Presidenta, ya enojada, perdió noción del lugar que estaba ocupando.
Cristina Kirchner tenía muchas armas para ganar a su auditorio, que, en mi opinión, estaba enteramente dispuesto a escucharla. Su posición contra los monopolios comunicacionales sintoniza perfectamente en un país donde los diarios no pueden ser dueños de radios o emisoras de televisión. La explicación que dio fue clarísima. Y, sin embargo, la desperdició, precisamente porque no percibió que allí estaba la fuerza de su argumento y no en la abstrusa disquisición sobre los plazos de la ley de medios o la acusación de espionaje a periodistas. Estas cosas les suceden a los que no están habituados a escuchar.

Que haya dejado pasar ese momento que estaba a su favor indica, una vez más por si era necesario, que la Presidenta sólo se siente a gusto en situaciones donde nada pueda salirse de control. Las preguntas de los estudiantes la alteraron. No entendió lo que estaba sucediendo. Por eso se equivocó. En Harvard, la Presidenta dijo que hablaba con millones de argentinos: las inauguraciones, los actos, las teleconferencias y las cadenas nacionales son su idea del diálogo. Ningún presidente puede hablar con millones de compatriotas. Pero podría hablar un poco más con aquellos sindicalistas a los que les hizo la cruz, con los dirigentes de la oposición, con los representantes de organizaciones que tienen reclamos incumplidos. Podría hablar de inflación o del dólar, para que el tema no le parezca una salida de tono cuando alguien la interroga en una universidad extranjera.
Está tan poco entrenada para hablar con quienes difieren que se propasó con un puñado de estudiantes de Harvard, a quienes les recordó, con una ironía barata y ambigua, que las preguntas no eran dignas de esa universidad, sino de La Matanza. Intriga saber lo que la Presidenta piensa, entonces, de la Universidad de La Matanza y si allí respondería a las preguntas que gambeteó en Harvard.




 La Nación 29 de Septiembre de 2012


    

COMO SI FUERA HOY





DOBLE SENTIDO ARGENTINO





Cancherismo, guaranguería y piolada


Tomas Abraham *

La Nación. 

 27.09.2008






El otro día la Presidenta, antes de partir para los EE.UU., les decía a los del “Norte” que dejen de dar recetas cuando ni siquiera saben arreglar sus problemas en casa. Afirmaba estar orgullosa de ser doblemente del Sur, viene del sur del sur, a la vez que encomiaba nuestro modelo de acumulación, ahorro y desarrollo que “humildemente” construyó día a día con su esposo Néstor.
Finalmente, después de insistir en un recinto casi vacío de las Naciones Unidas en que los jerarcas del Primer Mundo no hacen más que comer lo mismo que segregaron y de bautizar la crisis nórdica de “efecto jazz” (mal elegida la ironía, es un efecto ketchup), confiesa no desearle mal a nadie. Doble mensaje, doble sentido y no sólo doble sur.
Lejos de querer anotarme en la monótona lista de los que critican al oficialismo, no deja, sin embargo, de llamarme la atención el desastre comunicacional en el que se ve hundido este Gobierno.
Aníbal Fernández embanderado como comunicador en jefe, luego de denunciar a troskistas pirómanos y asegurar que tiene las fotos que lo prueban, está excitado gritando que Antonini es un mequetrefe a sueldo, esta vez de otros. Al menos su desconcierto es sincero y evidente.

La Presidenta tiene un estilo diferente. No consigue adherirse a lo que dice. Su comunicación, además de su origen geográfico, es doble. Nos dice una cosa y piensa otra, de acuerdo con el vaivén de su gesto.
Doble gesto. Le entrega a Bush un voto a favor de la captura de los criminales iraníes; a nosotros nos ofrece derechos humanos y Malvinas.
Todos tenemos una relación con lo que decimos. Podemos decir lo que sentimos o pensamos o, también, usar el lenguaje como instrumento –es usual en la vida social y más aún en la vida política–, pero también para escamotear algo. Las palabras como un arte de la simulación (R. Terragno escribió un libro al respecto).
De ahí que la comunicación presidencial me hace pensar en un rasgo característico de nuestro lenguaje. Hay una cuestión que atañe a nuestra idiosincrasia y a nuestro estilo tradicional de ser y hablar, aquello que Borges llamó el idioma de los argentinos.

El otro día, una amiga que vive en Barcelona, que anda noviando con un catalán, me dijo que la pasaba bien, el problema era que la relación llegaba a un límite debido a una diferencia cultural. Le pedí que fuera más clara: “No entiende el doble sentido”, me dijo.
Es cierto, a los porteños nos pasa con frecuencia. Todo el mundo parece ingenuo menos nosotros. Hasta los napolitanos, los que más se nos parecen, no nos siguen en las “cachadas”. ¿Por qué será que todos los otros pueblos nos parezcan tan naif, hasta infantiles?
Esta duplicidad es porteña. Los cordobeses son distintos, tienen sus dichos, esos que conforman el muestrario del humor de alguien como Luis Juez. Son imágenes comparativas de alta complejidad.
Diré algunas: está tan flaco como caballo de ajedrez (come salteado). Pobre hombre, parece carpintero del oeste (vive haciendo diligencias). Este tipo es una cigüeña (viene cuando quiere y te trae lo que se le da la gana). Parece papel mojado (no se entiende lo que dice). Viene con lápiz de carpintero (tiene una mina gorda). Hay otros cientos en boca del ex intendente.
Tenía un amigo francés que cada vez que me contaba un chiste me dejaba perplejo. Yo no entendía de qué se reía y qué le veía de gracioso a su propia ocurrencia. Eran chistes de sentido único.

¿En qué consiste este arte tan nuestro del sentido doble?

Acudamos a las palabras de los expertos de una disciplina especializada. Se ocupa de estos temas la sociología de las costumbres. Pero es una disciplina peligrosa. Estos cientistas sociales retuercen su cerebro y vuelcan un léxico insoportable para llegar a decir lo que cualquiera ya sabe. Un estofado con mucha salsa y poca carne.
 Ezequiel Martínez Estrada que no era un sociólogo –se salvó de este karma universitario, fue un pensador y un fino observador habla en uno de sus libros del guarango.
La guaranguería es un derivado del doble sentido. Son formas de gozarlo al prójimo ostentando un poder. Un sociólogo, Julio Mafud, escribió hace años un libro sobre la viveza criolla. La justificaba como un mecanismo de defensa del criollo frente al inmigrante. La superioridad del europeo en materia de laboriosidad, disciplina y adaptación al mundo moderno, además del desprecio del nativo por no estar a su altura, era combatida con un arma llamada viveza que “desde abajo” lo cachaba, lo daba vuelta, lo ponía en ridículo.
La segunda generación, los hijos de los inmigrantes, se adaptaron y pasaron por la faz de “apiolamiento”, palabra introducida, según Mafud, por Scalabrini Ortiz.
Los discursos de la Presidenta fueron una piolada. El piola sabe que hace trampa, que lo que dice es para engañar a la gilada y hacerle un guiño a los muchachos. Cuando dice “humilde”, cancherea; cuando dice que dejen de lamentarse los verdugos financieros y los receteadores neoliberales, chicanea.
 El doble sentido permite agarrarlo a otro por detrás. Sabemos que el porteño, desde los tiempos coloniales, es muy sensible a este tipo de sorpresa. Es una pirueta verbal que nos consuela. Un traspié tras otro sólo nos permite hacer bromas de perdedor. Porque la verdad es que si hacemos una agenda con los últimos resultados, no le hemos ganado a nadie, perdimos con casi todos. Perdimos con los militares, con los radicales, con los peronistas, con los de afuera y con los de adentro. Nadie nos presta un peso, nos comimos nuestras riquezas, creamos miseria, nos matamos entre nosotros, vivimos de dos ilusiones hace rato enterradas y bien distribuidas entre Perón y Roca, todavía le echamos la culpa de nuestros malestares a los ingleses, ahora demonizamos el mundo por su biopolítica y la especulación inmobiliaria, queremos que se vayan todos los que nosotros mismos votamos más de una vez, debemos doscientos mil millones de dólares disponibles gracias a esa “timba” que hoy denostamos, los gastamos y no los devolvimos, nos gusta insultar a nuestros prestamistas mientras buscamos más dinero de nuevos financistas.
Por supuesto a los yanquis, históricamente, según la Presidenta, no les fue mejor. Ellos especulan, nosotros producimos. Viveza criolla disfrazada de falsa autoestima.

A pesar de haberme educado en el mundo de la gambeta, de la quebrada y del truco, creo que la picardía porteña también necesita revitalizarse. La chicana de la década del 50 ya no hace reír. La compadreada del 40, menos. La bravuconada del 70 está pinchada. La travesura del Testarossa ni hablar. Nos quedan el patoterismo, se lo ve con frecuencia –el otro día desplegó sus recursos con Felipe Solá–, y la ciclotimia pingüina con novecientos puntos de riesgo país.

Podemos mejorar.


*Filósofo.

lunes, 24 de septiembre de 2012

DIVAGUES






Otras nadas

Una Pregunta trampa




















Alguien se apuró en hablar de su fin cuando ella lleva disimulada en las geografías del mundo fechas que se cuentan por miles de millones, los momentos pasan y como seguramente otro alguien seguramente dijo nos quedan inadvertidos. Hasta al futuro agazapado parece pasarle en sus sesgadas miradas al presente que es harto pasado para él. Si de hablar de la historia se trata, pues, cabría hacerlo en grande, conjeturando el fin de la creación acompañando una implosión o explosión de un lejano Big Bang. Conjeturar su estruendoso sonido. No cristalizar oraciones al boleo en papeles blancos diciendo paparruchadas para ser leídas en las playas en una vacación. Conjeturar un inimaginable estruendoso gong sonando en infinito. Una fiesta de una infinita lluvia de infinitos puntos de colores cayendo de todas partes huérfanos caóticos y arremolinados de la fuerza de gravedad. Así vale una conjetura. 
O de los misterios de los relojes enlarvados en la espera de vaya uno a saber qué alquimia del inestimable azar. Conjeturar el fin de los misterios. También vale. O del goteo ausente de clepsidras insaciables siempre ávidas de humores, la sequía universal. También.
¿Que historiador puede adivinar sus vericuetos y caprichos si cuando la escribimos estamos engolosinados con ella? ¿Masticándola? En el presente eterno del tiempo continuo hasta que nos morimos?
¿Qué hay de juego en todo esto de adivinar el caprichoso azar orientado a un futuro con miradas que son obligadamente de soslayo sobre los documentos atesorados en los arcones y anaqueles por los siglos?
¿Qué?



Una pregunta trampa ¿quién puede saberlo?  la respuesta... no son más que palabras que nos salen al paso o veces ni siquiera eso, simples resabios que anidan nuestra mente.  ¿Qué razón nos asiste para pensar en eso?  Que alguien lo escriba y otro lo  lea mientras toma sol o espera que se haga la hora  para algo o hacer cualquier otra cosa del momento. Porque mientras lee ignora la clepsidra insaciable que le come  el tiempo. Porque al fin y al cabo ¿no se trata de eso? De ignorar o pensar generalidades para no pensar lo concreto o de pensar lo inconmensurable para no medir nada y seguir en la ignorancia que permite nada más que la vida tal como la conocemos.
Solo a veces como una nube en un día radiante, nos sobresalta ese pensamiento. O a mi me pasa. Siento un poco de frío y entonces me muevo para no sentirlo, trato de  ocuparme de algo más importante y cercano buscando volver a sentirme confortablemente indolente.
Pero puesta a pensar en  tiempo y en relojes, en esas inevitables clepsidras, me vuelvo absolutamente egoísta y doblo la apuesta, sería bueno ser parte de esa implosión  gigantesca, de esos fuegos sin artificio. Has hecho que lo imagine de nuevo como cuando era chica y le tenía miedo. Pero ahora con menos tiempo  pienso ¿Por qué no? ¿Tendré miedo acaso?  No lo creo, porque no estaré sola en ese momento y entre tantos millones alguien tomará mi mano con el mismo miedo, y será entonces menos.





A. S. 

Miss Musa













ESAS CARTAS



EN VIAJE











…..  sábado de locos...Glasgow...chicas que no podes creer, con kilos que les sobran por todas partes (de arriba y de abajo)  ¡ toneladas!!,  chicos bebiendo en las esquinas todo tipo de cosas en botellas raras.

 Estoy aprendiendo, tengo mi máquina pero escribo desde el lobby del hotel mirando la calle, recién llego de comer y me quedé abajo para escribirte. Y aprendo a no mandarte cinco correos diarios.
  Escocia es maravillosa,  Edimburgo es una ciudad espléndida, grandiosa, tengo que pensar muy bien para encontrar como definirla. Luego te contaré, no me sale todo ahora. 
Pero eso fue antes  y hoy a las 8 y media llegamos a esta Gasglow que parece de carnaval...yo con abrigo de invierno y las chicas en la calle mostrando escote hasta el ombligo y piernas hasta el borde de la tanga.....pienso en vos...imagino tu cara y tus palabras…."¡¡ Me pongo loco!!"...  Aunque de verdad no se si te gustaría tanto y tan expuesto. Me asombra todo, todo lo que veo y vivo, lo que leí y lo que compruebo y lo que es taaan diferente.
 Son las doce pasadas de la noche veo que sigue el carnaval afuera y acá este deshilvanado correo.
Buenas noches, hasta mañana o cuando Providencia mediante vuelva a conectarme.


…………….Aunque acá sean casi las 7 de la tarde y ya abandonamos Gran Bretaña...Llegamos a París a las dos y desde que llegamos no paramos....del frío pasamos a los 27 grados de esta tarde.

París siempre demasiado señorial y aunque los cafecitos están llenos y rebosa la calle de gente, hoy se ve un poco chata...Veremos. Nuestro hotel es chico y muy lindo en la rive gauche, casi enfrente de Notre Dame, cruzando el Sena. ...precioso todo esto.
Bello día, pero muerta, muy cansada, mucho andar, poco dormir. Pero escribiéndote con la mente, y archivando mis recuerdos para contarte. Fuimos a comer a una boulangerie y creo que si seguimos así, deberé ponerme a agua y agua, menos mal que caminamos km y km.
Lo mejor del día ha sido poder conectarme desde la misma habitación del hotel...¡¡GRATIS!!

Y  ENCONTRARTE.

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La hora en el Meliá, suponemos nos pasan a buscar a las 8 ó 9, más o menos?

¿En Paris no pasan por el hotel?  ¿Dónde hay que ir?
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Nuestro paso por el Louvre fue bastante rápido, un paneo apenas, pero es imposible verlo todo.
Entre tantas obras, que vimos y que no, fijate en el cuadro de la Virgen de las Rocas, ese que te mostré y que nombran para explicar algo de Leonardo, en el ' Código da Vinci'

Tic, tac, tic tac, quedan ¿33 días? Hmmmmmm ¡que felicidad!!




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Cosas pequeñas,  que no me olvidaré ni de la Alhambra (que me decepcionó un poco) o la catedral de Sevilla. O algo que no conocía y estos’ gallegos’ aprovechan los ' pueblos blancos' Pueblos que se ven así desde los caminos de montaña.

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Hemos visto pavos reales ayer, en un parque. Los pueblos blancos son nuevos también para mí, no sabía que significaban. Son pueblos que desde lejos y desde lo alto se ven blancos porque así están pintados, encalados. Solo un borde en las ventanas en un amarillo ocre que acá llaman Albero. Albero tanto en Andalucía como en Portugal donde hemos llegado. Debe ser una antigua costumbre que ahora 'usan' como algo novedoso y especial.

En estos momentos estoy como vos, en la cama, las piernas sosteniendo la notebook, la luz entrando por la ventana a mi derecha...y Lisboa ahí a la vista, abajo







La musa viajando.









domingo, 23 de septiembre de 2012

LATINOAMERICA ESCRIBE



La lista que hizo historia




En el ambiente literario iberoamericano se respiraba una especie de internacionalismo que antes no existía: los argentinos conocían lo que se hacía en México o en Colombia. En los sesenta se decía que la capital de América Latina era París porque allí se encontraron todos los escritores de aquella zona, unos exiliados de las dictaduras de sus países, mientras que otros estaban en misiones diplomáticas. El movimiento literario que estaba naciendo disponía de corte propia, ejército y artillería. En la capital francesa, el crítico Emir Rodríguez Monegal fundó la revista Nuevo Mundo cuyo propósito fundamental era promocionar esta nueva cultura literaria. Los autores se movían con su séquito, y la prensa, en especial la argentina, hablaba ya de una “concienciación literaria”. Sus obras circulaban por el continente gracias a las distribuidoras y a la nueva actitud de las editoriales. A los universitarios e intelectuales se les sumó un numeroso grupo de lectores que devoraba apasionadamente novelas como Rayuela, La ciudad y los perros o Pedro Páramo. El boom latinoamericano contó con muchos escritores y tres polos geográficos: Buenos Aires, México y Barcelona, donde la relación con Carlos Barral fue clave. Entre ellos, los más jóvenes se apodaron la Mafia. No eran íntimos, pero unos remitían a otros y salían juntos en las fotos. Había también sus pugnas internas, odios y celos irreconciliables, pero eso contribuyó también a agrandar la leyenda.







En ese ambiente y sin proponérselo, Luis Harss (Valparaíso, Chile, 1936), profesor de Letras y escritor, estableció el canon de lo que luego se conoció como el boom latinoamericano. Y lo hizo, como muchas cosas en la vida, por casualidad. Cuenta que fue Julio Cortázar, con el que se encontró en París, quien le animó a escribir un libro que captara las nuevas tendencias literarias. A estas alturas, casi cincuenta años después, ya nadie le puede negar su olfato literario. 'Los nuestros' se publicó en inglés y pasó con más pena que gloria, hasta que la Editorial Sudamericana lo publicó, unos meses después, en 1966, en español. Se trataba de un ensayo de crítica literaria con 10 entrevistas a otros tantos autores iberoamericanos; algunos como Borges, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Juan Carlos Onetti o Cortázar, ya consagrados, pero otros, como Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa o Gabriel García Márquez no superaban la cuarentena; João Guimarães Rosa era el único de ascendencia brasileña. La región más trasparente de Fuentes ya contaba con lectores, pero Cien años de soledad de García Márquez era un manuscrito inacabado cuando entrevistó a su autor en la localidad mexicana de Pátzcuaro. A todos les unía la idea de que su país común era el español. El idioma se había convertido en un artefacto arcaico que necesitaba renovarse. Lo cambiaron, dejando de lado el floreo literario que marcaba la época por el habla de la calle. Fuera, les esperaba un público hambriento por reconocerse en historias cercanas.Los nuestros no llegó a editarse en España, pero se convirtió en libro de obligado estudio. Alfaguara lo recupera ahora en el cincuenta aniversario del fenómeno literario.
Aquellos escritores descubrieron que era más eficaz escribir como se habla o como se sueña para trasladar historias cercanas y populares. El lenguaje y su forma local, el idioma es identidad. “Usar el lenguaje ajeno es alienación”, cuenta Luis Harss desde su casa, en un pequeño pueblo del Estado de Pensilvania, donde vive retirado de la enseñanza y de la crítica, entretenido ahora en la escritura de un nuevo relato. Este escritor ha desarrollado su propia teoría sobre el lenguaje, relacionada con el arranque de lo que fue la búsqueda de la novela totalizadora: los escritores iberoamericanos (aunque los de clase culta hablaban francés) se educaban leyendo traducciones del ruso, del alemán o del inglés. “En general versiones muy torpes, de editoriales españolas que deformaban, estereotipaban o censuraban. Quedaba un muñón parecido a todos los otros muñones que salían del mismo proceso. Se ha observado que el lenguaje de la traducción es generalmente el término medio de la época con sus mediocridades, lugares comunes y percepciones desgastadas, una horma rígida y un mortero. Eso es lo que leían los escritores, en eso se inspiraban, por eso todo salía tan mal y sin imaginación. Después se abrieron las puertas al mundo. Más cultura literaria, más manejo de idiomas, mejores traducciones, a veces por escritores buenos, por poetas, gente sensible. El escritor se educó, vio más, pudo más. La traducción se interiorizó, en vez de representar superficies”. Así empezó a redactarse la nueva novela.






Viendo nacer una generación clásica

ALEJO CARPENTIER. ((La Habana, 1904) fue quizás el primero de nuestros novelistas en querer asumir la experiencia latinoamericana en su totalidad, por encima de sus efímeras variantes regionales y nacionales. Nuestra novela estaba en su infancia cuando empezó a escribir. Era poco más que escenografía. Su aparato era pomposo y retórico. Recorrió de punta a punta nuestro mundo tratando de asimilar e integrar todo lo que encontraba hasta poseerlo. Se buscaba como todo latinoamericano en la fábula y el mito. Su pasión ha sido seguir los pasos perdidos del continente, descifrar sus oráculos olvidados. El resultado es una obra de gran alcance y vigor.
MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS. Vivió y sufrió su época, y supo expresar su dolor. Ha hecho de su obra una especie de tribunal de apelaciones, refugio de los humildes con sus penas anónimas, templo de piedad y justicia donde claman las voces de los desposeídos… Visto hoy en perspectiva, El Señor Presidente ha envejecido, no intimida. Lo que da fuerza al libro es la sensación de que es un espejo deformado pero reconocible de una realidad sórdida, tristemente conocida por todos los que han recorrido los barrios bajos de las ciudades latinoamericanas. Pero es probable que se le recuerde por Hombres de maíz, un libro arrollador, en el que persigue lo que llama “un idioma americano”. Se da cuenta de que el floreo retórico y los lugares comunes de la prosa académica han sido la plaga de nuestra novela.
JORGE LUIS BORGES. Ha inventado su propio género, a medio camino entre el cuento y el ensayo, para darse completa libertad de movimiento. Varían las proporciones, pero la tendencia es siempre, como él dice, “estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético”. Pero hay algo más: una aspiración al absoluto que se vislumbra en las formas de la imaginación… Un cuento de Borges es algo muy especial. Cada uno de ellos rompe el molde. Combina felizmente, y en las formas más inesperadas, el suspenso y el teorema. Usa la sorpresa, la falsa apariencia y el argumento sofístico a la manera de la novela policiaca; mezcla la burla y la metafísica, la lógica y la argucia, la realidad y el hecho apócrifo.
JOÃO GUIMARÃES ROSA. Lleva cada línea del paisaje impresa en la palma de la mano. Hubo exploradores que abrieron fronteras en el interior, apropiándose de lejanas tierras de pastoreo que a veces fueron verdes y florecieron hasta convertirse en prósperas fazendas. Echar ancla en esas regiones inhóspitas siempre estuvo en conflicto con el espíritu vagabundo. La vida nunca era completamente sedentaria. Bajo el colono estaba el nómada. Guimarães Rosa encarna esa dualidad… Nadie ha penetrado como él en la psicología del habitante del sertão. El lenguaje es densamente emotivo, mezcla de erudición y dialecto, lleno de giros inesperados, inversiones, proverbios, interjecciones, preguntas retóricas.
JUAN CARLOS ONETTI. Hay en él algo genuinamente autóctono que va mucho más hondo que las estridentes protestas de nacionalismo literario que caracterizan a tantos de sus compatriotas. Los años que ha pasado entre Montevideo y Buenos Aires lo han asimilado al alma y al carácter de la zona. No fue él quien inventó la novela urbana en el Uruguay; el género ya existía, pero la ciudad muchas veces estaba en Europa, y en otros tiempos. Los escenarios locales no eran considerados dignos de interés. Onetti cambió todo eso. La vida breve puede ser su obra maestra, libro de inagotables desdoblamientos, un monumento a la evasión a través de la literatura.
JULIO CORTÁZAR. Es la prueba que necesitábamos de que existe una poderosa fuerza mutante en nuestra literatura que lleva a la metafísica (o la patafísica cuando la metafísica se toma en chiste). Brillante, minucioso, provocativo, adelantándose a todos sus contemporáneos latinoamericanos en el riesgo y la innovación… Es un hombre de fuertes anticuerpos. Con el tiempo ha ido descartando los efectos fáciles de la narrativa tradicional: el melodrama, la sensiblería, la causalidad evidente, la construcción sistemática, las amabilidades y la demagogia retórica. Ha buscado en la paradoja el verdadero acorde. Es difícil por el momento medir su impacto. Rayuela (1963) fue un huracán, es una obra ambiciosa e intrépida, a la vez un manifiesto filosófico, una rebelión contra el lenguaje literario y la crónica de una extraordinaria aventura espiritual.
JUAN RULFO. Sus libros están en un paisaje de tragedia clásica, los muertos lo persiguen. Sabe que el peso de los antepasados aumenta con la distancia. El de los suyos, que están lejos, no lo ha descargado nunca. Se ha pasado la vida abriendo tumbas en busca de sus orígenes perdidos. Su brillante y breve carrera ha sido uno de los milagros de nuestra literatura. No es, en el fondo, un renovador sino, al contrario, el más sutil de los tradicionalistas. Pero ahí radica su fuerza. Escribe sobre lo que conoce y siente, con la sencilla pasión del hombre de la tierra en contacto inmediato y profundo con las cosas elementales: el amor y la muerte, la esperanza, el hambre, la violencia. Con él, la literatura regional pierde su militancia panfletaria, su folclore. …Su lenguaje es tan parco y severo como su mundo. Es un estoico que no blasfema contra la vida, acepta el destino. Por eso su obra brilla como un fulgor lapidario. Pedro Páramo no es épica sino elegia. El ritmo del lenguaje es el de la sangre.
CARLOS FUENTES. En 1959 publicó La región más transparente, una supernovela en la que se narra, como lo llamaba el autor, “la biografía de una ciudad y una síntesis del presente mexicano”. La novela estaba destinada en cierta forma a ser un foro para las opiniones contradictorias de la época. Se llama al debate, no a una decisión final. Refleja la preocupación de ese momento por fijar, por resumir, por destilar lo mexicano. Está entre los poquísimos escritores latinoamericanos que dominan las disciplinas del cuento, ¿será por la simpatía que siente por la literatura norteamericana, donde florece el género?... El cuento además se presta idealmente a la pirueta brillante que siempre tienta a Fuentes. Es el arte de la baraja y la sorpresa, y nadie lo sabe mejor que él, que maneja la forma como si la hubiera inventado.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ. Su empecinamiento nace de la nostalgia: por una época y por un lugar. Ha estado fuera demasiado tiempo. “Se me están enfriando los mitos”. Hará cualquier cosa para revivirlos. Son la luz —y la felicidad de la inspiración— que le viene de su infancia. EnLa hojarasca se destacan ya ciertos prototipos que poblarán los otros libros: el vetusto coronel, el médico de alma atormentada, la serena y consecuente figura femenina, siempre en García Márquez, un baluarte en la adversidad… Mas allá de los hechos cotidianos que constituyen el relato se advierte la intención mágica… Una misma subjetividad anima a todas sus creaciones. Los papeles que se reparten derivan todos de un solo repertorio mental. …La próxima fase del libro, que anuncia para marzo o abril de 1967, se llamará Cien años de soledad. Será la muy esperada biografía del elusivo coronel revolucionario, Aureliano Buendía. Será como la base del rompecabezas cuyas piezas ha venido dando en los libros precedentes.
MARIO VARGAS LLOSA. Cuando acababa de cumplir los 26, con sólo dos obras a su nombre, ya se destacaba entre nuestros escritores jóvenes. Era un inspirado que parecía haber nacido bajo una lengua de fuego. Tenía fuerza, fe y la verdadera furia creadora. La fama le había llegado pronto, pero se la había ganado honradamente. Hasta ahora ha sido menos profundo que pródigo. Su visión es limitada, sus caracterizaciones pueden ser esquemáticas y hasta simplistas, y es un empedernido determinista y antivisionario, pero una invencible riqueza de temperamento, una poderosa carga emotiva y una interioridad que él niega pero no puede reprimir dan densidad a su materia dramática. La ciudad y los perros (1962), su primera novela, narra la vida del colegio militar Leoncio Prado. Dos generales lo denunciaron, calificándolo de profanación y acusando al autor de ser enemigo del Perú y comunista.

Párrafos extraídos de Los nuestros, de Luis Harss.






Fuente: El País. España








viernes, 21 de septiembre de 2012

HÉROES Y TUMBAS





Huacalera*

 Ernesto  Sábato









Galopaban furiosamente hacia la frontera, porque el coronel Pedernera ha dicho: "Esta misma noche debemos estar en tierra boliviana". Detrás se oyen los disparos de la retaguardia. Y aquellos hombres piensan cuántos camaradas y quiénes de los que cubren aquella huida de siete días habrán sido alcanzados por la gente de Oribe.
Hasta que en medio de la noche atraviesan la frontera y pueden derrumbarse y por fin descansar y dormir en paz. Una paz, sin embargo, tan desolada como la que reina en un mundo muerto, en un territorio arrasado por la calamidad, recorrido por silenciosos, lúgubres y hambrientos caranchos.
Y cuando a la mañana siguiente Pedernera da orden de montar y de reiniciar la marcha hacia Potosí, aquellos hombres montan a caballo pero permanecen largo tiempo mirando hacia el sur. Todos (también el coronel Pedernera), ciento setenta y cinco rostros, pensativos y taciturnos hombres y también una mujer, mirando hacia el sur, hacia la tierra que se conoce con el nombre de Provincias Unidas (¡Unidas!) del Sur, hacia la región del mundo en que esos hombres han nacido, y donde quedan sus hijos, sus hermanos, sus mujeres, sus madres. ¿Para siempre?
Todos miran hacia el sur. También el sargento Aparicio Sosa, con su tachito, con aquel corazón apretado contra su pecho, mira hacia allá.
Y también el alférez Celedonio Olmos, que a la edad de diecisiete años se unió a la Legión, junto a su padre y a su hermano, ahora muertos en Quebracho Herrado, para combatir por ideas que se escriben con mayúsculas; palabras que luego van borroneándose y cuyas mayúsculas, antiguas y relucientes torres, se han ido desmoronando por la acción de los años y los hombres.
Hasta que el coronel Pedernera comprende que ya basta, y da la orden de marcha y todos tiran de sus riendas y hacen volver sus cabalgaduras hacia el norte.
Ya se alejan en medio del polvo, en la soledad mineral, en aquella desolada región planetaria. Y pronto no se distinguirán, polvo entre el polvo.
Ya nada queda en la quebrada de aquella Legión, de aquellos míseros restos de la Legión: el eco de sus caballadas se ha apagado; la tierra que desprendieron en su furioso galope ha vuelto a su seno, lenta pero inexorablemente; la carne de Lavalle ha sido arrastrada hacia el sur por las aguas de un río (¿para convertirse en árbol, en planta, en perfume?). Sólo permanecerá el recuerdo brumoso y cada día más impreciso de aquella Legión fantasma. "En las noches de luna --cuenta un viejo indio-- yo también los he visto. Se oyen primero las nazarenas y el relincho de un caballo. Luego aparece, es un caballo muy brioso y lo muenta el general, un blanco como la nieve (así ve el indio al caballo del general). Él lleva un gran sable de caballería y un morrión alto, de granadero." (¡Pobre indio, si el general era un rotoso paisano, con un chambergo de paja sucia y un poncho que ya había olvidado el color simbólico! ¡Si aquel desdichado no tenía ni uniforme de granadero ni morrión, ni nada! ¡Si era un miserable entre miserables!)
Pero es como un sueño: un momento más y en seguida desaparece en la sombra de la noche, cruzando el río hacia los cerros del poniente...










*Sobre héroes y tumbas. (1961)( Fragmento)