DOBLE SENTIDO ARGENTINO
Cancherismo, guaranguería y piolada
Tomas Abraham *
La Nación.
El otro díala Presidenta , antes de
partir para los EE.UU., les decía a los del “Norte” que dejen de dar recetas
cuando ni siquiera saben arreglar sus problemas en casa. Afirmaba estar
orgullosa de ser doblemente del Sur, viene del sur del sur, a la vez que
encomiaba nuestro modelo de acumulación, ahorro y desarrollo que “humildemente”
construyó día a día con su esposo Néstor.
27.09.2008
El otro día
Finalmente, después de
insistir en un recinto casi vacío de las Naciones Unidas en que los jerarcas
del Primer Mundo no hacen más que comer lo mismo que segregaron y de bautizar
la crisis nórdica de “efecto jazz” (mal elegida la ironía, es un efecto
ketchup), confiesa no desearle mal a nadie. Doble mensaje, doble sentido y no
sólo doble sur.
Lejos de querer anotarme en
la monótona lista de los que critican al oficialismo, no deja, sin embargo, de
llamarme la atención el desastre comunicacional en el que se ve hundido este
Gobierno.
Aníbal Fernández
embanderado como comunicador en jefe, luego de denunciar a troskistas pirómanos
y asegurar que tiene las fotos que lo prueban, está excitado gritando que
Antonini es un mequetrefe a sueldo, esta vez de otros. Al menos su desconcierto
es sincero y evidente.
Doble gesto. Le entrega a
Bush un voto a favor de la captura de los criminales iraníes; a nosotros nos
ofrece derechos humanos y Malvinas.
Todos tenemos una relación
con lo que decimos. Podemos decir lo que sentimos o pensamos o, también, usar
el lenguaje como instrumento –es usual en la vida social y más aún en la vida
política–, pero también para escamotear algo. Las palabras como un arte de la
simulación (R. Terragno escribió un libro al respecto).
De ahí que la comunicación
presidencial me hace pensar en un rasgo característico de nuestro lenguaje. Hay
una cuestión que atañe a nuestra idiosincrasia y a nuestro estilo tradicional
de ser y hablar, aquello que Borges llamó el idioma de los argentinos.
El otro día, una amiga que
vive en Barcelona, que anda noviando con un catalán, me dijo que la pasaba
bien, el problema era que la relación llegaba a un límite debido a una
diferencia cultural. Le pedí que fuera más clara: “No entiende el doble
sentido”, me dijo.
Es cierto, a los porteños
nos pasa con frecuencia. Todo el mundo parece ingenuo menos nosotros. Hasta los
napolitanos, los que más se nos parecen, no nos siguen en las “cachadas”. ¿Por
qué será que todos los otros pueblos nos parezcan tan naif, hasta infantiles?
Esta duplicidad es porteña.
Los cordobeses son distintos, tienen sus dichos, esos que conforman el
muestrario del humor de alguien como Luis Juez. Son imágenes comparativas de
alta complejidad.
Diré algunas: está tan
flaco como caballo de ajedrez (come salteado). Pobre hombre, parece carpintero
del oeste (vive haciendo diligencias). Este tipo es una cigüeña (viene cuando quiere
y te trae lo que se le da la gana). Parece papel mojado (no se entiende lo que
dice). Viene con lápiz de carpintero (tiene una mina gorda). Hay otros cientos
en boca del ex intendente.
Tenía un amigo francés que
cada vez que me contaba un chiste me dejaba perplejo. Yo no entendía de qué se
reía y qué le veía de gracioso a su propia ocurrencia. Eran chistes de sentido
único.
¿En qué consiste este arte
tan nuestro del sentido doble?
Acudamos a las palabras de
los expertos de una disciplina especializada. Se ocupa de estos temas la
sociología de las costumbres. Pero es una disciplina peligrosa. Estos
cientistas sociales retuercen su cerebro y vuelcan un léxico insoportable para
llegar a decir lo que cualquiera ya sabe. Un estofado con mucha salsa y poca
carne.
Ezequiel Martínez Estrada
que no era un sociólogo –se salvó de este karma universitario, fue un pensador
y un fino observador habla en uno de sus libros del guarango.
La guaranguería es un
derivado del doble sentido. Son formas de gozarlo al prójimo ostentando un
poder. Un sociólogo, Julio Mafud, escribió hace años un libro sobre la viveza
criolla. La justificaba como un mecanismo de defensa del criollo frente al
inmigrante. La superioridad del europeo en materia de laboriosidad, disciplina y
adaptación al mundo moderno, además del desprecio del nativo por no estar a su
altura, era combatida con un arma llamada viveza que “desde abajo” lo cachaba,
lo daba vuelta, lo ponía en ridículo.
La segunda generación, los
hijos de los inmigrantes, se adaptaron y pasaron por la faz de “apiolamiento”,
palabra introducida, según Mafud, por Scalabrini Ortiz.
Los discursos de la Presidenta fueron una
piolada. El piola sabe que hace trampa, que lo que dice es para engañar a la
gilada y hacerle un guiño a los muchachos. Cuando dice “humilde”, cancherea;
cuando dice que dejen de lamentarse los verdugos financieros y los receteadores
neoliberales, chicanea.
El doble sentido permite
agarrarlo a otro por detrás. Sabemos que el porteño, desde los tiempos coloniales,
es muy sensible a este tipo de sorpresa. Es una pirueta verbal que nos
consuela. Un traspié tras otro sólo nos permite hacer bromas de perdedor.
Porque la verdad es que si hacemos una agenda con los últimos resultados, no le
hemos ganado a nadie, perdimos con casi todos. Perdimos con los militares, con
los radicales, con los peronistas, con los de afuera y con los de adentro.
Nadie nos presta un peso, nos comimos nuestras riquezas, creamos miseria, nos
matamos entre nosotros, vivimos de dos ilusiones hace rato enterradas y bien
distribuidas entre Perón y Roca, todavía le echamos la culpa de nuestros
malestares a los ingleses, ahora demonizamos el mundo por su biopolítica y la
especulación inmobiliaria, queremos que se vayan todos los que nosotros mismos
votamos más de una vez, debemos doscientos mil millones de dólares disponibles
gracias a esa “timba” que hoy denostamos, los gastamos y no los devolvimos, nos
gusta insultar a nuestros prestamistas mientras buscamos más dinero de nuevos
financistas.
Por supuesto a los yanquis,
históricamente, según la
Presidenta , no les fue mejor. Ellos especulan, nosotros
producimos. Viveza criolla disfrazada de falsa autoestima.
A pesar de haberme educado
en el mundo de la gambeta, de la quebrada y del truco, creo que la picardía
porteña también necesita revitalizarse. La chicana de la década del 50 ya no
hace reír. La compadreada del 40, menos. La bravuconada del 70 está pinchada.
La travesura del Testarossa ni hablar. Nos quedan el patoterismo, se lo ve con
frecuencia –el otro día desplegó sus recursos con Felipe Solá–, y la ciclotimia
pingüina con novecientos puntos de riesgo país.
Podemos mejorar.
*Filósofo.
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