jueves, 20 de septiembre de 2012

CONFESIÓN





Amor




                                   















                                          


Cuando una boca se cerraba  en torno a una cuchara, había dos vacías que lloraban, de modo que iba de un lado a otro como una madre pájaro a quien la burlona naturaleza le ha mandado una bandada demasiado numerosa. Así iba a ser mi vida hasta que las tres aprendieran a valerse por sí mismas. Juntas fueron mi primera progenie. Respiraba de alivio cada vez que daban un paso que las alejaba de mí. Así ocurre siempre con el primogénito, tanto que tipo de madre seas: rica, pobre, medio muerta de agotamiento o feliz y contenta. Al primogénito siempre le metes prisa: como animas a esos piececitos a cada paso que dan. Examinas cada pliegue de carne a la busca de la precocidad, y te jactas de ella ante el mundo.
Pero la pequeña es el bebé que arrastra su olor como una bandera de entrega  a través de tu vida, pues sabes que detrás no viene ninguno:  oh,  eso es amor con un nombre distinto. Es el bebé que seguirás teniendo en brazos una hora después que se haya dormido.   Si  la pones en la cuna  a lo mejor despierta metamorfoseada y se aleja volando. De modo que la meces junto a la ventana,  bebiendo la luz de su piel, respirando los sueños que exhala. Tu corazón aúlla a las medias lunas de sus pestañas cerradas sobre sus mejillas. A ella eres incapaz de acostarla.

Mi pequeña, mi sangre, mi honesta verdad: suplícame que no te deje, pues donde tu vayas yo iré. Donde yo me  aloje, nos alojaremos juntas. Donde  yo muera, tu serás enterrada





La Biblia envenenada. 
Bárbara  Kingsolver.( Fragmento )

















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