viernes, 14 de septiembre de 2012

DEL CAMPO EN LA NOCHE





Lobería  ( Fragmento) 

 Alejandro Schleh










Dejé a Martín, a mi primo, y a mi hermano menor en el auto, pasé del otro lado del alambre, y emprendí la caminata hasta la primera posta: la casa que estaba a mil metros de nosotros. Al llegar aplaudí para llamar la atención de los moradores, que no sé si se habrán enterado de mi golpeteo de manos ya que cuatro o cinco perros a mi alrededor ladraban insistente y ruidosamente. Escopeta en mano, apuntando hacia abajo, apareció un hombre petiso, de bombachas negras y rastra. Lucía en su cabeza un sombrero de ala ancha que levantada en el frente formaba un ángulo recto. No voy a poder deletrear seguramente de manera correcta su apellido de origen incierto y que por esas cosas del crisol de razas acabó puesto en semejante gaucho; se pronunciaba y ahora escribo así: Kulóz, con acento en la o. Reconocí en el acto al personaje; lo había visto en dos o tres oportunidades de visita en La Curtida y tenía bien guardada en mi cabeza su imagen y la fonética del apellido. Lando lo nombraba cada tanto; eran amigos. A veces, en época de inundaciones, pasaba con un Rambler algo decrépito por dentro de La Curtida; era su paso obligado para ir a Lobería cuando los caminos municipales estaban llenos de agua. Él no tenía la más pálida idea de quién era yo. Su mujer me miraba desde la puerta de la casa con su pañuelo en la cabeza. Las gallinas y los gansos picoteaban indiferentes. Le expliqué que lo conocía, que lo había visto en varias oportunidades en “el campo de Lando”; como algunos conocían a La Curtida y a mí me daba bronca. Al poco rato, aunque se notaba que no era de su agrado,  me estaba ensillando un caballo mientras anochecía; me recomendó el mancarrón. Así inicie mi cabalgata con una responsabilidad más a cuestas internándome en el campo cada vez más oscuro; tenía la de llegar a buen puerto en busca de auxilio para los que quedaron sentados en el auto, sumaba la del caballo ese, ajeno, que Kulóz me prestó a regañadientes.
Mi vida arriba de un caballo para cumplir una misión. Me sentía importante y pleno.
Arranqué al paso; al rato ya andaba en un galopito sostenido y como en nada estaba mi cabeza diferente de disfrutar aquel momento se fue mi mente a confundir con la música acompasada al ritmo del galope, el cuerpo a respirar profundo el aire aquel. Sentía la trascendencia y peso, la responsabilidad del objetivo a cumplir sólo apta para buenos jinetes y conocedores de la zona. Ninguno de mis compañeros de viaje hubiera sabido andar por los lugares donde anduve yo y por los que pasé en la travesía. Cosa rara en ese trance, me invadió una rara felicidad pocas veces antes experimentada. Y una sensación libertad.


No reparé en la negrura que en contados minutos me tendría envuelto y me dejaría sumido en un vagar a tientas por potreros cuyos caminos perdería de vista una y otra vez. Llegué a perder todo del todo, algunos segundos, algún minuto, minutos eternos. Me detenía y giraba en redondo. Retomaba en un corto taconeo algún camino. Nunca mis pupilas deben haber estado tan grandes; ni yo vivido una situación como esa. Arrancaba. Paraba. No sabía que la noche sin Luna se pone tan absolutamente negra que no se ve más allá de cincuenta centímetros, un metro, a duras penas las orejas al caballo; si algo había oído alguna vez, ahí estaba la práctica tangible.

Sólo alguna que otra lucecita referencia de nada en medio de la inmensidad, una estrella mortecina titilante. E indescifrables las distancias que separan. Porque el campo se pone infinito y no como metáfora. Ausente su horizonte que puede estar al lado de uno sin embargo. Como las lucecitas de las pocas casas diseminadas en la planicie son estrellas y las estrellas lucecitas de las casas, las lejanías que de lejos se ponen cercanas, todas las magnitudes son sin patrón alguno. Irreales las medidas, los sentimientos; fantasmagórico lo poco que se ve, todo así, en esa casi nada. El jinete va perdido en un espacio, pero con la gravedad de aquí sin escafandra. Todo en negro y sombra. Se extrañan el blanco selenita y la penumbra. Así iba. Cómo podía poco más que al paso, como en un tranco; por momentos en un “galope reunido” elegante para nadie, sin espectadores. Salvo uno de uno mismo mirándose afuera desde dentro. Olvidado del mundo. Oteando cada tanto por arriba, buscando ver la terminación de las copas de los eucaliptus pintados a lo largo del camino que de tanto en tanto hacían de guía en las alturas. Sabía que por fin había llegado a la larga ceja de monte de Beheran y de ahí en más era terreno algo conocido para mí. Sin embargo es rara la mente. Un caballo con tan pocas mañas como aquel no podía negarse a seguir para adelante después de andar un tiempo largo con su jinete a cuestas. Así porque sí. Lo castigué hasta que luego de retobarse un poco y levantarse de manos y resoplar optó por obedecer. Pasó como pudo aquel guardaganados invisible; apenas empezamos a cruzarlo caí en la cuenta de lo que estaba pasando. Lo habrá sorteado en puntas de pie, todavía me suenan los golpes de los cascos contra las viguetas de los travesaños. Recuerdo cada una sus metidas de pata que no terminaron por suerte en quebraduras; que fueron dos. Por qué no se me ocurrió la existencia de una causa científica y no psicológica en la cabeza de aquel animal que le impedía seguir, todavía me lo pregunto. Podía haber terminado allí nuestro viaje y yo como San Martín,  esperando algún Cabral. Ya del otro lado del potrero recordé la tranquera contigua al guardaganado aquél, ambos invisibles.

Giré en redondo, alcancé a vislumbrarla. Qué simple hubiera sido abrirla de haberla visto minutos antes. Pero fue con suerte el contratiempo y a poco andar, terminada la larga ceja, aparecieron allá lejos pero cerca las luces de las casas. Abierto un poco más el campo, retirado de la cercanía de las plantas, me largué en un galope sostenido hasta alcanzar la tranquera de atrás de La Curtida.



























2 comentarios:

  1. Vengo de leerme en MILITANCIA y ahora me encuentro aquí...entreverado con artículos interesantes y párrafos de escritores de renombre. Sin palabras. Gracias Miss Musa Encantada de nuevo...

    A.Schleh

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  2. Gracias a vos por estos textos Alejandro. Este lo tiene todo, la realidad y lo fantástico.

    De nuevo

    Gracias !

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