jueves, 13 de septiembre de 2012

HACIA LOS LABERINTOS






Mi propia persona

Almudena Grandes








Aquel día desde que me levanté y a esas horas  aún era de noche, el desastre acechaba desde el fondo de todos los caminos.
Era el 3 de diciembre, exactamente un año después de emprender mi viaje a Suiza, pero no me alarmé, la efemérides no podía empeorar lo que ya era peor, y estaba acostumbrada a esa clase de días, sabía domarlos, aunque jamás lograría destripar un mecanismo ligado a los peores excesos, la misteriosa duplicidad que, precisamente entonces, yo misma distinguía en mi misma con mucha más nitidez que en los buenos momentos, cuando el indicio más insignificante dotaba a mi esperanza de alas tan poderosas para elevarme sin dificultad sobre el vasto y sólido universo de la sensatez. Los Hombres X, mutantes voladores, anfibios, amorfos, inermes o invencibles, con láser en los ojos, garras de acero en los dedos, muelles en los pies o visión de larga distancia, me contaban cada tarde la historia de mi vida, mientras trataban de recuperar sin éxito la condición humana que habían perdido contra su voluntad. Porque en mi caso, como en el suyo, no se trataba de vivir dos vidas diferentes, que eso al fin y al cabo no es tan difícil, sino de vivir una sola vida desde dos naturalezas distintas, registrar cada acontecimiento en dos memorias separadas y simultáneas, duplicar una mirada que contempla un mundo único para interpretar después dos informaciones paralelas, aisladas entre sí, quizás contradictorias la de los humanos que fueron, la de los mutantes que son. A veces me sentía como si un espíritu parásito, arteramente cobijado en mi interior, hubiera decido aflorar a la superficie para divertirse, poseyéndome solo a ratos, o tal vez porque ninguna pieza de ese rompecabezas tenía sentido fuera de mi misma, como si una zona oscura y anterior de mi propia conciencia pudiera medrar a placer, y a traición, hasta convertirse en un ser completo, capaz de suplantar al que yo había creído encarnar hasta aquel instante. No encuentro otra manera de explicar lo que me ocurría, la tumultuosa coexistencia de una mujer que era, y otra que deliraba, en los concretos límites de mi propia persona….







Atlas de geografía humana. Fragmento









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