Al almacén de La Providencia íbamos
cada tanto. Pasábamos un rato tomando cervezas, adquiríamos otras para llevar,
cigarrillos, alguna cosa más. Un rato de sociología y conocimiento de la gente
del lugar luego de lo cual partíamos de regreso. Un viaje justificado por un
paseo de compras y aprendizaje.
Una tarde cualquiera,
mientras volvíamos a casa, se desinfló una rueda y quedamos varados en el
camino a muy pocos metros de una tapera, como era nuestra costumbre, carentes
de auxilio. Un casquito muy pequeño y abandonado, una casa de ladrillos ya sin
techo cuyas paredes se iban gastando con el pasar de los años, las lluvias y el
viento, fue inspeccionado por nosotros de punta a punta, antes de partir en
busca de auxilio. Un molino roto y frenado, un pozo ciego derrumbado, alambres
caídos, un gallinero sin gallinas y ramas de eucaliptos y hojarasca por todos
los rincones. Lo que había sido un bañadero de ovejas terminó convertido en un
enorme macetero lleno de plantas silvestres. Una manga de palos blancos pequeña
e inclinada.
Del otro lado de la calle,
a mil metros, una casa y una arboleda. Mucho más allá, una larguísima ceja de
monte que yo identificaba como lo de Beheran –no creía equivocarme- bordeando
la cual, llegaba uno a La
Curtida recorriendo el que llamábamos camino de “atrás” o de
“adentro”. Seguro estaría ese atajo del otro lado de la arboleda de silueta
conocida. Con entrada en las proximidades de la Providencia y pasando
por el interior de dos o tres campos se llegaba a una tranquera que se usaba de
vez en cuando y estaba en el deslinde con el nuestro. Ese camino podía ser
usado sólo por conocidos y de día. De noche permanecía con candado impidiendo
el acceso a los campos.
Dejé a Martín, a mi primo, y a mi hermano menor en el auto, pasé del otro lado del alambre, y emprendí la caminata hasta la primera posta: la casa que estaba a mil metros de nosotros. Al llegar aplaudí para llamar la atención de los moradores, que no sé si se habrán enterado de mi golpeteo de manos ya que cuatro o cinco perros a mi alrededor ladraban insistente y ruidosamente. Escopeta en mano, apuntando hacia abajo, apareció un hombre petiso, de bombachas negras y rastra. Lucía en su cabeza un sombrero de ala ancha que levantada en el frente formaba un ángulo recto. No voy a poder deletrear seguramente de manera correcta su apellido de origen incierto y que por esas cosas del crisol de razas acabó puesto en semejante gaucho; se pronunciaba y ahora escribo así: Kulóz, con acento en la o. Reconocí en el acto al personaje; lo había visto en dos o tres oportunidades de visita enLa Curtida y tenía bien
guardada en mi cabeza su imagen y la fonética del apellido. Lando lo nombraba
cada tanto; eran amigos. A veces, en época de inundaciones, pasaba con un
Rambler algo decrépito por dentro de La Curtida ; era su paso obligado para ir a Lobería
cuando los caminos municipales estaban llenos de agua. Él no tenía la más
pálida idea de quién era yo. Su mujer me miraba desde la puerta de la casa con
su pañuelo en la cabeza. Las gallinas y los gansos picoteaban indiferentes. Le
expliqué que lo conocía, que lo había visto en varias oportunidades en “el
campo de Lando”; como algunos conocían a La Curtida y a mí me daba bronca. Al poco rato, aunque se notaba que no era de su agrado, me estaba ensillando un caballo mientras
anochecía; me recomendó el mancarrón. Así inicie mi cabalgata con una
responsabilidad más a cuestas internándome en el campo cada vez más oscuro;
tenía la de llegar a buen puerto en busca de auxilio para los que quedaron
sentados en el auto, sumaba la del caballo ese, ajeno, que Kulóz me prestó a
regañadientes.
Dejé a Martín, a mi primo, y a mi hermano menor en el auto, pasé del otro lado del alambre, y emprendí la caminata hasta la primera posta: la casa que estaba a mil metros de nosotros. Al llegar aplaudí para llamar la atención de los moradores, que no sé si se habrán enterado de mi golpeteo de manos ya que cuatro o cinco perros a mi alrededor ladraban insistente y ruidosamente. Escopeta en mano, apuntando hacia abajo, apareció un hombre petiso, de bombachas negras y rastra. Lucía en su cabeza un sombrero de ala ancha que levantada en el frente formaba un ángulo recto. No voy a poder deletrear seguramente de manera correcta su apellido de origen incierto y que por esas cosas del crisol de razas acabó puesto en semejante gaucho; se pronunciaba y ahora escribo así: Kulóz, con acento en la o. Reconocí en el acto al personaje; lo había visto en dos o tres oportunidades de visita en
Eran las nueve y media de
la noche y conté sucintamente lo ocurrido. Subimos a la camioneta con Lando. Se
escupió las palmas de las manos como siempre hacía antes de empuñar el volante,
las frotó una contra otra, raudos partimos en busca de los “chicos” que
aburridos y entumecidos por el frío nos estarían esperando sentados dentro del
auto de vidrios empañados.
Con todas las luces
prendidas iluminando el camino, mudos, mirando mente en blanco las toscas
sueltas que cada tanto aparecían amontonadas al costado de los
huellones, las liebres que se nos cruzaban irresponsablemente, algún zorro o
peludo, cinco seres en hilera en el único asiento que la cabina tenía, con la
cabeza cada uno en una sola cosa: la comida caliente que Delia tendría
preparada a nuestro regreso. Llevábamos mucha hambre a cuestas a esa hora de la
vuelta.
Dejamos el Peugeot
abandonado y manco hasta el día siguiente frente a la tapera. Volvimos a
buscarlo con la rueda reparada que Lando, por la mañana, había hecho arreglar
en Fernández o Lobería, mientras nosotros dormíamos. Aunque quizá no le quedaba
otra salida, este hombre nos tenía una paciencia a toda prueba. No éramos tan
chicos. Esa era la demostración de cómo un ser humano puede multiplicarse en
diferentes facetas cada una de las cuales en todo de acuerdo con su esencia
nada tiene que ver con las otras y forman sin embargo, aunque indescifrable para
algunos, ese todo coherente que es una persona.
De Lobería ( Fragmento )
Fotografía del autor.
Fotografía del autor.
Bueno! Gracias Miss Musa! me has hecho reir al recordar aquel dia! La paciencia que nos tenian y no eramos tan chicos !!! A Schleh
ResponderEliminarGracias como siempre por tu comentario...Pero gracias además por prestarme tus textos. Siempre que aparece algo tuyo los lectores del blog aumentan. Me pregunto ¿ Tu familia es tan grande?...¡ Es broma...! Son tus seguidora/es Alejandro y tus textos ...
EliminarUna vez más gracias.