Esculapio
Alejandro Schleh
Tendría unos
veinte años cuando con Quique y Gustavo viajamos a Santiago del Estero hace
más de cuarenta. Gustavo llevaba el “bufoso” y una caja de Winchester 44.40 conseguida gracias a sus conexiones con el ejército. Era época de
guerrillas y una comisión policial detuvo nuestro ómnibus en un pueblo perdido del monte santiagueño. La
noche se nos iluminó con las linternas
de los efectivos que se dedicaron a abrir valijas al azar y revisarlas. Pura
rutina, decían. Imposible que supieran de nuestro pequeño arsenal.
Revisaron el equipaje de los pasajeros al azar. Los rayos de luz de las linternas cruzaron sus caminos varias veces.
Transpiramos, no encontraron nada y nos dejaron seguir viaje, no tocaron nuestras valijas. Nuestros corazones latieron como nunca. En nuestro equipaje nada malo, solo unas dos, tres cajas de
las 44.40 una de 38, dos de 22 largo y
una de 32, además del “bufoso” de Gustavo y mi revólver personal heredado.
Llevábamos las
preciadas 44.40 para los Winchester a palanca iguales a los que los cowboys
usaban en el far west. Eran varios y podían encontrarse parados detrás de
alguna puerta, dentro de un ropero, en un baño. En la cocina. Detrás del
respaldo de la camioneta. En el piso del Ford A. De esto seguiré contando.
Algo más de
cuarenta años pasaron desde que nos dijeron que Esculapio era un burro malo.
Del color
tostado común en las mulas, de pico ceniza, tenía una postura entre resignada y
pensativa, y aunque no desmentía la fama ganada por estos animales se adivinaba
una inteligencia escondida que le aportaba reflexiones acerca de los humanos
que no lo dejaban tranquilo. Era algo retobado e inmontable. Nos lo
advirtieron. Que a veces Esculapio mordía. Nosotros no tuvimos mayores problemas
en subirlo de un salto. El asunto es que de a uno y por separado lo hacíamos
andar con el viejo sistema de la zanahoria, aunque el nuestro era el sistema
del choclo, ya que en la punta del palo que sobrepasaba su cabeza colgábamos un
ejemplar apetitoso del fruto típico americano. Un rato cada uno dábamos vuelta
a la pequeña casa donde vivía dona Juana - la cocinera del establecimiento- con Chacho y Lalo, sus
hijos, uno blanco y el otro bastante oscuro como ella, y al gallinero que tenía adosada una jaula hecha
con tejido de alambre y techo de chapa donde un puma permanecía en cautiverio.
No se portó mal con nosotros.
Hoy, tantos años después de aquella visita a esas
tierras no demasiado hospitalarias para con los animales autóctonos ni sus
pobladores originarios, Toto sigue diciendo que Esculapio fue malo y
mañero. Sin embargo pienso lo contrario ya que nos trató de manera muy educada.
Quizá porque llevamos algo de diversión al pueblo, Alhuampa,
quizá simplemente porque se apiadó de nosotros, porteños, o porque ya había
comenzado a entregarse y agachar y a esconder su orgullo pensando que
terminaría sus días dando vueltas a un malacate para ganarse la vida de manera
irremediable. No estaba tan mal después de todo ese destino.
Los zuris apresados o criados desde pequeños- así le
dicen por allí a los ñandúes- vivían encerrados en estrechos corrales. Podía
uno toparse con algún tatú-carreta dando vueltas por la cocina en ocasión de
ser invitado a pasar a tomar unos mates en una casa cualquiera. Vale decir que
algunos gozaban de ciertas libertades. Tal el caso de la lampalagua de dos
metros de largo y gran diámetro que dormía al abrigo de su amo, sobre los
pies; como el de la víbora de Lucho el
tío de mis primos, quien todas las noches recibía ese magnifico ejemplar sobre
su cama, único caso que conocí en que un animal salvaje de semejantes
características y connotaciones bíblicas gozaba del beneficio del libre
albedrío mezclado entre los sapiens por esos pagos. Entraba y salía del
dormitorio sin que nadie lo instase a hacerlo, de puro motu propio.
Otros, no tan agraciados corrían suerte diferente.
Era fácil ver como los zorros, los conejos grises, los guasunchos, los chanchos
del monte, terminaban mal. Como los leones –pumas- que rara vez quedaban
vivos como aquel de Alhuampa, en cautiverio. Es decir, los animales, una vez vistos
por el monte debían ser atrapados y mantenidos presos, o mejor, muertos para
ser comidos. O muertos porque sí, que
esta última era una buena razón valedera como cualquier otra y continúa
siéndolo en la actualidad.
Excluidos de esta suerte los cuervos especialistas en el
arte de comer. Animales espeluznantes vestidos con sotanas renegridas de
azabaches que se comen las vacas aun vivas comenzando por los ojos y la vulva
una vez que caen echadas para no pararse más. Vuelan luego a estacionarse en
las copas de los árboles, rameríos sin hojas, para que los contemplemos
recortados en el cielo como la presencia ineludible de la muerte. Se posan
en las horas del crepúsculo para infundir el miedo entre los cristianos, cuando
el día y la noche se mezclan en una paleta de azules ennegrecidos de penumbra y
naranjas desleídos mortecinos; seguro que a sabiendas. Son enormes esos cuervos
Tierra de salamancas y entreveros y cuentos de aparecidos
y difuntas. De ranchos con techos de tierra caminados por vinchucas. De
tortillas. De violines nerviosos que descargan modorras nacidas de los calores
insoportables en los días festivos entre vinos y cervezas.
De promiscuidad adolescente. De mujeres casi niñas
buscando camioneros que las saquen del encierro de los pueblos paupérrimos y
las lleven a conocer los puertos de Rosario o Buenos Aires. De viejos que las
mantengan; que les compren tan siquiera una tarjeta para el teléfono móvil a
cambio de un poco de su carne.
( Continuará )
De Historias Verdaderas y Otros Cuentos. ( Titulo provisorio)
Me encanta tu blog y ahora lo encuentro acá ! Muy bueno, me encantan las poesías que eliges y te diré que TODO lo que publicas. Gracias! Luisa
ResponderEliminarMiss Musaencantada, Una vez mas te agradezco. Me he acostumbrado ya a ser parte de tus publicaciones en el blog y esto de Santiago, si bien tiene algo de fantasía, tiene más de verdadero que otra cosa. He cambiado algunos nombres por precaución, aunque no creo hubiese ofendido ni causado dolor a nadie de haberlos mantenido. Santiago es una tierra y zona particular, rica en personajes de leyenda y anécdotas. Gracias.
ResponderEliminarA.Schleh
Es un excelente cuento-relato de esas, nuestras tierras que tan poco conocemos...y que tan poco cambian.
EliminarGracias por el placer de publicarte Alejandro !
valía la pena entrar al blog.
ResponderEliminarFelicitaciones!
Alicia
Me alegro que leyeras este excelente texto, es muy bueno, como digo más arriba. Hay muchos más del autor por si te interesa o lo que quieras leer y te guste...Bienvenida al blog Alicia
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