martes, 11 de febrero de 2014

EN SANTIAGO.







Esculapio

Alejandro Schleh






Tendría unos veinte años cuando con Quique y Gustavo viajamos a Santiago del Estero hace más de cuarenta. Gustavo llevaba el “bufoso” y una caja de Winchester 44.40 conseguida gracias a sus conexiones con el ejército. Era época de guerrillas y una comisión policial detuvo nuestro ómnibus en un pueblo perdido del monte santiagueño. La noche se nos iluminó con  las linternas de los efectivos que se dedicaron a abrir valijas al azar y revisarlas. Pura rutina, decían. Imposible que supieran de nuestro pequeño arsenal. Revisaron el equipaje de los pasajeros al azar. Los rayos de luz de las linternas cruzaron sus caminos varias veces. Transpiramos, no encontraron nada y nos dejaron seguir viaje, no tocaron nuestras valijas. Nuestros corazones latieron como nunca. En nuestro equipaje nada malo, solo unas dos, tres cajas de las 44.40 una de 38, dos de 22 largo  y una de 32,  además del “bufoso” de Gustavo y mi revólver personal heredado.
Llevábamos las preciadas 44.40 para los Winchester a palanca iguales a los que los cowboys usaban en el far west. Eran varios y podían encontrarse parados detrás de alguna puerta, dentro de un ropero, en un baño. En la cocina. Detrás del respaldo de la camioneta. En el piso del Ford A. De esto seguiré contando.







Algo más de cuarenta años pasaron desde que nos dijeron que Esculapio era un burro malo.
Del color tostado común en las mulas, de pico ceniza, tenía una postura entre resignada y pensativa, y aunque no desmentía la fama ganada por estos animales se adivinaba una inteligencia escondida que le aportaba reflexiones acerca de los humanos que no lo dejaban tranquilo. Era algo retobado e inmontable. Nos lo advirtieron. Que a veces Esculapio mordía. Nosotros no tuvimos mayores problemas en subirlo de un salto. El asunto es que de a uno y por separado lo hacíamos andar con el viejo sistema de la zanahoria, aunque el nuestro era el sistema del choclo, ya que en la punta del palo que sobrepasaba su cabeza colgábamos un ejemplar apetitoso del fruto típico americano. Un rato cada uno dábamos vuelta a la pequeña casa donde vivía dona Juana - la cocinera del  establecimiento- con Chacho y Lalo, sus hijos, uno blanco y el otro bastante oscuro como ella, y al  gallinero que tenía adosada una jaula hecha con tejido de alambre y techo de chapa donde un puma permanecía en cautiverio. No se portó mal con nosotros.




Hoy,  tantos años después de aquella visita a esas tierras no demasiado hospitalarias para con los animales autóctonos ni sus pobladores originarios, Toto sigue diciendo que Esculapio fue malo y mañero. Sin embargo pienso lo contrario ya que nos trató de manera muy educada. Quizá porque llevamos algo de diversión al pueblo, Alhuampa, quizá simplemente porque se apiadó de nosotros, porteños, o porque ya había comenzado a entregarse y agachar y a esconder su orgullo pensando que terminaría sus días dando vueltas a un malacate para ganarse la vida de manera irremediable. No estaba tan mal después de todo ese destino.

Era común en Santiago, en ese y en cualquier campo, que distintos animales soportaran ese tipo de prisión y aunque muchos recibían comida sin necesidad de andar ganándosela como Esculapio, no dejaba de ser una restricción a sus libertades individuales. Por ejemplo un oso hormiguero en el  puesto “La Marta”  vivía atado del pescuezo con una cadena. Los pichis hacían el pozo que podían en  los veinte centímetros de tierra que rellenaban los fondos de los barriles de doscientos litros, de esos en donde viene envasado el aceite para autos, camiones y maquinaria general, en los patios de los ranchos. 
Los zuris apresados o criados desde pequeños- así le dicen por allí a los ñandúes- vivían encerrados en estrechos corrales. Podía uno toparse con algún tatú-carreta dando vueltas por la cocina en ocasión de ser invitado a pasar a tomar unos mates en una casa cualquiera. Vale decir que algunos gozaban de ciertas libertades. Tal el caso de la lampalagua de dos metros de largo y gran diámetro que  dormía al abrigo de su amo, sobre los pies; como el de la víbora de  Lucho el tío de mis primos, quien todas las noches recibía ese magnifico ejemplar sobre su cama, único caso que conocí en que un animal salvaje de semejantes características y connotaciones bíblicas gozaba del beneficio del libre albedrío mezclado entre los sapiens por esos pagos. Entraba y salía del dormitorio sin que nadie lo instase a hacerlo, de puro motu propio. 
Otros,  no tan agraciados corrían suerte diferente. Era fácil ver como los zorros, los conejos grises, los guasunchos, los chanchos del monte, terminaban mal. Como los leones –pumas-  que rara vez quedaban vivos como aquel de Alhuampa, en cautiverio. Es decir, los animales, una vez vistos por el monte debían ser atrapados y mantenidos presos, o mejor, muertos para ser comidos. O muertos porque sí, que esta última era una buena razón valedera como cualquier otra y continúa siéndolo en la actualidad.

Excluidos de esta suerte los cuervos especialistas en el arte de comer. Animales  espeluznantes vestidos con sotanas renegridas de azabaches que se comen las vacas aun vivas comenzando por los ojos y la vulva una vez que caen echadas para no pararse más. Vuelan luego a estacionarse en las copas de los árboles, rameríos sin hojas, para que los contemplemos recortados en el cielo como la presencia ineludible de la muerte. Se posan en las horas del crepúsculo para infundir el miedo entre los cristianos, cuando el día y la noche se mezclan en una paleta de azules ennegrecidos de penumbra y naranjas desleídos mortecinos; seguro que a sabiendas. Son enormes esos cuervos



Tierra de salamancas y entreveros y cuentos de aparecidos y difuntas. De ranchos con techos de tierra caminados por vinchucas. De tortillas. De violines nerviosos que descargan modorras nacidas de los calores insoportables en los días festivos entre vinos y cervezas.

De promiscuidad adolescente. De mujeres casi niñas  buscando camioneros que las saquen del encierro de los pueblos paupérrimos y las lleven a conocer los puertos de Rosario o Buenos Aires. De viejos que las mantengan; que les compren tan siquiera una tarjeta para el teléfono móvil a cambio de un poco de su carne.



( Continuará )






De Historias Verdaderas y Otros Cuentos. ( Titulo provisorio)




5 comentarios:

  1. Me encanta tu blog y ahora lo encuentro acá ! Muy bueno, me encantan las poesías que eliges y te diré que TODO lo que publicas. Gracias! Luisa

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  2. Miss Musaencantada, Una vez mas te agradezco. Me he acostumbrado ya a ser parte de tus publicaciones en el blog y esto de Santiago, si bien tiene algo de fantasía, tiene más de verdadero que otra cosa. He cambiado algunos nombres por precaución, aunque no creo hubiese ofendido ni causado dolor a nadie de haberlos mantenido. Santiago es una tierra y zona particular, rica en personajes de leyenda y anécdotas. Gracias.
    A.Schleh

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    1. Es un excelente cuento-relato de esas, nuestras tierras que tan poco conocemos...y que tan poco cambian.
      Gracias por el placer de publicarte Alejandro !

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  3. valía la pena entrar al blog.
    Felicitaciones!
    Alicia

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    1. Me alegro que leyeras este excelente texto, es muy bueno, como digo más arriba. Hay muchos más del autor por si te interesa o lo que quieras leer y te guste...Bienvenida al blog Alicia

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