Elogio de la lectura
Sergio Sinay
"Los libros tienen los mismos enemigos que el hombre. El fuego, la humedad, los animales, el tiempo y su propio contenido" Paul Valéry
Aunque antes los chinos habían desarrollado técnicas para copiar textos en papel, se atribuye al misterioso inventor alemán Johannes Gutenberg la creación de la imprenta de tipos móviles, antecesora directa de las que permitirían en los siglos siguientes existir y desarrollarse al libro.
Desde que Gutenberg imprimió su legendaria Biblia, en 1455, periódicamente se anuncia el ocaso de esa maravilla. El nacimiento de la fotografía, la radio, el cine, la televisión e Internet sirvió para anunciar la muerte del libro. Pero, tozudo, se ha empeñado en vivir, remozarse, reproducirse y no dejar de ofrecer lágrimas, sonrisas, ideas, emociones, inspiración, sensaciones, sueños, descubrimientos, orientación, belleza, vida. Un buen libro (e incluso uno mediocre) no son remplazables. Cualquiera de las alternativas que se ofrecen puede ser tecnológicamente deslumbrante, pero resulta, al mismo tiempo, lineal, obvia, ramplona. El libro lleva a imaginar, a intuir, a pensar por cuenta propia, a masticar, a digerir, a procesar. Lo contrario de ofrecerlo todo masticado y digerido, lo opuesto a mostrar con obviedad y sin metáfora, a simplificar ideas y pensamientos hasta hundirlos en la anemia, la chatura y la pobreza.
En las páginas de los libros se estudia de verdad, se conoce gente inolvidable, se recorren escenarios impensados, se viven varias vidas. Leer es más que sumar letras, una al lado de la otra. Es penetrar en mundos ajenos y en universos propios. Quien lee nunca está solo, se encuentra siempre unido al cosmos a través de tiempos y espacios. Un buen libro colma y aquieta el alma, maravilla, jamás quedamos, después de él, vacíos e insatisfechos como a menudo ocurre luego del contacto siempre fugaz e insatisfactorio con la última (e inevitablemente perecedera) maravilla tecnológica. No leer no es más fácil. Es, solamente, más triste.
Desde que Gutenberg imprimió su legendaria Biblia, en 1455, periódicamente se anuncia el ocaso de esa maravilla. El nacimiento de la fotografía, la radio, el cine, la televisión e Internet sirvió para anunciar la muerte del libro. Pero, tozudo, se ha empeñado en vivir, remozarse, reproducirse y no dejar de ofrecer lágrimas, sonrisas, ideas, emociones, inspiración, sensaciones, sueños, descubrimientos, orientación, belleza, vida. Un buen libro (e incluso uno mediocre) no son remplazables. Cualquiera de las alternativas que se ofrecen puede ser tecnológicamente deslumbrante, pero resulta, al mismo tiempo, lineal, obvia, ramplona. El libro lleva a imaginar, a intuir, a pensar por cuenta propia, a masticar, a digerir, a procesar. Lo contrario de ofrecerlo todo masticado y digerido, lo opuesto a mostrar con obviedad y sin metáfora, a simplificar ideas y pensamientos hasta hundirlos en la anemia, la chatura y la pobreza.
En las páginas de los libros se estudia de verdad, se conoce gente inolvidable, se recorren escenarios impensados, se viven varias vidas. Leer es más que sumar letras, una al lado de la otra. Es penetrar en mundos ajenos y en universos propios. Quien lee nunca está solo, se encuentra siempre unido al cosmos a través de tiempos y espacios. Un buen libro colma y aquieta el alma, maravilla, jamás quedamos, después de él, vacíos e insatisfechos como a menudo ocurre luego del contacto siempre fugaz e insatisfactorio con la última (e inevitablemente perecedera) maravilla tecnológica. No leer no es más fácil. Es, solamente, más triste.
Como sabiamente dijo Borges: "De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo. Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria"
ESTA TODO DICHO. AGUSTIN
ResponderEliminar