viernes, 25 de abril de 2014

ASÍ SOMOS




¿Por qué necesitamos justificarnos?





Somos expertos en buscar excusas para justificar lo que hacemos, lo que decimos e incluso lo que sentimos, sobre todo si va en contra de alguna de nuestras creencias. No nos gusta actuar sin tener una explicación, aunque sea de lo más peregrina. Y el motivo es sencillo: si no hay sintonía entre nuestra acción y nuestro pensamiento, caemos en “disonancia cognitiva”.
El psicólogo Leon Festinger  es el padre de la disonancia cognitiva, una de las teorías más poderosas sobre la motivación humana. Festinger la definió como un estado de tensión que se produce cuando mantenemos simultáneamente dos ideas, actitudes, creencias, opiniones… incompatibles entre sí. Cuando ello ocurre, nos sentimos incómodos y nos las apañamos para reducir dicho malestar con un sinfín de argumentos “tranquilizadores”, como se ve en el ejemplo de las personas fumadoras (por cierto, un colectivo que la psicología social ha estudiado una y otra vez)
Fumar implica un riesgo para la salud y los fumadores se enfrentan, por tanto, a una disonancia cognitiva entre el placer de disfrutar de dicho hábito y lo que “debería ser correcto” para ellos mismos o para el resto. La forma más fácil de reducir dicha sintonía es dejar de fumar pero, como está claro que no es tan fácil y que produce un cierto placer, nuestra mente se arma de argumentos de todo tipo y colores: “Hay gente que ha muerto a los noventa años con el cigarrillo en la boca” o “los estudios del cáncer de pulmón por fumar no están científicamente comprobados”. La disonancia cognitiva también se ha llevado a datos. Siguiendo con el mismo colectivo, se analizó a 155 fumadores que consumían entre una y dos cajetillas por día. Cuando se les preguntaba sobre su nivel de consumo, el 60% consideraba que era moderado y el 40% que era excesivo… y no olvidemos que era exactamente el mismo. Así pues, ¿de dónde nacen las diferencias? La conclusión se halló en el nivel de riesgo que cada uno identificaba. Los que eran más conscientes de los efectos nocivos del tabaco eran precisamente los que consideraban que su consumo era moderado. Motivo: ellos mismos se auto convencían de que la cantidad no era tan alta. Así pues, no solo nos llenamos de excusas para seguir disfrutando de lo que nos gusta, sino que además buscamos proteger nuestra imagen positiva y “coherente” con nosotros mismos.
Otra situación en la que solemos vivir la disonancia es cuando tenemos que tomar una decisión difícil que implica esfuerzo, tiempo o dinero. Esto sucede porque casi siempre hay algo positivo en la alternativa que descartamos. Para amortiguar la tensión que nos genera, tendemos a justificar nuestra decisión buscando la información que la refuerza y descartando la que nos muestra lo positivo de la no elegida. Jack Brehm hizo un sencillo experimento para demostrarlo. A un grupo de personas les mostraba diferentes aparatos eléctricos pidiendo que los valorasen teniendo en cuenta su utilidad. Como recompensa ganarían aquel que considerasen más útil. Una vez que lo recibían, pedía a las personas que volvieran a valorar dichos aparatos y el resultado fue claro: el aparato elegido lo consideraban más útil que antes y reducían el valor de los no seleccionados. Si el objeto elegido tenía alguna característica negativa la rechazaban, al igual que hacían con las características positivas de los que no seleccionaban. Así pues, a todos nos gusta sentir que ganamos en nuestras decisiones y nuestra mente se encarga de darnos argumentos para reforzarnos.
Las relaciones personales no escapan a nuestra “querida” necesidad de justificar nuestras elecciones y las consecuencias que se derivan. En un estudio realizado por Dennis Johnson y Caryl Rusbult, de la Universidad de Kentucky y Ámsterdam, respectivamente, pedían a estudiantes universitarios su opinión sobre el éxito que una página web de citas tendría en el campus. A los participantes se les mostraban fotos de personas que aparecerían en la web, para que dijeran si les consideraban atractivos, y valorasen si les gustaría tener una cita con alguna de ellas. Si los que veían las fotos tenían pareja, valoraban de forma más negativa el atractivo de las personas… (Está claro que la tentación genera disonancia cognitiva).
En definitiva, nuestra mente se convierte en nuestro “aliado” para reducir una tensión incómoda entre lo que queremos y lo que creemos que deberíamos, para encontrar mil y un argumentos para sentir que hemos escogido la mejor decisión. Todo lo anterior es positivo para no sufrir demasiado, pero cuidado, también encierra un riesgo: nuestra capacidad de autoengañarnos. Así pues, cuando nos excedemos en las alabanzas de lo que hemos decidido es interesante ser muy honestos con nosotros mismos y valorar hasta qué punto son argumentos sinceros o se trata de refuerzo “tranquilizador”. Solo cuando hagamos dicho ejercicio, seremos capaces de salir de una de las peores trampas a las que nos enfrentamos: nuestra propia mente.

De Laboratorio de la Felicidad. Diario El País. España










2 comentarios:

  1. Está muy bien eso de justificarnos, ¿ Sería posible vivir si no fuera así? Es un contrato entre nuestros deseos y nuestra realidad. No creo que esté mal. Luisa.

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  2. Pienso que en todos los órdenes de la vida, el ejemplo del fumar es muy gráfico y exacto, tratamos de justificar nuestras decisiones y acomodarlas a nuestro íntimo placer, gusto o parecer.Autoconvencernos de que estamos haciendo lo correcto aunque en el fondo una vocesita nos diga que no.Es un problema de honestidad con nosotros mismos.
    No es fácil la cosa, pero se puede y les aseguro que cuando se consigue la satisfacciòn de haber hecho lo correcto es inmensa. No le parece asi, Ana?. Saludos Agustin E.Despontin

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