martes, 15 de abril de 2014

CUENTO




Viaje

Alejandro Schleh




Soñaba con planisferios de colores y viajes posibles. Y con mares negros de espuma blanca y con mares azules, y con los verdes y transparentes y las tortugas gigantes de las Galápagos. Soñaba con los rumbos en líneas cortadas de colores, rayas sobre el mapa. Soñé mi arribo a Islandia donde tal vez quedaron acurrucados los dioses nórdicos con el advenimiento del cristianismo. Nada sabía todavía del Aral; ni que estaría escribiendo algunos de sus asuntos al día de hoy. Soñaba solo las cosas lindas, fantasías de juventud. Las cuchetas y mi pequeño escritorio de madera de roble enfrentando el ojo de buey; el horizonte. Serían mi entorno. Poco tiempo atrás me habían hecho recitar en el colegio la Sinfonía en Gris Mayor. El viejo lobo, los recios tifones del mar de la China, su blusa de dril. No sería Ruben Darío. Pero algún día escribiría sobre un escritorio en el medio del océano en mi propio camarote.





Con mis módicos conocimientos náuticos, y basándome en una pixelada fotografía, se me hace difícil calcular el tonelaje del barco que depositado sobre la arena ofició de vivienda y refugio de los pescadores rusos. Como pesquero tiene un tamaño considerable y parece mentira que haya sido construido para navegar por el Mar Aral atendiendo lo que esa geografía es el día de hoy. Descansa el buque sobre la planicie de arena que, con el paso de los años, se fue poblando de tímidas plantitas crecidas al amparo de guijarros y esqueletos de peces muertos.

Buscando fabricar algún humus desde el optimismo ciego, fueron verdeando de pardos alguna que otra zona reducida. Qué andarían buscando por allí, quizá un enigma elemental del otro reino. Tal vez el vegetal tenga razones que el humano no comprende. Alguna testarudez en sus rizomas caprichosos y semillas, que invisible a nuestra mente, se nos vuela como las ideas. O implantes genéticos de las esporas sin rumbo venidas de planetas nacidos de estrellas, pasajeras por las derivas inciertas. Cosas raras del orden universal.
Eso de fabricar yuyos en arenas inertes, musgos verde moribundo en las zonas del barco vedadas al sol impregnadas en sal, teniendo, sólo a favor, la humedad que les llega desde las orillas, aparece como una labor castigo o trabajo forzado que el reino del fungi jamás aceptaría con tal de ahorrar complicaciones y sobresaltos. Si hay hongos que nacen en naves encalladas es porque así debe ser, fácil, de lo contrario no nacerían. Rechazarían, válgame decir, la ley cósmica. Son rebeldes y alucinan la mente.
Se establecieron las plantitas, aquí y allá, donde antes estaban las aguas del Aral con sus olas y tormentas peligrosas para la navegación, en el mismo lugar donde otrora las algas bailaban la danza erótica de las profundidades y ahora el desierto y todo eso. Y los esqueletos de los peces y la conchilla y los caracoles con nácares desleídos, habitáculos agujereados,  casas mutiladas por la erosión sin carne dentro. Todo realimentándose. Hubiera merecido otro destino ese Mar, no la sequedad del olvido. Tan siquiera, un comedido, podría haber bautizado en su memoria una perfumería ubicada en Córdoba y Scalabrini Ortiz con su nombre. Como hubo en esa zona de Villa Crespo, una, llamada Ararat, en honor del monte famoso.  Perfumería Mayorista Aral, así sería nombrada. Y sería de un turco.
El asunto con los barcos es que tampoco podría reconocer el tonelaje de ningún otro. Aunque lo tuviera frente a mí en carne y hueso y  no en una fotografía pixelada. Quién podría hacerlo sin balanza, mirando solamente; un ingeniero náutico aventuraría números. Salvo que nos lo contaran o dijeran por escrito podríamos conocerlo. Y si nos lo dijeran quién recordaría, si nos lo escribieran en papeles quién leería. A nadie importan los tonelajes de los pesqueros de los periplos del Aral. Ni el de los transatlánticos de pasajeros que realizaban las travesías uniendo los continentes y que han desaparecido igual que aquel. Estamos en la época de la navegación por el aire: es tiempo de vértigo y olvido. Todo enseguida queda atrás y los relojes biológicos se alteran.
Hoy, los inmensos transatlánticos de lujo, de muchísimo más tonelaje que el Augustus, el Guilio Cesare, o el portentoso Eugenio C de más de treinta mil toneladas -que unía Buenos Aires con Génova en solo doce días- son sólo para cruceros, excursiones, alguna pasantía por el Mediterráneo o los canales Fueguinos o la Polinesia. Y se anotan los tonelajes en las grillas del Excel de los ingenieros y no sé si se difunden demasiado. Nadie repara en los tonelajes de los barcos fuera de escala. Es como hablar de miles de billones de unidades de cualquier cosa; a nadie caben esas cifras en la cabeza, por lo tanto nada importan. Hoy, son las fotografías de las langostas con guarniciones de hojas verdes depositadas en una fuente brillante, un pan con forma de tortuga de las Galápagos o cocodrilo, un sonriente chef mostrando blancos dientes, su bonete infaltable bien plisado y una copa de buen vino, sus piscinas, lo que importa de estas naves. Y la vida de los peces y las plantitas del Aral desapareciente, poco, nada. 

Pero esto es cierto. Un grumete de madera puede pesar una tonelada con una quilla de quinientos kilos y calar un metro treinta en el agua. Una cuestión de escala. A nadie saca el sueño el tonelaje de un pesquero del Aral montado sobre la arena de un desierto a merced de la erosión como las agujereadas casitas de los caracoles. Verdad. La caladura de los barcos, el desplazamiento de las aguas, la profundidad de los mares y los ríos. Sólo a pocos. 






De Viaje,  ( Fragmento) ' Historias Verdaderas y Otros Cuentos' 








4 comentarios:

  1. Miss Musa: este párrafo es la introducción, en donde se mezcla algo de fantasía con realidad, correspondiente a mi cuento corto VIAJE. En realidad, todo lo que sigue es cierto y absolutamente autobiográfico. Un viaje realizado a Brasil en la motonave Augustus. Era el año 1968 y tres amigos fueron a despedirme. Yo iba con toda mi familia. Nos cruzamos en medio del mar con la Fragata Libertad, navegando escorada por el viento, todas sus velas desplegadas. ese viaje no lo olvido nunca.
    A. Schleh

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  2. "Buscando fabricar un humus desde el optimismo ciego. " Me ha conmocionado la frase y no se que decir, me ha llegado al alma,tal vez, se encierre en ella el origen de la humanidad. Tal vez, fue el camino que eligió Dios para dar paso a los seres humanos a travez no de los siglos sino de los milenios.
    Desde chico, 12 o 13 años, siempre me gustaron los mapas, ver lugares lejanos e imaginarlos, uno de ellos, curiosamente era el Mar Aral.
    Hoy en el anochecer de mi vida este relato, que no es cuento, me lo trae a la memoria. Quien lo escribió no debe ser tan lego en materia naútica, ya que habla de un Grumete, que es un tipo de embarcación muy conocida por los amantes de la nautica a vela en Argentina, habla de su peso, su quilla y su calado. Lo diseñó German Frers (padre).
    Pero volviendo a este magnífico cuento-relato, vale la pena entrar en Wikipedia y leer la historia antigua-actual del Aral. Esta agonizando por obra y arte del ser humano y un científico ruso, llegó a decir: el Aral es un error de la naturaleza, yo creo que el error fue él.

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  3. Que lindo el comentario mandado por Anónimo! La verdad es que de barcos no sé tanto, aunque he oído de chico hablar de veleros. Mi abuelo navegaba por el Río de la Plata y de vez en cuando salía al mar en un oceánico..
    Siempre llamó mi atención el fenómeno del Mar Aral desde el día en que, algo mayor que adolescente, ví un documental sobre él por televisión. Hago también y sobre todo, referencia al Mar Aral, en Un Ruso, otro de mis cuentos cortos, nada autobiográfico.
    Un Mar que me fascina.
    A.Schleh

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    1. Sr. Schleh. Yo soy el anónimo que se olvido de firmar, soy Agustin E.Despontin. Saludos.

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