La gran promesa
Por: Martín Caparrós
Ahora solo falta que jueguen al fútbol. Seguramente llegará el momento: creemos que llegará. Esto promete.
La Argentina es un país con suerte que no sabe aprovechar su suerte. Nos caen los dones, se nos caen. Tenemos esas pampas: a principios del siglo XX nos hicieron ricos; nos pasamos el siglo despilfarrando esa riqueza sin crear otras fuentes. A principios del siglo XXI, las mismas pampas –ampliadas por la soja– volvieron a derramar sus frutos: seguimos sin usarlos para hacer un país. En los ochentas Maradona fue la carne: lo pudimos aprovechar un campeonato. En los dos mil Messi es la soja; todavía no supimos. Pero está claro que esa riqueza está, debería enriquecernos: la Argentina siempre fue una promesa esplendorosa –nunca dejó de ser una promesa.
Nadie duda de que este equipo debería ser un gran equipo. Por ahora, es la rara red que rodea al héroe adormilado. Si el joven Messi mostraba algo especialmente sorprendente es que era Messi todo el tiempo. Ahora lo es por estallidos aislados, infrecuentes: no alcanza. (Cuando terminó el partido me puse a ver videos suyos: si aquel pibe jugara todo sería tan fácil. El que está ahora tiene el mismo manejo de la pelota, un tercio de la velocidad, un cuarto del empuje.)
A su alrededor brilla la dificultad argentina para cualquier tarea de equipo. Y los problemas técnicos de jugadores que suelen tener la mejor técnica: Gago, Higuaín, Agüero, Di María estaban peleados con la bola, huía de sus zapatos. Supimos fallar en los controles antidoping; ahora, más modestos, fallamos en los de la pelota. El conjunto tampoco funcionaba: nadie lo conducía. Se amontonaban jugadores; ante un contrario replegado no corrían al claro, no aceleraban, no cambiaban de ritmo; intentaban entrar por el centro lleno de piernas o echaban centros a un área cargada de iraníes –y falta de argentinos.
Nadie duda de que este equipo debería ser un gran equipo. Por ahora, es la rara red que rodea al héroe adormilado. Si el joven Messi mostraba algo especialmente sorprendente es que era Messi todo el tiempo. Ahora lo es por estallidos aislados, infrecuentes: no alcanza. (Cuando terminó el partido me puse a ver videos suyos: si aquel pibe jugara todo sería tan fácil. El que está ahora tiene el mismo manejo de la pelota, un tercio de la velocidad, un cuarto del empuje.)
A su alrededor brilla la dificultad argentina para cualquier tarea de equipo. Y los problemas técnicos de jugadores que suelen tener la mejor técnica: Gago, Higuaín, Agüero, Di María estaban peleados con la bola, huía de sus zapatos. Supimos fallar en los controles antidoping; ahora, más modestos, fallamos en los de la pelota. El conjunto tampoco funcionaba: nadie lo conducía. Se amontonaban jugadores; ante un contrario replegado no corrían al claro, no aceleraban, no cambiaban de ritmo; intentaban entrar por el centro lleno de piernas o echaban centros a un área cargada de iraníes –y falta de argentinos.
El partido, sin embargo, fue muy útil: les sirvió a los próximos rivales de Argentina para entender cómo anularla. El truco es darle el campo, obligarla a jugar un juego de armazón y paciencia para el que no se preparó. Hay un debate casi filosófico: los que creen que cuando vengan los contrarios serios los argentinos van a poder hacer su juego; los que creen que cuando vengan no van a dar la talla.
Nada permite anticiparlo. Por ahora seguimos dependiendo de los arrestos del muchacho: le alcanza con despertar de pronto, legañoso, itifálico. Nos sigue salvando, a la argentina, el héroe individual: suerte, el monocultivo. Así nos va: la promesa de siempre.
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