jueves, 31 de julio de 2014

LOS NIÑOS DE LA GUERRA



La infancia palestina y la evocación del Holocausto

  









Las principales víctimas de todo conflicto armado son los niños y las niñas. Son ellos quienes pagan las consecuencias más dolorosas de guerras producidas por un odio cuya herencia reciben como un legado de dolor y desconsuelo. Las guerras no las hacen los niños, nunca las hicieron, pero será sobre ellos que descargarán su pulsión de muerte y destrucción. Siempre ha sido así y así es hoy, en Palestina, en Sudán del Sur, en la República Centroafricana, en Irak, en Siria, en Ucrania o donde quiera que sea. La muerte de cualquier niño, de cualquier niña genera un daño irreparable a la humanidad. Expresa de forma brutal y absurda el desprecio que buena parte de la humanidad se rinde a sí misma. Cuando la infancia muere en las guerras, bajo la prepotencia de las armas, el hambre, las enfermedades o el abandono, toda la humanidad muere con ellas. Muere una muerte lenta y, como toda muerte, irremediable, irreversible, inimaginable. Mueren los niños y las niñas en las guerras. y, aunque no escuchemos sus llantos, también morimos nosotros con ellos. Aunque nada nos haya pasado, aunque siquiera sepamos de su existencia o nada nos importe su lejana presencia, todos morimos de a poco cuando muere un niño o una niña por el desprecio que algunos seres humanos le dispensan a la vida de otros seres humanos.
Palestina sangra la sangre de cientos de niños y niñas asesinados por el Estado israelí en cada una de las acciones y operaciones militares llevadas a cabo en Gaza y Cisjordania. No deja de llamar la atención el nombre que el gobierno de Israel le ha dado a su última escalada de violencia sobre los territorios palestinos: “Margen Protector”. Desde el inicio de la nueva operación militar, hace casi tres semanas, cerca de 200 niños y niñas han sido asesinados. Y muchos más morirán. Los matarán desde los tanques, con lanza-misiles, desde los barcos o desde modernos aviones no tripulados. Los matarán en sus escuelas, mientras juegan, en los hospitales, acurrucados debajo de sus camas, abrazados a sus madres, a sus padres o a sus hermanos. A Yasmin la mataron mientras trataba de proteger a su muñeca. Tenía ocho años. A Elias mientras dormía y soñaba quién sabe qué. Acababa de cumplir cuatro años y tenía cuatro hermanos: Ibrahim, de doce, Sawsan, de once, Yasin, de nueve, y Yasser, de ocho. Todos murieron con él. Un F16 israelí lo hizo. No creo que haya sido por error. No hay errores en las guerras.
A los niños y a las niñas palestinas los matarán antes de que mueran de miedo o de tristeza. Los matarán antes de que se den cuenta que su vida, como la de cualquier niño o niña, es sagrada y milagrosa para las dos religiones que justificarán o llorarán su muerte. Los matará uno de los ejércitos más poderosos del mundo, para “proteger” a sus propios niños y niñas, para que ellos puedan jugar y correr libremente, sin peligros por sus plazas, bañarse en el mar, ir a la escuela, o abrazarse tranquilamente con sus madres y sus padres, con sus hermanos, con sus muñecas. Para que puedan dormir serenamente, soñando quién sabe qué. Los matarán para que otros niños y niñas puedan reír.
No habrá kaddish que consuele su llanto. No habrá plegaria u oración que reconforte sus almas. ¿Dónde se habrá escondido Yahvé? ¿Es que no se da cuenta de todo esto? No fue la cultura ni la revolución, no fue la civilización ni la ciencia, no fue la tecnología ni el arte. Fue el odio. En la Tierra Prometida, a Dios lo mató el odio y la indiferencia.










miércoles, 30 de julio de 2014

MUROS, MURALLAS Y ZANJAS.



Kafkianos sin fronteras

Javier Rodríguez Marcos












Trabajando en la Zanja de Alsina
Dibujo de F. Fortuna. (Archivo General de la Nación Argentina). Fuente: Museo Roca,


A España, dice el poeta, se entra por la puerta y no por la ventana, cierto, y las cosas son como son, pero el mero hecho de saber que no siempre fueron así lleva a pensar que un día podrían dejar de serlo. Puede que uno de los pasajes más melancólicos de El mundo de ayer, las desoladoras “memorias de un europeo” escritas por Stefan Zweig, sea el que habla de hace ahora cien años: "Antes de 1914 la Tierra era de todos. Todo el mundo iba adonde quería y permanecía allí el tiempo que quería. No existían permisos ni autorizaciones; me divierte la sorpresa de los jóvenes cada vez que les cuento que en 1914 viajé a la India y América sin pasaporte y que en realidad jamás en mi vida había visto uno”. Por si quedaban dudas, el escritor remata: “No existían salvoconductos ni visados ni ninguno de estos fastidios; las mismas fronteras que hoy aduaneros, policías y gendarmes han convertido en una alambrada, a causa de la desconfianza patológica de todos hacia todos, no representaban más que líneas simbólicas que se cruzaban con la misma despreocupación que el meridiano de Greenwich". Más que otro siglo parece otro planeta, pero es difícil resistirse a la tentación de preguntarse qué pensarán dentro de cien años de nuestras alambradas. ¿Parecerán la versión primitiva de futuras fronteras blindadas definitivamente?, ¿ruinas para los turistas? ¿Producirán admiración?, ¿producirán vergüenza, como el muro de Berlín que cayó hace 25 años? ¿Visitarán la valla de Melilla cómo nosotros visitamos la gran muralla china, sin comprender del todo?
Mientras  la Historia prepara su respuesta orientémonos por la literatura. No es casual que uno de los mejores patólogos literarios del siglo XX, Kafka, titulase una de sus fábulas “La construcción de la muralla china”. En el relato kafkiano, esta tiene como objetivo añadido servir como cimientos a una quimera todavía mayor: la nueva torre de Babel. Como incluso el absurdo sabe tener sus cauces, el muro se iba construyendo en tramos discontinuos de mil metros: se trataba de evitar a los obreros la frustración de un trabajo interminable. No sabemos si a Kafka se le estudia en las escuelas de negocios –sección: recursos humanos; en castellano antiguo: personal-, pero sabemos las preguntas que se plantea su narrador, empleado en la obra: además de no proteger nada, ¿no necesita una muralla así protección ella misma?; cuando se termina una fase, ¿no hay que empezar a restaurar las anteriores?; a medida que se alejan de la capital, ¿cómo saber que no llegan ya anticuadas las órdenes de Pekín? Todo son dudas pero no para todos. Cuando peor es la formación de los constructores, mayor es su adhesión al que manda.
No sorprende que Borges, vehemente valedor de ese relato, destacase en su autor la obsesión por el infinito y por las jerarquías. Tampoco sorprende que el propio Kafka, alérgico a la megalomanía de las grandes palabras, llegase a la conclusión de que “el camino verdadero pasa por una cuerda que no está tendida en lo alto sino muy cerca del suelo. Parece hecha más para tropezar que para andar por ella”. Lo escribió en uno de sus aforismos de la primavera de 1918, con la Gran Guerra cobrándose las penúltimas víctimas. Cuatro años antes, en una célebre anotación del 2 de agosto de 1914, él mismo consignó en su diario: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, Escuela de Natación”. Eso se llama serenidad de espíritu.
Franz Kafka nació en 1883 y pocos años antes Argentina había visto brotar en la pampa una particular versión de la muralla china: la zanja de Alsina. Todavía se ven carteles que recuerdan la cicatriz que dejó en la llanura aquel proyecto desarrollado por el ingeniero francés Alfred Ebelot para el político al que debe su nombre, Adolfo Alsina. Se trataba de contener las incursiones indios para robar ganado a los colonos blancos, que, dicho sea de paso, habían ocupado previamente las tierras de los indios. Escritores como Sergio Bizzio, Ricardo Piglia o Juan José Saer han dedicado grandes páginas al espíritu de una quimera que este último no duda en relacionar con, ya lo han adivinado, Kafka. ¿Y qué es la zanja de Alsina? El negativo de la muralla china, un foso de 400 kilómetros con una anchura de 2,60 metros y una profundidad de 1,75 en el que, además, la tierra extraída formaba un parapeto coronado por plantas espinosas.  
Hasta aquí, resumiendo, la teoría. La práctica fue un completo aquelarre de burocracia, mercadeo con los suministros destinados a los zapadores y, para rematar, la respuesta de la naturaleza humana: si muchos soldados, hartos de la intemperie, terminaban buscando el amparo de los indios, estos rodeaban las zonas todavía no excavadas y atacaban por el norte a los destacamentos militares, obsesionados con vigilar el sur. A todo ello se le sumó la lluvia derrumbando parte de lo consolidado y que los propios indios, previendo la trinchera que debían sortear, terminaban robando ganado de sobra para llenar la zanja y pasar por encima de las reses sacrificadas. A la muerte de Alsina, Ebelot se quedó solo defendiendo ante el gobierno de Buenos Aires la culminación de su querido proyecto. En 1879, el prosaico general Roca cambió de táctica –defensa por ataque- y exterminó a los indios.
Saer recoge el episodio en un maravilloso libro de 1991 El río sin orillas, una historia de Argentina –“tratado imaginario” lo llama él- contada remontando el Río de la Plata desde su desembocadura, justo al revés de lo que hizo Claudio Magris en El Danubio, que parece haberle servido de modelo y al que no tiene nada que envidiar. En su viaje, Saer conjuga magistralmente la geografía y la historia, sus enormidades y sus pequeñeces, sus lecciones de racionalismo y sus imprevisibles arrebatos irracionalistas, como el que dio lugar a la zanja de Alsina o como el de aquel general que, mucho tiempo más tarde, se pronunció en contra del psicoanálisis, la teoría de la relatividad, las matemáticas modernas y el arte abstracto. No es raro que la dictadura militar argentina llamara a lo suyo el Proceso. Los kafkianos no conocen fronteras.



Estaba ideada para cubrir 600 kilómetros, hasta llegar a San Rafael (Mendoza).Se construyeron 374 kilómetros en un año. A pico y pala se levantó una nueva frontera, con fuertes en las actuales ciudades de Trenque Lauquen, Guaminí, Carhué y Puán.





Rastros de la zanja 


La Zanja de Alsina, en Fortin Olavaria









martes, 29 de julio de 2014

PATRIMONIO SIRIO



La destrucción sistemática del patrimonio sirio

 


Templo dedicado al dios Bel en Dura-Europos.

Después de más de tres años de guerra civil, la situación del patrimonio histórico de Siria solo admite la calificación de catastrófica. Sitios arqueológicos del tremendo valor de Apamea, Palmira o Dura-Europos sufren el saqueo sistemático de bandas organizadas formadas, al mismo tiempo, por gente pobre y desesperada y profesionales del robo. Estos últimos son quienes tienen los contactos y los medios necesarios para sacar las piezas expoliadas fuera del país. Junto a ellos, Maamoun Abdulkarim, responsable de la Dirección General de Antigüedades y Museos (DGMA) de Siria, señala la implicación de grupos afines a Al Qaeda, marchantes e islamitas radicales. Demasiados enemigos para las viejas y desprotegidas ruinas de Siria.
Para darse cuenta de la magnitud del desastre hay que mirar desde el cielo. Fíjense en la primera imagen bajo estas líneas. Está tomada por satélite el 28 de junio de 2012. Capta el sitio arqueológico de Dura-Europos. Conocida como la “Pompeya del desierto sirio” anda a medio camino de Alepo y Bagdad, en las riberas del Éufrates.Por ella han pasado, y dejado su historia, el mundo heleno, romano y cristiano. 
La segunda fotografía se tomó el pasado 2 de abril y sí se percatan, arriba, a la derecha, verán un enjambre de puntos negros. Son cientos de pozos practicados por los saqueadores para expoliar piezas. Solo esa imagen sería evidencia más que suficiente para entender la magnitud del desastre. “Es una pesadilla”, admite Michel Al-Maqdissi, investigador del Louvre y hasta 2012 director de excavaciones de la DGMA.

Fotografía vía satélite tomada el 28 de junio de 2012 de la ciudad siria de Dura-Europos.

Imagen de Dura-Europos obtenida el 2 de abril de este año. En la esquina superior derecha, la ampliación de la foto muestra cientos de  pequeños pozos producto del expolio.
Al fin y al cabo, ¿cómo defender el patrimonio de un país cuando ni siquiera hay guardias vigilando las ruinas? Y si los hay son amenazados de muerte.
Una situación similar es la que ocurre en las históricas tierras de Apamea (actualmente Qal’at al-Madhīq). Situada en la orilla derecha del río Orontes, a unos 50 kilómetros de la ciudad de Hama, las fotografías del satélite revelan idéntico expolio que en Dura-Europos. Infinidad de rastros negros lo delatan en la vista área fechada el 4 de abril de 2012. Y desde entonces, el saqueo no ha cesado.
Michel Al-Maqdissi traza el paisaje en esta tormenta y es para preocuparse. A corto plazo llegan los robos, las excavaciones ilegales, los destrozos en los museos y la paralización de los trabajos arqueológicos sobre el terreno. A largo plazo habrá un éxodo de arqueólogos bien formados por la DGMA que ya no regresarán al país cuando la situación de Siria se normalice

Foto de la ciudad siria de Apamea tomada en julio de 2011.

Apamea según aparecía en el satélite el 4 de abril de 2012. Las 'muescas' de la fotografía son los cientos de perforaciones ilegales usadas por los saqueadores para robar piezas.
Con esta tormenta perfecta tiene que convivir estos días Siria, que se queja, con razón, pues se siente abandonada, cuando no torpedeada, por sus propios vecinos. Al Gobierno turco le ha dicho claramente que no está haciendo lo suficiente para prohibir y frenar el tráfico de obras expoliadas sirias a través de su frontera. La vulnerabilidad es evidente. A pesar de los esfuerzos de las patrullas fronterizas solo una “muy, muy pequeña cantidad de lo expoliado consigue recuperarse”, reconoce, en la revista art.net,Francesco Bodarin, experto en protección cultural de la Unesco.



 Uno de los cientos de pozos abiertos ilegalmente para expoliar piezas en Siria.











Mientras esto sucede, y ante la imposibilidad de acceso de la comunidad internacional a las zonas en conflicto y al propio país, “hay muchos sirios que constantemente arriesgan sus vidas para proteger su patrimonio y su herencia cultural”, sostiene, en The Art Newspaper, Brian Daniels, director de investigación del museo de Pensilvania (Estados Unidos), quien está desarrollando un programa de formación junto al Gobierno interino sirio para formar comisarios y expertos en patrimonio que puedan actuar desde dentro del país. Son unas 20 personas, cuyos nombres están protegidos, y que han recibido el entrenamiento en un lugar sin especificar, pero fuera de Siria. Profesionales que se jugarán la vida por defender la identidad de su nación y de sus habitantes. Por proteger su pasado y poder, algún día, legarlo al futuro. Sin duda, la cultura es una de las primeras bajas en una guerra. A eso hemos llegado.






lunes, 28 de julio de 2014

POEMA





En tu jardín secreto hay mercenarias...


Silvina Ocampo















                                                                                
En tu jardín secreto hay mercenarias
dulzuras, ávidas proclamaciones,
crueldades con sutiles corazones,
hay ladrones, sirenas legendarias.


Hay bondades en tu aire, solitarias
multiplican arcanas perfecciones.
Se ahondan en angostos callejones,
tus árboles con ramas arbitrarias.

Alguna vez oí el chirrido frío
  de un portón que al cerrarse me dejaba
prisionera, perdida, siempre esclava

de tu felicidad que junto a un río
bajaba entre las frondas a un abismo
de intermitente luz, con tu exorcismo.
























martes, 22 de julio de 2014

JONAS JONASSON





"No todos los suecos somos como Bergman o Larsson" *







La novela fue un éxito descomunal y ha vendido ya unos ocho millones de ejemplares. Ahora, Jonasson reincide y publica la segunda, 'La analfabeta que era un genio de los números' (Salamandra), no menos disparatada, con semejante ritmo acelerado, en la que una chica que limpia letrinas en Soweto acaba en Estocolmo intentando evitar un desastre nuclear junto al rey de Suecia. Un vodevil nuclear, con intervención de la CIA, el KGB y el Mosad, vendido ya a 30 países.
El endiablado clima que envuelve Estocolmo en invierno impide que el paseo de Jonasson con los periodistas del Magazine pueda ser muy amplio y, al final, junto a su hijo de seis años, el grupo se refugia en un piso franco, con muy pocos muebles, que su familia tiene en la capital. Jonasson y su hijo pasan el año en su granja en la isla de Gotland, a la que se desplazan en helicóptero y en la que cuidan de unos pocos cerdos y 25 ­gallinas.

¿Cómo se siente uno cuando vende su empresa por 12 millones de euros?

Desde ese momento, sabía que tenía suficiente dinero para vivir el resto de mi vida sin trabajar. Pero ¿quién quiere vivir sin hacer nada? Resulta hasta incómodo socialmente: “Tú a qué te dedicas?”, “no, yo vivo de rentas”, ¡queda fatal! La gente ya no te mira como si fueras una persona normal… De modo que, pensé, tal vez era un buen momento para escribir aquella novela que siempre había tenido en la cabeza. Aunque vendiera unos pocos centenares de ejemplares, en las reuniones sociales podría decir: “No, yo soy escritor, ¿sabes?”. Lo que no me esperaba es convertirme en el número uno en ventas en tantos países.




¿Y por qué cree que 'El abuelo…' triunfó tanto?

He confeccionado una teoría: si cada día vas en metro a un trabajo gris, que no te satisface, y al volver a casa encuentras cosas que tampoco te satisfacen, tal vez no seas muy feliz y pienses que estaría bien huir de todo lanzándote por la ventana a vivir otra vida. Lo piensas, pero luego recapacitas y no lo haces, porque está tu mujer o tu marido, y también los niños, a los que te gusta llevar a sus entrenos de hockey. Pero te consuelas leyendo el libro y largándote con el abuelo en su viaje. Te echas unas risas con él y luego vuelves a casa y te das cuenta de que, en el fondo, no todo es tan gris y que, si lo miras bien, tu pareja no está nada mal.

De entre todas las reacciones que ha recibido, ¿destaca ­alguna?


Una abuela de 99 años de Canadá que me escribió que ella también soñaba con escaparse de su residencia, pero que no podía… porque estaba en un cuarto piso, no en el primero, como mi personaje. Celebró sus 100 años con mis editores canadienses, y yo le envié una edición especial del libro, dedicada. También me ha escrito otra abuela italiana, esta de 89 años, diciéndome que no piensa morirse hasta leer por lo menos mi segunda novela. Espero que ahora quiera la tercera. Como ve, leer alarga la vida de la gente.
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Sí, está claro. ¿Cuál fue su primera idea de 'La analfabeta…'?

Mi escritura, aunque no lo parezca, tiende a criticar la sociedad y la condición humana. El abuelo… trata de ese confinamiento al que nuestra civilización somete a las personas mayores, a las que arrincona cuando ya no pueden producir y no les consulta jamás nada. En ese libro hay ya una referencia a Sudáfrica, cuando piensa en ir a conocer a Mandela y sacarlo de la cárcel. En Sudáfrica se han producido dos de las mayores estupideces de que ha sido capaz la raza humana: el régimen del apartheid, que es el racismo como norma política, y la proliferación nuclear, construir cuantas más armas de destrucción masiva mejor.

Las letrinas de Soweto ¿son como usted las describe?

No he estado nunca en Soweto, aunque voy mucho a Sudáfrica, donde vive mi mejor amigo, pero sí he visto letrinas públicas en otros barrios sudafricanos. Ahora, al hablar de ello, puedo notar el olor, ver el entorno, sé de qué lugares hablo. Es una descripción humorístico-apestosa, pero basada en los hechos, en este caso.

Usted describe situaciones que en la vida real serían muy duras con muchísimo sentido del humor, hasta el punto de que las transforma en divertidas.

Ese es el juego. Las cosas se pueden siempre explicar de dos modos: que provoquen efectos negativos o positivos. Yo soy un fan de la serie 'Hotel Fawlty' con John Cleese, y aquel camarero llamado Manuel, que en la versión original era de Barcelona. A primera vista, son situaciones cómicas, y uno sólo recuerda las carcajadas que le producía, pero en realidad tiene escondida una crítica, va más allá del chiste. Por ejemplo, cuando el chef Kurt se siente atraído por Manuel, vemos cómo reacciona la conservadora sociedad inglesa de los años setenta ante los gais. Para comprender el mundo, no hace falta que todos seamos como Bergman o como Larsson. No todos los suecos somos así.

Usa el humor absurdo de una manera muy poco sueca.

La sociedad sueca tiene un alto índice de depresiones, estrés y suicidios. Hace unos años, el programa de radio de más audiencia del país era conducido por un enfermo terminal que hablaba en antena al hijo que no había podido tener. ¿Qué le parece? Yo creo, en cambio, que los creadores no sólo deben imaginar espacios con mucho dolor, físico y mental, sino lugares donde se ría uno mucho. La risa como algo que te permite pensar, más allá del lamento. Introduzco luz en la literatura sueca.

Recuerda a la picaresca española: sus personajes son deshonestos y fraudulentos, pero divertidos y simpáticos. Usted estudió español…

…pero no puedo hablarlo, sí leo algunos textos antiguos. A principios de los ochenta leí 'Don Quijote', por ejemplo, pero no he estado conectado con el español contemporáneo. Pero algunos de mis autores favoritos son Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez o Federico García Lorca.

¿Y usted también es pesimista?

Yo soy un sueco característico. Pero a la vez tengo esperanza: pienso que cada día será mejor que el anterior… aunque un día bueno, eso jamás.

¿Puede definir a la prota­gonista, la joven Nombeko ­Mayeki?

Nació en 1961 –como yo– en el mayor gueto de Johannesburgo, y su destino es trabajar como una esclava toda su vida hasta la muerte, probablemente a una edad temprana. Pero, un día, la atropellan, y encima el juez la condena a trabajar gratis para el conductor, que es un blanco poderoso que trabaja en el programa nuclear sudafricano. Así que el azar lo cambia todo, y ella será propulsada a un extraño viaje que la conducirá hasta Suecia. Es analfabeta, al principio, pero con unas capacidades intelectuales extraordinarias, especialmente en el cálculo mental. Trabajo mucho en que mis personajes sean muy delgados, finos, algunos críticos se quejan, pero es que yo quiero que sean así, conseguirlo me cuesta muchos días de trabajo, me esfuerzo por que esto no sean novelas psicológicas. Es raro que yo describa un personaje con cierta extensión, o sus sentimientos. Soy breve, no uso apenas adjetivos. Mis personajes actúan, básicamente. Desempeñan un papel, pero no son alguien que puedas encontrarte en la calle. Al empezar a escribir, Nombeko me salió una víctima, muy dependiente, era una descripción demasiado realista de alguien atrapado en la sociedad sudafricana. Luego me di cuenta de que tenía que traérmela a Suecia y la fui haciendo más fuerte e independiente, y al final me ha salido parecida en eso al abuelo Allan Karlsson. De hecho, Karlsson se parece a mí de joven, cuando nada me preocupaba. O sea, que me parezco a ella también.

¿Y de los gemelos Holger, qué puede decir?

Son idénticos, pero, al nacer, sus padres sólo declaran a uno, así que tienen que compartir la misma identidad, lo cual les proporciona algunas ventajas y otros inconvenientes. No pueden tener un carácter más distinto. No se basa en ningún hecho real. Mi madre y mi abuelo me contaban historias, inventaban relatos fantásticos, por eso nunca he visto la necesidad de basarme en nada de la ­realidad.

No es exactamente una novela coral, pero los secundarios son muy importantes: la chica antisistema que lo convierte todo en un discurso político, el alfarero paranoico que se cree perseguido por la CIA, los agentes de los servicios secretos israelíes… ¿Cómo trabaja con todo ese grupo a la vez?

Al principio, con un programa informático especial para escritores. Pero era difícil usarlo y al final me fié más de mi cabeza. Situarlos en espacios físicos me ayuda, porque tenerlos instalados en una casa me hace visualizarlos, sé en qué habitación o lugar está cada uno.

Ya se ha estrenado en Suecia la película sobre 'El abuelo…' ¿Qué le parece?

Es ya la más vista en toda la historia de las películas suecas. No he participado en ella. Han cortado mucho del libro, al principio no lo entendí, pero luego el director, muy pedagógico, me hizo darme cuenta de que, tal como yo lo quería, duraba exactamente 19 horas. Nadie habría ido a verla... Él tuvo que tomar decisiones, y está bien así, ha mantenido lo esencial. Lo que me da un poco de rabia es que, en algún momento, ha encontrado una solución narrativa mejor que la del libro…, y yo ya no lo puedo cambiar.


¿Existió el programa nuclear sudafricano?

Sí, y el hecho histórico es que lo desmantelaron todo antes de que los negros llegaran al poder… ¡para que no tuvieran armas nucleares! ¡Increíble, pero cierto! Gracias a eso, se bajaron del carro atómico. Llegaron a tener seis bombas y estaba en marcha una séptima. Me sorprende que no se haya hablado de plutonio perdido o de residuos nucleares, porque no se desmantelan esas cosas así como así. Con la desin­tegración de la URSS se produjo un mercado negro de estos materiales, y seguro que en Sudáfrica también.

El rey de Suecia de su novela es campechano, poco trabajador, juerguista, pero cae muy simpático...

Soy muy respetuoso con mi rey, al suyo no lo conozco. Esto de los personajes históricos siempre trae cola… Cuando publiqué el primer libro tuve un problema porque inventé un hermano de Einstein, ficticio, para que el padre tuviera un 'affaire' con la canguro. La familia me acusó de calumnias. Todo es, obviamente, humor. El rey de verdad es una persona encantadora en sus apariciones públicas. Dejémosle ser como es. También salen Churchill, Mandela y otros muchos. Aquí salen los dos políticos más populares de Suecia, el rey y el primer ministro, y creo que ambos comprenden que eso forma parte de su sueldo, ser víctima de bromas, chistes y de la imaginación de novelistas descerebrados como yo.

¿Hay muchos republicanos en Suecia?

Sí. Es que si te preguntan, claro, intelectualmente, ¿cómo puedes ser otra cosa? Cerebralmente, la monarquía es una cosa estúpida, ceder el poder de forma hereditaria, por los genes, imponiéndoselo además a alguien. Pero, en la vida real, práctica, no tengo ningún problema con el rey y creo que realiza una buena labor.

En cada país cambia el título de su libro, ¿no?

Son matices, a veces serios. En castellano es “La analfabeta que era un genio de los números”. En catalán, “La analfabeta que salvó un país”. En Francia, “La analfabeta que sabía contar”. En el Reino Unido, “La chica que salvó al rey de Suecia”… Aunque en realidad no es ella quien salva al Rey, pero lo acepto porque supongo que los editores conocen sus respectivos países. Por ejemplo, hay quien me ha dicho que “analfabeta” es un término muy despectivo en según qué idioma, y no era esa mi intención.

¿Cómo le ha cambiado el éxito?

Siempre he disfrutado escribiendo, pero he disfrutado mucho más esta segunda novela porque ya no tenía dudas. Con la primera, sentía la incertidumbre de lo que iba a pensar la gente, no sabría si gustaría, piense que me la rechazaron cinco editoriales y eso hace mella en la autoestima. Ahora estaba seguro, y simplemente he escrito algo que a mí me gustaría leer, algo que me haría reír. Antes me angustiaba no saber escribir tan bien como Milan Kundera. Ahora he asumido que cada uno hace una cosa distinta.

¿Qué es lo último que ha leído?

Una biografía de Victoria, la heredera al trono sueco. Devoro muchas biografías y memorias, y también libros de historia. Me interesa la sociedad, la política, me fascina el hecho de que cometamos los mismos errores una y otra vez, si ves la historia te das cuenta de que está llena de paralelismos y que nunca aprendemos. La guerra de Vietnam empezó porque Estados Unidos inventó una provocación del otro lado, para responder con una guerra. Pasan los años y vuelve a suceder: el mismo Estados Unidos con Iraq, inventándose que tenían armas de destrucción masiva. Y ahora estamos con Siria...

 ¿Qué hay del 'sueño sueco'?

¿Qué sueño era ese? ¿El de Olof Palme, al que asesinaron en la calle en 1986, en un caso que aún no se ha esclarecido? Ese sueño nunca volvió, se quedó allí tendido, sobre un charco de sangre. Yo me siento perdido políticamente desde entonces. Perdido.





Portada del libro publicado en Taiwan

* Magazine. Diario La Vanguardia.

















EL GATO DE LA SUERTE



La Argentina y el gato de la suerte

Diego Sehinkman






Remplazar la estatua de Colón por una de Juana Azurduy es incorrecto. Frente al río y mirando al mundo debería haber un gigantesco "Shaocai Mao", el gato chino de la suerte. ¿Se lo imaginan, erigido por la grúa oficial? Estéticamente dudoso, pero acorde con la realidad argentina, un gato dorado de diez metros de alto mueve la mano para atraer plata. Si pueden ser 12.000 o 15.000 millones de dólares, mejor.
En la escena que le falta a la película de Néstor, su esposa precisa verdes para llegar bien a 2015. En esta secuela indeseada por los productores del film, la Argentina vuelve al Club de París, arregla con el Ciadi y con Repsol, arma un nuevo índice de precios pedido por el FMI, y les da la bienvenida a los democráticos presidentes Putin, de Rusia, y Xi Jinping, de China (con sólo cerrar la cortina, Azurduy no los ve).
-Doctora, nos quedamos sin nafta.
-Maldición. Andá con el bidón y pedile al chino.
Alguien calculó mal en la estación de servicio. O cargaron de menos o viajaron de más. Pero al kirchnerismo se le quedó el auto dos años antes. Es que el "modelo de acumulación de matriz productiva diversificada con inclusión social" es de motor grande, gastador. Por eso ahora, desde la banquina, el gato de la suerte le ronronea en la bocamanga al presidente chino, que no sólo viene a financiar las represas de Santa Cruz Néstor Kirchner y Jorge Cepernic y que va a pagar el arreglo del tren Belgrano Cargas, sino que también -si fuera tan gentil- quizás apruebe líneas de créditos por 12.000 millones de dólares, a ser empleadas en casos de apuro, por ejemplo, para combatir potenciales corridas cambiarias que pudieran ser generadas si el diablo Griesa mete la cola y el acuerdo con los "buitres" se complica.
(Inicio del párrafo paranoico: ¿qué querrán a cambio los chinos? Si no pudimos evitar que Repsol se lleve los barriles, ¿podremos con los simpatiquísimos orientales, que en algunos países africanos pasaron la aspiradora y los dejaron sin una miga? Luis D'Elía le cortó los candados del campo a Tomkins, pero ¿se animará a ir con el alicate a la tranquera del emporio chino Heilongjiang Beidahuang, que hoy tiene 200.000 hectáreas en Río Negro? Fin del párrafo paranoico.)
Dos polillas, la de la inflación y la del gasto, le van comiendo la frazada al Gobierno, que, necesitado de plata, empieza a destapar a sus aliados históricos. Obsesionada por aumentar la recaudación, Cristina no excluyó el aguinaldo del pago de Ganancias y quedó enfrentada a los pocos gremios oficialistas de la CGT y la CTA.
Hugo Yasky, histórico aliado del Gobierno, confirmó que el 4 de agosto marchará al Congreso para reclamar por Ganancias y por una reforma tributaria integral. Y Antonio Caló, después de un arduo trabajo de fonoaudiología, pronunció un párrafo entero: "La economía está muy complicada -balbuceó-. Los muchachos están preocupados y algunos enojados y nos pidieron que le pidamos una reunión a la Presidenta para definir de una vez por todas qué va a hacer con el impuesto a las ganancias, amén del problema automotriz. Empezó a faltar trabajo, ya tengo casi 10.000 suspendidos".
Así es el Gobierno. No te aumenta, pero te enseña a hablar.
Río Gallegos. Estratégicamente colocado en la estantería del consultorio que mira hacia Buenos Aires, el gato de la suerte de la odontóloga Rocío García, pareja de Máximo Kirchner, sube y baja su manito, indiferente al sonido del torno. Funciona el gato: Rocío acaba de ser nombrada "coordinadora de articulación local de políticas sociosanitarias, en el ámbito de la provincia de Santa Cruz". Ahora la odontóloga tiene un cargo dependiente del Ministerio de Salud de la Nación.
Andá a sacar esa muela.





De La Nación:  Realismo trágico (en dos minutos)