La mujer que disparó a la nariz de Mussolini
Ficha policial de Violet Gibson tras su detención. Imagen cedida por Capitán Swing.
¿Era complicado pegarle un tiro a Benito Mussolini? La multitud aclamaba en la romana plaza del Campidoglio al hombre que gobernaba Italia. La aristócrata irlandesa Violet Gibson, de 50 años, tenía a unos pasos a Il Duce, que acababa de salir del palazzo dei Conservatori de dar un discurso. Eran las once de la mañana del 7 de abril de 1926. Violet se acercó, empuñó su arma y mientras Mussolini levantaba el brazo para hacer el saludo fascista, ella alzó el suyo y disparó a quemarropa con su revólver Lebel, del ejército francés. Esta mujer pudo cambiar la historia pero su mala puntería y una bala encasquillada dejaron el intento de magnicidio en un rasguño en la nariz del líder. La historia de Gibson, una mujer imbuida de un exacerbado sentimiento religioso y perteneciente a una familia de la alta nobleza de Irlanda, no tuvo un gran seguimiento de los historiadores quizás porque desde el principio se la tachó de "solterona con problemas mentales". En 2011, la periodista inglesa Frances Stonor Saunders (1966) reconstruyó su vida en La mujer que disparó a Mussolini, una biografía que ha publicado en castellano a comienzos de este año la editorial Capitán Swing.
¿Era complicado pegarle un tiro a Benito Mussolini? La multitud aclamaba en la romana plaza del Campidoglio al hombre que gobernaba Italia. La aristócrata irlandesa Violet Gibson, de 50 años, tenía a unos pasos a Il Duce, que acababa de salir del palazzo dei Conservatori de dar un discurso. Eran las once de la mañana del 7 de abril de 1926. Violet se acercó, empuñó su arma y mientras Mussolini levantaba el brazo para hacer el saludo fascista, ella alzó el suyo y disparó a quemarropa con su revólver Lebel, del ejército francés. Esta mujer pudo cambiar la historia pero su mala puntería y una bala encasquillada dejaron el intento de magnicidio en un rasguño en la nariz del líder. La historia de Gibson, una mujer imbuida de un exacerbado sentimiento religioso y perteneciente a una familia de la alta nobleza de Irlanda, no tuvo un gran seguimiento de los historiadores quizás porque desde el principio se la tachó de "solterona con problemas mentales". En 2011, la periodista inglesa Frances Stonor Saunders (1966) reconstruyó su vida en La mujer que disparó a Mussolini, una biografía que ha publicado en castellano a comienzos de este año la editorial Capitán Swing.
Gibson pertenecía a una familia rica. Su padre
ocupaba un escaño en la Cámara de los Comunes y fue nombrado lord Ashbourne.
Violet siguió la tradición, presentaciones en la corte, bailes, actos
sociales... hasta que decide abrazar el catolicismo para disgusto de su familia
de fe anglicana. Es en esa etapa cuando Gibson comienza a sufrir problemas de
salud, desórdenes nerviosos que espera curar en Roma, cerca del Papa. Allí, sin
embargo, ahonda en su desorientación, se agrava su estado hasta un intento de suicidio
en febrero de 1925. Después se convence a sí misma de que Dios le ha
encomendado la misión de matar al Duce o al Papa. "Era contrario a la
voluntad de Dios que Mussolini continuara existiendo", declaró después en
el juicio.
Stonor, que comenzó su trayectoria como
realizadora de documentales en la BBC, trufa su relato de interesantes
documentos oficiales: cartas personales, informes policiales, comunicaciones
diplomáticas, artículos periodísticos, partes médicos... Además de contar la
vida de Violet, esta historiadora aprovecha para trazar en paralelo algunos
fragmentos de la de Mussolini: el niño conflictivo, el profesor que pega a sus
alumnos, el hombre que huye a Suiza para eludir el servicio militar. A su
vuelta, su charlatanería y proclamas contra el Gobierno de Italia le llevan a
subir peldaños en el Partido Socialista hasta lograr su dirección.
La autora también establece comparaciones entre las vivencias de Violet con las de otros personajes de su época, Virginia Woolf, Scott Fitzgerald, Ezra Pound... sin embargo, las prolijas y numerosas referencias hacen farragosa en ocasiones la lectura del libro porque diluyen el relato sobre Gibson.
La autora también establece comparaciones entre las vivencias de Violet con las de otros personajes de su época, Virginia Woolf, Scott Fitzgerald, Ezra Pound... sin embargo, las prolijas y numerosas referencias hacen farragosa en ocasiones la lectura del libro porque diluyen el relato sobre Gibson.
La labor de Stonor de desenterrar textos de la
prensa y declaraciones de figuras políticas permite constatar hasta qué punto
era vista con buenos ojos la figura de Mussolini, con especial admiración del
entonces canciller Winston Churchill. A Il Duce se le
consideraba un freno para la amenaza del comunismo. "El establishment británico
nunca percibió que Mussolini podía ser más peligroso que Violet Gibson",
apunta Stonor Saunder.
El intento de Gibson de asesinar a Mussolini no fue el único
perpetrado contra el hombre que quería emular a los emperadores de Roma. En los
meses anteriores hubo una tentativa abortada (el socialista Zaniboni fue
detenido antes de que pudiera disparar desde la ventana de su hotel). Después
de la de Gibson sucedieron otras dos, protagonizadas por un anarquista que
lanzó una granada de mano y un joven de 15 años que fue linchado de inmediato.
Stonor subraya que estos atentados aceleraron la transformación de Italia en un
Estado fascista, con nuevas leyes que acabaron con cualquier atisbo de
disidencia.
La
mujer que disparó a Mussolini recuerda la
pantomima de juicio al que fue sometida Gibson. Mientras la prensa se esforzó
en mostrar a un magnánimo Duce que quitaba importancia a lo sucedido, la
diplomacia británica hizo todas las reverencias necesarias para no disgustarle.
Lo más doloroso para Gibson fue el olvido de su familia, avergonzada por tener
a una desequilibrada que había querido acabar con alguien tan importante. Tras
casi un año de cárcel, sometida a humillantes pruebas psiquiátricas y físicas
(examen de su útero incluido) fue puesta en la frontera de Italia con Francia y
en cuanto pisó suelo inglés le diagnosticaron en solo unos minutos "locura
delirante con paranoia".
La última parte del libro resume los casi 30 años que Violet pasó en el manicomio de Saint Andrew, en Northampton, donde cursó reiteradas peticiones, todas despreciadas, para que la dejasen descansar en un centro religioso. La periodista aprovecha para mostrar cómo eran aquellos lugares, "para volverse uno loco", los tratamientos contra las enfermedades mentales y algunas de las delirantes teorías médicas. Es aquí donde Stonor no disimula el cariño que sintió por su biografiada. Ni muerta se respetó el deseo de Stonor de dónde debían reposar sus restos. No se hizo pública su muerte. Ni amigos, ni nadie de su familia acudió al entierro. Todos querían olvidar a Violet Gibson.
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