El país de los náufragos: Lago Titicaca
Carlos W. Albertoni
A casi cuatro horas del amanecer, el sol aún
no logra entibiar el aire. Las temperaturas en el Altiplano peruano nunca son
muy cálidas, ni siquiera en verano, pero esta mañana el termómetro se resiste a
trepar más allá de los 4°C o 5°C. Por eso, mejor subir a la lancha con poncho
de lana comprado la tarde anterior en una feria de la zona más alta de Puno,
desde donde se veía perfectamente el Titicaca.
Puno es una ciudad peruana de algo más de cien mil habitantes que se orilla al Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, a 3812 metros sobre el nivel del mar. Una leyenda dice que fue formado por las lágrimas del Dios Inti, que lloró amargamente durante cuarenta días y cuarenta noches luego de que los hombres que habitaban antiguamente esas tierras fueran devorados por una colosal manada de pumas. Tras el llanto, la deidad castigó duramente a los pumas y los convirtió en piedra, por lo que el lago pasó a llamarse Titicaca, que en lengua andina quiere decir precisamente pumas de piedra. "Es un hermoso cuento -dice Lucio, el piloto de la lancha en la que navegaremos el lago esta fría mañana-. Hoy va a estar helado durante todo el día."
Las aguas del Titicaca ocupan una enorme superficie de 8562 kilómetros cuadrados, repartidas casi por partes iguales entre Perú y Bolivia. Puno es la principal de las ciudades del lado peruano y la mayoría de las navegaciones sale desde sus costas, donde aún descansa el casco de hierro del mítico Yavarí. "Fue un barco construido en 1870 que se usaba para transportar pasajeros, lana y minerales por el Titicaca. Lo armaron originalmente en Inglaterra, trajeron sus partes hasta Puno en mulas y fue el primero propulsado con hélices que se utilizó en el lago", explica el capitán mientras la lancha pasa lentamente junto al viejo buque que, tras un siglo y medio, se convirtió ahora en un museo flotante. Diez minutos después, luego de dejar atrás la bahía sobre la que se levanta Puno, ponemos rumbo al Oriente, hacia la isla de Taquile, primera parada del recorrido.
Taquile
es una isla de algo más de dos mil habitantes en la que el progreso apenas si
ha asomado. Allí no hay automóviles ni motos y la electricidad es un recurso
sólo usado a cuentagotas, por lo que en la mayoría de las casas se utilizan
velas o linternas alimentadas con anacrónicas manivelas. Respetuosos de sus
tradiciones, las mujeres visten blusas rojas y faldas negras, mientras que los
hombres utilizan camisas blancas y un gorro finamente tejido que permite
diferenciar los casados de los solteros.
"Los tejidos son el producto más distintivo de los
taquileños, tanto que la Unesco los declaró Patrimonio de la Humanidad. Estos
tejidos son principalmente hechos por los hombres, que comienzan a hilar en su
infancia, desde los 7 u 8 años", cuenta Lucio al tiempo que subimos por un
largo y empinado camino de tierra hasta lo más alto de la isla, donde se
encuentra el centro del poblado. El ascenso me quita el aire y, por eso, al
llegar arriba me siento a la sombra de los muros de una pequeña capilla de piedra
para descansar y mascar un par de hojas de coca contra los efectos del mal de
altura.
Desde Taquile continuamos la navegación hacia Amantani, la mayor
de las islas del lado peruano del Titicaca. Unas 800 familias viven allí,
dedicadas especialmente al cultivo de papas, cebada y habas. Otra vez hay que
subir un camino empinado hasta el centro del poblado y de nuevo hay que mascar
hojas de coca para combatir la fatiga, a la que ahora se le suma un intenso
dolor de cabeza.
"Coma despacio, que le va a hacer bien", aconseja
Félix, un agricultor de piel muy cobriza que nos invita a almorzar en su casa
una sopa que los lugareños llaman chairo, espesa y preparada con carne de
cordero seca, zanahorias y apio. Para cuando terminamos de comer, el cansancio
desaparece, pero la jaqueca persiste. El dolor recién termina casi una hora
después, cuando hace un buen rato que dejamos Amantani y navegamos hacia las
islas flotantes de los uros, el más esperado de los destinos de este viaje.
Los uros constituyen una de las etnias más antiguas y particulares de la región del Altiplano peruano. En un comienzo habitaron las zonas costeras del Titicaca, pero la llegada de los conquistadores españoles los forzó a ocultarse en las aguas del lago, sobre las que construyeron islas flotantes. Hechas con raíces de totoras, estas islas son desde entonces el hogar de un pueblo que nunca volvió a asentarse en tierra firme. Viviendo casi a la deriva, casi como eternos náufragos, los uros son una cultura única en el mundo.
En el Titicaca existen alrededor de cuarenta islas flotantes, de tamaños diversos. Las hay muy grandes, que llegan a albergar hasta diez familias. Y también muy pequeñas, que apenas si logran servir de hogar para unas pocas parejas con sus niños. Lucio sugiere ir a una de estas últimas, ya que las mayores suelen estar demasiado habituadas a la llegada de los turistas, lo que le resta naturalidad al trato de los uros con los visitantes.
Al final de la tarde arrimamos la lancha a una isla sobre la que tres niños juegan con una pelota desinflada mientras un grupo de mujeres teje de cara al sol rojizo. "Bienvenidos a nuestro hogar", nos saluda un hombre de sonrisa desdentada que también nos invita a conocer la isla, algo que apenas nos toma diez o quince minutos. En el breve recorrido visitamos dos viviendas armadas con ramas, una única habitación con varias mantas tiradas sobre el piso que funcionan como camas. En ambas casas la cocina está armada afuera, alejada unos tres o cuatro metros de la vivienda para evitar incendios. Junto a una de esas rústicas cocinas están los tres chicos con su pelota, haciéndole goles a un arco improvisado con dos montones de pajas de totora y festejando con los brazos abiertos al cielo como si lo hicieran frente a una tribuna repleta de gente. Me acerco, los miro por un buen rato y finalmente no puedo evitar la tentación de patear la pelota para hacer un gol en uno de esos arcos de pajas. El pudor no me permite levantar los brazos para festejarlo.
El sol se pone sobre el lago cuando llega hasta la isla una embarcación de juncos. "Estos botes también están hechos de totoras y los uros los usan tanto para pescar como para contactarse con las comunidades de otras islas. Por eso son fundamentales para su vida", relata Lucio mientras un joven de unos 30 años baja de la nave de totoras y corre a abrazar a los tres chicos de la pelota. Enseguida se levanta un viento muy frío y el hombre de la sonrisa desdentada me convida con un té de coca. "Entre en calor antes de volverse a Puno", dice acercando un vaso humeante.
Con Lucio nos quedamos media hora más en la isla, hasta que la noche empieza a anunciarse. Las mujeres dejan sus tejidos, los chicos abandonan su pelota y nosotros subimos a la lancha para emprender el camino de regreso a Puno. Una hora después estamos otra vez entrando en la bahía, bajo un cielo estrellado en el que aún no salió la luna. El frío golpeó al bajar al muelle, tanto como para sentir que se me congelaba la cara. "Mañana también será un día helado", vuelve a presagiar Lucio. Y al día siguiente usaré nuevamente el poncho.
Al final de la tarde arrimamos la lancha a una isla sobre la que tres niños juegan con una pelota desinflada mientras un grupo de mujeres teje de cara al sol rojizo. "Bienvenidos a nuestro hogar", nos saluda un hombre de sonrisa desdentada que también nos invita a conocer la isla, algo que apenas nos toma diez o quince minutos. En el breve recorrido visitamos dos viviendas armadas con ramas, una única habitación con varias mantas tiradas sobre el piso que funcionan como camas. En ambas casas la cocina está armada afuera, alejada unos tres o cuatro metros de la vivienda para evitar incendios. Junto a una de esas rústicas cocinas están los tres chicos con su pelota, haciéndole goles a un arco improvisado con dos montones de pajas de totora y festejando con los brazos abiertos al cielo como si lo hicieran frente a una tribuna repleta de gente. Me acerco, los miro por un buen rato y finalmente no puedo evitar la tentación de patear la pelota para hacer un gol en uno de esos arcos de pajas. El pudor no me permite levantar los brazos para festejarlo.
El sol se pone sobre el lago cuando llega hasta la isla una embarcación de juncos. "Estos botes también están hechos de totoras y los uros los usan tanto para pescar como para contactarse con las comunidades de otras islas. Por eso son fundamentales para su vida", relata Lucio mientras un joven de unos 30 años baja de la nave de totoras y corre a abrazar a los tres chicos de la pelota. Enseguida se levanta un viento muy frío y el hombre de la sonrisa desdentada me convida con un té de coca. "Entre en calor antes de volverse a Puno", dice acercando un vaso humeante.
Con Lucio nos quedamos media hora más en la isla, hasta que la noche empieza a anunciarse. Las mujeres dejan sus tejidos, los chicos abandonan su pelota y nosotros subimos a la lancha para emprender el camino de regreso a Puno. Una hora después estamos otra vez entrando en la bahía, bajo un cielo estrellado en el que aún no salió la luna. El frío golpeó al bajar al muelle, tanto como para sentir que se me congelaba la cara. "Mañana también será un día helado", vuelve a presagiar Lucio. Y al día siguiente usaré nuevamente el poncho.
DATOS ÚTILES
Cómo llegar. En avión. Aerolíneas Argentinas, LAN y Avianca tienen vuelos diarios entre Buenos Aires y Lima desde 4500 pesos en clase económica. Desde Lima no hay vuelos hasta Puno, por lo que la mejor opción es volar a Juliaca, a poco menos de dos horas de auto de Puno. Entre Lima y Juliaca hay hasta cuatro vuelos diarios.
Dónde dormir. Casa Andina. Una de las mejores opciones para alojarse en Puno es este lujoso hotel con 45 habitaciones a orillas del Titicaca. Las habitaciones con vista al lago cuestan alrededor de 150 dólares, con desayuno y servicio de Internet incluidos. Reservas en www.casa-andina.com private-collection-puno
Navegación. En Puno, varias agencias organizan navegaciones hasta las islas flotantes de los uros. La empresa TiticacaTour ofrece excursiones de día completo por 30 dólares. Existe también la opción de pasar la noche en Amantani por 45 dólares. Reservas en wwwtiticacatour.com
Más información. www.peru.travel
Fuente: Diario La Nación. Turismo
Hace unos recorrí parte de esa zona, desde Copacabana en Bolivia, cruzando el lago Titicaca en balsa y desde allí hasta Puno. Luego hasta Cuzco para llegar a Machu Pichu. Salimos de Bs As en camioneta en un viaje extraordinario que recomiendo. Bolivia tiene lugares y ciudades muy atractivas (dejando de lado la altitud y el apunamiento) al igual que Perú. Susana Arce.
ResponderEliminarEl lugar es increíble y aunque se ha comercializado bastante vale la pena visitarlo y apreciar las diferentes culturas de que se compone nuestra América...Bolivia tiene sus cosas buenas para conocer y apreciar.
ResponderEliminarMagnífico artículo,felicito a su autor. Hace 60 años, junto a mis padres y mi hermana,casi de noche nos embarcamos en Puno. Un pequeño barco, que nos llevó hasta el primer puerto boliviano. Era de no creerlo. Tenía camarotes, con literas, por supuesto, comedor con todos los adminículos y durmiendo amanecimos en Bolivia, donde tren mediante llegamos a la Paz. Tenía 13 años.Vuelvo a agradecer al autor, me ha hecho vivir un momento feliz. Agustin
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