Shakespeare: la conquista global del inglés*
Salir de Stratford-upon-Avon para un
joven que en 1587 rezumaba inquietudes, resultaba una aspiración bastante
normal. Hacerlo montado en una caravana de cómicos, dejando atrás su futuro
como heredero del taller de guantes paterno, comprensible. Dejar más o menos
con lo puesto a la mujer con la que se había casado junto a su hija
en brazos, duele másO motiva, según...
“¿Sabes escribir obras de
teatro?”, le preguntaron los miembros de la compañía de Los
Hombres de la Reina cuando recalaron en su pueblo. Pero, sobre todo: “¿Sabes
copiarlas deprisa?”. Ya andaba talludito para formarse a conciencia en el
oficio de actor, aunque lo probó. Sin embargo, necesitaban un voluntario para
que cada uno de los intérpretes se aprendiera leyendo y con buena letra sus
papeles.
Así fue como William
Shakespeare salió de su guarida sin aspiraciones para conquistar todos
los caminos que le plantarían en Londres… Había influido el impacto que Edward Alleyn, actor fetiche del fascinante, depravado
y buscapleitos Christopher Marlowe -homosexual,
ateo, blasfemo, pendenciero, con maneras y tendencias satánicas al tiempo que
brillante, provocador, seductor-, produjo en el joven Will.
No menos que la bofetada que le
debió propiciar la capital, donde eran paisaje común los cuervos picoteando las
cabezas clavadas en lanzas de los ajusticiados en mitad del ruido de los
carruajes, los gritos, las peleas... Había que aprender a convivir con ello y
con la seguridad de que la mejor forma de llenar el estómago era a base de una
dieta de pan enjuagado en cerveza dentro de sus apestosas y oscuras tabernas.
Vicios
aparte, los londinenses demostraban buen oído y mejor disposición para el
teatro. Tanta inmundicia requería una válvula de escape. Mejor, además, si ésta
era del gusto de la reina
Isabel, férreo marchamartillo de armas tomar, culta y políglota, capaz de
meter broncas en latín a los cortesanos, pero muy querida y respetada por los
suyos: “Sé que tengo el cuerpo de una mujer débil y frágil, pero poseo el
corazón y el estómago de un rey y, además de un rey de Inglaterra”. Así se
chuleaba la hija de Enrique VIII y Ana Bolena, en plena tensión con España.
William aterrizó en mitad de ese
ambiente expansivo. Con la intención de sacudir la escena, promover así el Shakescene, y
alumbrar un nuevo teatro de potencia expresiva arrolladora, con un cuidado por
la acción, la introspección para lucimiento de los actores y un lenguaje nunca
vistos… Ni oídos. Los ingleses, al contemplar los inventos de aquel Shakespeare
comenzaron a encontrar su centro y a disfrutar del orgullo de su lengua,
sostiene el escritor Anthony Burgess en su biografía.
Aquel dialecto remoto y
despreciado en tiempos, se convertía en manos del poeta inglés en algo elevado
y de gran potencia expresiva. Tanto como el Golden Hind, aquel
buque con el que sir Francis
Drake dio la vuelta al mundo dictando órdenes en un idioma que
empezaba a ampliar su eco universal. Había comenzado la expansión imparable de
una lengua que no ha visto desde entonces decaer su dominio. Un poeta en tierra
y un pirata por mar, la contagiaron.
*Jesús Ruiz Mantilla. El País Espàña
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