Lo que vemos.
Juan José Millás*
No quisiera resultar
catastrofista ni nada parecido, pero lo cierto es que cada una de las
generaciones que voy conociendo en la escuela está más delgada, más afásica.
Vivimos en una época a la que llamamos pomposamente la era de la información,
aunque sería más correcto llamarla la era de los datos. El problema es que los
datos no son información hasta que se articulan. Aprender a leer es tanto como
aprender a articular esos datos.
Repito con frecuencia que la palabra es un órgano de la visión. Los ciegos distinguen, entre otros, dos tipos de ceguera: la de aquellas personas que tienen el campo de visión muy amplio, pero que lo ven todo muy borroso, y la de aquellas otras que ven con enorme nitidez, pero como si miraran a través del ojo de una aguja. Nosotros pertenecemos a la primera clase. Tenemos el universo entero desplegado ante nuestros ojos. En cuestión de segundos podemos conectarnos con Australia y ver en directo catástrofes como la caída de las Torres Gemelas, porque los datos circulan a velocidad de vértigo. Lo vemos todo, en fin, pero lo vemos de forma borrosa. Vivimos rodeados de bultos, cada uno de nosotros es ya en cierto modo un bulto. Y no hallamos la manera de encontrar sentido a lo que percibimos porque carecemos de la herramienta fundamental para hacerlo, que es el dominio del lenguaje.
Repito con frecuencia que la palabra es un órgano de la visión. Los ciegos distinguen, entre otros, dos tipos de ceguera: la de aquellas personas que tienen el campo de visión muy amplio, pero que lo ven todo muy borroso, y la de aquellas otras que ven con enorme nitidez, pero como si miraran a través del ojo de una aguja. Nosotros pertenecemos a la primera clase. Tenemos el universo entero desplegado ante nuestros ojos. En cuestión de segundos podemos conectarnos con Australia y ver en directo catástrofes como la caída de las Torres Gemelas, porque los datos circulan a velocidad de vértigo. Lo vemos todo, en fin, pero lo vemos de forma borrosa. Vivimos rodeados de bultos, cada uno de nosotros es ya en cierto modo un bulto. Y no hallamos la manera de encontrar sentido a lo que percibimos porque carecemos de la herramienta fundamental para hacerlo, que es el dominio del lenguaje.
La palabra, es un órgano
de la visión. Suelo decir que cuando voy al campo, solo veo árboles, pero
cuando me acompaña un amigo botánico, además de árboles, veo abedules, pinos,
hayas, robles, alcornoques. Veo incluso ese liquen especial que adorna el
tronco del abedul y para el que era ciego antes de que mi amigo lo nombrara. No
hay peor forma de ceguera que la resultante de no controlar la lengua en la que
hablas o eres hablado.
Dice Steiner que no hay que
confundir la información con el conocimiento. Es otra forma de decir lo mismo.
La dicotomía datos / información es semejante a la de información /
conocimiento. Lo que faltan, en fin, son representaciones articuladas de la
realidad. El problema es que todo está dirigido a que esas representaciones
sean cada vez más escasas. A veces tengo encuentros también con estudiantes de
periodismo (y el periodismo es un proveedor privilegiado de ese tipo de
representaciones), cuya biografía lectora es sencillamente intolerable. Yo digo
a los responsables de los master de periodismo que me parece muy que exijan a
los alumnos saber inglés, pero que me parecería igual de coherente que les
pidieran algunos conocimientos de latín.
Tampoco voy a entrar en el debate
del latín, no se preocupen. Prefiero fijar lo que torpemente he venido
balbuceando hasta ahora para significar la importancia de la promoción de la
lectura en la escuela y fuera de ella. Cerraré este texto, pues, del mismo modo
que me gusta cerrar mi intervención en los institutos y colegios: recordando a
los oyentes que no hay en la vida nada tan real como aquello que calificamos de
irreal. En la existencia de todo ser humano, sin la menor duda, les
digo, es más determinante, mucho más, lo que se le ocurre que lo que le ocurre.
Pero así como lo que ocurre encuentra siempre un cauce de estudio y análisis,
lo que se nos ocurre se reprime o sale por donde no debe. De hecho, hay muchas
conversaciones que empiezan de este modo:
-Fíjate lo que me ha ocurrido
esta mañana. Abro el grifo del agua fría y sale caliente, o al revés.
Sería impensable, en cambio, que
alguien comenzara una conversación diciendo: Fíjate lo que se me ha ocurrido.
Se me ha ocurrido, por ejemplo, que llegaba a casa y encontraba a mi marido en
el suelo, muerto, con una bolsa de plástico alrededor del cuello, que
seguramente es una fantasía que tienen miles de mujeres cada día.*Juan José Millás (Valencia, España; 31 de enero de 1946) escritor y periodista español. Su obra narrativa ha sido traducida a 23 idiomas.
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