viernes, 19 de agosto de 2016

RESILIENCIA II





Superando fracasos

Eva Carnero










Dado que no vivimos en una urna de cristal tarde o temprano, la vida nos pondrá por delante una prueba difícil de superar. Un infortunio que, probablemente, tenga forma de enfermedad o de pérdida y que enfrentaremos con mayor o menor habilidad. 

Para aumentar la garantía de éxito, un consejo, o mejor, tres: sea flexible como el bambú, maleable como la arcilla y adáptese al cambio como un lobo. Solo así, estará en disposición de sobrellevar los peores momentos del devenir de los acontecimientos. Que, dicho sea de paso, tendrá al menos dos o tres a lo largo de su vida, según Rafaela Santos, psiquiatra y presidenta del Instituto Español de Resiliencia (IER). Parece que nadie se libra de tener que lidiar con varios sucesos trágicos, o al menos complicados, en su biografía. “El diagnóstico de una enfermedad grave, la desaparición de un ser querido, un despido o un revés económico son circunstancias por las que todos pasaremos alguna vez”, apunta.
La buena noticia es que a pesar de que estos hechos no son algo que podamos evitar ni controlar, “todas las personas contamos con la capacidad de afrontarlos de forma constructiva”, asegura Santos. A esa fuerza interior se la conoce como resiliencia, añade esta neurocientífica: “Nos permite superar cualquier situación difícil saliendo fortalecido de ella”.

Cómo salir con la lección aprendida

En este asunto, el quid de la cuestión reside en cómo salimos del embate. Porque, aunque lo ideal sería hacerlo con la lección aprendida, no siempre lo conseguimos. “Ante una situación traumática existen dos opciones: hundirse o crecer”, señala Santos. “Hemos comprobado a menudo cómo muchas personas, después de haber experimentado episodios muy difíciles en su vida, cambian su forma de entender el mundo y adoptan una perspectiva más humana, priorizando lo realmente importante frente a nimiedades a las que antes otorgaban un protagonismo infundado”, añade la psiquiatra.

Por su parte, la psicóloga clínica Noelia Mata, especialista en Trastornos de la Personalidad y Neuropsicología, coincide con Santos en señalar que, en ocasiones, el individuo pierde la partida. En este contexto, Mata apunta tres posibles actitudes ante la adversidad: “En primer lugar, hay gente que se apunta al victimismo echándole la culpa de lo ocurrido al mundo, a la vida o a los demás; otros, se enfurecen y se instalan en una actitud agresiva; y, por último, estarían las personas resilientes que son las que aceptan la realidad y se adaptan y enfrentan a ella”.

 Ahora bien, la superación constructiva de un trauma no significa que debamos pasar necesariamente por situaciones dolorosas para poder experimentar crecimiento personal. Así lo cree Santos: “Aunque muchos de los que han ganado este tipo de batallas afirman ser más felices que antes y consideran que el sufrimiento les ha llevado a ser mejores personas, no hace falta esa experiencia para ser feliz”.
Mata va más allá y, además de compartir la opinión de Santos, cree que, para desarrollar la resiliencia y en última instancia acercarnos a la felicidad, lo ideal es trabajar la capacidad de resistencia y adaptación desde la infancia. Y para respaldar su postura la experta hace referencia al neuropsiquiatra francés Boris Cyrulnik, autor de libros como "Los patitos feos." 


" Los patitos feos. La resiliencia. Una infancia infeliz no determina la vida ", quien defiende la idea de que el mecanismo que protege a las personas frente a las adversidades de la vida se forja en los primeros años de vida gracias a la interacción que establece con su cuidador, especialmente con la madre, que es quien provee al niño de la seguridad afectiva necesaria para crear un apego seguro.

¿Genes o voluntad?

Esa sensación de bienestar emocional a la que es posible llegar tras la superación de un suceso trágico, está al final de un recorrido que tiene su origen en los recursos psicológicos que todos disponemos de forma innata. La doctora Santos defiende con rotundidad que la resiliencia “no es una habilidad externa, sino una actitud que se desarrolla en nuestro interior gracias a la plasticidad neuronal y que se va modificando en función de las experiencias vividas”. Y anima: “Todo individuo puede acrecentar poco a poco su resiliencia”. Eso sí, también advierte que no todos tendrán el mismo éxito, ya que si no se le dedica tiempo y esfuerzo "no se alcanzarán los niveles mínimos de resistencia que garantizan la superación del suceso”.
Aunque esta psiquiatra reconoce que en un tercio de la población se puede encontrar una predisposición genética que determina la capacidad de una persona a ser resiliente, también recalca que la biología es solo parte de la explicación, “y si no se trabaja mediante el entrenamiento consciente o se moldea a través de la experiencia, no pasará de ser una capacidad en potencia”. Por su parte, la psicóloga Mata tampoco cree que el comportamiento resiliente responda en exclusiva a los dictados del ADN. Para esta psicóloga, una persona será más o menos resiliente dependiendo de la combinación de factores biológicos, psicológicos y sociales. “Las variantes genéticas interactúan tanto con las ambientales como con las conductas aprendidas para enfrentarnos de forma positiva a situaciones adversas”, sostiene.

Esto no es tan sencillo como 2+2

¿Quién podría negarse a tener en sus manos las herramientas necesarias para superar un revés de la vida o alcanzar una meta determinada? Sin embargo, la psiquiatra Santos no duda un instante en recordarnos que el funcionamiento del cerebro no es tan sencillo como nos gustaría. Incluso, es mucho más complejo de lo que imaginamos, ya que se autogestiona y tiene capacidad de responder a cualquier demanda que recibe del exterior. “Intervienen en él muchos neurotransmisores, y además la mayoría de ellos están supeditados a que otros hagan de neuromodulador. Es decir, si uno falla, la cadena se rompe e impide que tomemos las decisiones correctas”, aclara.
Y, ¿cuáles son esos eslabones “neurológicos” que integran la cadena? A grandes rasgos, Santos distingue “tres cerebros” ubicados en tres alturas distintas: “En primer lugar, está el cerebro más primitivo, donde se encuentran los instintos de supervivencia; a continuación, el cerebro medio, que es emocional y, por último, el cerebro superior o racional, el que toma las decisiones”. Cualquier decisión que tomamos es el resultado del modo en que se conectan los tres cerebros y, si todo va bien, "es un proceso que arranca con la reacción instintiva del primero de ellos, la cual da paso a una respuesta influenciada por las emociones del cerebro medio y, por último, llega al superior que es el responsable de tomar una decisión basada en la experiencia y el conocimiento, lo cual es sin duda lo más bonito y, definitivamente, lo más humano”, explica la psiquiatra.
Sin embargo, este recorrido ideal en ocasiones se ve truncado produciendo lo que se denomina cerebro secuestrado. Consiste en que, ante un estímulo muy estresante, "la respuesta se queda atrapada en el cerebro primitivo sin posibilidad de seguir el ascenso y tomar una decisión racional fruto de la intervención del cerebro superior”, aclara Santos. “En cambio, si el estrés es menor se percibe como un reto y resulta motivador”. Por su parte, la psicóloga Mata ubica la respuesta resiliente a medio camino entre lo 100% instintivo y lo totalmente racional: “Un comportamiento resiliente debe implicar una estimación de los riesgos que conlleva la adopción de una decisión o postura determinada”.

Por lo que pueda pasar...

Considerar un suceso objetivamente amenazante como un reto personal es una tarea complicada que podría simplificarse si nos preparamos para ello desde la infancia. Es decir, preparándose  para afrontar las dificultades de la vida antes de que sucedan. Esta actividad se lleva a cabo con adultos, pero también se hay programas para niños. Si entrenar un cerebro maduro es importante, aún lo es más trabajar el de los niños. Por eso, “aplicamos la neurociencia en la educación, con el fin de que los jóvenes maduren adecuadamente”, dice Santos, su presidenta.
En este sentido, y ante cualquier proceso de aprendizaje, la psiquiatra destaca en su libro "Levantarse y luchar"  el valor del esfuerzo. “Cualquier persona que lucha por un objetivo, ya sea un desafío personal o en el caso de un deportista batir una marca o a un rival, debe asumir que lograrlo supondrá sacrificio y sufrimiento. Y eso no es malo”, concluye Rafaela Santos.




CÓMO SALIR FORTALECIDO DE LA ADVERSIDAD


Quizás haya heredado las espaldas de su abuelo y que sean tan anchas que pueda echarse sobre ellas los problemas propios y ajenos. Pero si no es así, con voluntad, coraje y determinación también puede conseguir unos hombros fuertes que soporten lo que venga. La psiquiatra y neurocientífica Rafaela Santos, que participó en el pasado encuentro de salud mental Mens Sana, organizado por El Ser Creativo, señala tres pasos principales que le servirán de guía para superar la adversidad de forma constructiva:

1. Asuma la realidad. Es imprescindible que acepte lo que no puede cambiar. Haciendo referencia al neurólogo y psiquiatra Viktor Frankl, la doctora nos recuerda que la persona que no acepta la realidad sufre el doble.
2. Adáptese al cambio. En este punto, intervienen multitud de procesos neuronales cuyo fin último es encontrar nuevas vías de resolución positivas.
3. Escoja un camino. Por último, la psiquiatra nos anima a preguntarnos hacia dónde queremos crecer, y a que actuemos después en consecuencia.
Para completar la lista, la psicóloga Noelia Mata añade dos más:
4. Busque apoyo a su alrededor. Las personas de nuestro entorno nos ayudan a tener una visión más global de la situación, lo cual revierte en una mejor toma de decisiones.
5. Lleve hábitos de vida saludable. Practicar ejercicio, seguir una buena higiene del sueño o meditar con regularidad ayudan a afrontar los problemas con más energía.









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