lunes, 6 de agosto de 2018

POEMA.


Arriba

Margaret Atwood



























Despiertas aterrorizado,
sin motivo aparente.
La luz matinal se filtra por la ventana,
cantan los pájaros.
No puedes salir de la cama.

Hay algo en las sábanas arrugadas
que cuelgan como follaje
selvático, en las zapatillas cuyas
bocas color rojo oscuro reclaman tus pies,
en el desayuno invisible que aguarda
en la nevera que no te atreves a abrir,
ni te atreves a tomarlo. 

¿Qué te lo impide? El futuro, el tenso futuro
inmenso como el espacio estelar,
donde podrías perderte.
Tampoco es así de simple. El pasado,
con su densidad y sucesos ahogados te aplasta
como agua de mar, como gelatina
en vez del aire en los pulmones.

Olvídalo todo y levántate.
Intenta mover el brazo,
intenta mover la cabeza.
Finge que arde la casa
y arderás tú también si no huyes
(truco inútil, nunca
funcionó antes).

¿De dónde viene, este eco,
este enorme No que te rodea,
silencioso como los pliegues de las
cortinas amarillas, mudo como el alegre
cuenco mejicano con su peso
de embalsamadas flores?

(Elegiste colores solares,
y no los neutros tonos secos de la sombra:
¡Dios sabe que lo intentaste!).

Probemos ésta:
Yaces en tu lecho de muerte,
te queda una hora de vida
¿Quién es precisamente la persona
que todos estos años has tardado
en perdonar? 







UP


You wake up filled with dread.
There seems no reason for it.
Morning light sifts through the window,
there is birdsong,
you can’t get out of bed.


It’s something about the crumpled sheets
hanging over the edge like jungle
foliage, the terry slippers gaping
their dark red mouths for your feet,
the unseen breakfast— some of it
in the refrigerator you do not dare
to open— you will not dare to eat.


What prevents you? The future. The future tense,
immense as outer space.
You could get lost there.
No. Nothing so simple. The past, its density
and drowned events pressing you down,
like sea water, like gelatin
filling your lungs instead of air.


Forget all that and let’s get up.
Try moving your arm.
Try moving your head.
Pretend the house in on fire
and you must run or burn.
No, that one’s useless.
It’s never worked before.


Where is it coming from, this echo,
this huge No that surrounds you,
silent as the folds of the yellow
curtains, mute as the cheerful


Mexican bowl with its cargo
of mummified flowers?
(You chose the colours of the sun,
not the dried neutrals of shadow.
God knows you’ve tried.)


Now here’s a good one:
you’re lying on your deathbed.
You have one hour to live.
Who is it, exactly, you have needed
all these years to forgive?

































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