El gran Gatsby nunca deja de enamorarnos
Francis Scott Fitzgerald decía que la vida es un asunto romántico y por eso seguramente logró maravillarnos con uno de los personajes más perdedores y al mismo tiempo más triunfadores y soñadores que ha dado la literatura por libros como 'El gran Gatsby'.
Jay Gatsby es el nuevo héroe del siglo XX, hecho a sí mismo sin demasiados escrúpulos. Es un fronterizo, un aventurero, pero también un romántico, alguien capaz de arriesgarse hasta las últimas consecuencias por ir detrás de un simple brillo. Y ese brillo es Daisy Buchanan, traslúcida como la ternura, bella como sus vestidos, su casa y su hijita, y tan aparentemente frágil como los diamantes. En medio del calor del verano derrama su mirada lánguida sobre un Gatsby que acaba de salir de las tinieblas con una deslumbrante mansión, buenos trajes, champán, coches, flores, con todo lo que hace juego con la risueña voz de Daisy "llena de dinero". Pero la distancia es abismal, una profunda herida, porque Daisy y su marido respiran un dinero tan antiguo como el fondo de los mares y no recién llegado como el de Gatsby. La novela se publicó en 1925, en el optimista y alegre corazón de la era del jazz, en que "un centenar de pares de zapatos de plata y oro levantaban un polvo luminoso". Desolada, irónica, poética, cruel, tierna y hermosa hasta lograr hacer de la frivolidad y de las enormes gafas del doctor T.J. Eckleburg dos trágicos referentes de la vida contemporánea. También Scott Fitzgerald tenía algo de su personaje. A los veinticinco años ya era un escritor de éxito y, sin embargo, se dejó devorar por la euforia del tiempo que le tocó vivir, por su mundo, por sus sueños.
LARA SÁNCHEZ.
En la imagen: Portada original de 'El gran Gatsby', publicada en 1925.
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