martes, 21 de mayo de 2013

NUESTROS ESCRITORES





Militancia


Fragmento*

Alejandro Schleh




Aprendí, de tanto oír por las unidades básicas y en la facultad, que vivíamos una época de dictadura. Y veía a Stalin y a Hitler en mi cabeza, y a Carlitos Chaplin disfrazado de este último mirando el globo terráqueo, aquellos sí eran dictadores. No recuerdo bien quién era el presidente, en aquel momento del país y del tornado, porque fueron  varios los gobiernos militares con ese sesgo  totalitario que se fueron sucediendo en nuestro país, y tengo el listado mezclado en mi cabeza. Y porque aunque hay quienes propician un hoy con “ni olvido ni perdón”, yo tengo mala memoria para recordar, así que para eso conmigo mejor no cuenten. Ya olvidé todo, pero puedo nombrar a Uriburu,Lanusse, Videla y Galtieri; es algo. Y relativo a perdonar: me enseñaron a hacerlo aunque hoy suene anacrónico, y dudo además de si esa acción es muy humana por lo que no representa para nadie el más mínimo esfuerzo no hacerlo. Eso más bien queda relegado a los santos y la gente buena por demás. El olvido y el perdón suelen mezclarse en una sola cosa,  y por más que se quiera no perdonar cuando la memoria falla es un problema, se olvida el objeto del perdón. Los sabios judíos pusieron un día para eso y entonces se salvan así los que perdonaron y los que tienen mala memoria y olvidaron qué cosa no querían perdonar. Ellos perdonan a todo el mundo y tienen solucionados sus asuntos. Y hacen después lo que se les antoja.


Diez de Enero de mil novecientos setenta y tres







La ciudad del norte de Santa Fe aparecía desvastada con gran cantidad de casas destruidas; dos mil habitantes sin vivienda e innumerables muertos. Todas las vacas de un tambo levantadas a más de veinte, veinticinco metros de altura y muertas reventadas contra el piso. Había derribado árboles y antenas el tornado de San Justo. Una gran movilización en el seno de la juventud del partido se produjo de inmediato y se prepararon las excursiones de ayuda. Se juntaba comida, colchones, agua y no sé qué cosas más, todas en cantidades módicas, pero estaba la intención que valía; nos aprestábamos a llegar hasta aquella ciudad llevando auxilio. Todo era preparativos y hormigueo y un entrar y salir agitado de gente, un movimiento continúo en torno de la unidad; no puedo decir una algarabía sin temor a equivocarme. Acaso, una alegría escondida en la algarabía -esas cosas que no pueden decirse- en la oportunidad que semejante desgracia proporcionaba de poder hacer algo útil por los demás.  Un optimismo que puso sentido en los rostros, un viaje que algo tenía -se respiraba en el aire- de turístico además de humanitario. Una bienvenida al sentido de existencia que serviría de paso para llevar alivio a la pobre gente. Un norte al fin en los destinos, unos cuantos kilómetros arriba, en el norte de la provincia de Santa Fe.
Y un arduo tema de debate entretenido que se prolongó durante las horas de una o dos noches de mateadas y galletitas dulces y factura por comida, que nos hizo trabajar el cerebro. Nuestros enemigos de la dictadura harían lo imposible para abortar nuestra peregrinación solidaria y nuestras caras por momentos circunstantes demostraban la -no creo faltar el respeto a nadie- volátil preocupación de algunos. Todo eso fue cosa seria. Nunca un juego, por el contrario, como pruebas, los ideales nobles que nos alentaban por todos proclamados. Pobre gente.
Hubo mapas tirados sobre alguna mesa y se estudiaron los caminos alternativos de tierra para burlar la dictadura. A lo largo de las rutas principales se habían instalado diversos puestos de control para interceptar las legiones de los distintos partidos, sobre todo las de las juventudes radicales y las nuestras, que pugnaban por llegar primero a esa meca del desconsuelo y determinarían un caos anárquico en aquel lugar sobre el que ya existía por decisión unilateral, diría de la madre tierra, para descargar de culpa a Dios.
 El punto de vista del gobierno tampoco era desdeñable. Las cosas deben hacerse de manera organizada siempre, y la ayuda debería llegar a ese destino de manera pautada y en orden. Y para eso estaban las Fuerzas Armadas de la Nación que son expertas en las cuestiones del orden interno aunque a veces lo prolonguen fuera de los cuarteles, de motu propio. Para eso se está en Latinoamérica, la de las venas abiertas; una cuestión geográfica y médica a la vez. Eran ellos los encargados de ir levantando las piedras que la Providencia esparce en el camino de la patria. Templar el espíritu de nuestras Fuerzas Armadas en la adversidad: son muy católicos los militares en nuestro país. Y nosotros en la mestura, militantes unidos y uniformados, soñando colaborar en la empresa celestial.
No me importaba conocer San Justo o pasear por aquellos lugares más allá de los cuales los Bajos Submeridionales extienden sus aguas saladísimas que había conocido en mis viajes esporádicos a Santiago del Estero. No dejaba, sin embargo, de ser un entretenimiento válido que no venía mal desde mi óptica de observador aficionado: dejaría un aprendizaje ese emprendimiento además, la verdad, es que arquitectura estudiaba poco y mi trabajo de fabricar las lámparas no demandaba tiempo apreciable, ni pintar mis cuadros, por lo cual disponía de él a mi antojo y aquello sería una aventura no fácilmente repetible, con pasaje gratis aunque teníamos que pagarnos la comida. Cada compañero la suya. 
Caminaríamos sobre los escombros y entre los cadáveres de seres humanos y mascotas. Apareceríamos además en los noticieros tirando los paquetes de azúcar así como los albañiles pasan de uno en uno los ladrillos. Y las compañeras maternales peinarían changuitos y alcanzarían pañalines Estrella a las madres jóvenes embarazadas y a las parturientas. Y cocinarían guisos carreros en grandes ollas y si no polenta, para alimentarlas. Y haríamos una gran tienda de campaña para atenderlas con enfermeras y parteros improvisados. Pensamos mucho en las embarazadas. Porque por estas tierras hay que embarazarse y está muy bien que nuestras jóvenes mujeres no renuncien a la naturaleza en cuanto están en edad de merecer.  Porque a  esa edad la demografía no existe; ni la economía. Ni la administración ni el actuariado. Nada que se estudie en la Facultad de Ciencias Económicas existe a la edad de merecer.
A la movilización que producía en las mentes de los jóvenes el hecho de su participación en los contingentes de ayuda enviados por la jotape, sumaba adrenalina, el tema del debate de qué cosa haríamos cuando esa dictadura nos atajara en la ruta y no nos permitiese seguir adelante  llevando la ayuda humanitaria. Eran los controles de la tiranía nuestra segunda naturaleza, nos venía desde chicos entre golpe y golpe crecidos, como la costumbre, controles aquí, controles allá, autocensura de la prensa o no tan auto, el principal problema de los militantes solidarios. Se pedía por radio y por favor que nadie fuera por iniciativa personal a llevar ayuda a la zona del desastre. No querían contingentes. Seguro nos impedirían llegar a San Justo con ella.
De los expedicionarios originales quedamos unos quince o menos para compartir el destartalado colectivo con las donaciones que terminaron siendo pocas. Ni Juan ni Tito fueron de la partida. Me dejaron solo y me tocó ir con un grupo de gente que conocía solo de vista; menos de la mitad eran mujeres y ninguna llamaba la atención.
El campo estaba de pastos amarillos aquel verano caluroso y el rastrojo de los trigos no había sido dado vuelta todavía; eran épocas en que la siembra directa no se usaba y la soja era para aventureros; amarillos, pardos y ocres, reverberaciones del calor por los tambos perimetrales de la Chicago criolla. 

Más allá de la altura de Rosario, una hora y media más o menos, un control policial nos detuvo tal como se esperaba pues, pese a haber estudiado sesudamente los caminos alternativos en el mapa sobre la mesa, así como los generales lo hacen con sus lugartenientes, fuimos cómodamente por la ruta asfaltada más directa. Nos hicieron señas desde lejos para que nos detuviésemos cosa que hicimos obedientes. Nos iban a parar de todos modos, con o sin dictadura. Un colectivo destartalado, escorado y humeante por la ruta, un viejo Mercedes Benz 1114 de color naranja y cubiertas recapadas, de curiosos, porque sí nomás nos iban a parar. Hubo que explicar adonde nos dirigíamos y nos pidieron amablemente que desistiéramos. Que el gobierno central estaba ocupado en esos menesteres. Mansamente dimos la vuelta para Buenos Aires y emprendimos el regreso cada uno ocupando los asientos de a dos y acostados tal como habíamos partido, soportando los embates de una ruta no del todo bien pavimentada y una ruidosa y saltarina suspensión, acompañados de ese elemento femenino que no era gran cosa. A la llegada bajamos los paquetes con azúcar, arroz y polenta, y los pañalines, que quedaron depositados en la unidad básica hasta que de a poco fueron desapareciendo, resumiendo, como las aguas se escurren después de la lluvia por entre las partículas de la tierra después de haberlas engordado, o evaporando, pero no al cielo en este caso.  







* De Historias Verdaderas ( Título Provisorio)










2 comentarios:

  1. Época de ingenuidad pareciera; las dictaduras más ingenuas aunque desaparecieran gente, los militantes más naif aunque mataran, quizá los ideales más elevados aunque errados. Un autismo a ultranza en los bandos sumidos en una barbarie con precedentes muy contados en la historia del país nuestro del siglo veinte. Gracias Miss Musa por publicarme. A.S.

    ResponderEliminar
  2. Buena reflexión Alejandro, ese ' pareciera' es tan justo... todavía miramos ese pasado buscando respuestas.
    Naif a ultranza esos militantes ( los que aparecen en tu texto) angelados idealistas que despiertan ternura y conmueven. A ellos mi enorme respeto, respeto que no me despiertan otros, así autotitulados en estos tiempos nuestros.

    El agradecimiento es mío ciertamente... ¡ Muchas gracias !

    ResponderEliminar