Un Ruso
Alejandro Schleh
Alejandro Schleh
IMAGEN: Qi Baishi. Dmitry Polgar
Cuando
partí de viaje por mar no sabía nada de barcos, de camarotes tapizados en roble
con escritorito y bronces, y ojos de buey vista al horizonte. No conocía todavía la historia del ruso ni el cuentito de Svetlana. No me interesaban esas cosas, apenas tenía dieciocho años e iba para Brasil en transatlántico con mi pasaporte nuevo.
No sabía de vientos salados ni de rusos. De los últimos, aprendí más tarde, lo que luego transcribí en mis memorias, que no es mucho. Y el vuelo de pájaro de un sólo ruso fuera de lo común, deambulante por las dudosas huellas del tiempo y el devenir incierto de la historia humana. Caminador de la accidentada geografía dela Tierra escarpada en índoles
diversas.
No sabía de vientos salados ni de rusos. De los últimos, aprendí más tarde, lo que luego transcribí en mis memorias, que no es mucho. Y el vuelo de pájaro de un sólo ruso fuera de lo común, deambulante por las dudosas huellas del tiempo y el devenir incierto de la historia humana. Caminador de la accidentada geografía de
Lo
que sí sabía de chico, es que esa gente no se denominaba cristiana sino atea.
El mundo debía aceptarlo así. Se autodefinían revolucionarios y eso consistía
en ser marxistas, materialistas y ateos.
Sabía también que en Rusia había que estar de acuerdo con la revolución para no
ser considerado enemigo conspirador; que el que era cristiano lo ocultaba: la
religión era pecado y debía rezar escondido sus rosarios. Tenía pocos datos de
aquel país exótico devenido Unión Soviética, el más grande del mundo,
desaparecido hoy, hecho Rusia de nuevo. Era prejuicioso por ignorante y repetía
algunas sandeces sin saber. Se decía que allí habían acabado con las religiones en general -al menos lo proclamaban- cerrando los
templos del opio del pueblo, escupiendo las vírgenes y cortando sus cabezas; de
paso, clausurado mercados y barrido los usureros que como la Biblia dice y ellos también
decían, son una porquería de gente. Guardado para ellos algún Kerensky en el
bolsillo que no es una moneda sonante sino un apellido. También de paso,
mataron algunos judíos; que no sólo Hitler hizo esa cosa deleznable. Una
limpieza a su manera. Nunca se me
ocurrió por nada del mundo pensar que fuesen ingenuos al fijar metas lejanas;
no está escrito que soñar sea de ingenuos; como no está escrito que las metas
lejanas sean inamovibles con el paso de los lustros. Ni que los revolucionarios
no terminen siendo haraganes comilones como los monjes del espíritu y la cruz
terminan siéndolo de la gula, parados sobre sandalias, paredes adentro del
convento.
Aunque sí sabía, sin que me lo dijesen,
intuición pura de un niño candoroso, que no habían terminado con los vocablos
prohibidos y debieron transigir y aceptar la supervivencia de algunos. Como no.
Las palabras cielo y otras mágicas. Del infierno, se decía, nadie creía más en
él. Ni en sus llamas y lenguas de fuego humeantes y sus brasas incandescentes.
Ni en los ridículos diablos y sus angelillos traviesos. Siguieron nombrando,
sin embargo, ése y otros vocablos.
Soportaron
la supervivencia de la palabra pecado, tan arraigada en la religión como la
culpa. Sería letras juntas, palabra vacía de contenido. O sería que es sin
remedio que el hombre no cambia, y aunque sea revolucionario ateo es tentado
siempre por el mal porque el Diablo es tan poderoso como la culpa y trabaja en
todas partes, siempre está; inclusive en los escritorios de los pensadores del marxismo
materialista, y sentado, cruzado de piernas, sobre los de los burócratas del
estado. Y el mal para los religiosos panzones en sandalias habría sido uno, y
para los fibrosos revolucionarios bolcheviques parados sobre botas otro; y otro
para los burócratas envueltos en sobretodos de piel animal. A cada uno
habrán correspondido sus diablos
merecidos. Se ve que estos ángeles maléficos más de algunas veces concordaron.
Eran democráticos y consensuaban mejor ellos en el infierno que el hombre en
esta Tierra. Por lo general hacían desear la riqueza y la mujer del prójimo. El
poder por sobre todas las cosas, y por debajo, pocas más. Las suficientes para
tener al mundo en movimiento.
Tuvieron
mucha imaginación los astutos aprendices de Dios malo. Sonrientes derramaron
capitalismo a manos llenas, como sembrando las semillas al voleo desde las
épocas remotas para medir su evolución como sistema de intercambio de riqueza y
derrame escaso entre los hombres. De curiosos. Cientos y cientos de miles de egoístas y ladrones por millones
multiplicándose como bacterias fermentando. Y a los más rebeldes, que quisieron
no dejarse tentar por el intercambio de
los bienes terrenales, los conformaron con el egoísmo liso y llano de la
autosuperación en la meditación eterna y la flor del loto como enigma. Como una
clase sofisticada del egoísmo excelso esa casta; ensimismados, no miran al
costado a ver miseria fea.
Y en
los tiempos modernos de Chaplin, a los rusos les entregaron el comunismo
servido en bandeja como experimento del hombre bueno con la forma de una idea
nueva bien nacida, con pecado original incluido que se les pasó inadvertido a
unos y a otros. No podía haber leudado en dirección alguna de manera diferente,
sin motor.
A mi
entender, nunca pudieron dejar de pertenecer a esta civilización. Por eso,
nunca me cayó aquello de civilización Occidental y Cristiana. Veo al marxismo
como el accidente de Occidente que debió soportar esa parte rusa del mundo. No
se puede seguir usando la división de Diocleciano. El marxismo es ideología
occidental y pudo con los más de cinco mil años de civilización china. Una
invasión de las ideas que cruzó los Urales. Ellos lo adoptaron -cuánto
pragmatismo- como puerta al capitalismo actual al que se encaminan incorporando
miles y miles de campesinos diarios a sus factorías en la fundación del
capitalismo, ni menos ni más salvaje, de principios del tercer milenio. Aunque
debemos reconocer a los chinos -que eso sí es el Oriente- que planificaron su
demografía de manera nada pornográfica
en los documentales ilustrativos y con preservativos a su medida para bien del
mundo entero. Y con incentivos y castigos. Que adelantaron su futuro de manera
no democrática pero muy ordenada, todo bien prolijo bajo el ala de los
mandarines proletarios; que esto que hoy viven se ve como una deriva que los
colocará a la cabeza del mundo en algunos años. Una más que se suma a las que
estamos acostumbrados a repasar estudiando la historia de la humanidad. Nadie
se propone fabricar civilizaciones ya, no creo que alguien se proponga cosa
semejante. Es bien complejo, además, se hacen solas, con virtudes y defectos.
Todas son derivas; mejores o peores, encaminadas a buen puerto o a abismos
insondables más allá de horizonte alguno. Una forma del imperialismo occidental
sobre el oriente verdadero fue la decadente, imposible ideología comunista que
a algunos sirvió sin embargo. Que no sólo los jeans y la goma de mascar son
imperialismo. Y al fin, todo esto está muy global, la civilización es una sola
con su barbarie adentro.
(Continuará)
(Continuará)
Un Ruso. Cuento.(Fragmento)
Miss Musa, una vez más...publicar estos parrafos..ilustrar; todo lleva su tiempo así que: GRACIAS. Te habrás dado cuenta de la visión absolutamente subjetiva de quien escribe; esa tercera persona que habla en primera. Es rebatible todo. Pero raramente hay algunos puntos de vista que comparto. Digo, como si yo mismo lo hubiera escrito !! A Schleh
ResponderEliminarAsí es, parece que ahí hablaras con letras...
ResponderEliminar¿ No te das cuenta que no es el tiempo el importante ? ¿ Quien, salvando las distancias editaría a Don Quijote entonces ?... Gracias por el texto y por tu muy buen comentario.