viernes, 29 de abril de 2016

SINESTESIA






Lo que nos ha enseñado la sinestesia










Cuando Mario escucha a Mozart, en su cabeza aparece una sinfonía de colores. Alicia asocia el olor del aire fresco a un rectángulo, mientras que el aroma del café tiene forvma de nube. Por su parte, Álvaro asegura “ver” su nombre en tonos rojos, porque empieza con la letra A. No es fruto de una imaginación desbordante, sino de la sinestesia, una configuración neurológica que combina la información procedente de distintos sentidos. La medicina describió esta peculiar manera de sentir en el siglo XIX. Y recientemente la neurociencia ha profundizado en sus mecanismos, demostrando que, en cierta medida, todos los seres humanos somos un poco sinestésicos aunque no seamos conscientes de ello.






Más allá de ser una condición que afecta a una de cada 25 personas del planeta —es decir, es más frecuente que el autismo, a pesar de que se habla poco de ella—, la sinestesia tiene mucho que enseñarnos sobre el funcionamiento del cerebro humano. Sin ir más lejos, investigadores de la Universidad de Sussex (Reino Unido) analizaron recientemente cómo reaccionaban varios sinestésicos cuando se les mostraban palabras compuestas como paraguas, espantapájaros, baloncesto y arcoíris. En concreto trabajaron con una veintena de sinestésicos grafema-color (GC), que hace que los números y las letras se identifiquen con colores específicos. En el experimento debían identificar qué palabras tenían asociado un color y cuáles se vinculaban con dos. Los resultados revelaron que a casi todas las palabras (el 75%) se les asignaban con dos colores, y solo los términos compuestos de uso frecuente en el habla cotidiana tenían asociado un solo color.  De lo que se desprende que el cerebro humano, tanto en sinestésicos como no sinestésicos, procesa las palabras compuestas como dos unidades si son poco comunes y como una unidad cuando son de uso cotidiano. Relacionado con esto estaría otro estudio de la Universidad de Waterloo (Canadá) que sugería que para los sinestésicos brillan más las letras y las cifras que usamos a diario.



Explorando el cerebro de los sinestésicos, los neurocientíficos también han aprendido que el funcionamiento de su sesera no es incorrecto sino más bien desproporcionado. Dicho de otro modo, tienen un cerebro hiperexcitable. En concreto, en el caso de la sinestesia grafema-color,  para poner en marcha las neuronas de la corteza visual primaria -encargada de procesar lo que vemos- se necesitan muchos menos estímulos de los que se precisan para activar esas mismas células nerviosas en un cerebro normal. Incluso es posible eliminar o aumentar las experiencias sinestésicas bajando o subiendo el umbral de excitación de las neuronas. “Con un menor umbral es más fácil que las neuronas se enciendan, y esto da acceso a una experiencia consciente del color cuando vemos letras o números”, aclara Cohen Kadish, coautor del estudio.
En su laboratorio del Centro Monell de Sentidos Químicos de Filadelfia (EE UU), Johan Lundstrom ha llegado a una conclusión parecida. Estimulando eléctricamente la corteza visual de sujetos “normales” consiguió algo inesperado: mejorar la capacidad de su olfato. Su experimento demostraba que, a un nivel básico, las estructuras cerebrales implicadas responsables de procesar la información de la vista y el olfato están conectadas en todos nosotros. “El cruce entre sentidos existe en todos los seres humanos, así que podemos ser considerados universalmente sinestésicos hasta cierto grado”, defiende Lundstrom.
Esto nos conduce a una teoría según la cual los sinestésicos no experimentan asociaciones extraordinarias, sino que sencillamente se hacen conscientes de ellas mientras el resto de la población las ignora. Dicho de otro modo, cualquier cerebro es capaz de conectar los estímulos captados por distintos sentidos, pero en 24 de cada 25 individuos esto sucede a un nivel inconsciente. Estudiar a los sinestésicos, por lo tanto, arroja luz sobre los mecanismos cerebrales que subyacen a la experiencia consciente de todos los seres humanos.
También podría proporcionarnos trucos para mejorar la memoria. Hace más de una década, un equipo de investigadores canadienses se topó con una estudiante de 21 años con sinestesia -C., en sus informes que recordaba mejor que nadie las ristras de números. ¿Casualidad? Parece que no, según los datos recabados por el británico Nicolas Roten, que asegura que tiene sentido si consideramos que las experiencias “extraperceptivas” aumentan la codificación de la información y ofrecen más oportunidades de recordar los estímulos. Sobre todo en lo que afecta a la memoria visual. Por su parte, Clare Jonas en la Universidad de East London. Entrenando a no sinestésicos para que hagan las mismas asociaciones entre letras igual que un sinestésico ha demostrado que su capacidad para recordar series de letras mejora. Jonas cree que la “sinestesia entrenada” podría incluso ayudar a pacientes con daños cerebrales a recuperarse, y hasta frenar el deterioro cognitivo en enfermos de alzhéimer.


Elena Sanz para Ventana al Conocimiento






Ver más en  Metáforas:  http://lamusaencantada.blogspot.com.ar/2012/10/metaforas.html









jueves, 28 de abril de 2016

EGO ARGENTINO







Argentinos analizados

Cristina Pérez*









La flema de los ingleses, la puntualidad de los suizos, la alegría de los brasileños y el ego de los argentinos. El ego es una característica tan aceptada de la personalidad de los argentinos que inclusive el papa Francisco bromea con el estereotipo:  "Siendo argentino esperaban que me llamase Jesús II", le dijo en chiste al presidente de Ecuador, Rafael Correa, en una visita privada que dejó de serlo cuando el mandatario contó la anécdota por la red social Twitter.














Por esta fama, que parece indisputable, es que ha resultado llamativo que la canciller argentina, Susana Malcorra, sorprendiera con una teoría totalmente opuesta. "El problema de los argentinos es que tenemos un enorme complejo de inferioridad y en esto pueden citarme que lo firmo", dijo la jefa de la diplomacia para referirse a la falta de valoración que, según ella, impide el desarrollo de las potencialidades del país. La flagrante contradicción con el rasgo de carácter más "universalmente reconocido" de los argentinos nos llevó a explorar si acaso la desmedida autoestima y el complejo de inferioridad no eran tal vez las dos caras de una misma moneda.  Las reflexiones existenciales más punzantes se combinan con descripciones desopilantes en la mirada de los expertos.

Patología nacional









"El ego es parte de la patología nacional", dice la socióloga y politóloga Graciela Römer. "Los argentinos de alguna manera se sienten el pueblo elegido: dicen que Dios es argentino, que son el granero del mundo y que están ¡condenados! al éxito", precisa.  "Creen que estiran la mano y, como son el pueblo elegido, pueden poner el gol de Maradona y decir que lo hizo Dios", ironiza en referencia al polémico tanto anotado por Diego Maradona al equipo inglés en un partido por la Copa Mundial de Fútbol de 1986 en México.





"Compadritos": el tango y el ego

La idea del ego vastamente desarrollado encuentra una evidencia contundente en los diccionarios de lunfardo, eso que algunos llaman "la lengua del tango" y que constituye la jerga o dialecto popular de Buenos Aires, nacido de la inventiva de las primeras oleadas de inmigrantes. Si hay una voz que describa al "porteño" o habitante de Buenos Aires es el término "compadrito". Compadrito quiere decir "valiente" pero también "fanfarrón" o "mandaparte". Y es algo así como la figura arquetípica del tango.  En la lista de palabras "lunfardas" relacionadas con el ego se pueden sumar "engrupido" que significa vanidoso o "agrandado" para denotar al que ostenta.




Para el historiador Felipe Pigna, ese "pasado inmigrante" del argentino es determinante para la sobrestimación del "yo" conocida como ego. "El mandato del inmigrantes es el mandato del éxito; llega de otro país para que le vaya bien, y la aprobación de que le va bien viene de afuera, no de adentro. Padecemos de esa referencia permanente al afuera"dice. "Es una constante que aparece siempre cuando uno viaja al exterior del país por ejemplo: vuelves y te preguntan '¿qué dicen de nosotros allá?''

Ego paranoico

Otro caso parecido resulta de hacer un simple muestreo de las entrevistas a los artistas que visitan Argentina o que estrenan una película y conceden reportajes a medios de comunicación locales.
Las preguntas que nunca faltan son del estilo "¿Qué opinan del público argentino?" o "¿Quiere conocer la Argentina?". En algunos casos son la primera pregunta del reportaje.  "Algo de verdad debe haber en esto del ego, porque forma parte de un lugar común entre nosotros los argentinos también", reflexiona  el filósofo Tomás Abraham. "Tenemos una enorme tendencia a ser comparativos, todo el tiempo nos estamos midiendo con el otro. Sin duda que hay un ego paranoico, un ego persecutorio que todo el tiempo tiene que mostrar lo que es y que anda preguntando todo el tiempo si lo reconocen".

"Tener sexo para contar"

Pigna va aún más allá y considera que Argentina "es un país donde vivir para las apariencias es algo fundamental y está asociado a un componente muy tóxico en la sociedad argentina que es la envidia". "El sentimiento de la envidia está profundamente arraigado, la preocupación más por lo que hace el otro que por lo que hago yo o el hacer las cosas para contar: desde tener sexo para contar o viajar para contar".  Y en este punto es donde tanto los distintos campos de estudio consultados coinciden con la canciller argentina y con el psicoanálisis.  "El argentino oscila entre creerse el mejor y sentirse el peor. Y compensa esto narcisísticamente buscando lugares donde ser los mejores del mundo", diagnostica el psicoanalista Diego Sehinkman.





Para la canciller Malcorra, la superación del "nudo gordiano" de la falta de desarrollo en las potencialidades argentinas viene de no valorar las "riquezas infinitas que poseemos".  La funcionaria afirma que "el mundo tiene grandes conflictos por falta de agua, alimentos y espacio" y que justamente Argentina "tiene todo lo que el mundo necesita". Pero para eso debe superar su complejo de inferioridad.
Para Graciela Römer, el costado más oscuro del ego es que "detrás de una personalidad egocéntrica hay un profundo autoritarismo porque el egocéntrico no puede descentralizarse y por eso no puede competir con el otro, sino que necesita destruirlo para sostener su autoestima".

Acomodar el ego

Con el mal nacional recostado en el diván, los expertos avalan la idea del complejo de inferioridad como la otra cara de la moneda del ego y lamentan el desgaste de energía puesto en ese sentimiento inconducente. En este sentido, el filósofo Tomás Abraham propone el desafío de "acomodar el ego al costado más positivo de las ambiciones y los logros, porque al fin y al cabo el ego tiene algo vital aunque en exceso pueda llegar a ser autodestructivo".  Para el caso extremo de la autodestrucción y aunque parezca humor negro, viene a cuento otro chiste que le gusta contar al papa Francisco, quien también es de origen argentino: "¿Usted sabe cómo se suicida un argentino? Se sube arriba de su ego y de allí se tira "...




*Para BBC







martes, 26 de abril de 2016

WIKIHOUSE






WikiHouse: cómo construirse una vivienda gracias a la tecnología








La empresa social Space Craft está construyendo viviendas con el sistema de
 WikiHouse




A todos nos gustaría tener una casa confortable, que esté en un buen sitio y que, sobre todo, sea asequible. Desafortunadamente, para muchas personas esto es un sueño inalcanzable.  Eso es algo a lo que Alastair Parvin quiere poner fin.
Parvin es el cerebro detrás de WikiHouse, un proyecto de construcción de código abierto (open source) que pretende dar a las personas las herramientas digitales para crear viviendas baratas.  Básicamente consiste en una biblioteca de modelos abierta a diseñadores y a cualquiera que busque una manera rápida y barata de construir una vivienda. 

                       Las viviendas están formadas con piezas que encajan como un puzzle.                 

WikiHouse reúne información sobre materiales, diseños, componentes y modos de ensamblaje para montar una casa.   Las instrucciones de WikiHouse permiten "cortar las partes de la casa, ensamblarlas, construir la estructura entre tres o cuatro personas y tener una vivienda básica", indicó Parvin.   A largo plazo, esta iniciativa pretende convertirse en "una especie de wikipedia de la construcción".  La idea puede sonar excéntrica. Sin embargo, no es la primera vez que una persona construye su propia casa.  Parvin recordó que, siglos atrás, los vecinos se reunían para construir juntos sus hogares."No es innovador construir una casa. Antes se hacía así. La diferencia es que ahora hemos abierto el conocimiento mediante open source", indicó el arquitecto.


Cómo funciona



       ¿Puede WikiHouse convertirse en el Uber de la construcción?



Para realizar los planos de la vivienda, los usuarios tienen que visitar el sitio de WikiHouse (que todavía está construyéndose) e introducir medidas básicas como la anchura y la altura que serán interpretados por algoritmos y que serán utilizados para calcular el costo del proyecto y hasta cuantos clavos se necesitarán. Los componentes de la casa no se manufacturarán en fábricas centralizadas sino por una red distribuida de negocios pequeños y lugares comunitarios donde las personas se reúnen para crear cosas.  "Estas microfábricas formarán de forma colectiva una fábrica grande al igual que AirBnB* se podría considerar un hotel gigante", dijo Parvin.  Los posibles kits incluyen estudios (con un precio de construcción de alrededor de US$17.000), micro viviendas (US$64.000) y viviendas urbanas (US$150.000). Gran parte del material es de baja tecnología como armazones de madera que pueden acoplarse como puzzles, explicó Parvin. Lo que WikiHouse no ofrece es terreno donde edificar, pero eso también podría estar cambiando en el momento en el que las ciudades se están quedando sin espacio.




*Airbnb es un mercado comunitario para publicar, descubrir y reservar viviendas. Airbnb cubre unas 2.000.000 propiedades en 192 países y 33.000 ciudades. 














lunes, 25 de abril de 2016

FALSIFICACIONES



Inédita muestra de obras falsificadas

Mar Centenera









¿Es lícito que un organismo oficial exhiba obras de arte falsificadas? La pregunta asalta al espectador al recorrer la inédita muestra del Ministerio de Hacienda y Finanzas argentino: 40 pinturas que imitan a célebres artistas argentinos, como Benito Quinquela Martín, Antonio Berni, Antonio Seguí y Raúl Soldi, entre otros. De ser originales, su valor en el mercado ascendería a 600.000 dólares. Pero se trata de piezas falsas, decomisadas por Interpol, que se exhiben por primera vez en Argentina con el objetivo de alertar a posibles compradores de arte y concienciar sobre el tráfico ilegal de bienes culturales.
Todas pertenecen a la misma banda de falsificadores, que cayó el año pasado tras meses de investigación. La voz de alerta la dieron familiares de los artistas y galeristas que denunciaron "haber visto cuadros falsos en casas de venta y por Internet", detalla Marcelo El Haibe, responsable del área de Patrimonio Cultural de Interpol. "Había también personas que compraron esos cuadros y cuando los llevaron a certificar descubrieron que eran falsos", continúa. Al tirar del hilo, los investigadores llegaron al centro de operaciones: una vivienda de San Isidro, a las afueras de Buenos Aires, donde localizaron un total de 230 obras. Su propietario fue detenido y acusado de falsificación y defraudación, igual que uno de los autores de las imitaciones, mientras que otro más está en la mira policial.
"Se falsificaron las pinturas pero también los certificados de autenticidad", señala El Haibe. Junto a las pinturas expuestas se pueden ver también esos certificados fraudulentos y el material que utilizaron para confeccionarlos, como papel añejo original, sellos creados a propósito y máquinas de escribir de la época. Los falsificadores cuidaron también otros detalles, como los pequeños agujeros hechos ex profeso en uno de los marcos de madera para simular el trabajo de las polillas.
Se parecen las copias a los originales? Salvo alguna excepción, la respuesta merece un rotundo "no" de Mario Naranjo, coordinador de Recuperación y Conservación del Patrimonio Cultural del Ministerio de Hacienda. "La mayoría son obras muy burdas. En los cuadros de Quinquela dista bastante el trazo, la paleta de colores, el tamaño de los barcos, incluso la firma, que parece hecha con una regla", destripa Naranjo. "Al Juanito de Berni le cortaron la cabeza", se escandaliza. Admite que el que más se parece es L'uomo e il cane, de Seguí, que imita casi a la perfección la técnica del artista plástico cordobés, quien reside en París desde los años 60. "Lo que no se conoce no se puede cuidar. Queremos generar una toma de conciencia en la ciudadanía sobre el tráfico de bienes culturales", señala el funcionario al justificar la muestra. Naranjo considera fundamental fomentar la conservación preventiva del patrimonio cultural argentino, empezando por las escuelas. Internet juega a su favor, según Interpol. "Cuando estamos hablando de obras de arte que son únicas, con bases de datos es más fácil certificar la imagen y comunicarse con otros países", opina El Haibe. Las nuevas tecnologías aumentan también las posibilidades de recuperar piezas robadas, explica, y anima a los compradores de arte a mirar el archivo online de la policía, en el que figuran todas las obras reclamadas por robo.
En la exposición, donde nada es lo que parece, ni siquiera el guardia de seguridad vigila por el mismo motivo que lo hace en las salas de un museo. Sus ojos no siguen los pasos de los visitantes por miedo a que se pierdan piezas de incalculable valor sino para evitar que desaparezcan pruebas judiciales. Con el juicio por presunta falsificación y defraudación aún en curso, los cuadros han sido cedidos excepcionalmente por el juez y a final de mes, cuando finalice la muestra, regresarán al juzgado. Posiblemente será esta la primera y última vez que cuelguen en alguna pared: cuando haya una sentencia firme serán destruidos.








domingo, 24 de abril de 2016

FICCIONES




Lecturas infinitas para autores inmortales

Javier Navia






Pierre Menard fue un olvidado escritor francés cuya aspiración mayor fue reescribir el Quijote en la tercera década del siglo XX. Menard no buscó ciertamente reinterpretar la obra de Cervantes o adaptarla a sus propios tiempos, algo hoy tan frecuente. Lo que Menard quiso -e hizo- fue volver a escribir el Quijote palabra por palabra y línea por línea. Pero aunque su versión era idéntica a la del manco, no eran iguales. No podían serlo. Menard pretendía dominar la lengua de Cervantes, tener la fe del español, haber enfrentado a los moros y desconocer lo que había ocurrido en el mundo desde 1605. Pero eso era imposible y por lo tanto su Quijote nunca sería igual al original.
La maravillosa paradoja corresponde, claro, a Borges, que la escribió en 1939 y la incluyó años después en Ficciones ("Pierre Menard, autor del Quijote"). En su ensayo Lo que Borges le enseñó a Cervantes, Darío Villanueva explica que el significado de la quimera de Menard es simple: nunca podemos leer una obra -ni siquiera reescribirla palabra por palabra- como lo ha hecho su autor, pues nuestra lectura estará siempre determinada por nuestros propios conocimientos. En otras palabras, nunca leeremos el Quijote en el siglo XXI como lo leyó el propio Cervantes o como lo hicieron sus lectores contemporáneos en el siglo XVII. Villanueva evoca la ficción de otro autor, David Lodge, quien en una novela se refiere a la tesis de un joven académico titulada "La influencia de T. S. Elliot en Shakespeare". El texto despierta la sorna de otros académicos que se preguntan cómo Elliot podría haber influido en el autor de Hamlet habiendo vivido tres siglos más tarde. La respuesta de Lodge es precisa: jamás leeríamos a Shakespeare como lo leemos sin la poesía de Elliot, un prisma que transforma todo lo que vemos a través de él.
Este fin de semana, por un capricho de la historia que habrá hecho sonreír a Borges, se cumplen 400 años de la muerte de Shakespeare y de Cervantes, los dos gigantes de las letras universales. Algunos, quizá forzando la coincidencia, sitúan ambas muertes el 23 de abril de 1616, aunque muchos historiadores no están tan seguros sobre la fecha exacta de la muerte del inglés. Lo cierto es que en estos días se multiplican en el mundo los homenajes, que incluyen conferencias, publicaciones de biografías y ensayos, y, por supuesto, reediciones de sus obras emblemáticas. Incluso es probable que este fin de semana sus nombres se cuelen entre los autores más vendidos en la Feria del Libro, ya que el redondo aniversario es una buena excusa para acercarse a sus célebres obras. Para muchos será la primera vez. Para otros, en cambio, será la oportunidad de volver a disfrutarlos y comprobar, como sostenía Borges, que nunca los leeremos de la misma manera. Por eso, Cervantes y Shakespeare, aunque hayan muerto hace 400 años, siempre serán inmortales.












viernes, 22 de abril de 2016

ROBOTS...




Me niego a ser un robot del culto al "Me gusta"



Bret Easton Ellis*










En un episodio reciente de “South Park”, Cartman y otros personajes fascinados con Yelp, la aplicación que permite a los usuarios calificar y hacer reseñas de restaurantes, les recuerdan a los maîtres y mozos que publicarán críticas de sus platos. Estos yelpers amenazan con darle a los establecimientos solo una estrella de un total de cinco si no los complacen ni hacen exactamente lo que dicen. Los restaurantes sienten que no les queda más remedio que complacer a los yelpers, quienes se aprovechan de su poder para pedir platos gratis y hacer sugerencias, como mejorar la iluminación.
El personal del restaurante lo tolera todo, cada vez con mayor frustración y enojo (incluso, en algún momento, comparan a los críticos de Yelp con el Estado Islámico) hasta que ambas partes hacen una tregua. No obstante, sin que los yelpers lo sepan, los restaurantes deciden vengarse y contaminan los platos que les sirven con todos los fluidos corporales que se puedan imaginar.
La idea central del capítulo es que hoy todo el mundo se cree crítico profesional, aunque no tienen ni idea de lo que escriben. Pero también es un comentario desalentador sobre lo que se conoce como la "economía de la reputación".
Al mostrar cómo los restaurantes se vengan de los yelpers, el episodio hace referencia al hecho de que los servicios también califican a los consumidores, lo cual da pie a preguntas como: ¿qué hacemos con la forma en que nos presentamos en línea y en las redes sociales? y ¿cómo se definen los individuos dentro de una cultura corporativa en expansión?

La idea de que todos nos creemos especialistas con una voz digna de ser escuchada, en realidad, le ha restado significado a nuestra voz. Y todo lo que hacemos es ponernos en la mira para que nos vendan objetos, nos cataloguen y procesen nuestros datos. Pero este es el desenlace lógico de la democratización de la cultura y el temido culto a la inclusión, que insiste en que todos debemos caber en el mismo molde de regulación corporativa: un mandato que dicta cómo debemos expresarnos y comportarnos.
La mayoría de la gente de cierta edad tal vez lo notó la primera vez que se unió a las filas de la corporación Facebook, la cual tiene sus propias reglas sobre la expresión de las opiniones y la sexualidad. Facebook alentó a sus usuarios a que dijeran "Me gusta" y, como era una plataforma donde mucha gente se definía por primera vez en las redes sociales, el impulso fue seguir la máxima de Facebook y presentar un retrato idealizado de sus vidas: más amable, amigable y aburrido.
La expansión del culto al “Me gusta” y la temida idea de poder “identificarse con el otro” nos redujeron a una suerte de Naranja Mecánica esterilizada, atados al statu quo corporativo. Para ser aceptados tenemos que seguir el código moral optimista en el que todo nos debe gustar, se debe respetar la voz de todos y quien emita una opinión negativa (un “No me gusta”) debe ser eliminado de la conversación. Todo aquel que se resiste al pensamiento colectivo es humillado sin misericordia. El presunto trol recibe dosis absurdas de incentivación, a tal grado que la “ofensa” original llega a parecer insulsa.


Desde que me publicaron, a los 21 años, he sido calificado y reseñado, así que este entorno me resulta natural. Mi reputación se basa en el número de críticos a los que les gustó o les disgustó mi libro. Así son las cosas y está bien… creo. He recibido tantos “Me gusta” como “No me gusta” y todo ha estado bien porque no me lo tomo como algo personal.
Una crítica negativa nunca ha cambiado mi manera de escribir ni los temas que quiero explorar, sin importar cuán ofendidos puedan sentirse los lectores por mis descripciones de la violencia o la sexualidad. Eso no me costó trabajo porque pertenezco a la Generación X que rechaza (o más bien ignora) el statu quo.
Fui blanco del pensamiento corporativo cuando la compañía propietaria de mi casa editorial decidió que no le gustaba una novela que me habían encargado y se negó a publicarla al alegar cuestiones de “gusto” (pude haberlos demandado, pero a otro editor le gustó mi libro y lo publicó). Fue una época siniestra para las artes: un conglomerado decidía qué se publicaba y qué no; además, había fuertes protestas y peleas de cada lado de la trinchera.
Pero de eso se trataba la cultura: la gente podía tener opiniones diferentes y debatir con racionalidad. Podías estar en desacuerdo y aquello no sólo era la norma, sino que además era interesante. Se trataba de un debate. Eran tiempos en los que uno podía ser dogmático -y sí, un crítico inquisitivo y razonable- sin ser considerado un trol.
Ahora todos estamos acostumbrados a calificar películas, restaurantes, libros, incluso médicos, y solemos hacer reseñas positivas porque, en serio, ¿quién quiere parecer un hater? Pero en estos tiempos los servicios también nos califican, cada vez con mayor frecuencia. Las empresas de economía compartida, como Uber y Airbnb, califican a sus clientes y evitan a los que no pasan la prueba. Las opiniones y críticas son bidireccionales y hacen que a mucha gente le preocupe no estar a la altura.
¿La economía de la reputación le pondrá fin a la cultura de la humillación? ¿O la blandengue cultura corporativa de protegerse dando “Me gusta” a todo (de fingir ser amable sólo para ser aceptado en la manada) crecerá más fuerte que nunca? ¿Hay que hacer más críticas positivas para recibir una a cambio? En lugar de aceptar la verdadera naturaleza contradictoria de los seres humanos, con todos sus sesgos e imperfecciones, continúa el proceso que busca transformarnos en virtuosos robots. A su vez, esto nos ha llevado a concebir la espantosa idea de la gestión de la reputación, que es un floreciente negocio en el que se contrata a una compañía para darle forma a una versión nuestra que le guste a la gente con la que puedan identificarse.
​La gestión de la reputación tiene que ver con engañar al sistema. Es una forma de engaño, un intento de borrar la subjetividad y la evaluación mediante la intuición, y basta con pagar por ello. En última instancia, la economía de la reputación consiste en hacer dinero. Nos insta a conformarnos con la tibieza de la cultura corporativa y nos hace estar a la defensiva cuando retocamos nuestro imperfecto ser para vendernos y para que nos vendan cosas.
¿Quién quiere compartir un viaje en auto, una casa o un médico con alguien que no tiene una buena reputación on line? La economía de la reputación depende de que todos mantengamos una actitud conservadora y práctica a todas luces: mantén la boca cerrada y la falda larga, sé modesto y guárdate tu opinión. Este es un ejemplo más del ablandamiento de la cultura y, sin embargo, la imposición del pensamiento colectivo sólo ha aumentado nuestra ansiedad y paranoia, porque la gente que acepta la economía de la reputación es, por supuesto, la más temerosa.
¿Qué tal si pierden lo que se ha convertido en su activo más valioso? La aceptación de esto es un ominoso recordatorio de la desesperada situación económica de las personas. Al parecer, las únicas herramientas que existen para remontar la escalera económica son sus reputaciones optimistas que brillan de limpias, lo cual sólo hace que se preocupen más por su necesidad de gustarle a los demás.
El empoderamiento no viene de que nos guste esto o aquello,  sino de ser fieles a nuestra caótica naturaleza contradictoria. La exhibición de nuestros activos más halagadores tiene límites porque sin importar lo genuinos y auténticos que seamos no hacemos más que seguir fabricando un constructo, sin importar lo inexacto que pueda ser. Lo que se elimina en la economía de la reputación son las contradicciones inherentes a todos nosotros. Quienes exponemos nuestros defectos e inconsistencias nos volvemos aterradores para los demás; somos aquellos a los que hay que evitar. Y así surge un mundo como el del filme “Invasion of the Body Snatchers” (1956), repleto de conformidad y censura, que borra a los obstinados y dogmáticos para encasillar a la gente en un ideal. Ni qué decir de los negativos o los difíciles. ¿Quién quiere sólo eso? Pero, ¿qué pasa si los negativos y los difíciles vienen unidos a los genuinamente interesantes, los convincentes, los extraordinarios? Este es el verdadero delito que comete la cultura de la reputación: aplastar la pasión y acabar con el individuo.





*Bret Easton Ellis, autor de "Psicópata americano", reflexiona sobre la economía de la reputación en las redes sociales.








jueves, 21 de abril de 2016

MI CORAZÓN, TU CORAZÓN




Corazones que piensan

Rosa Montero







Imagen:  Istvan Sandorfi 




El físico argentino Alberto Rojo publicó hace un tiempo un interesante artículo en el periódico La Nación sobre ciencia y religión. Aunque Alberto es agnóstico, firma el escrito con el teólogo Ignacio Silva. Es un texto sin complejos ni prejuicios que bucea en los confines del conocimiento y en el enorme misterio de lo que somos. Por cierto que ofrecen un dato espeluznante: según una encuesta Gallup de 2012, el 42% de los estadounidenses están convencidos de que Dios creó al ser humano tal y como viene en la Biblia, de golpe y de la nada, ya saben, el cuento del barro y de la costillita, y que todo esto sucedió hace exactamente 10.000 años. Con lo cual se pasan por el forro de las neuronas (deben de tener pocas, de todas maneras) las irrefutables y numerosísimas pruebas científicas.
La historia del ser humano es la historia del conflicto entre ese hálito intangible y la prisión del cuerpo.

De modo que estos necios no sólo niegan los cientos de miles de años de evolución de los homínidos, sino que además ni siquiera tienen en cuenta que hay pinturas rupestres con cerca de 40.000 años de antigüedad. Y los seres humanos que hicieron esos dibujos ya eran exactamente iguales a nosotros. Más sucios y sin teléfonos móviles, pero iguales. Tanta estulticia a estas alturas del siglo XXI no está demasiado lejos del fanatismo de los talibanes, y sin embargo son casi la mitad de la población de Estados Unidos: asusta un poco. Los católicos lo tienen un poco mejor. Juan Pablo II, explican en el artículo, reconoció en 1996 que la teoría de la evolución no era una hipótesis sino algo plenamente aceptado por la ciencia, y resolvió el conflicto para los creyentes diciendo que el cuerpo fue cambiando por medio de procesos naturales, hasta que llegó Dios y le dio el alma.
Y aquí abandono el texto de Rojo y Silva porque nos hemos topado con algo enorme y esencial: ese aliento de consciencia que nos anima. 

Los humanos nos hemos preguntado desde el principio de los tiempos qué es lo que de verdad nos hace humanos, qué nos convierte en individuos, dónde reside el yo dentro de nuestro cuerpo. Más o menos entendemos cómo es nuestra realidad física, el mapa de los huesos, el laberinto de los tendones, el flujo de la circulación, el funcionamiento del sistema digestivo. Nuestro cuerpo es un gran mecano, maravilloso, espectacular y mágico, pero de alguna manera podemos asumirlo. La cuestión verdaderamente peliaguda es: dentro de ese maremágnum de células afanosas, en medio de ese prodigioso tinglado de carne y sangre y huesos, ¿dónde demonios estamos nosotros? ¿Dónde reside y qué es eso que algunos llaman alma, o espíritu, o conciencia, o… qué?
La historia del ser humano es la historia del conflicto entre ese hálito intangible y la prisión del cuerpo. Las religiones han usado cilicios, ayunos, sacrificios para domar la carne; o, por el contrario, han mitificado la carnalidad para llegar al alma, como en el tantrismo y su uso litúrgico del sexo. En cualquier caso, nos es muy difícil no experimentar cierta sensación de extrañamiento con el cuerpo. Nuestro organismo es el misterioso universo dentro del que nos ha tocado vivir toda nuestra vida.
Tradicionalmente se creía que el yo, el alma, la conciencia, estaba en el corazón; eso pensaban en el Antiguo Egipto; eso decía Aristóteles. Así se creyó también en la Edad Media. La clásica imagen de Jesús mostrando su corazón revela el papel central que se le adjudicaba a esta víscera dentro de la construcción de lo que somos. De hecho, en épocas modernas hemos seguido sintiéndolo así, especialmente en lo que se refiere a nuestros sentimientos, a nuestras emociones, al amor. Hablamos de que nos duele el corazón cuando sentimos pena, o nos tocamos el pecho para indicar afecto o si algo nos hiere repentinamente. Como si el centro de nuestra intimidad, de nuestro yo, estuviera ahí. Pero, con el tiempo, la ciencia fue otorgando al cerebro el predominio absoluto dentro de nuestro cuerpo. En esa masa gelatinosa y grasienta, en sus reacciones eléctricas y en su sopa bioquímica residía todo, nos dijeron. La inteligencia, las emociones, la razón, el yo. Todo lo demás no era sino un mito.

Sin embargo, diversos estudios realizados en los últimos años han descubierto algo extraordinario: el corazón tiene neuronas, decenas de miles de neuronas idénticas a las del cerebro. De hecho, del 60% al 65% de las células del corazón son células nerviosas, y funcionan exactamente igual que las cerebrales, supervisando y controlando los procesos de nuestro organismo e influyendo en las estructuras cognitivas del cerebro. O sea que pensamos también con el corazón; y parte de nuestro yo esquivo reside ahí, como siempre supimos intuitivamente. Todo esto demuestra, una vez más, cuántas veces podemos equivocarnos y cuantísimo nos falta por saber. Lo cual es estremecedor pero fascinante.








miércoles, 20 de abril de 2016

SIMONE DE BEAUVOIR






Simone de Beauvoir, la hermana mayor


María Ángeles Cabré
















Este 14 de abril se cumplieron 30 años del fallecimiento de la filósofa y escritora francesa, nacida en 1908 en el parisino bulevar Raspail, sacerdotisa del existencialismo y una de las teóricas clave del feminismo, por mucho que le duela a Hélène Cixous y a otras seguidoras del pensamiento de la diferencia, que la ningunean por verla demasiado apegada al discurso ilustrado, es decir, al feminismo de la igualdad. 

Y si Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft fueron nuestras abuelas y nuestra madre Virginia Woolf, a Beauvoir le cabe el honor de haberse erigido en nuestra hermana mayor. Una hermana un tanto particular, todo sea dicho, dado que cuando empezó su libro más emblemático, El segundo sexo, publicado en 1949 y hoy considerado la biblia del feminismo moderno, no anidaba aún en ella el gusanillo de la reivindicación.
Simone de Beauvoir, aquella estudiante aplicada que de vez en cuando distraía algún que otro volumen en la librería de Adrienne Monnier y que soñaba con consagrar sus días a la vida intelectual, devino feminista en el proceso de su redacción y sobre todo cuando, tras vender más de 20.000 ejemplares en una semana, constató la indignación que causaba entre algunos próceres y el agradecimiento que suscitaba entre las lectoras, que la agasajaron con un alud de correspondencia, que por cierto jamás cesó. Casi tres lustros después, en este caso al otro lado del Atlántico, se publicaba "La mística de la feminidad", de Betty Friedan, que convivió en el agitado 1968 y en sus aledaños con la traducción al inglés del entonces ya mítico ensayo de Beauvoir, aunque se tratara de una versión seriamente tergiversada por un traductor inexperto que tan sólo en fechas recientes ha hallado reparación.
La autora de obras filosóficas como "Para una moral de la ambigüedad", de novelas como "La invitada" o "Los mandarines", con la que ganó en 1954 el premio Goncourt (el importe le permitió comprarse un apartamento, tras haber vivido siempre en hoteles modestos), y de libros memorialísticos como "La fuerza de las cosas" o "Una muerte muy dulce", consagrado a su madre, halló en Jean Paul Sartre el compañero ideal para crecer vital e intelectualmente. Muchos la acusaron de excesivo apego a las ideas sartrianas, aunque la pareja jamás viviera bajo el mismo techo; sí comparten lápida en el cementerio de Montparnasse.
Pionera en hablar de la condición femenina como de una construcción cultural y, en consecuencia, pionera de los gender studies con su célebre “no se nace mujer, se llega a serlo”, que abomina de cualquier dictado de la biología, destaca sobre todo por haber predicado con el ejemplo un modelo de libertad que la llevó a gozar de “amores contingentes” que ni interfirieron en su pacto de sangre con Sartre ni tampoco en los muchos viajes de placer o políticos que hicieron juntos, incluidas la China de Mao y la Cuba de Castro. Tras algunos devaneos con el sexo femenino, convivió por ejemplo algunos años con Claude Lanzmann, notablemente más joven que ella y actual director de la revista Les Temps Modernes, cuna del existencialismo.

Siempre pronta a participar activamente de la actualidad, ya en su día la vimos salir a las calles a reivindicar el derecho a la contracepción y al aborto junto a las chicas del MLF, a quienes recibía en su propia casa algunos domingos. Tampoco eludió formular la trampa de la maternidad, uno de los muchos castigos que se infligen a la mujer en tanto que “la otra”, la distinta, que hoy la llevarían a combatir a quienes abogan por un regreso al hogar y niegan una vida plena para las mujeres al margen de la función reproductiva.
En "Final de cuentas", el libro que cierra el abundante ciclo autobiográfico que comenzó con "Memorias de una joven formal", escribió: “No, no hemos ganado la partida: en realidad desde 1950 no hemos ganado casi nada. La revolución social no alcanzará a resolver nuestros problemas. Estos problemas conciernen a un poco más de la mitad de la población: hoy los considero esenciales. Y me asombro de que la explotación de la mujer sea tan fácilmente aceptada”.

Al igual que Borges y Rulfo, Beauvoir nos dejó en 1986 y la explotación persiste, véase la prostitución. De lo que se deduce que El segundo sexo sigue siendo un faro que alumbra en la oscuridad.












Escritora, filósofa, novelista y feminista de primer orden, Simone de Beauvoir fue la encarnación misma de la gran pensadora y de la mujer libre. Su relación amorosa e intelectual, aunque no exclusiva, con el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre, quien la llamaba cariñosamente "Castor", le valió también una profunda admiración así como las críticas más acérrimas, en una época de grandes limitaciones para las mujeres.







Cultura. El País.

María Ángeles Cabré, escritora y crítica, dirige el Observatorio Cultural de Género.