Paul Klee en París: el arte como antídoto contra la certidumbre
Sin título (dos peces, un anzuelo, una lombriz)', 1901. Acuarela. Colección privada, Suiza.
Lo mejor de las certidumbres es
que siempre están a mano. Uno eleva la mano al aire, la abre y es capaz de
atrapar varias casi sin querer. Por ejemplo, la cotidiana carne de tertulia. Lo
peor de ellas es que no exigen gimnasia y el circuito neuronal se afofa. Lo
peor del sentido crítico, el espíritu de la contradicción y la innegociable
vocación de replanteamiento es que solo está al alcance de los más honestos
consigo mismo. Sujetos mal vistos por gran parte del cuerpo social pero
dispuestos a pagar el peaje, aguafiestas irredentos y proscritos sin otra meta
que hurgar en las evidencias, cuando todo es tan relativo, salvo la muerte, las
matemáticas y poco más.
Paul
Klee (Münchenbuchsee, Suiza, 1879-Muralto, Suiza, 1940) militó en la
segunda estirpe. En su afán poliédrico y complejo frente al facilismo de lo
unívoco y lo plano, utilizó dos armas: el arte y la ironía. La cosa le dio
resultado por partida doble, tanto en su abrumador ejercicio de plasmación de la
belleza (cerca de 10.000 obras pintadas) como en la puesta en marcha de toda
una apisonadora
dialéctica contra el dogma y la convención.
Los responsables del Museo
Nacional de Arte Moderno del Centro Pompidou de París han sabido convertir esa
doble condición del personaje en una exposición de tamaño generoso y
ramificaciones inacabables. Para ello encargaron a una de las mayores
especialistas mundiales en la vida y en la obra de Klee, la alemana Angela
Lampe, no solo una acumulación de cuadros –algo demasiado habitual en el circo
de las grandes exposiciones- sino la construcción de un relato.
Las 230 obras proceden de museos
como el Centro
Paul Klee de Berna, el MoMa de Nueva York, el propio Centro Pompidou o el
Israel Museum de Jerusalén, que ha prestado para la ocasión una de las pinturas
más importantes y delicadas del artista: Angelus Novus, una acuarela en
tonos arenosos sobre papel que llegó a obsesionar a su propietario, el filósofo
y escritor Walter Benjamin, una obra capital del arte del siglo XX que remite
al Talmud y que inspiró a Benjamin su teoría de El ángel de la Historia.
Paul Klee: Angelus Novus
Angelus Novus tan solo
permanecerá expuesto en París por espacio de dos meses, pues ese es el plazo
máximo de cesión que, debido al muy delicado estado de la obra (cuestión
recurrente en la pintura de Klee, que utilizaba todo tipo de soportes, a menudo
poco o nada académicos) han tolerado los responsables del museo israelí.
La pequeña pintura se exhibe, por primera vez, junto a otra obra que también
perteneció a Benjamin, La presentación del milagro, y que el filósofo
muerto en Portbou hubo de vender al MoMa para financiar el exilio al que le
había llevado su guerra contra el nazismo. La exhibición conjunta de las dos
obras es, según la comisaria Angela Lampe, “el verdadero tesoro de esta
exposición”.
Presentación del milagro', 1916. Acuarela. Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA).
La regla de oro que corona el
relato trazado por ella en las paredes del museo parisiense es sencilla: se
puede mostrar la belleza a través de su contrario. Es muy humano: contemplamos
la fealdad y pensamos en la belleza. El canon y el anticanon. El antagonismo
como motor de creación y mensaje, utilizado y reutilizado por Klee siguiendo
las huellas del autor original de la idea, el pensador alemán del XIX Friedrich
Schlegel. La ironía romántica, a saber, el conjunto de procedimientos
creativos y mentales orquestado por un artista o un escritor para superar los
límites de lo establecido. En otras palabras: la forma en que algunos genios se
lo montaron y se lo montan para ir a la contra de casi todo y salir airosos, e
incluso triunfales.
Entonces, el visitante recorre
las salas de esta exposición (hasta el 1 de agosto) y a nada que ponga un poco
de su parte y le dedique un poco de tiempo a ese ejercicio en vías de
desaparición llamado ver y pensar comprueba que no, que las
aparentemente amables, etéreas, a menudo aéreas y casi
siempre infantiles pinturas de Paul Klee no lo son tanto. O sí lo son,
pero son mucho más. Tras lo apacible surge lo terrible.
“No hace falta que nadie ironice
sobre mí… ya lo hago yo por ellos”, dejó dicho este auténtico “alborotador
intelectual” como lo define Angela Lampe delante de Insula Dulcamara, la pintura
de mayor formato de la exposición. Para
Klee la ironía era “una bufonada trascendental”, y evidentemente aquí la
palabra clave es trascendental, no bufonada. Él tiene la
ambición de trascender, está claro, cuando pinta otra de las obras presentes en
el Pompidou, en la que muy sutil pero muy claramente hace saltar por los aires
la célebre cruz negra de Malevich, uno de los iconos del movimiento
suprematista y sus dogmáticos seguidores, que habían masacrado a Klee por
considerarlo un artista puramente individualista y, por lo tanto, un burgués
enemigo del pueblo. Pero la venganza es un cuadro que se sirve frío, debió de
pensar el acusado.
'Insula Dulcamara', 1938. Óleo y cola sobre papel. Centro Paul Klee de Berna.
De Cultura, El País. España
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