Lecturas infinitas para autores
inmortales
Javier Navia
Pierre Menard fue un olvidado
escritor francés cuya aspiración mayor fue reescribir el Quijote en
la tercera década del siglo XX. Menard no buscó ciertamente reinterpretar la
obra de Cervantes o adaptarla a sus propios tiempos, algo hoy tan frecuente. Lo
que Menard quiso -e hizo- fue volver a escribir el Quijote palabra
por palabra y línea por línea. Pero aunque su versión era idéntica a la del
manco, no eran iguales. No podían serlo. Menard pretendía dominar la lengua de
Cervantes, tener la fe del español, haber enfrentado a los moros y desconocer
lo que había ocurrido en el mundo desde 1605. Pero eso era imposible y por lo
tanto su Quijote nunca sería igual al original.
La maravillosa paradoja
corresponde, claro, a Borges, que la escribió en 1939 y la incluyó años después
en Ficciones ("Pierre Menard, autor del Quijote"). En su
ensayo Lo que Borges le enseñó a Cervantes, Darío Villanueva explica que
el significado de la quimera de Menard es simple: nunca podemos leer una obra
-ni siquiera reescribirla palabra por palabra- como lo ha hecho su autor, pues
nuestra lectura estará siempre determinada por nuestros propios conocimientos.
En otras palabras, nunca leeremos el Quijote en el siglo XXI como lo
leyó el propio Cervantes o como lo hicieron sus lectores contemporáneos en el
siglo XVII. Villanueva evoca la ficción de otro autor, David Lodge, quien en
una novela se refiere a la tesis de un joven académico titulada "La
influencia de T. S. Elliot en Shakespeare". El texto despierta la sorna de
otros académicos que se preguntan cómo Elliot podría haber influido en el autor
de Hamlet habiendo vivido tres siglos más tarde. La respuesta de
Lodge es precisa: jamás leeríamos a Shakespeare como lo leemos sin la poesía de
Elliot, un prisma que transforma todo lo que vemos a través de él.
Este fin de semana, por un
capricho de la historia que habrá hecho sonreír a Borges, se cumplen 400 años
de la muerte de Shakespeare y de Cervantes, los dos gigantes de las letras
universales. Algunos, quizá forzando la coincidencia, sitúan ambas muertes el
23 de abril de 1616, aunque muchos historiadores no están tan seguros sobre la
fecha exacta de la muerte del inglés. Lo cierto es que en estos días se
multiplican en el mundo los homenajes, que incluyen conferencias, publicaciones
de biografías y ensayos, y, por supuesto, reediciones de sus obras
emblemáticas. Incluso es probable que este fin de semana sus nombres se cuelen
entre los autores más vendidos en la Feria del Libro, ya que el redondo
aniversario es una buena excusa para acercarse a sus célebres obras. Para
muchos será la primera vez. Para otros, en cambio, será la oportunidad de
volver a disfrutarlos y comprobar, como sostenía Borges, que nunca los leeremos
de la misma manera. Por eso, Cervantes y Shakespeare, aunque hayan muerto hace
400 años, siempre serán inmortales.
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