domingo, 24 de abril de 2016

FICCIONES




Lecturas infinitas para autores inmortales

Javier Navia






Pierre Menard fue un olvidado escritor francés cuya aspiración mayor fue reescribir el Quijote en la tercera década del siglo XX. Menard no buscó ciertamente reinterpretar la obra de Cervantes o adaptarla a sus propios tiempos, algo hoy tan frecuente. Lo que Menard quiso -e hizo- fue volver a escribir el Quijote palabra por palabra y línea por línea. Pero aunque su versión era idéntica a la del manco, no eran iguales. No podían serlo. Menard pretendía dominar la lengua de Cervantes, tener la fe del español, haber enfrentado a los moros y desconocer lo que había ocurrido en el mundo desde 1605. Pero eso era imposible y por lo tanto su Quijote nunca sería igual al original.
La maravillosa paradoja corresponde, claro, a Borges, que la escribió en 1939 y la incluyó años después en Ficciones ("Pierre Menard, autor del Quijote"). En su ensayo Lo que Borges le enseñó a Cervantes, Darío Villanueva explica que el significado de la quimera de Menard es simple: nunca podemos leer una obra -ni siquiera reescribirla palabra por palabra- como lo ha hecho su autor, pues nuestra lectura estará siempre determinada por nuestros propios conocimientos. En otras palabras, nunca leeremos el Quijote en el siglo XXI como lo leyó el propio Cervantes o como lo hicieron sus lectores contemporáneos en el siglo XVII. Villanueva evoca la ficción de otro autor, David Lodge, quien en una novela se refiere a la tesis de un joven académico titulada "La influencia de T. S. Elliot en Shakespeare". El texto despierta la sorna de otros académicos que se preguntan cómo Elliot podría haber influido en el autor de Hamlet habiendo vivido tres siglos más tarde. La respuesta de Lodge es precisa: jamás leeríamos a Shakespeare como lo leemos sin la poesía de Elliot, un prisma que transforma todo lo que vemos a través de él.
Este fin de semana, por un capricho de la historia que habrá hecho sonreír a Borges, se cumplen 400 años de la muerte de Shakespeare y de Cervantes, los dos gigantes de las letras universales. Algunos, quizá forzando la coincidencia, sitúan ambas muertes el 23 de abril de 1616, aunque muchos historiadores no están tan seguros sobre la fecha exacta de la muerte del inglés. Lo cierto es que en estos días se multiplican en el mundo los homenajes, que incluyen conferencias, publicaciones de biografías y ensayos, y, por supuesto, reediciones de sus obras emblemáticas. Incluso es probable que este fin de semana sus nombres se cuelen entre los autores más vendidos en la Feria del Libro, ya que el redondo aniversario es una buena excusa para acercarse a sus célebres obras. Para muchos será la primera vez. Para otros, en cambio, será la oportunidad de volver a disfrutarlos y comprobar, como sostenía Borges, que nunca los leeremos de la misma manera. Por eso, Cervantes y Shakespeare, aunque hayan muerto hace 400 años, siempre serán inmortales.












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