Argentinos analizados
Cristina Pérez*
La flema de los ingleses, la
puntualidad de los suizos, la alegría de los brasileños y el ego de los
argentinos. El ego es una característica tan aceptada de la personalidad de los
argentinos que inclusive el papa Francisco bromea con el estereotipo: "Siendo argentino esperaban que me
llamase Jesús II", le dijo en chiste al presidente de Ecuador, Rafael
Correa, en una visita privada que dejó de serlo cuando el mandatario contó la
anécdota por la red social Twitter.
Por esta fama, que parece indisputable, es que ha resultado llamativo que la canciller argentina, Susana Malcorra, sorprendiera con una teoría totalmente opuesta. "El problema de los argentinos es que tenemos un enorme complejo de inferioridad y en esto pueden citarme que lo firmo", dijo la jefa de la diplomacia para referirse a la falta de valoración que, según ella, impide el desarrollo de las potencialidades del país. La flagrante contradicción con el rasgo de carácter más "universalmente reconocido" de los argentinos nos llevó a explorar si acaso la desmedida autoestima y el complejo de inferioridad no eran tal vez las dos caras de una misma moneda. Las reflexiones existenciales más punzantes se combinan con descripciones desopilantes en la mirada de los expertos.
"El ego es parte de la patología nacional", dice la socióloga y politóloga Graciela Römer. "Los argentinos de alguna manera se sienten el pueblo elegido: dicen que Dios es argentino, que son el granero del mundo y que están ¡condenados! al éxito", precisa. "Creen que estiran la mano y, como son el pueblo elegido, pueden poner el gol de Maradona y decir que lo hizo Dios", ironiza en referencia al polémico tanto anotado por Diego Maradona al equipo inglés en un partido por la Copa Mundial de Fútbol de 1986 en México.
"Compadritos": el tango
y el ego
La idea del ego vastamente
desarrollado encuentra una evidencia contundente en los diccionarios de
lunfardo, eso que algunos llaman "la lengua del tango" y que
constituye la jerga o dialecto popular de Buenos Aires, nacido de la inventiva
de las primeras oleadas de inmigrantes. Si hay una voz que describa al
"porteño" o habitante de Buenos Aires es el término "compadrito".
Compadrito quiere decir "valiente" pero también "fanfarrón"
o "mandaparte". Y es algo así como la figura arquetípica del tango. En la lista de palabras "lunfardas"
relacionadas con el ego se pueden sumar "engrupido" que significa
vanidoso o "agrandado" para denotar al que ostenta.
Para el historiador Felipe Pigna,
ese "pasado inmigrante" del argentino es determinante para la
sobrestimación del "yo" conocida como ego. "El mandato del
inmigrantes es el mandato del éxito; llega de otro país para que le vaya bien,
y la aprobación de que le va bien viene de afuera, no de adentro. Padecemos de
esa referencia permanente al afuera"dice. "Es una constante que aparece siempre cuando uno viaja al exterior
del país por ejemplo: vuelves y te preguntan '¿qué dicen de nosotros allá?''
Ego paranoico
Otro caso parecido resulta de
hacer un simple muestreo de las entrevistas a los artistas que visitan
Argentina o que estrenan una película y conceden reportajes a medios de
comunicación locales.
Las preguntas
que nunca faltan son del estilo "¿Qué opinan del público argentino?"
o "¿Quiere conocer la Argentina?". En algunos casos son la primera
pregunta del reportaje. "Algo de
verdad debe haber en esto del ego, porque forma parte de un lugar común entre
nosotros los argentinos también", reflexiona el filósofo Tomás Abraham. "Tenemos una
enorme tendencia a ser comparativos, todo el tiempo nos estamos midiendo con el
otro. Sin duda que hay un ego paranoico, un ego persecutorio que todo el tiempo
tiene que mostrar lo que es y que anda preguntando todo el tiempo si lo
reconocen".
"Tener sexo para
contar"
Pigna va aún más allá y considera
que Argentina "es un país donde vivir para las apariencias es algo
fundamental y está asociado a un componente muy tóxico en la sociedad argentina
que es la envidia". "El sentimiento de la envidia está profundamente
arraigado, la preocupación más por lo que hace el otro que por lo que hago yo o
el hacer las cosas para contar: desde tener sexo para contar o viajar para
contar". Y en este punto es donde
tanto los distintos campos de estudio consultados coinciden con la canciller
argentina y con el psicoanálisis. "El
argentino oscila entre creerse el mejor y sentirse el peor. Y compensa esto
narcisísticamente buscando lugares donde ser los mejores del mundo",
diagnostica el psicoanalista Diego Sehinkman.
Para la canciller Malcorra, la
superación del "nudo gordiano" de la falta de desarrollo en las
potencialidades argentinas viene de no valorar las "riquezas infinitas que
poseemos". La funcionaria afirma
que "el mundo tiene grandes conflictos por falta de agua, alimentos y
espacio" y que justamente Argentina "tiene todo lo que el mundo
necesita". Pero para eso debe superar su complejo de inferioridad.
Para Graciela Römer, el costado
más oscuro del ego es que "detrás de una personalidad egocéntrica hay un
profundo autoritarismo porque el egocéntrico no puede descentralizarse y por
eso no puede competir con el otro, sino que necesita destruirlo para sostener
su autoestima".
Acomodar el ego
Con el mal nacional recostado en
el diván, los expertos avalan la idea del complejo de inferioridad como la otra
cara de la moneda del ego y lamentan el desgaste de energía puesto en ese
sentimiento inconducente. En este sentido, el filósofo Tomás Abraham propone el
desafío de "acomodar el ego al costado más positivo de las ambiciones y
los logros, porque al fin y al cabo el ego tiene algo vital aunque en exceso
pueda llegar a ser autodestructivo".
Para el caso extremo de la autodestrucción y aunque parezca humor negro,
viene a cuento otro chiste que le gusta contar al papa Francisco, quien también
es de origen argentino: "¿Usted sabe cómo se suicida
un argentino? Se sube arriba de su ego y de allí se tira "...
*Para BBC
*Para BBC
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