Mientras
las potencias del G7 reunidas en Taormina muestran su incapacidad para
encontrar salidas a la crisis migratoria, miles de migrantes confluyen en Libia
para intentar el salto a Europa sin saber que se adentran en un infierno. Libia
se ha convertido en un peligroso factor de desestabilización y un pozo negro
para los derechos humanos. El caos y la anarquía se han adueñado del país,
convertido en el campo de operaciones de mafias cada vez más poderosas. En el
quinto año tras la muerte de Gadafi hay tres Gobiernos que se disputan el
control del país, uno de unidad apoyado por la ONU y otros dos que no
reconocen el acuerdo de Skhirat de 2015, y un gran número de milicias y grupos
armados. En medio de este desorden, el Estado Islámico trata de consolidar una
nueva base territorial para convertirla en foco de terrorismo, como hemos visto
en el atentado de Mánchester. A esta dinámica contribuye el apoyo desde Arabia
Saudí a la penetración de la corriente más radical del islamismo, la wahabí.
Los
informes de la ONU constatan condiciones insufribles en los lugares
de concentración de inmigantes y prácticas deleznables como la compraventa de
personas como fuerza de trabajo, esclavas sexuales o instrumento de chantaje
para obtener dinero de sus familias. Ahora han ideado una nueva forma de operar
para sacar provecho de los dispositivos de rescate en el Mediterráneo:
sobrecargan las embarcaciones y cuando llegan a aguas internacionales les
quitan el motor para reutilizarlo. Desde 2015 han llegado a las costas de
Italia 385.000 migrantes desde Libia y en cuatro años 12.064 han muerto en el
mar. Se desconoce cuántos migrantes mueren en territorio libio o en el
desierto. La comunidad internacional no puede permitir esta espantosa deriva y
no habrá forma de pararla sin una acción concertada para reparar el error que
cometieron en 2011: no prever un plan para estabilizar el país tras la
desaparición de Gadafi
Los miembros del Gobierno de Trump tienen más dinero que una tercera parte de los ciudadanos de EE UU. Con ellos se podría practicar la evidencia de que la existencia determina la conciencia. Ese gabinete es el responsable de que se hayan presentado unos presupuestos con el esdrújulo título de “Nuevo fundamento de la Grandeza Americana”, y que son una demostración palmaria de redistribución al revés: por el lado de los gastos, más para defensa y seguridad nacional y menos para todo lo relacionado con asistencia social; por el de los ingresos, “la mayor rebaja de la historia” (Trump dixit), con la reducción del impuesto de sociedades, la eliminación del de sucesiones, una simplificación del de la renta y la supresión de un recargo que existía en el ahorro para pagar el Obamacare. Una suma muy favorable a los más ricos.
Sólo si hay un crecimiento económico muy superior al actual se evitará un aumento del déficit fiscal y de la deuda pública. Un panorama muy similar al que se dio en la década de los ochenta con Ronald Reagan, un presidente que llegó con la promesa de equilibrar las cuentas públicas y dejó un país multiendeudado para más de una generación. Muchos analistas hicieron desde el principio una analogía entre Reagan y Trump, aunque este segundo no sería sólo un epígono de Reagan sino una síntesis entre el neoliberalismo y el populismo autoritario, una mezcla de Reagan y Berlusconi.
Así ha renacido de sus cenizas la apolillada y acientífica curva de Laffer, que establece una relación inversa entre tipos impositivos e ingresos (cuanto mayores sean los tipos impositivos menos se recaudará). Recuérdese: en el año 1974, siendo Gerald Ford presidente de EE UU, se apostaba por subir el impuesto sobre la renta para hacer frente a la crisis fiscal del Estado. Alrededor de una mesa se juntaron Arthur Laffer, un catedrático casi desconocido de una business school de segunda fila, dos de los principales miembros del Gabinete Ford, Donald Rumsfeld y Dick Cheney (sí, ya estaban ahí), y el editorialista de The Wall Street Journal, Jude Wanninski. Mientras comentaban la propuesta de aumento de impuestos de Ford, Laffer agarró una servilleta y un bolígrafo y trazó sobre ella una curva para ilustrar esa relación invertida entre los tipos impositivos y los ingresos fiscales. Había nacido la “curva de Laffer”.
Con esta mítica servilleta (expuesta en el Museo Nacional de Historia de Washington) arrancó uno de los principios básicos de la revolución conservadora, que ahora ha tomado prestado Trump. Del conjunto de unos ingresos capitidisminuidos pero que hipotéticamente darán lugar a un mayor crecimiento, y unos gastos sociales guillotinados (en cobertura sanitaria para los pobres, cartillas alimentarias para 46 millones de personas, créditos a los estudiantes, ayudas a los discapacitados,…) surgirá un Estado poco parecido al ogro filántropico de Octavio Paz. Éste se refería a un Estado (el mexicano) que reprimía y era regresivo, pero que lo compensaba con clientelismos y compasión. La compasión no se lleva en los planes del actual gobierno de plutócratas de Washington.
Netflix compite contra todos y
contra nadie a la vez. El gran almacén de vídeo digital es una novedad en sí
mismo. Suple a la televisión pero no tiene anuncios y no emite una programación
única, sino que cada cual la adapta a su gusto. Sin embargo, sí lanza series en
un momento concreto en todo el planeta, pero rompe de nuevo el molde al no
soltar capítulos semana a semana. Todo se puede consumir de una vez.
Netflix se puede ver en casi
cualquier pantalla y, cada vez más, crea sus propias series y películas, pero
tampoco es una productora al uso. Existen otras aplicaciones de vídeo, aunque
ninguna cuenta con una tecnología tan afinada. Netflix se ha convertido en la
plataforma de consumo de vídeo preferida en Internet.
Comenzaron distribuyendo DVDs a
domicilio, a través del correo. Una forma de consumo de vídeo que todavía
conservan en algunas zonas de Estados Unidos aunque no lo promocionan.
Demasiado farragoso, demasiado lento y, finalmente, poco rentable para sus
planes. Esta primera fórmula les sirvió para conocer mejor que nadie los
hábitos de consumo de sus clientes, para después hacer recomendaciones con más
acierto. Esa es una de las claves de su salsa secreta, como les gusta decir,
para que sus fieles sean orgullosos adictos. Netflix se adelanta a los
deseos con una sugerencia correcta.
“Hace 10 años la televisión dejó de ser
lineal”, palabra de Reed Hastings. El consejero delegado de Netflix asegura que
no compiten con otras aplicaciones de vídeo, sino contra cualquier servicio
contenido o plataforma que quiera tu atención. Esa es su obsesión, conseguir
cada vez más tiempo, el bien más valioso en la economía de la atención, de sus
usuarios. La premisa es clara. El modelo de negocio, también. Netflix
cobra al mes entre ocho y doce dólares, según el tipo de suscripción y
localización del cliente. Esos son todos sus ingresos. No hay publicidad, no
hay contenido patrocinado, no hay interrupciones… Todo el riesgo está en el
contenido. Solo en 2017 cuentan con un presupuesto de 6.000 millones de dólares
para hacer sus propias series.
Durante dos días entré en el corazón de su sede principal en Los Gatos, una tranquila
localidad en la frontera sur de Silicon Valley, para conocer cómo es la
empresa, su funcionamiento y las claves para cambiar los hábitos de consumo de
vídeo de varias generaciones. El gran videoclub del siglo XXI es diferente. No
es una empresa puramente de tecnología. Tampoco de contenidos. Hastings lo ve
así: “Somos una empresa distinta. Las grandes lo son. No somos una empresa de
contenido y no somos una tecnológica, pero somos las dos cosas. Apple, por
ejemplo, te vende teléfonos como si fueran joyas, pero también tiene
aplicaciones. Nosotros ofrecemos el mejor entorno para series, películas,
documentales”...
No entrar en el terreno
publicitario les ofrece una serie de ventajas, pero también les pone algunas
trabas. “Somos libres en muchos sentidos. No tenemos que preocuparnos de
molestar a la audiencia con anuncios, con interrupciones o recolectando datos
demasiado personales, pero sí tenemos la exigencia de complacerlos, de darles
lo que quieren antes de saber que lo quieren. Cada mes, cuando se acerca el
momento de renovar la suscripción, nos arrodillamos -virtualmente- ante ellos y
les pedimos que no nos dejen. Es nuestro único sustento”. Según los datos del
último informe financiero, están a punto de superar los 100 millones de
suscriptores.
Esa es
precisamente la magia de Netflix, saber qué quiere cada perfil basándose en sus
patrones de consumo, descubriendo su afinidad con otros perfiles similares,
para gestionar micronichos sin que el consumidor perciba esta segmentación.
La calidad visual es otro de sus
ingredientes. En 2017 han emprendido una cruzada para que el color negro se vea
realmente negro. Una cuestión que puede sonar absurda hasta que se comprueba el
avance en los laboratorios de Dolby, su compañero en esta aventura que pretende
dar una profundidad superior a las escenas. Lo hacen usando el HDR, siglas que
en inglés hacen referencia al alto rango dinámico, una fórmula que superpone
varias imágenes para obtener mejor contraste. No está al alcance de todos los
aparatos, pero cada vez más, móviles, tabletas y, sobre todo, televisores de
alta gama. En el catálogo de Netflix ya hay 80 películas creadas con este
sistema activado.
Saber lo que le gusta al usuario,
lo que le hace temblar, estremecerse o sonreír… De nuevo en colaboración con
Dolby, usan un casco especial, con 60 sensores de actividad cerebral y sensores
en los brazos para medir la conductividad de la piel o los cambios en el pulso.
“Si un capítulo es de miedo no esperamos que te vayas a tomar una piña colada”,
argumenta el responsable del laboratorio biofísico.
Todo esto debe llegar a todos los
usuarios del mundo a la vez, sin demoras. Algo que puede sonar sencillo pero
atesora la mayor parte de los recursos técnicos de Netflix. Les obsesiona y
reta al mismo tiempo. Bill Holmes llegó en 2007 con el cometido de llevar
Netflix a todas las pantallas. “Estábamos en Xbox, pero nos decían que estar en
la Wii sería imposible. Lo conseguimos”, presume. El caso de Wii sorteó grandes
dificultades. La consola apenas contaba con una rudimentaria conexión a la red
y escasa memoria interna. Con un DVD físico permitieron actualizar la consola
más vendida en la década pasada para que fuese una de sus puertas de acceso.
Tras llegar a tabletas y móviles con la aplicación, se han lanzado a dos soportes
más: hoteles y aviones. “Si lo consumes en casa, ¿por qué dejar de hacerlo
cuando viajas?”, dice antes de explicar el plan. Los hoteles Marriott de Estado
Unidos ya ofrecen el acceso con un botón en el mando a distancia. Se puede
navegar de manera anónima o con la cuenta personal en caso de ser suscriptor.
“Cuando el huésped deja la habitación se borran los datos para que comience una
nueva sesión con el nuevo visitante”, matizan. En el caso de los aviones son
los las aerolíneas que tienen convenio, Virgin y Aeroméxico. Los clientes no
pagan en ninguno de los casos, pero sí consideran que sirve para que hablen
bien de esas marcas y del contenido. Al que ya está le refuerza el valor y el
que no, habla de ello a los contactos.
Cindy Holland, vicepresidenta de
contenido, rompe uno de los clichés de la industria. Netflix crea más allá de
Los Ángeles. “No hace falta ir a Hollywood para hacerlo bien. Hacemos series
nuevas en Alemania, México o Corea del Sur. El toque local nos da una posición
de privilegio”, defiende. A Holland le obsesiona dar con narrativas que generen
interés: “Por ahora solo lo hemos probado con los niños, pero contemplamos
probar qué sucede con distintos finales”.
Las oficinas, por fuera, parecen
un complejo de apartamentos de la Costa del Sol. Por dentro tienen similitudes
con lo habitual en Silicon Valley, pero también algunas diferencias. Llevan el
perro a la oficina y tienen un patio, un césped que casi parece un campo de
golf entre los diferentes edificios, y cocinas llenas de aperitivos, dulces y
salados. Incluso cafeteras de cápsulas y de las de café recién molido con todo
el encanto clásico. El ramen (los fideos instantáneos de sobre) están en
primera fila, es la moda en el mundo techie. Las paredes hacen referencias
a series propias. Los espacios de trabajo son bastante flexibles. Unos trabajan
en salas abiertas, otros se aíslan, hay quien va a ver una película en el
comedor o el que prefiere salir al patio. La jerarquía es también bastante
laxa, fruto de la especialización de los perfiles. Cada cual conoce su labor y
su rendimiento se ve dentro del propio sistema.
En general, a pesar de no haber
restricciones notables, impera el silencio. Hay muchos espacios vacíos,
esperando a nuevos fichajes. En Netflix están contratando. A Hastings no le
obsesiona consentir demasiado a los empleados: “Lo importante es el resultado
final y el ambiente. Si les parece brillante el conjunto y están a gusto, el
talento se queda”.
Pinturas en la reproducción de la cueva de Altamira.
He asistido a uno de los admirables cursos de la Fundación March. Esta vez, sobre la pintura paleolítica. En realidad, sobre la vida en las cavernas hace 40.000 años. No hay nada más actual, porque no tenemos ni idea de cuáles son nuestros orígenes, de manera que mal hemos de saber cuál será nuestro destino. La prehistoria comienza, para nosotros, a mediados del siglo XIX. La prehistoria es algo muy reciente. Antes los sabios creían que la edad de la Tierra era de 6.000 años. Desde entonces nuestro pasado ha crecido en millones de años. Nuestro futuro, en cambio, se ha esfumado.
Fue Picasso quien dijo: “Después de Altamira todo es decadencia”. Se refería a la inexplicable delicadeza de las pinturas que se han conservado en cuevas como la cántabra o las francesas de Chauvet y Lascaux. La extremada elegancia y exactitud del trazo hiela la sangre. Las primeras imágenes de la humanidad son perfectas. Nadie sabe cómo fue posible, pero seguimos echando luz sobre el enigma del Paleolítico. De hecho, nada envejece más deprisa que la prehistoria. Lo que decía sobre Lascaux un talento como Georges Bataille hace 50 años sigue siendo inteligente y poético, pero apenas hay datos que no estén equivocados.
Los ponentes del curso, Alcolea, García-Diez, Baquedano, describieron minuciosamente el mundo de los cazadores cavernarios, hermanos de bisontes, ciervos, caballos, renos o mamuts, y a mí me pareció un mundo ejemplar, civilizado, profundo, respetuoso con lo viviente, en comunión con los animales a los que admiraban.
Su esperanza de vida era de 25 años. Así que, comparados con aquellas sociedades juveniles que mantuvieron una mesura vital milagrosa durante 40.000 años, nosotros somos unos salvajes.
Félix
de Azúa (Barcelona,30
de abrilde1944) es unescritorespañol. Desde 2015 es miembro de laReal Academia Española.
Existen muchos factores que
influyen de manera decisiva en las decisiones que toman los dirigentes de cada
país. Y el factor más olvidado es la geografía. Tratar de entender los
conflictos sin un mapa y una explicación geográfica es casi imposible.
Las
palabras pueden decirnos qué ha pasado; el mapa nos ayuda a comprender por qué.
Los ríos, montañas, desiertos, islas y mares son factores determinantes en la
historia… Los líderes, las ideas y la economía son cruciales. Pero son temporales,
y el macizo del Hindú Kush los sobrevivirá a todos. Esta teoría no es
nueva, pero pocas veces se explica con el detalle que merece.
Empecé a
reflexionar sobre este tema cuando trabajé como periodista en la guerra de
Bosnia, en los años noventa. Una vez estaba en una colina observando un pueblo
en llamas, y pregunté a quienes habían provocado el incendio por qué lo habían
hecho. Los pistoleros respondieron que, si quemaban el pueblo, sus habitantes
huirían al siguiente, y luego a la población de más allá, y eso les permitiría
a ellos avanzar por el valle hacia la carretera a la que querían llegar por
razones estratégicas. A partir de entonces, traté de no emplear el término
“violencia sin sentido”. En esas situaciones tan terribles, la violencia suele
guiarse por una lógica fría, dura y brutal.
Un ejemplo más reciente es
el de Siria. La historia nos dice que la tribu alauí, la minoría a la que
pertenece el presidente El Asad, procede de la región montañosa sobre la costa.
Pues bien, si miramos el mapa y ciertos lugares en los que se han
producido combates, es evidente que el bando de El Asad ha querido asegurarse
la ruta que une Damasco con la costa por si tenía que refugiarse en la zona en
la que se encuentran sus raíces históricas.
Los
otomanos dividieron lo que hoy es Irak en tres áreas administrativas: Mosul,
Bagdad y Basora. Después, los británicos unieron las tres en una sola, una
imposibilidad lógica que los cristianos quizá resuelven recurriendo a la
Santísima Trinidad, pero que, en Irak, ha desembocado en un caos muy poco santo
y más bien nefasto, porque hoy los kurdos, los suníes y los chiíes se
disputan el control de las regiones.
Rusia
ofrece dos buenos ejemplos de la influencia de la geografía. Ha sufrido
numerosas invasiones llegadas de las llanuras del norte de Europa, y por eso
sus gobernantes han tratado de dominar la región para que les sirva de
parachoques frente a nuevas incursiones.
En Rusia, la mayoría de los
puertos se congelan en invierno. Por consiguiente, Sebastopol, en el mar
Negro, tiene una importancia crucial. Cuando Ucrania “se pasó” a la esfera
de influencia de la OTAN, Putin pensó que la geografía no le dejaba otra
opción que invadir el país. Si dejamos aparte el aspecto moral, suele ser más
fácil comprender un acontecimiento. No defiendo que haya que olvidar la ética
en los asuntos humanos, solo subrayo que, como dijo el escritor especializado
en geopolítica Nicholas Spykman, “la geografía no discute; se limita a ser”.
Lo que quería decir Spykman era
que, para comprender mejor el mundo, debemos verlo, no como queremos que sea,
sino tal y como es. La geografía nos ayuda a ello, y, una vez que lo hemos
logrado, podemos saber mejor cómo cambiarlo. Por eso debemos empezar con un
mapa; todo lo demás viene después.
¿Cuál es
el tamaño de un país concreto? ¿Qué recursos naturales tiene? ¿Cuántos
habitantes tiene? ¿Hay defensas naturales, por ejemplo montañas, o es
vulnerable porque su frontera está en terreno llano?
Una vez que hemos averiguado todo
esto, debemos añadir la historia para comprender mejor la psicología del país,
y de ahí pasamos a la política. Y después llegamos a las personas.
En las
relaciones internacionales existe un dicho: “Estados Unidos tiene unos
intereses y unos presidentes. Los presidentes cambian; los intereses, no”. En
el fondo, esta frase está hablando de la geopolítica y la geografía. Un ejemplo
actual es Donald Trump. El presidente, como muchos otros de sus predecesores,
llegó al poder diciendo que iba a mantener a EE UU al margen de los líos
en el extranjero, pero las realidades de la geografía ya le han arrastrado a
todo lo contrario. EE UU no quiere que Rusia domine Europa; por eso Trump
ya ha empezado a enfrentarse a Moscú. La geografía del continente
norteamericano explica cómo y por qué los vínculos comerciales entre Moscú,
Canadá y EE UU son los que son; Trump ha descubierto que no puede cambiar esa
geografía y ya está suavizando su postura sobre el Tratado de Libre
Comercio.
La
geografía y la historia son también las que hacen que EE UU se implique en
la situación de Corea del Norte. Los estadounidenses tienen en Corea del Sur
unas estructuras que albergan a 28.000 soldados norteamericanos, todos ellos al
alcance del ejército del Norte. La tecnología puede doblar los barrotes de la
prisión de la geografía, pero no romperlos. La tecnología ha permitido a Corea
del Norte desarrollar unas armas de artillería convencional y situarlas en las
colinas que dominan la zona desmilitarizada, desde donde podrían llegar a
Seúl. Esa distancia, 56 kilómetros, es un factor relevante para cualquier
decisión política y militar que tomen Corea del Norte, Corea del Sur y EE UU.
Las personas son fundamentales,
sin duda. Da la impresión de que el presidente Trump está más dispuesto a emplear
la fuerza militar que su predecesor, y ese es un dato que todo el mundo tiene
en cuenta, pero que no resta importancia a los factores geográficos, también
necesarios a la hora de tomar decisiones.
A veces me preguntan si los
misiles balísticos intercontinentales (ICBM, por sus siglas en inglés) han roto
los barrotes de la prisión geográfica. Yo respondo que no, lo único que han
hecho es cambiar las ecuaciones. Lo que tienen que hacer ahora los vecinos de
Corea del Norte y los estadounidenses es descubrir el alcance de los ICBM y
buscar en el mapa hasta dónde pueden llegar. Las decisiones siguen dependiendo,
en parte, de la geografía.
No es que los infinitos artículos
sobre el carácter de Trump, Putin, Duterte y otros carezcan de sentido; de
hecho, forman parte de nuestro discurso público. Pero, si no estudiamos el
mapa, no podremos comprender por completo el entorno estructural en el que
actúan esos personajes.
En definitiva, para entender como
es debido los motivos de una situación, es necesario interpretar la política,
conocer la historia, examinar las estadísticas y mirar el mapa. Sin esto
último, es posible que se nos escapen las obviedades. Ya lo dijo el gran
escritor británico George Orwell: “Para ver lo que tenemos delante de nuestros
ojos hay que hacer un esfuerzo permanente”.
Tim Marshall, veterano
corresponsal de guerra británico, es autor de ‘Prisioneros de la geografía’
(Península) y fundador de la web informativa TheWhatAndTheWhy.com
Esta notificación te está robando un pedazo de vida
Javier Salas
Dos anuncios tan futuristas como
inquietantes coincidieron casi en el tiempo, hace unos pocos días. Elon Musk,
el multimillonario que juega a parecerse a Iron Man, aseguró que en ocho o diez
años logrará que los cerebros de personas sanas estén perfectamente conectados
a inteligencias artificiales. “En
cuatro o cinco años seremos cíborgs”, añadió. Por su parte, Facebook
anunció que quiere que seamos capaces de escribir en nuestros muros
telepáticamente, con un casco lector de pensamientos que estaría listo en dos
años. Los especialistas consideran que son promesas irrealizables, pero sí son
una buena metáfora de la velocidad desbocada a la que la esfera personal se
está difuminando por completo gracias a (o por culpa de) la tecnología.
Mientras Musk nos enchufa a las
máquinas para salvarnos de ellas, vivimos en un mundo en el que las personas no
son capaces de concentrarse por culpa del simple silbido que emite el móvil
cuando recibe una notificación. Un correo del trabajo, una mención en Twitter,
un vídeo en directo en el Facebook de un amigo… La economía de la atención
abusa de los trucos
psicológicos para que no sepamos separarnos del móvil, para que
necesitemos dedicarle unos minutos más a cada una de esas aplicaciones que
viven de que les dediquemos esos minutos más. “Ten presente el poder de tu
teléfono. No es un accesorio. Es un dispositivo psicológicamente poderoso que
cambia no solo lo que haces, sino quién eres”, recordaba Sherry Turkle,
investigadora del MIT, en su libro En defensa de la conversación, en el
que advierte de que los más jóvenes están perdiendo empatía. “En
mi vida he visto algo tan poderoso como el móvil”, corroboró Regina Dugan,
al vender hace unos días las promesas de Facebook. Antes de trabajar para Mark
Zuckerberg, Dugan perteneció a DARPA, la agencia de investigación para la
Defensa de EE UU, y aun así cree que el móvil es el aparato más poderoso.
En un presente cargado de
situaciones distópicas, las promesas del futuro —inteligencia artificial,
Internet de las cosas, realidad virtual...— generan nuevas inquietudes y se
reclaman derechos desconocidos hasta ahora. Los internautas tuvieron que inventar
el derecho al olvido, los trabajadores franceses se defienden de sus patrones
con el derecho a desconectar y ahora comienza a hablarse del derecho a
concentrarse. O a aburrirse. O a conversar. La Comisión Europea lanzó la
iniciativa Onlife, basada en la idea del pensador italiano Luciano Floridi,
para que un grupo de especialistas estudiara los riesgos de este escenario en
el que no sabemos dónde termina lo corpóreo y dónde comienza la sombra digital.
“Creemos que las sociedades deben proteger, cuidar y cultivar la capacidad de
atención de los seres humanos”, defiende el Manifiesto
Onlife que publicaron estos expertos, en el que critican que se
permita que en la economía digital la atención se trate únicamente como una
mercancía.
“Este enfoque instrumental de la
atención descuida las dimensiones sociales y políticas de la misma, el hecho de
que la capacidad y el derecho a concentrar nuestra atención es una condición
crítica y necesaria para la autonomía, la responsabilidad, la reflexividad, la
pluralidad”, asegura el manifiesto, que compara la atención con los órganos del
cuerpo humano que no pueden ser vendidos en el mercado. La capacidad de
concentrarnos es otro pedazo vital de nuestro cuerpo y debe estar protegida y
vinculada a derechos fundamentales como la privacidad y la integridad física.
“Además de ofrecer opciones informadas y ajustes predeterminados, nuestras
tecnologías deben respetar y proteger la capacidad de atención”, exigía el
manifiesto auspiciado por la Comisión.
“Cualquier
persona con una mínima capacidad de auto observación sabe que tenemos un
problema”, admite Javier de Rivera, sociólogo especialista en tecnologías y
redes sociales. De Rivera habla de cómo los desarrolladores de videojuegos y
aplicaciones se sirven de trucos psicológicos y del conocimiento creciente de
la actividad cerebral para enganchar a los usuarios y demandar su atención
permanente. Y cuando nada de eso funciona, salta una notificación que te
recuerda que hace tiempo que no usas la app: entras solo un momento y
terminas dedicándole 20 minutos.Los usuarios de móviles los consultan más de
40 veces al día, la media global del último
informe de Deloitte; pero hay una cuarta parte que los consulta entre 100 y
más de 200 veces al día, como sucede en países como Argentina. En todo el mundo,
la mitad de las personas con smartphone lo usa durante la noche.
Estadísticas de uso que no dejan de crecer en todo el globo. Y mientras
nuestros aparatos se llenan de notificaciones, la Unión Europea trata de regular
las llamadas publicitarias por “respeto a la vida privada”. “El
problema es que la atención se ha convertido en un objeto comercial”, critica
el sociólogo.
Tristan Harris estuvo tres años
trabajando para mejorar la ética del diseño de Google. Frustrado, ahora se
dedica a desenmascarar esa parte de los móviles y tabletas que los convierten
en “máquinas tragaperras” diseñadas para robarnos tiempo. “Ellos quieren que
los uses de determinada manera y por largos períodos de tiempo. Porque así es
cómo hacen dinero. Hay un gran abanico de técnicas que se utilizan para
conseguir que utilicemos el producto durante el mayor tiempo posible”, explicó
hace unos días Harris
en la CBS. Los gigantes de Internet trabajan duro para que ni los
pensamientos se escapen, pero se pretende que los individuos peleen solos con
su fuerza de su voluntad. "Un argumento común en la industria de la
tecnología es que los usuarios son libres de tomar decisiones, pero no es
cierto. Están moldeando y manipulando la mente de la gente", asegura
Harris.
En el
conflicto por la pérdida de control de sobre la identidad online y offline, el
mercadeo que se hace con los millones de datos que generamos al interactuar con
los aparatos es uno de los problemas esenciales. Es lo que opina Borja Adsuara,
experto en derecho digital: “Es ahí donde nos tenemos que poner realmente
duros”. Considera que no se debe “frenar el desarrollo por miedo a lo que se
pueda hacer con nuestros datos”, por lo que es importante garantizar seguridad
jurídica a los usuarios, “que nadie los utilice en algo que no debe”. Europa
está poniendo en marcha su reglamento para impedirlo, pero EE
UU acaba de aprobar una ley que permite vender los datos de los
usuarios a los proveedores de Internet.
“El uso de la tecnología siempre tiene implicaciones económicas y cada vez más”, advierte De Rivera, “y la única solución es que la gente sea dueña de sus interacciones, que no estén sometidas a los intereses de las corporaciones”. El grupo de Floridi recordaba que han surgido nuevas formas de vulnerabilidad por culpa “de la creciente dependencia” de estos sistemas de información: “Los juegos de poder en las esferas on line pueden producir consecuencias indeseables, como desempoderar a las personas por medio de la manipulación de datos”. Por ejemplo, cientos de aplicaciones están pidiendo acceso al micro del móvil para espiar los movimientos de los usuarios con propósitos comerciales. Por casos como este, el manifiesto reclamaba: "El reparto de poder y responsabilidad entre las autoridades, las corporaciones y los ciudadanos se debe equilibrar de una forma más justa"
Uno de los retratos más
conocidos de Pablo Picasso ha sido vendido en una subasta de
arte moderno e impresionista de la casa Christie's en Nueva York
por 45 millones de dólares (casi 41 millones de euros), ligeramente por
debajo de las expectativas, que lo situaban en torno a los 50 millones. Se
trata de Femme Assise, Robe Bleu (Mujer sentada, vestido azul), pintado en 1939
y que representa a una de sus muchas amantes, la fotógrafa y pintora
Dora Maar. Ambos mantuvieron una intensa relación durante nueve años y,
cuando pintó el cuadro, él tenía 58 y ella 31. Durante la II Guerra
Mundial, los nazis se apoderaron de la pintura, pero fueron interceptados en el
viaje de París a Moravia por los combatientes de la Resistencia francesa. Se ha
hecho con ella un coleccionista estadounidense y, según destaca la casa de subastas,
el cuadro se ha apreciado un 55% en sólo seis años (entonces se vendió por 26
millones de dólares. La venta ha sido alta,
pero no de récord. En 2015, Christie's vendió Les femmes d’Alger
(Versión O), pintado por Picasso en 1955, por 179,3 millones de dólares, lo que la convirtió en la pintura que alcanza
el precio más alto en una subasta pública.
Este y otros cuatro
retratos de las musas de Picasso y los cuadros impresionistas de Monet han sido
las estrellas en la subasta, coronada por la venta récord de una escultura
del artista rumano Constantin Brancusi por 57,3 millones de
dólares. La
muse endormie (1913), que procede de una colección privada en París,
se ha adquirido superando todas las expectativas tras una intensa
puja de más de 10 minutos entre varios compradores.
Esta escultura forma parte
de una célebre serie de seis piezas barnizadas en bronce creadas a partir de la
original (de mármol), que representa a una durmiente musa de cabeza ovalada que
roza la abstracción. La original se encuentra en el Museo Hirshorn de
Washington D.C.
Por otra parte, los
inconfundibles cuadros cubistas del pintor malagueño Pablo Picasso han generado
un total de 72,9 millones de dólares en la subasta,
celebrada en la sede del Rockefeller Center. Además de Femme assise, robe
bleue, otro de los cuadros más valorados fue Femme assise dans un fauteui, pintado en Francia entre
1917 y 1920, cuyo precio final alcanzó los 30,4 millones de dólares
Cuatro paisajes
impresionistas de Claude Monet han recaudado en conjunto más de 20 millones de
dólares. La route de Vétheuil(1879) y Route à Louveciennes (1870), que forman parte de los
cientos de cuadros de Monet que ilustran el efecto natural de la nieve en
combinación con la luz (effet de neige), se vendieron por 11,4 y 4,7 millones de dólares respectivamente.
Los compradores se han
rendido también ante la obra de Marc Chagall Les trois cierges que fue, además de
las de Picasso y Monet, una de las piezas con el precio de venta más alto 14,5
millones de dólares. Tampoco ha pasado desapercibida la
obra del máximo exponente del arte abstracto, Vasily Kandinsky, cuyo Oben und links se ha vendido por 8,4 millones de
dólares . Otros artistas como el pintor catalán Joan Miró también
han demostrado la pujanza del arte español, con el óleo Femmes et oiseaux dans la nuit, que se ha adquirido por 4,8
millones de dólares.
En esta subasta, nutrida
con obras de grandes artistas contemporáneos como Paul Klee, Edgar Degas,
Auguste Renoir y Paul Gauguin, el arte ha alcanzado precios elevados pero no
astronómicos, pues de los 56 lotes subastados más de una decena se despacharon
por debajo de los dos millones de dólares.
La sesión que ha
marcado el inicio de una intensa semana de pujas nocturnas en las casas de
subastas Christie's y Sotheby's en Nueva York, ha recaudado un total de 289,1
millones de dólares.
Basquiat bate con 99 millones de euros el récord en subasta para
un artista americano
La inquietante cabeza
negra de Jean-Michel Basquiat puso el broche entre vítores a la semana de
subastas de arte contemporáneo en Nueva York, al pagarse 110,5 millones de
dólares por su lienzo sin título en Sotheby´s.
Es un precio récord para un artista de origen americano, que de esta manera
entra en el exclusivo club que integran Andy Warhol, Barnett Newman, Jasper
Johns, Francis Bacon, Roy Lichtenstein, Jackson Pollock, Willem de Kooning y
Pablo Picasso. Basquiat nació en el barrio neoyorquino de Brooklyn, de padre
haitiano y de madre portorriqueña. No llegó a cumplir los 28 años de edad
cuando falleció por sobredosis en NoHo, en el distrito de Manhattan. La puja
duró 10 minutos, algo poco habitual. Al precio al que se adjudicó duplica
prácticamente los 57,2 millones en los que se subastó hace un año en Christie´s
el anterior récord del artista.
El precio de salida de la obra de SAMO, como se daba a conocer cuando grafiteaba por
los muros de Nueva York, se fijó en los 57 millones, muy cerca del anterior
récord de Basquiat. La puja fue cosa de dos. Uno de los potenciales compradores
estaba en la sala, que se quedó en los 97 millones. El que daba la batalla por
teléfono puso un millón más, cifra a la que hay que sumar gastos y comisiones.
Sotheby´s
informó después de que el nuevo dueño es el coleccionista y empresario japonés
Yusaku Maezawa, fundador de la compañía de comercio electrónico Start Today y
del portal ZOZOTOWN. La intención del magnate es que el lienzo se exponga en el
museo que quiere crear en su ciudad natal, Chiba. Maezawa, de 41 años de edad,
tiene una fortuna estimada en 3.500 millones de dólares. Maezawa repite con
Basquiat. Fue el que compró también el pasado año su otra obra sin título. El
coleccionista tiene intención de prestarla a museos de todo el mundo para que
el público pueda experimentar la “emoción” y la “gratitud” que siente por el
arte. “Espero que genere tanta alegría a los demás como a mí”, añade. El
empresario japonés espera, además, que esta obra maestra “inspire a
generaciones futuras”.
El cuadro sin título de
Basquiat, fechado en 1982, es una gran obra. La creó con 21 años, en el momento
más importante de su carrera como artista. “Todo lo que tocaba era fantástico”,
señalaron los responsables de Sotheby´s durante la presentación del lienzo
antes de la subasta. La obra es de gran formato, de 1,83 metros de alto por
1,73 de ancho. El anterior comprador pagó 19.000 dólares en una subasta en
1984. Desde entonces no volvió a verse en público. Los expertos aseguran que se
trata de uno de los tres mejores cuadros de Basquiat, convertido ahora en “una
gran obra maestra”, como se escuchó decir en la sala al cantarse el adjudicado.
Esta semana se subastaron al menos 14 trabajos del artista en Sotheby´s y
Christie´s. Sus creaciones resonaron durante las protestas en EE UU contra la
brutalidad policial.
Pablo Picasso sigue
conservando el récord para la obra de arte más cara vendida en una subasta, con
179,4 millones de dólares. Solo hay 10 obras que se han subastado hasta la
fecha por más de 100 millones de dólares. La Basquiat es la sexta más cara que
se adjudica tras una puja en público.