Viajar en el tiempo, esa idea ...
José Antonio de la Peña
Sentimos una atracción especial
por las cosas que nos son difíciles, más si nos son, creemos, imposibles. Así,
nos atrae escalar montañas, viajar a lugares remotos, pero realmente nos
fascinaría explorar otros mundos, ver a través de las paredes, conocer el
futuro, y ¿por qué no? viajar en el tiempo. Puestos a pedir
superpoderes, nos conformaríamos (supongo) con los de cualquier superhéroe de
historieta. Pero, viajar en el tiempo, nos daría capacidades especiales:
conocer pasado y futuro, saber cómo apostar en el póker y realizar hazañas que
harían ver a Superman como un alfeñique de 50 kilos (por citar un clásico).
La
fantasía suprema: viajar en el tiempo ¿Quién no ha pensado alguna vez en viajar
por el tiempo? Una idea loca, mitad en el ámbito de la fantasía, mitad en el
ámbito de la ciencia ficción. Y, ya que de ciencia ficción hablamos, ¿cómo queremos
nuestro viaje? ¿En una máquina del tiempo a lo H.G. Wells o tele-transportado?
Una idea loca, sí, pero ¿imposible?
Veamos. La primera dificultad es
la naturaleza misma del tiempo, el mar en que navegaríamos, tan inaprehensible como el agua, se nos escapa antes de poder agarrarlo. El tiempo, tema
permanente de reflexión filosófica y religiosa de todas las épocas, que en los
últimos 100 años ha pasado a ocupar el centro de discusiones en el ámbito de la
física y de la neurociencia.
Probablemente, la definición más
influyente en ciencia, sea la de Einstein que integró al tiempo como la
cuarta coordenada (dimensión) de la geometría del continuo
espacio-temporal donde vivimos. Integración donde la luz juega un papel
fundamental. En efecto, en 1915 Einstein enunció la teoría general de la
relatividad en la que la velocidad de la luz es invariante en todos los
sistemas de referencia y que constituye el límite superior impuesto por la
naturaleza a todas las velocidades (en particular, un objeto viajando a la
velocidad de la luz, no siente pasar el tiempo). Además de su
comportamiento como una onda, Einstein encontró que la luz está formada por
cuantos que se conducen como corpúsculos: los fotones. Sorprendentemente la luz
se comportaba a veces como onda y a veces como partícula. Esta dualidad,
constituiría uno de los pilares fundamentales sobre los que se elaboraría la
mecánica cuántica, teoría que nunca convenció del todo al gran Albert.
Percibimos a través de nuestros
sentidos, y sin duda, el rey de los sentidos es la vista. Es verdad de
Perogrullo decir que vemos porque existe la luz. La luz juega un papel central
en todas las manifestaciones humanas: en la religión, en las artes plásticas,
en la arquitectura, en la fotografía y en la cinematografía. Recordemos, por
ejemplo, que Louis Daguerre, pionero de la fotografía, al referirse a las
primeras imágenes que captó, dijo "He agarrado la luz, he detenido su
vuelo". Lo que vemos, como una fotografía (o una película) muy personal,
lo codificamos en nuestra mente. En este sentido, nuestra percepción del mundo
es personalísima, única e irrepetible.
A diferencia de los cinco
sentidos ordinarios, por los que percibimos el mundo exterior, la propiocepción
es un sentido por el que tenemos conciencia del estado interno de nuestro
cuerpo. Nuestra percepción del paso del tiempo se debe a este sentido, que
coordina y ordena la relación espacial de las partes de nuestro cuerpo y de
este con nuestro entorno. Así, nuestra percepción del tiempo es también muy
personal e incomparable entre diferentes individuos. Esto es verdad a
diferentes niveles, tanto física como biológicamente. Desde un punto de vista
biológico y neurológico, el tiempo que puede medir un reloj atómico no tiene la
relevancia que tienen nuestros propios ritmos circadianos (nuestro
reloj biológico) y nuestra acumulación de memorias. Esto hace que la percepción
del tiempo varíe según quiénes somos, cuántos años tenemos, qué hemos vivido y
qué estamos viviendo en este momento. Por ejemplo, el neurocientífico David
Eagleman realizó una serie de experimentos que muestran cómo cuando
estamos asustados, y en general bajo el influjo de la adrenalina, el tiempo
parece pasar más lento.
En un sentido estricto,
frecuentemente viajamos en el tiempo mentalmente: siempre estamos planeando el
futuro. Esta actividad no sólo es decisiva en nuestro futuro individual, sino
ha sido decisiva en nuestro futuro como especie animal. Por ejemplo, al ir a
cazar por comida (o en tiempos más modernos, al ir de compras al supermercado),
nos vemos mentalmente cazando (o comprando) antes de hacerlo realmente. Esto es
fundamental para no terminar como lunch de quién pretendemos almorzar. No es
casual que enfermos con desajustes del sistema de propiocepción pierdan la
noción de peligro (que por supuesto, requiere de anticipación, de imaginar lo
que pasará).
Los neurólogos australianos Suddendorf
y Corbalis, al iniciar el estudio formal de los viajes mentales en el tiempo,
abrieron una puerta al entrelazamiento de la neurofisiología con la física y
las matemáticas. Estas relaciones están en una etapa inicial de desarrollo. A
mediados del siglo XX se comenzó a discutir, también, sobre la relación entre
el estado de un sistema y la cantidad de información que contiene y que puede
transmitir. Si un sistema en la naturaleza exhibe organización, contiene
información. A mayor orden, mayor información. En termodinámica, conforme un
sistema se acerca al equilibrio, esto es, al estado más probable, el sistema se
encuentra más desordenado. De esta manera el desorden, la probabilidad de un
estado y la falta de información están correlacionadas. En este nivel
cualitativo de ideas, se puede decir que la entropía de un sistema se altera al
alterar su organización, lo que resulta en un cambio de la cantidad de
información que el sistema contiene.
Aunque los viajes en el tiempo de
cuerpo presente (y con los calcetines puestos) no pasan de ser una
especulación, la ciencia ha demostrado que los viajes en el tiempo para
partículas elementales (fotones, electrones, y otros ‘bichitos’) son posibles.
Por un lado, la teoría de la relatividad general, nos muestra que el tiempo
pasa más lentamente para partículas que se mueven cerca de la velocidad de la
luz (como referencia, la luz tarda 8 minutos en viajar del sol a la tierra). El
mismo Einstein decía que “el pasado y el futuro no son sino una ilusión, aunque
eso sí, muy convincente”. Por otro lado, la teoría de los agujeros negros,
iniciada por Einstein, propalada por Stephen Hawkins, desde su silla de ruedas,
y estudiada por cientos de astrónomos alrededor del mundo, nos muestra
cómo ciertos agujeros negros, formando agujeros de gusano en el espacio,
permitirían a la luz tomar caminos más cortos y llegar más rápido al futuro.
Física y neurobiología, ese es el camino de las investigaciones sobre el tiempo
el día de hoy.
La percepción del tiempo no es
sino un fenómeno emergente de la conciencia, o como dijo el filósofo suizo
Henri-Frédéric Amiel ‘el tiempo, no es sino la distancia entre nuestros
recuerdos’. Y si el tiempo existe de manera colectiva, inscrito en el fondo del
universo, ¿no podría ser la manifestación de una mente universal? Pero eso ya
es tema de especulación, de la poesía y las religiones. El tiempo, ese elemento
de la realidad, a la vez, tan tiránico y elusivo, no se deja dominar, pero
comenzamos a entrever sus secretos. Todavía la rendija por donde atisbamos es
reducida, pero la ciencia la ensancha día con día.
José Antonio de la Peña es
matemático y profesor en la UNAM y el ITAM. Es miembro del Colegio Nacional de
México. Acaba de publicar ‘Historia y ciencia de los viajes en el tiempo’
(editorial Guadalmazán).
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