Pero, ¿no era que el periodismo estaba muerto?*
Ariel Torres
Ariel Torres
Facebook, Google y Twitter están jaqueados por las noticias falsas; raro, en las Redacciones resolvimos ese problema hace siglos. Y sin computadoras
Las redes sociales pueden
emplearse para difundir toda clase de mentiras. Con la misma ciega pertinacia
con que resuelven una celda de Excel, las máquinas y los bots se dedicarán a
replicar un embuste hasta que una porción significativa de la sociedad empiece
a darle crédito.
Lamentablemente para Facebook,
Google y otras compañías que rigen los destinos de Internet, las máquinas se
van a ver en figurillas para diferenciar las noticias falsas de las verdaderas.
Es interesante. Pueden replicar los engaños sin cansarse, pero son incapaces de
detectar una campaña sucia. O que una campaña que parece sucia no lo es. (¿No
es campaña o no es sucia?)
Por supuesto, Watson, la super
computadora diseñada por IBM para participar en el juego de preguntas y
respuestas Jeopardy, sabrá si una afirmación geográfica, química, matemática,
física, biológica, botánica o astronómica es acertada o no. Pero pongámosla
frente a un dilema ético. A una polémica histórica. Entonces no sabrá qué
hacer. El problema de las noticias falsas es que no distorsionan verdades
enciclopédicas. Manchan o ensalzan la imagen de un candidato (o de un
individuo) con dichos que la pobre máquina, simplemente, no puede ir a
verificar. Tendría que llamarlo por teléfono y preguntarle; y luego tratar de
determinar si la respuesta que recibió es verdadera.
No sería imposible incorporar a
una supercomputadora todos los signos físicos y lingüísticos que delatan al
mentiroso. Pero saber que te mienten no prueba nada. Supongamos que la supuesta
víctima miente al decir que lo que se dice en las redes sociales es falso.
¿Acaso eso significa que realmente hizo lo que dice la campaña sucia? No, ni
cerca. Bienvenidos al mundo de los periodistas, los detectives y los fiscales.
Incluso los médicos, cuando diagnostican, se enfrentan a encrucijadas de esta
naturaleza.
Luego de más de una década de
repetir esa sonsera monumental de que el periodismo ha muerto -desatino que
empieza por confundir canal con contenido-, los colosos de Internet quizá
empiecen a darse cuenta de que hay dilemas que la fuerza bruta de los cerebros
electrónicos y la astucia de los sistemas expertos no puede resolver. Porque el
problema con el que se enfrentan de ninguna manera es la mentira. El problema
es la verdad.
La posta y la pos-verdad
Observemos la mentira un poco más
de cerca. A ningún ideólogo se le ocurriría inventar el término
"pos-mentira". Porque después de la mentira no podría haber nada más.
La mentira sirve a un fin, y lo hace hasta que alguien descubre que se trata de
un engaño. La verdad no sirve a ningún fin, ése es el primero y más
característico de sus rasgos. Por eso tampoco tiene sentido llamar
"relato" a la enumeración de verdades comprobables. Eso se llama
realidad, y ya.
La verdad, que no busca ningún
fin, posee sin embargo una función social clave; relacional, si se quiere. Si
alguien miente su edad es para que los otros no sepan que ya traspasó, digamos,
los 50. En cambio, si dice su edad verdadera, no gana nada; pero gracias a esta
revelación comprobable, lo siguiente que diga será también tomado por cierto.
La función de la verdad tiene nombres diversos, como "confianza" y
"credibilidad". De forma menos abstracta, significa que es imposible
organizar nada (una pareja, una empresa, una sociedad, una civilización) sobre
la base de la mentira.
Soy consciente, desde luego, de
que el exaltado discutirá todo con tal de justificar su mentira, su relato.
Incluso descartará el concepto galileano de la comprobación experimental e
inventará este desvarío delirante de la pos-verdad. Esa es la razón por la que
evito polemizar con fanáticos. Parafraseando a José Ingenieros, sus prejuicios
son como los clavos, cuanto más se los golpea, más se adentran. En un panorama
de muy largo aliento, por otro lado, la verdad es también un acuerdo entre
partes. El tiempo fue una dimensión absoluta hasta que don Albert demostró que
no era exactamente así. Quizás dentro de 300 años veamos la Teoría de la
Relatividad como una explicación ingenua o, por lo menos, incompleta del
universo. Pero eso no tiene nada que ver con mentir la edad. O con lanzar el
rumor de que el gobierno va a subir el IVA al 25 por ciento.
Paradojas
Más inconvenientes con la verdad.
Es cierto, toda mentira sirve a un fin. Pero eso no significa que la verdad sea
inútil. Puedo demostrar mi verdadera edad para refutar a los que me atribuyen
más años, por ejemplo. Otro conflicto para la máquina: la mentira intenta
parecerse a la verdad tanto como sea posible. Tal empeño pone la mentira en
disfrazarse de verdad que en ocasiones hace falta un polígrafo. No siempre son
infalibles. Viceversa, hay verdades tan increíbles que pueden parecer mentiras.
Lo sufrió don Albert, ya que estamos.
Para los filósofos la verdad ha
sido un tema de estudio durante milenios. Pero para periodistas, detectives,
fiscales y médicos es el asunto central de su labor cotidiana. No hay demasiado
tiempo para filosofar a la hora de cierre o si el paciente empeora. La pregunta
acuciante es: ¿qué diferencia la mentira de la verdad? Que la verdad puede
probarse, mientras que la mentira no. He ahí el dilema de poner a una
computadora a tratar de verificar si una noticia es falsa. Equivale a poner el
caballo delante del carro, porque sólo puede probarse lo que es cierto. Si no
hay pruebas, es posible que sea mentira, pero no podemos afirmarlo.
Nuestro trabajo, ese que con
tanta ligereza los idólatras de la tecnología han relativizado, no consiste en
verificar mentiras, sino en verificar verdades. La razón es cristalina: una
mentira no puede verificarse. En el mejor de los casos, y eso ocurre a menudo
(pero no siempre, así que no puede postularse una ley universal), verificamos
una verdad que refuta alguna mentira. Por ejemplo, el acta de nacimiento del
sujeto, que certifica que tiene más de 50 años. Una escritura. Un contrato. Una
factura trucha. El Boletín Oficial.
Detectar noticias falsas, como
pretenden Google y Facebook (más sobre esto enseguida), es buscar pruebas que
no existen. Está muy bien, hagámoslo, ¿pero durante cuánto tiempo pondremos a
la máquina a buscar esas pruebas? ¿Quince minutos de una supercomputadora (son
cientos de miles de años de trabajo humano)? ¿Una hora? Da lo mismo, porque
todo lo que la máquina podría concluir es que no ha encontrado pruebas de que
esa noticia es verdadera, pero eso tampoco significa que sea falsa.
Bullshimeter
Nos ocurre todo el tiempo en una
Redacción. Nos llega un rumor. Pongamos, que el papa Francisco respaldó a
Donald Trump. ¿Qué es lo primero que hacemos, en ese caso? ¿Llamamos a nuestro
corresponsal en el Vaticano? Bueno, sí, posiblemente, porque es de rigor. Pero
mucho antes de eso se activa nuestro instinto o, como lo suelo llamarlo puertas
adentro, el bullshimeter. Mucho antes de llamar al corresponsal se pone en
marcha una destreza que hemos cultivado durante décadas, el escepticismo
sistemático. Este escepticismo sistemático va en contra de la forma en que
funciona la consciencia. Puesto que sería imposible probar que todo a nuestro
alrededor no es falso, la mente humana acepta lo que oye y lo que ve
como algo cierto. De forma predeterminada, cree. Lo opuesto sería inviable. Es
fácil imaginarlo. Conocés a una chica en una fiesta y le preguntás su nombre.
-Josefina -te responde. Y vos,
entrecerrando los ojos con suspicacia, replicás:
-Probalo.
No podemos funcionar dudando de
todo todo el tiempo. Por lo tanto, creemos. Que es exactamente lo que no debe
hacer un periodista o un detective. Lleva muchos años habituarse a que la
primera reacción frente a una noticia, un rumor, un dato sea: "¿Será cierto?"
No sólo porque somos humanos, sino porque si el titular es muy atractivo
queremos que sea verdad. Nuestros primeros errores en el oficio suelen tener
que ver con que todavía no hemos desarrollado este olfato para los embustes.
Nos los llamamos así, pero bueno.
¿Puede programarse este instinto?
Uno querría pensar que no, que es uno de esos rasgos humanos que las máquinas
nunca podrán emular. Pero es más complicado, en mi opinión. Ese olfato se
podría simular, tal vez mediante técnicas de aprendizaje automático profundo.
La inteligencia artificial podría darse cuenta de que Larry Page no va a poder
convencer a los accionistas de Google de invertir la descomunal cantidad de
dinero que se necesitaría para colonizar Marte y que las ideas del
papa Francisco no están precisamente alineadas con las de Trump. Pero la
cuestión no es esa. La duda sistemática funciona razonablemente bien en las
mentes humanas, que están diseñadas para creer. ¿Pero podemos construir una
mente sintética que, de forma predeterminada, confíe, pero que ante ciertos
estímulos dude? ¿Cómo definiríamos esos estímulos? ¿Cuáles serían los
disparadores? ¿O deberíamos mejor diseñarla para que no crea en nada? En tal
caso, ¿cómo reaccionaría ante los axiomas?
Un paréntesis: que la máquina no
crea en nada plantea otro problema sin solución. Comprobarlo todo requeriría un
consumo de energía prácticamente infinito. Así, a la larga, uno vuelve a un
viejo postulado: la verdad es siempre más económica.
Verdad, verosimilitud e ideología
¿Cómo le explicamos la
verosimilitud a una computadora? Hay verdades inverosímiles y mentiras de lo
más aceptables, que es una de las bases para fabricar esos rumores que se
viralizan explosivamente. Incluso el discurso cotidiano es fecundo en
disparates. Por ejemplo, decimos que el sol se pone. La verdad es que la que se
mueve es la Tierra. Pero tu novio te miraría bastante raro si frente a un
hermoso crepúsculo observaras: "Increíble este fenómeno de rotación
terrestre". Muy Amy Farrah Fowler.
Y algo más, para nada menor: por
obvias razones, las noticias falsas están impregnadas de ideología. ¿Cómo le
hacemos entender esto a una máquina? ¿Le hacemos leer a Kant, a Hegel, a
Foucault o a Baudrillard? Con Baudrillard por ahí la inteligencia artificial se
va a poner un toque nerviosa, ¿no? O quizá considere su filosofía una verdad
revelada. ¿Verdad revelada dije? Chan.
Estas pocas líneas, como pueden
imaginarse, apenas rozan la superficie del antiguo y enredado problema de la
verdad. Quizá por eso Facebook, astutamente, ha optado por educar a sus
miembros en la sutil destreza de detectar noticias falsas. Una suerte de curso
acelerado de periodismo.
En todo caso, el abanico social
de Internet en su conjunto tiene un bonito problema con las noticias falsas. La
intención es, como siempre, usar inteligencia artificial para detectarlas. Con
entera sinceridad, les deseo suerte.
* La Nacion. Abril 22 de 2017
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