La clave está en el mapa
Tim Marshall
Existen muchos factores que
influyen de manera decisiva en las decisiones que toman los dirigentes de cada
país. Y el factor más olvidado es la geografía. Tratar de entender los
conflictos sin un mapa y una explicación geográfica es casi imposible.
Las
palabras pueden decirnos qué ha pasado; el mapa nos ayuda a comprender por qué.
Los ríos, montañas, desiertos, islas y mares son factores determinantes en la
historia… Los líderes, las ideas y la economía son cruciales. Pero son temporales,
y el macizo del Hindú Kush los sobrevivirá a todos. Esta teoría no es
nueva, pero pocas veces se explica con el detalle que merece.
Empecé a
reflexionar sobre este tema cuando trabajé como periodista en la guerra de
Bosnia, en los años noventa. Una vez estaba en una colina observando un pueblo
en llamas, y pregunté a quienes habían provocado el incendio por qué lo habían
hecho. Los pistoleros respondieron que, si quemaban el pueblo, sus habitantes
huirían al siguiente, y luego a la población de más allá, y eso les permitiría
a ellos avanzar por el valle hacia la carretera a la que querían llegar por
razones estratégicas. A partir de entonces, traté de no emplear el término
“violencia sin sentido”. En esas situaciones tan terribles, la violencia suele
guiarse por una lógica fría, dura y brutal.
Un ejemplo más reciente es
el de Siria. La historia nos dice que la tribu alauí, la minoría a la que
pertenece el presidente El Asad, procede de la región montañosa sobre la costa.
Pues bien, si miramos el mapa y ciertos lugares en los que se han
producido combates, es evidente que el bando de El Asad ha querido asegurarse
la ruta que une Damasco con la costa por si tenía que refugiarse en la zona en
la que se encuentran sus raíces históricas.
Los
otomanos dividieron lo que hoy es Irak en tres áreas administrativas: Mosul,
Bagdad y Basora. Después, los británicos unieron las tres en una sola, una
imposibilidad lógica que los cristianos quizá resuelven recurriendo a la
Santísima Trinidad, pero que, en Irak, ha desembocado en un caos muy poco santo
y más bien nefasto, porque hoy los kurdos, los suníes y los chiíes se
disputan el control de las regiones.
Rusia
ofrece dos buenos ejemplos de la influencia de la geografía. Ha sufrido
numerosas invasiones llegadas de las llanuras del norte de Europa, y por eso
sus gobernantes han tratado de dominar la región para que les sirva de
parachoques frente a nuevas incursiones.
En Rusia, la mayoría de los
puertos se congelan en invierno. Por consiguiente, Sebastopol, en el mar
Negro, tiene una importancia crucial. Cuando Ucrania “se pasó” a la esfera
de influencia de la OTAN, Putin pensó que la geografía no le dejaba otra
opción que invadir el país. Si dejamos aparte el aspecto moral, suele ser más
fácil comprender un acontecimiento. No defiendo que haya que olvidar la ética
en los asuntos humanos, solo subrayo que, como dijo el escritor especializado
en geopolítica Nicholas Spykman, “la geografía no discute; se limita a ser”.
Lo que quería decir Spykman era
que, para comprender mejor el mundo, debemos verlo, no como queremos que sea,
sino tal y como es. La geografía nos ayuda a ello, y, una vez que lo hemos
logrado, podemos saber mejor cómo cambiarlo. Por eso debemos empezar con un
mapa; todo lo demás viene después.
¿Cuál es
el tamaño de un país concreto? ¿Qué recursos naturales tiene? ¿Cuántos
habitantes tiene? ¿Hay defensas naturales, por ejemplo montañas, o es
vulnerable porque su frontera está en terreno llano?
Una vez que hemos averiguado todo
esto, debemos añadir la historia para comprender mejor la psicología del país,
y de ahí pasamos a la política. Y después llegamos a las personas.
En las
relaciones internacionales existe un dicho: “Estados Unidos tiene unos
intereses y unos presidentes. Los presidentes cambian; los intereses, no”. En
el fondo, esta frase está hablando de la geopolítica y la geografía. Un ejemplo
actual es Donald Trump. El presidente, como muchos otros de sus predecesores,
llegó al poder diciendo que iba a mantener a EE UU al margen de los líos
en el extranjero, pero las realidades de la geografía ya le han arrastrado a
todo lo contrario. EE UU no quiere que Rusia domine Europa; por eso Trump
ya ha empezado a enfrentarse a Moscú. La geografía del continente
norteamericano explica cómo y por qué los vínculos comerciales entre Moscú,
Canadá y EE UU son los que son; Trump ha descubierto que no puede cambiar esa
geografía y ya está suavizando su postura sobre el Tratado de Libre
Comercio.
La
geografía y la historia son también las que hacen que EE UU se implique en
la situación de Corea del Norte. Los estadounidenses tienen en Corea del Sur
unas estructuras que albergan a 28.000 soldados norteamericanos, todos ellos al
alcance del ejército del Norte. La tecnología puede doblar los barrotes de la
prisión de la geografía, pero no romperlos. La tecnología ha permitido a Corea
del Norte desarrollar unas armas de artillería convencional y situarlas en las
colinas que dominan la zona desmilitarizada, desde donde podrían llegar a
Seúl. Esa distancia, 56 kilómetros, es un factor relevante para cualquier
decisión política y militar que tomen Corea del Norte, Corea del Sur y EE UU.
Las personas son fundamentales,
sin duda. Da la impresión de que el presidente Trump está más dispuesto a emplear
la fuerza militar que su predecesor, y ese es un dato que todo el mundo tiene
en cuenta, pero que no resta importancia a los factores geográficos, también
necesarios a la hora de tomar decisiones.
A veces me preguntan si los
misiles balísticos intercontinentales (ICBM, por sus siglas en inglés) han roto
los barrotes de la prisión geográfica. Yo respondo que no, lo único que han
hecho es cambiar las ecuaciones. Lo que tienen que hacer ahora los vecinos de
Corea del Norte y los estadounidenses es descubrir el alcance de los ICBM y
buscar en el mapa hasta dónde pueden llegar. Las decisiones siguen dependiendo,
en parte, de la geografía.
No es que los infinitos artículos
sobre el carácter de Trump, Putin, Duterte y otros carezcan de sentido; de
hecho, forman parte de nuestro discurso público. Pero, si no estudiamos el
mapa, no podremos comprender por completo el entorno estructural en el que
actúan esos personajes.
En definitiva, para entender como
es debido los motivos de una situación, es necesario interpretar la política,
conocer la historia, examinar las estadísticas y mirar el mapa. Sin esto
último, es posible que se nos escapen las obviedades. Ya lo dijo el gran
escritor británico George Orwell: “Para ver lo que tenemos delante de nuestros
ojos hay que hacer un esfuerzo permanente”.
Tim Marshall, veterano
corresponsal de guerra británico, es autor de ‘Prisioneros de la geografía’
(Península) y fundador de la web informativa TheWhatAndTheWhy.com
Traducción de M. L.
Rodríguez Tapia.
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