Desde el anonimato
Julio Llamazares
La misma
persona que a la puerta del bar o del portal te cede el paso educadamente,
incluso insiste en su ofrecimiento cuando se lo cedes a él a tu vez, en
cuanto se suba al coche te pisará las ruedas del tuyo con tal de adelantarte en
la salida o de pasar el primero cuando se abra el semáforo ¿Qué es lo que ha
cambiado en él? El anonimato, esa despersonalización que producen el coche o la
masa humana y que hace que todos y cada uno de nosotros nos manifestemos tal
como somos. Fulanito es muy tranquilo pero en el campo de fútbol se transforma,
se suele decir invirtiendo los términos de la oración, que son: Fulanito es un
energúmeno pero cuando está en sociedad se controla.
La
invención de Internet y de las redes sociales ha potenciado esa
despersonalización y nos ha permitido conocer hasta qué punto estamos rodeados
de indeseables y de psicópatas; también de gente normal, eso es cierto.
Amparado en el anonimato de Internet y a salvo prácticamente de represalias
(sólo en casos muy extremos la policía interviene), cualquier indocumentado
puede insultar a diestro y siniestro, tenga motivos para ello o no y sepa o no
de lo que está hablando. Da igual que el tema sea la política que el fútbol, el
periodismo o cualquier otro, cualquiera se siente capacitado para insultar al
vecino o para difamarlo gratuitamente. La saña que uno advierte en muchos de
ellos, el odio que destila su manera de escribir y de ofender, la agresividad
de muchos de los comentarios que lee le hacen pensar a uno que está rodeado de
delincuentes y de asesinos dispuestos a darle dos tiros al prójimo.
No es
así seguramente (perro que mucho ladra no muerde, dice el refrán), pero a uno
no deja de producirle desasosiego saber que está conviviendo con un montón de
psicópatas que, amparados en el anonimato de Internet, se muestran tal como
son, esto es, como indeseables. A veces, en la noche, paseando por el barrio o
aterrizando en un aeropuerto y viendo desde la calle o desde la ventanilla del
avión las luces de la ciudad en que vive o en la que aterriza, uno imagina que
detrás de muchas de ellas hay seres anónimos destilando su odio y su frustración
como la miel las abejas y le dan ganas de salir huyendo.
Antes la
gente se desfogaba en los espectáculos públicos o a través de la ventanilla del
coche con los demás, pero hoy sobre todo lo hace desde la soledad de sus casas
y habitaciones, a través de Internet. Y los insultos, por más que no sean
audibles, ponen la piel de gallina.
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