#Dante2018 o la utopía de las redes sociales
Jorge Carrión
Los caminos de las
redes sociales son inescrutables. El 1 de enero un investigador argentino
llamado Pablo
Maurette, afincado en Chicago y experto en el sentido del tacto en la
literatura renacentista, publicó un tuit. Un tuit que invitaba a leer los cien
cantos de la Divina comedia en los primeros cien días del nuevo año. La
etiqueta era #Dante2018. Contra todo pronóstico, rápidamente se volvió viral.
De una viralidad
extraña: al mismo tiempo popular y muy especializada. Porque en Twitter
encontramos fotos de la cabina de un avión con el libro abierto, mensajes de
personas que se han conocido en una librería buscando la obra maestra de Dante
y muchas transcripciones de versos punzantes o hermosos (como los que publican
el poeta costarricense Luis Chaves, la profesora venezolana Diajanida Hernández
o el periodista argentino Diego Fonseca).
Pero toda esa
lectura entusiasta tiene su correlato de erudición dantista. El 2 de enero el
escritor colombiano Humberto Ballesteros, doctor en literatura italiana, creó
un tumblr en el que a diario analiza brillantemente un canto.
Las actividades del escritor argentino Pablo Williams o del profesor de
Harvard, Mariano
Siskind también son felizmente incesantes.
En #Dante2018
encontramos de todo. Ilustraciones como las de Maru Ceballos o Leo Achilli, que se expanden
hacia Instagram. Selfis de lectores en Florencia. Discusiones sobre las mejores
traducciones (avanzo aquí que a finales de año se publicará en Acantilado la
que ha ocupado al poeta y traductor José María
Micó durante los últimos años). Y hasta confesiones sorprendentes, como la
del crítico argentino Quintín que publicó: “7 de enero. Querido diario: hoy
cumplo 67 años. Me desperté y leí el canto VII. Me da un poco de vergüenza leer
la Divina comedia recién a esta edad. Pero más vale tarde que nunca. Gracias a
#Dante2018″.
Son muchos los
debates actuales en los que se inscribe este fenómeno. La discusión sobre la
obligación moral de la Academia de encontrar vías de diálogo con el resto de
ámbitos de la cultura y la sociedad. La conversación sobre por qué somos
incapaces de imaginar pasados, presentes o futuros que no sean versiones del
infierno (la oscuridad y la distopía predominan en las teleseries, los cómics y
los videojuegos, sean o no de ciencia ficción).
El debate secular
sobre la naturaleza de los clásicos, esos discursos que se adaptan al espíritu
de cada época para ampliarlo y cuestionarlo (a principios de este siglo se
publicó la edición de la Comedia imaginada por Miquel
Barceló; en 2010 se lanzaron el videojuego y la película de animación Dante’s
Inferno; en 2011 la editorial Herder adaptó la Divina comedia al manga;
ahora Taschen resucita las ilustraciones de William Blake)
.
Pero la etiqueta
#Dante2018 —que mientras lees estas líneas está generando decenas de citas,
comentarios, dibujos, vínculos— sobre todo empuja a preguntarse, en este mes de
enero de 2018, cuál es el sentido de las redes sociales en particular y de
internet en general. Esa pregunta es neurálgica. Cada día que pasa la red es menos neutral. Cada día que pasa internet se aleja más de
su espíritu fundacional y, por tanto, de la metáfora que mejor debería
representarla, la de una “gran conversación”.
Twitter es lo más
parecido que existe hoy en día a las grandes plazas de las ciudades europeas de
los siglos más oscuros: aquellas plazas que tanto acogían al mercado de frutas,
verduras y aves de corral como a la hoguera o la horca donde eran asesinados
por igual los culpables de delitos de sangre que los de pensamiento.
En los mismos meses
en que se multiplican las acusaciones más graves en las redes sociales —sin
necesidad de burocracia ni pruebas ni justicia— y los insultos más salvajes
ante las ideas contrarias, #Dante2018 nos recuerda que es posible trabajar
colectivamente por otros usos y hábitos en esa dimensión pixelada que ya nos
parece tan familiar e íntima como la física.
Formas en que las
inteligencias colectivas, enjambres en sintonía, no avancen por autopistas
oscuras, sino hacia ese camino que sale del infierno, para “ver las cosas
bellas”, para que contemplemos de nuevo “las estrellas”.
Escribo ese párrafo
intencionadamente ingenuo y veo el capítulo final de La peste,
una serie que representa la Sevilla del siglo XVI con el mismo pesimismo que
Dante usó con Florencia. Cuatro herejes protestantes arden en sendas hogueras:
mientras sus pieles se abrasan, se descomponen, se deshacen, cientos de
personas gritan, ríen, animan e incluso mean.
No hay comentarios:
Publicar un comentario