martes, 25 de septiembre de 2018

MAPPLETHORPE





Mapplethorpe, no solo para mayores 














"Alertamos de la dimensión provocativa y el carácter eventualmente chocante de la sexualidad contenida en algunas obras”, dice el aviso. Los visitantes ya habían pasado entre desnudos impresionantes (y no solo), pero el cartel de una puerta corredera advertía que lo más fuerte estaba al otro lado.

“Robert Mapplethorpe dedicó menos de dos años, de sus 20 años creativos, a este tipo de imágenes. Sin embargo, hubo un tiempo en que parecía que no se había centrado en otra cosa”, explica João Ribas, comisario de la gran retrospectiva del fotógrafo norteamericano, abierta en la Fundación Serralves (Oporto, Portugal) hasta el 6 de enero. Él mismo escogió las casi 200 imágenes que se exponen, una décima parte del legado del artista.






La sala prohibida —hoy no, pero en Estados Unidos en algunos años, sí— muestra imágenes sadomasoquistas, realizadas con la misma precisión compositiva que el resto. "Él es honesto. Son sesiones de estudio, como las otras en las que él está presente y donde cuida todos los detalles de la composición. Es el cuerpo como representación absoluta del deseo, más allá de la sexualidad binaria"El mensaje de la muestra que alerta al visitante antes de entrar en la 'sala prohibida'. 













Michael Ward Stout, presidente de la Fundación Robert Mapplethorpe, confiesa que prefiere charlar delante de las flores, retratadas con no menos carga sexual: “Aunque los desnudos son la parte más famosa de la obra, la realidad es que la fundación vive sobre todo de la venta de copias de las flores. Sus precios van al alza”.

Entre penes y lirios, la retrospectiva de Mapplethorpe (1946-1989) cubre toda su dimensión artística, desde sus primeros collages a esculturas y bodegones florales, las únicas cuatro fotografías que no son en blanco y negro. “Con Mapplethorpe ocurre como los grandes artistas, conocemos antes sus obras que a su autor”, explica Ribas. “Hemos crecido con los discos de Patti Smith, desconociendo al autor de la portada de Horses o de sus libros de poemas. Aquí se muestran las imágenes más icónicas, polémicas y sorprendentes de la segunda mitad del siglo XX”.








La cantante y el fotógrafo se conocieron con 21 años, en sus inicios, y convivieron en un piso de Nueva York donde alguien llevó una máquina Polaroid. Aquello le cambió la vida a Mapplethorpe que hasta entonces recortaba fotos de revistas para montar en collages las imágenes que no encontraba en ningún lado. La Polaroid era una forma instantánea de controlar el trabajo entre el fotógrafo y el fotografiado, su obsesión. Desde su primera foto se aprecia el rigor de su encuadre, la geometría de sus composiciones”, continúa Ribas.







En sus desnudos, es evidente la referencia a la escultura clásica, la representación del cuerpo perfecto. Arnold Swarzenegger recuerda al David de Miguel Ángel, y sus black males, al discóbolo de Mirón. Aunque otros quisieron ver otras cosas. “Fue acusado de pornógrafo y racista”, cuenta Ribas. “Era todo lo contrario. La raza negra no existía en la historia del arte, ni siquiera en la fotografía; el cuerpo negro estaba reservado para la pornografía. Aún en ese tiempo, en Estados Unidos el negro era asociado a violencia, deseo y sida. Mapplethorpe eleva la representación del cuerpo y al negro le da dignidad al retratarlo como si fuera una escultura griega”.
Con la fama, además de fotografiar amigos y amantes, le llegaron encargos de famosos o de famosos-amigos: Andy Warhol, Iggy Pop, Isabella Rosellini, Burroughs, Louise Bourgeois... “Medía al milímetro el tono de la luz y el encuadre. Sus sesiones fotográficas eran muy cortas. Sabía exactamente lo que quería. Sus pruebas de contacto eran de uno a cinco disparos. Algo único. Un fotógrafo de hoy dispara en un día más que Mapplethorpe en toda su vida”, reflexiona Ribas.







Sean músculos, sean pétalos, estén erguidos o flácidos, el resultado de la imagen es el de un objeto perfecto, frío y distante. Un clasicismo extremo para una representación, la fotografía, aún desvalorizada como arte. Según Ribas, “su obsesión era darle a la fotografía la categoría y la calidad de la pintura”. La impactante exposición la cierra él mismo, con su autorretrato al borde de la muerte, cadavérico, en negro y sepia, posando con un bastón y una calavera: "Hasta el último disparo controló"

































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