Tiempo de cronopios
Montero Glez
Julio Cortázar, visto por Fernando Vicente
Julio Cortázar no
se perdía los textos de divulgación científica que aparecían en el
periódico Le Monde. Tal y como aseguraba, los leía con gran interés por
ser textos
sencillos, al alcance de todo el mundo. Con la lectura de aquellos
artículos, el escritor argentino recobraba el sentimiento de lo fantástico.
De esta manera,
Julio Cortázar se mantuvo siempre alerta en su intento de aplicar ciertos
principios científicos a la literatura. Sirva como ejemplo el enunciado por
Werner Heisenberg y que viene a establecer, en lo que respecta al
comportamiento de las partículas en su dimensión subatómica, que es imposible
conocer, a un mismo tiempo, la trayectoria y la velocidad de las mismas. Va a
ser en la novela Rayuela donde Cortázar nos muestre el citado
principio de incertidumbre. Lo hace como si fuera un juego más de esa realidad
invisible que subyace en toda su obra y que no puede escapar a la
percepción de nuestros sentidos.
La posibilidad
literaria de las leyes físicas va a guiar a Cortázar por el sendero que lleva
al otro lado de las cosas; un terreno de incertidumbre por el que Cortázar pone
a caminar su inventiva, abriéndola a una dimensión donde las cosas pueden ser y
no ser al mismo tiempo, “donde las leyes exactas de las matemáticas no se
pueden aplicar como se venían aplicando en los niveles más bajos” por decirlo
con sus mismas palabras. Para Cortázar se trata del mismo proceso que se da en
literatura fantástica cuando se alcanzan los límites del mismo género y empieza
un nuevo territorio; un espacio donde todo es posible y todo es incierto.
En realidad, toda
la obra cortazariana es un intento de conciliar dos mundos opuestos, “el de
acá” con “el de allá”. De esta manera, la escritura de Cortázar se encuentra a
medio camino entre ambos mundos, manejando nociones científicas que vienen a
ser una propuesta
de literatura fantástica. El párrafo de Rayuela es revelador.
Cortázar lleva la lectura de Heinsenberg a los hechos cotidianos:
Morelli hablaba de algo así cuando escribía: "Lectura de Heisenberg
hasta mediodía, anotaciones, fichas. El niño de la portera me trae el correo, y
hablamos.Mientras me cuenta, da dos saltitos sobre el pie izquierdo, tres sobre
el derecho, dos sobre el izquierdo. Le pregunto por qué dos y tres, y no dos y
dos o tres y tres. Me mira sorprendido, no comprende. Sensación de que
Heisenberg y yo estamos del otro lado de un territorio, mientras que el niño
sigue todavía a caballo, con un pie en cada uno, sin saberlo, y que pronto no
estará más que de nuestro lado y toda comunicación se habrá perdido.
¿Comunicación con qué, para qué?"
Pero sin duda,
donde Cortázar juega con la esencia misma de las leyes físicas del espacio y
del tiempo es en su relato titulado El perseguidor, en el que nos cuenta
la historia de un músico de jazz, Johnny Carter, que olvida su saxo en un vagón
del metro de París, absorbido por su propio descubrimiento acerca de la
elasticidad del tiempo. En el citado relato, Cortázar identifica el
tiempo como categoría del entendimiento, siendo así que el tiempo, en
realidad, no existe para Johnny Carter. Para él, somos nosotros los que hacemos
existir al tiempo, ya que, el tiempo está en nosotros mismos.
El tiempo interno
cambia, varía y permuta, condicionado por el viaje en el metro. De esto se da
cuenta el saxofonista Johnny Carter y su descubrimiento le absorbe de tal modo
que, en su estado de distracción, se olvida de su saxo. De esta manera, entra
en un tiempo diferente. Cuando el metro se detiene, va a darse cuenta de que
todo lo pensado, o lo tocado, entre una estación y otra, no puede caber en los
pocos minutos que dura el trayecto entre dos paradas.
Lo que Cortázar nos
cuenta en su relato es lo que él mismo experimentaba al viajar en el metro de
París, mientras iba reflexionando acerca de uno de esos artículos científicos
que leía en Le Monde. Eran esos momentos en los que iba de una parada a
otra, distantes ambas por apenas unos minutos, atravesando el túnel, cuando en
su cabeza se reproducían argumentos y sucesos para aplicar a sus relatos.
Sumergido en la
misma elasticidad retardada que a Johnny Carter le permitía meter la música en
el tiempo, Cortázar se dejaba asaltar por proposiciones, tesis y juicios que,
en la calle, fuera del metro, le hubiesen ocupado horas.
El País. El hacha de Piedra.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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