¿Quién consume a quién?
Juan José Millás
Todo este lío es
para no ver La Gioconda, aunque la tienen ahí mismo, delante de sus ojos.
Cuenten ustedes, por curiosidad, los rostros que dirigen su mirada directamente
al cuadro y comprobarán que no pasan de cinco. Muchas de esas personas han
venido de países lejanísimos para contemplar la pintura de Leonardo. Han cogido
trenes, aviones, barcos, han alquilado coches, bicicletas, motos. A lo mejor
llevaban meses planificando la visita, disfrutándola anticipadamente. Pero
alcanzada la sala del Louvre donde se expone la tela, los nervios han podido
más y se han dedicado a no mirarla y a no verla, tampoco, claro, porque el
mirar precede al ver como el oír al escuchar.
Algunos dirán que
sí la ven, aunque a través de la pantalla móvil. Vale, pero para ese viaje no
necesitábamos alforjas. Yo escribo ahora mismo en Google “La Gioconda” y se me
aparece en todo su esplendor, fotografiada desde diferentes perspectivas. Hay
vídeos incluso que recorren la tela centímetro a centímetro para explicarme
todo lo que se viene diciendo de esa mujer desde que saltara a la fama. En fin,
en fin, qué raro: antes se viajaba a París para ver La Gioconda y ahora se
viaja para no verla. Pero los que ahora no la ven obtienen la misma
satisfacción que los que antes la veían. A lo mejor lo que hacían aquellos y
hacen estos es consumirla. No está mal pensar en La Gioconda como un producto
de consumo. Lo que no está claro, dada la incómoda aglomeración que nos muestra
la foto, es quién consume a quién: si los turistas a la obra de arte o la obra
de arte, en su quietud, a los turistas.
El País Semanal
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