Una revolución en la ortografía
La ortografía del
castellano es extraordinariamente compleja. Existen letras que no se
pronuncian, como la hache, salvo que esté precedida de c, letras que se
pronuncian igual como la b y la v, la c, la k o la qu, la y o la ll o la j y la
g (ya Juan Ramón Jiménez decidió no respetar esta última norma). Y las reglas
de acentuación, que presentan más excepciones que normas y que carecen de
utilidad (el inglés no las tiene y les va bastante bien). Póngase la tilde en
oiais, ¿cuántos la pronuncian bien y cuántos la acentúan mal? Para muestra, un
botón: la última edición de la Ortografía de la lengua española tiene
¡864 páginas!
La ortografía es, para empezar por lo más doloroso, un mecanismo de
discriminación social: las personas con una educación más limitada son
incapaces de escribir con una ortografía correcta lo que les estigmatiza y les
ancla en trabajos subordinados y de peor calidad. Les señala. La ortografía es
una inadmisible barrera social, además de innecesaria, que debería ser abolida.
Una revolución social que mejoraría las oportunidades de aquellos menos
afortunados.
La ortografía también supone una pesadilla para los estudiantes del idioma. ¿Cuántas horas tienen que dedicar para mal comprender unas normas complejas y carentes de utilidad? ¿Y si los estudiantes pudiesen dedicar esas horas a mejorar su comprensión de la tecnología, o de los fundamentos económicos de nuestra sociedad o de cualquier otra disciplina que aporte conocimientos de utilidad? Una auténtica revolución educativa.
La ortografía también supone una pesadilla para los estudiantes del idioma. ¿Cuántas horas tienen que dedicar para mal comprender unas normas complejas y carentes de utilidad? ¿Y si los estudiantes pudiesen dedicar esas horas a mejorar su comprensión de la tecnología, o de los fundamentos económicos de nuestra sociedad o de cualquier otra disciplina que aporte conocimientos de utilidad? Una auténtica revolución educativa.
¿Y si, por último,
facilitamos el aprendizaje del castellano a los hablantes de otros idiomas?
Conseguiríamos un impulso económico al incrementar el negocio de la enseñanza
de nuestro idioma y al sumar más castellanoparlantes a la ya gran comunidad
mundial con lo que esto supondría en estudiantes universitarios y de másteres,
futuros ejecutivos y directivos a los que les resultará más cómodo hacer
negocios con los países de habla hispana. Una revolución que generaría un
impulso económico de largo recorrido.
¿Y si la Real
Academia pierde la cabeza y diseña un castellano sin normas de ortografía?
El País. España.
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