El Moulin Rouge: 130 años y los secretos de París
Plumas, can-can y ‘vedettes’ mantienen la
esencia del local que creó un barcelonés y por el que pasaron mitos como Edith
Piaf o Mistinguett
Ocho minutos. Ni uno más ni uno menos. Es el momento mágico en el Moulin Rouge, que acaba de cumplir 130 años; el tiempo que dura el french can-can. El desmadre en el escenario: los gritos agudos, las faldas arriba, las imposibles posturas de contorsionista. La juerga, el descontrol.
Todo es muy
distinto hoy del 6 de octubre de 1889, cuando Joseph Oller, nacido en Terrassa (Barcelona)
y emigrado a Francia de niño, abrió el local al pie de Montmartre junto su socio Charles Zidler. No queda
rastro ni de la bohemia, ni del alcohol sin freno ni de las vidas sublimes y
trágicas de las vedettes de aquel tiempo. Ni rastro de la Goulue ni
de Jane Avril, las bailarinas que inspiraron a Toulouse-Lautrec.
Hoy los pintores malditos no acuden a este music-hall y Henri de Toulouse-Lautrec disfruta de una exposición con todos los honores en el Grand Palais. Nada queda del fantasma de la legendaria artista Mistinguett, ni de Joseph Pujol, llamado Le Pétomane, otra estrella del Moulin Rouge en sus inicios dorados, y otro de origen catalán: el hombre que interpretaba La Marsellesa o fragmentos de Verdi con sus ventosidades. Dicen que Dalí le consideraba el mayor artista catalán de todos los tiempos.
En el Moulin Rouge,
de Toulouse-Lautrec, 1892.
.En el Moulin-Rouge. Toulouse-Lautrec (1889)
.
La sala está llena: unas 850 personas. La tensión, controlada en
bambalinas. La mesas, con champán. Outrilla lo contempla desde una silla en una
posición elevada con una mesita y un teléfono. Desde aquí observa la sala,
controla el escenario. Conoce el terreno como pocos. Entró en 1976, a los 22
años. Era un muchacho nacido en Orán, en la Argelia francesa, bisnieto de una española y
una italiana. Con la independencia de Argelia, en 1962, llegó con su
familia al sur de Francia. Empezó a destacar bailando danzas provenzales. Una
profesora le dijo: “Vete a París”. Y ahí fue, como en las novelas del siglo XIX
en las que un joven de provincias conquista la capital. Estudió jazz y clásico.
Tres meses después de ingresar en la troupe del Moulin Rouge, ya era
capitán de los boys, es decir, el responsable del grupo de bailarines
varones. Hizo todos los papeles. En 1989 dejó la escena para ejercer labores de
dirección.
“El music-hall era
una escuela de vida”, explica Outrilla. “Aquí se aprende el rigor, la
disciplina. Es un poco como el ejército. Un baile muy militar, muy riguroso”.
Entre pase y pase, mientras los camareros preparan las mesas para el público
que ya hace cola fuera, Outrilla muestra los carteles de época que conmemoran a
las estrellas que pasaron por aquí: Edith Piaf, Charles Trenet, Yves Montand…
Las bailarinas se preparan sin público
Las
actuaciones en el Moulin Rouge siguen siendo fieles a las tradiciones
establecidas en la fundación del cabaré el 6 de octubre de 1889, cuando las
mujeres que se ganaban la vida lavando ropa de día se transformaban en
bailarinas por la noche.
Durante dos pases cada noche, 60 artistas de 14 países diferentes giran y bailan en el espectáculo “Feerie”, la pieza que ahora constituye el elemento principal del repertorio del Moulin Rouge.
Axelle se estira mientras se calienta antes de
realizar el cancán francés
El número del cancán
Para Olga Khokhlova, una bailarina de la antigua Kazajstán soviética que interpreta un solo de cancán y que lleva 12 años en el Moulin Rouge, el espíritu del cabaré es intemporal.
Poco antes del
inicio del espectáculo, el martes, un camión de bomberos estaba aparcado frente
al legendario molino de la place Blanche. Apagaban un incendio. Se había quemado un
neón. Dentro, todo seguía como si nada. Imperturbable, como París, el Moulin
Rouge nunca muere.
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