Antonio Seguí, un argentino en París
Nacido en Córdoba en 1934, Seguí vive en París desde 1963 y, sin dudas, es uno de los artistas argentinos que mayor dimensión internacional ha alcanzado.
A sus 86 años, en Seguí persiste la frescura infantil, nostálgicamente volcada a la época en que los hombres iban de traje incluso a presenciar un partido de fútbol. El universo que construye, sin embargo, ofrece una lectura universal: el movimiento imparable de las grandes ciudades está presente. También, la angustia de las migraciones.
El estilo del
artista cordobés es ecléctico pero inconfundible. Por épocas se dedicó a las
paletas pasteles, por momentos compuso collages con altos contrastes, grabados
en blancos, negros y grises, y tiene muchas obras en las que predomina la
saturación y los colores primarios. Si bien lo caricaturesco y lo
expresionista priman en su obra, de pronto vemos algunas figuras realistas,
pero surrealistas en el color, en su composición o en la ruptura de escalas.
Universalidad, humor y acotaciones en el lenguaje del surrealismo son claves para
comprender su trabajo.
Leemos sobre los procesos de diferentes técnicas , que se centra en el rol de grabador del notable artista. Los “carborundums”, por ejemplo, se realizan con un adhesivo de carbón en polvo y silicio, lo que se traduce en trazos gruesos. Las figuras de estas obras, aparecen en composiciones sencillas que, al modo de viñetas publicadas en la prensa, encuentran su remate en el título de cada obra
Leemos sobre los procesos de diferentes técnicas , que se centra en el rol de grabador del notable artista. Los “carborundums”, por ejemplo, se realizan con un adhesivo de carbón en polvo y silicio, lo que se traduce en trazos gruesos. Las figuras de estas obras, aparecen en composiciones sencillas que, al modo de viñetas publicadas en la prensa, encuentran su remate en el título de cada obra
Sus personajes,
como deben hacer los de las tiras cómicas, buscan un carácter global,
universal. Para hablar de la condición humana es necesario que el
espectador pueda identificarse con la situación narrada y con el protagonista.
Para lograrlo, en muchos casos borra la identidad individual y construye
arquetipos, ya sea buscando los rasgos de la persona común o directamente
ocultando los atributos identificatorios, como en sus figuras de espalda, en
sus personajes sin ojos o en las siluetas negras de la familia de migrantes
de Cruzando la frontera.
“Pasar la frontera”, 2019, carborúndum sobre
papel
En sus obras de los
años 90 y principios del nuevo milenio, sus protagonistas arquetípicos, hombrecitos
con sombrero sin tiempo ni lugar, aparecen inmersos en caricaturas de ensueño.
Al espectador actual pueden resultarle ajenos, por un lado, porque representan
una época que ya no existe. Sin embargo, subrayan algo familiar: el “hombre del
siglo XX”, símbolo del progreso y de la urbanidad, caminando siempre
apurado –lo delatan las rayitas de movimiento típicas de la historieta–,
ensimismado y completamente confundible con sus pares, perdido en mareas
de sí mismo.
En algunas de estas piezas, se trata de hombres gigantes, con un pie en el Obelisco y otro en la Torre Eiffel, más altos que los edificios, gigantes como sus egos que, sin embargo, se chocan entre sí, en su falta de singularidad. Los hombres aparecen a veces enteros y a veces desmembrados: sus partes del cuerpo se desarman y reacomodan en un espacio sin gravedad. Estos individuos no solo se repiten, sino que los mismos grabados se reproducen en tiradas de cinco, diez o cien impresiones. No son únicos, imprescindibles ni irrepetibles, son el modo de ser en las ciudades. Cuando mira el mundo que lo rodea, lo hace con la ligereza de quien sabe poner el humor en situaciones poco graciosas. Lo demuestra en sus obras explícitalmente políticas, como De la non violence y Dar a pensar, ambas de la serie Sans démagogie (“Sin demagogia”).
En algunas de estas piezas, se trata de hombres gigantes, con un pie en el Obelisco y otro en la Torre Eiffel, más altos que los edificios, gigantes como sus egos que, sin embargo, se chocan entre sí, en su falta de singularidad. Los hombres aparecen a veces enteros y a veces desmembrados: sus partes del cuerpo se desarman y reacomodan en un espacio sin gravedad. Estos individuos no solo se repiten, sino que los mismos grabados se reproducen en tiradas de cinco, diez o cien impresiones. No son únicos, imprescindibles ni irrepetibles, son el modo de ser en las ciudades. Cuando mira el mundo que lo rodea, lo hace con la ligereza de quien sabe poner el humor en situaciones poco graciosas. Lo demuestra en sus obras explícitalmente políticas, como De la non violence y Dar a pensar, ambas de la serie Sans démagogie (“Sin demagogia”).
Seguí nació en 1934 en la ciudad de Córdoba y durante su juventud estudió arte en Madrid y en París. De vuelta en la Argentina, realizó ilustraciones para diarios y revistas. Luego, recorrió América Latina en un road trip que terminó en México, donde se codeó con el muralista David Alfaro Siqueiros. Finalmente, en 1963, estableció su taller en las afueras de la capital francesa, donde todavía vive y es celebrado. El año pasado una gran muestra lo homenajeó en la Biblioteca Nacional de Francia, con archivos de su obra gráfica. Además del vuelo internacional que tomó su carrera, Seguí obtuvo su merecido reconocimiento en la Argentina. El Gran Premio de Artes Plásticas del Instituto Di Tella de 1989 le dio el privilegio de ser uno de los pocos artistas vivos en tener una exhibición en el Museo Nacional de Bellas Artes, en 1991.
Recibió el Premio
Konex en Artes Visuales en tres ocasiones, y el Konex de Platino en 2002. Aún
con estos reconocimientos, con esta exposición comienza a saldarse una
deuda que tiene el país con este artista prolífico.
En la actualidad,
junto a Julio Le Parc y Guillermo Kuitca, Seguí es uno de los artistas
argentinos vivos más cotizados. Su cuadro Caja con
señores se vendió por 229 mil dólares, un precio nunca antes alcanzado en
vida por un artista local en suelo argentino. La obra, de los años 60, es una
de las primeras en las que aparecen los personajes que mejor identifican su
trabajo: los hombrecitos de sombrero, que aparecen a mares entre los grabados.
Como tiras cómicas,
sus creaciones son tan interesantes como entretenidas. Accesibles para públicos
de todas las edades: desde los chicos hasta los coetáneos del artista pueden
sentirse atraídos y encontrar detalles ocultos –e ironías– en cada composición. El arte exquisito y el humor no tienen por
qué ser contradicciones. Que la condición de hombre urbano tiene algo de
universal. Que, aunque no lo veamos en lo cotidiano, la realidad es más
surrealista de lo que creemos.
Obras en espacios públicos:
Obras en espacios públicos:
Ícaro ( 2005 ), escultura en piedra de lava, Parco Nazionale
del Vesuvio, Strada Dell’Osservatorio Vesuviano, Ercolano, Italia.
Golfista (2013)Parque de Esculturas.
Marrakech. Marruecos
Voy Volando (2017)escultura en madera pintada, Aeropuerto Internacional Ingeniero Ambrosio Taravella, Córdoba, Argentina.
Saliendo, Cerámica, mural de Seguí inaugurado en noviembre de 2011 en la estación Independencia de la Línea E de subterráneos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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