La Chata y otros personajes.
Alejandro Schleh
Fotografía del autor: La Chata
Era un sedán dos puertas de cuatro cilindros con los asientos delanteros rebatibles para permitir el acceso al asiento trasero. Tenía bomba de presión de aceite y freno hidráulico de fábrica. Aunque concebido para competir dentro del nicho de los autos económicos, era superior al legendario Ford A equipado con freno a varilla y lubricación a cucharita. Como cosa rara, tenía volante a la izquierda, tal como los autos que usamos hoy, ya que había sido fabricado para ser usado dentro de EE.UU. e importado luego a nuestro país, en donde los volantes de los autos estaban ubicados a la derecha: en ese entonces se circulaba a la inglesa.
Con La Chata andábamos por todos lados. Mi hermano Gonzalo y yo la usábamos para ir a la facultad, para entregar lámparas a los clientes, para perseguir por pleno centro al Sr. Möller, para salir a pasear con nuestras novias respectivas, y para realizar inolvidables viajes al campo a un promedio de 75 Km. por hora.
Algo más de La Chata:
Un día, un misterioso papel apareció
en el limpiaparabrisas de La Chata. Invitaba a presentarse en un
estudio de cine. Los asistentes de Torre Nilsson trabajaban fervorosamente. Era
una inmensa casona tipo petit hotel donde estaban filmando algunas escenas de
su película La Mafia con Alfredo Alcón y otros actores
conocidos. Acepté la propuesta de alquilar el auto
que participaría en una persecución entre gángsters
locales.
La persecución se llevó a cabo y fue filmada en algún lugar de Barracas cuya ubicación hoy no recuerdo. Sí tengo presente el fuerte muro de ladrillos del terraplén sobre el cual pasaban las vías del tren, antes del cual, el auto que iba adelante del mío debía volcar en una curva. El día indicado y ante un numeroso público entre el cual me contaba yo, apareció el chófer, actor y doble que protagonizará el vuelco. Había amanecido con la cara muy hinchada por una muela. No era su día.
El especialista en provocar vuelcos
no pudo con el antiguo auto de finas ruedas. Así que, vi pasar a
su auto con el mío por detrás como cinco veces
repitiendo la escena. Fracasaba. Y yo transpiraba por el maltrato
que recibía La Chata cada vez que intentaban una nueva
escena y terminaba en fiasco. (Tuve miedo que me rompieran la caja de
cambios, la palanca de medio metro de altura tenía un recorrido un poco
caprichoso y había que conocerla) El especialista del dolor de muelas
no lograba su cometido.
De la que fue, de manera
impensada la última prueba, el piloto terminó con algunas heridas que
se sumaron al dolor de muelas. Al igual que en intentos anteriores no pudo
volcar el auto, pero la diferencia estuvo en que éste quedo
absolutamente inutilizado y destruido contra el macizo muro de ladrillos. No
solo no pudo volcar sino tampoco doblar.
Torre Nilsson se salía de las casillas mientras Beatriz Guido, su mujer,
meneaba a un lado y al otro la cabeza con la mirada perdida
en la nada. Alguien, ante la imposibilidad de conseguir
otro auto para hacer el vuelco dio la pauta salvadora para una nueva
escena. Un voraz incendio provocado con kerosene, que debieron salir a comprar
de urgencia, terminó siendo el remate de aquel pasaje: choque e incendio
fue la solución. Una vez prendido el fuego, paso mi auto tan
campante.
Fue un largo día para mi. Pero al
siguiente pasé a cobrar.
Al cabo de un tiempo otro papel extraño en el limpiaparabrisas. Tenía que pasar a buscar a Tania por su domicilio de Viamonte y Av. Córdoba y llevarla hasta San Telmo porque se inauguraba un improvisado teatro sobre la plaza Dorrego. Estaba esperándome con el cuello envuelto en pieles y algunas plumas por no sé donde. Subió toda perfumada y exageradamente maquillada y me habló de lo pintoresco del auto y otras cosas más. Fue un viaje entretenido, la deje en la puerta y fui a estacionar.
Solo quería curiosear y me acerqué hasta aquel teatro de paredes de madera y puse el ojo en una ranura. Era justo el camarín de Tania. La acababa de dejar y ya estaba viéndola de nuevo! Se estaba cambiando, la vi en corpiño y bombacha, bueno,un calzón hasta la cintura. Me retiré inmediatamente ante ese espectáculo. He visto, por suerte, mejores siluetas en mi vida.
Nunca pude cobrar el servicio prestado. De Ser, hermano del periodista José de Ser, el que se agitaba por televisión corriendo por la nieve cuando los chicos perdidos en Pampa de Achala, era quien me había contratado.
Me hizo ir a su oficina de la calle Corrientes varias veces pero nunca me pagó.
Para aquellos nostálgicos que quieran ver La Chata, acá está, personaje secundario en La Mafia.
http://youtu.be/5k7hYkF-m3w
Este auto fue el primer auto que compre apenas tuve edad de manejar. Lo miraba brillar por las noches estacionado a 7 u 8 cuadras de casa. Casi a diario lo visitaba durante mis salidas nocturnas con el perro. Junte cierta suma de dinero, y su dueño, poco a poco se convenció de venderlo; él tenía un segundo y "verdadero" y moderno auto. Adquirido a medias con mi hermano, puede decirse que su sencilla mecánica nunca nos trajo inconvenientes serios en los doce años en que fuimos sus propietarios. Realizamos largos viajes a su bordo y no hicimos más que juntar anecdotas divertidas, aventuras de todo tipo, acompañados de primos o amigos. Una etapa feliz de nuestras vidas. Gracias Miss Musa por la publicación de los párrafos. A. Schleh.
ResponderEliminarGracias a vos por estos relatos Alejandro. Sobre La Chata ese auto tan entrañable, tan importante en tus jóvenes años hay en el blog otros textos publicados: en Juvenilia, Lobería, Un verdadero Cuento ( La persecución del Señor Moller), en Artesanata, Papel..etc. Todos recuerdos hermosos de ese auto, ese personaje tan importante y valioso de esos felices años. Por éste texto y por todos, de nuevo, muchas gracias.
ResponderEliminar