La fama, un territorio peligroso
Xavi Sancho
“La fama es la
recompensa para quienes proyectan una imagen agradable y prestan atención a sí
mismos. En nuestros tiempos, cuando el éxito depende de la juventud, el glamour o
la novedad, la gloria es más fugaz que nunca, y esos que logran ganarse la
atención del público no hacen más que preocuparse constantemente por la
posibilidad de perderla”. Esto escribía Christopher Lasch en 1979 en su
clásico La cultura del narcisismo. En los últimos meses hemos visto como
un músico atractivo como Chris Cornell(52 años), epígono del grunge, que
primero no quiso la fama, pero luego pareció abrazarla con una mezcla de gusto
y resignación, se suicidaba. Otro, aún joven como Chester Bennington (41 años), perteneciente a la
siguiente generación de artistas del rock, aquellos que ya sabían de los
peligros de hacerse famoso con un discurso y una estética que rechaza el éxito,
también terminó con su vida. Y ahora, Justin Bieber (23
años), un lustro siendo novedad, quien parecía el líder de una nueva
generación, la del nuevo siglo, que llegó para pasárselo bien sin ningún pudor
o remordimiento, anunciaba recientemente que cancelaba su gira mundial debido a
“motivos imprevistos”. Dos teorías se manejan al respecto: una, que Bieber
imprevistamente recibió la visita de Dios y ha decidido dedicar su vida al Señor; otra, que
el autor de Sorry está harto de la música y la fama. ¿Por qué sucede
eso? ¿Por qué lo que narraba Lasch en 1979 y que le valió el National Book
Award por su “conexión con la actualidad” no sólo sigue vigente, sino que ha
entrado en una espiral de consecuencias impredecibles?
“Keith Richards
y Mick
Jagger han desafiado todos los límites de la moralidad y ahí siguen.
En cambio, los iconos del grunge no han llegado ni a la mitad de su
edad y han caído muchos de ellos. Las drogas, el alcohol, la depresión… Todos
estos factores llevan asociándose al rock desde siempre, pero hay algo que no
puedo terminar de encajar en esta escabechina que está sufriendo la generación
de los noventas desde hace tantos años”, apunta Paul Resnikoff, editor de
Digital Music News, una de las webs más respetadas de la industria musical
estadounidense. “Siempre había pensado que Chris Cornell no era como Kurt
Cobain. En su caso sí podías ver trazos de tendencias suicidas en su
música. Pero, ¿Cornell? Parecía en paz con el sistema”. El pasado año vimos
morir a Bowie o Cohen y, por muy dolorosa que fuera la pérdida, la edad de
ambos explicaba algo al respecto de su fallecimiento. Nadie puede explicarse
cómo Keith Richards sigue vivo, pero si mañana pereciera, todos pensarían que
ha vivido mucho más allá de lo razonable. Cuando Nick Drake o Brian Jones se
fueron dolió, pero su biografía no escondía nada, del mismo modo que el estilo
de vida de Janis
Joplin podía predecir una muerte prematura. “La diferencia está en que
nadie entendió el grunge desde el primer día. No comprendían que
aquel tormento no era una pose. Y por eso cada vez que alguien de esa
generación o de las posteriores se va, nos sorprende una barbaridad”, apunta
Tom Maxwell, músico y periodista. Para él, todo se remonta a un artículo
del The New York Times de 1992.
Incomprendidos
En noviembre de aquel año, el rotativo publicó: Grunge: la historia
de un éxito. En ella, el diario mandaba a un redactor a Seattle para que le
contara al mundo qué demonios era aquello. Volvió con un texto lleno de
cinismo ante la ética y la estética de Kurt Cobain, pues,
aunque la intención era entrar en sintonía con los tiempos, los tiempos eran
demasiado extraños. Toda esa gente vestida con harapos, sucia, despreciando la
fama y el dinero. Tenía que ser una broma. Ahora sabemos que no. Según un
estudio de 2014 acometido por Dianne Kelly, profesora de Psicología de la
Universidad de Sídney, los noventa fueron la década en la que más músicos se
suicidaron, un 9,5%. Durante las cuatro décadas anteriores la media fue de
5,7%. Nueve de cada 10 fueron hombres. Un año antes, era la Universidad de
Westminster la que publicaba un estudio similar. Esta vez, sobre los problemas
mentales de los músicos en Reino Unido. El 68,5% de los encuestados afirmaban
sufrir depresión, mientras el 71,5% decía padecer con cierta regularidad
ansiedad y ataques de pánico. Más de la mitad declaraba que no lograba
encontrar la ayuda necesaria para superar estos problemas.
“Nos da cierto
morbo ver cómo los artistas se estrellan y algunos llegan a creer que hay que
ser un atormentado para ser creativo, pero la realidad es que la depresión te
impide crear nada”, afirma la compositora y periodista Halienne Lindval. “Tal
vez la clave para ser un gran artista y poder vivir para contarlo sea tener la
osadía de ir a esos sitios oscuros, pero no quedarse a vivir en ellos".
Eso ha sido así entre los que han tenido éxito buscado, pero sobre todo entre
quienes lo han encontrado sin buscarlo o no lo ha hallado jamás y se han
quedado como camareros. Por cierto, según el mismo estudio de la Universidad de
Westminster, después de la de músico, la profesión con un mayor índice de
depresión no es otra que la hostelería.
Hoy en el 40º aniversario de la muerte de Elvis Presley.
Algo más: https://elpais.com/elpais/2017/08/14/icon/1502702686_811816.html
Hoy en el 40º aniversario de la muerte de Elvis Presley.
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