miércoles, 23 de agosto de 2017

BOWIE


Secretos desvelados de la vida salvaje de David Bowie

Irene Crespo














David Jones no quiso ser artista o simplemente un músico, David Jones siempre quiso ser una estrella. Era la única forma de no volver a ver esa miseria que vio de pequeño. Y la acabó siendo, una estrella llamada David Bowie. “Vi gente desfavorecida a mi alrededor y niños que iban al colegio con zapatos rotos, niños pobres. Me impactó de tal forma que pensé que nunca iba a pasar hambre o estar en el lado equivocado de la sociedad”, le dijo una vez el cantante a Dylan Jones, exdirector de la edición británica de la revista GQ y autor de la próxima biografía David Bowie: A Life, uno de los cuatro libros que se publicarán sobre el cantante este otoño.
















“David Bowie era su propia creación, su propia obra de arte. Era un chico del Brixton (distrito al sur de Londres) de la posguerra con su mirada puesta en el mundo”, relata Jones, quien ya había escrito un libro anterior sobre Bowie y su transformación en Ziggy Stardust. “Toda su carrera profesional era un mito, una leyenda e invención”, dice y con la sucesión de anécdotas e historias explicadas en esta nueva biografía añade material a la leyenda, pero también verdades puesto que son todos testimonios y recuerdos recogidos de más de 180 personas que lo conocieron, “amigos, rivales, amantes y colaboradores”.





















“Descubrí cosas sobre él en los años setenta que me sorprendieron”, cuenta Dylan Jones. Cuando parecía que sabíamos todo sobre Bowie. “Sus extravagancias sexuales y narcóticas dejan a los Rolling Stones como amateurs”. Y, además, empezó muy pronto.

La cantante Dana Gillespie, por ejemplo, recuerda cómo siendo su novia en los sesenta cuando ella tenía 13 o 14 años, y Bowie dos más que ella, él ya le engañaba tanto con hombres y mujeres. Fue el momento en el que el cantante intentaba encontrar su identidad y cambiaba de imagen cada 18 meses. Paseaba por Carnaby Street, recogiendo las bolsas de basura llenas de ropa que tiraban las tiendas. Influenciado por la lectura de Starman Jones, El retrato de Dorian Gray y todas las películas, libros y música que le había enseñado su medio hermano Terry, David Bowie saciaba su incansable curiosidad y su necesidad constante de mejorar, pero también los usó primero como una forma de huir de aquella miseria de Bromley y, más tarde y el resto de su vida, de escapar de la locura que sobrevolaba su familia materna y a la que sucumbió su hermano Terry.


 “Como casi todos nosotros, se preocupó por volverse loco, pero claramente nunca le pasó, a pesar de sus esfuerzos”, dice su amigo, el escritor Hanif Kureishi, en la crítica sobre esta nueva biografía, que describe como la más completa publicada hasta ahora.





Está toda su vida, desde Bromley a su final en Nueva York junto a la mujer que cambió su vida, Iman. Están las anécdotas para melómanos, como el viaje que compartió con John Lennon a Hong Kong en el que buscaron un restaurante donde comer sesos de mono, pero Lennon acabó bebiendo sangre de serpiente y metiéndole a Bowie en la boca un huevo de 1.000 días cocinado en orina de caballo; o como cuando Paul McCartney lo invitó a su casa, pero claramente celoso de su éxito no salió a recibirle y mandó a su mujer, Linda.

Pero también habla de su reconocida bisexualidad, y de cómo uso el sexo como un arma o medio para conseguir todo lo que quería, todo aquello que necesitó para convertirse en una estrella. Como a Lindsay Kemp, el mimo que dice haberle enseñado todo sobre cómo moverse en el escenario y con la que mantuvo un affaire, y recuerda levantarse una mañana y encontrarse a Bowie teniendo relaciones en la habitación de al lado con su mejor amiga.

Más seductor que sexy

“David era magnético. Más seductor que sexy”, dice Tony Zanetta, que llevó sus negocios en los setenta. Decía que se había acostado con más de 1.000 mujeres y algunas de las groupies que conocieron ese carisma seductor cuentan sus historias. Como Lori Mattix que perdió su virginidad con Bowie cuando tenía 15 años. O Josette Caruso que descubre al menos un límite sexual que puso: acostarse con un cadáver. “¿Por qué pensarían que me puede interesar algo así?”, recuerda que le dijo sorprendido.
Su fama le precedía, las orgías que organizaba en los setenta con su mujer Angie, sus años en Los Ángeles en los que consumía siete gramos de cocaína al día y por lo que llegó a pesar 43 kilos. Solo evitó las drogas psicodélicas por el miedo a desatar la esquizofrenia. Toda su vida intentando huir de la locura, pero rozándola con los dedos. Solo conocer a Iman en 1990 le evitó acabar en ella.















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