Entre el armario y el museo
Olivia Muñoz- Rojas
La exposición Sonia
Delaunay, Arte, diseño y moda en el Museo Thyssen de Madrid se suma a la
creciente fascinación del mundo del arte por los y — sobre todo— las
artistas que han marcado tendencia en el universo de la moda. Destacan la
de Georgia
O’Keeffe, Living Modern, que se exhibe en varios museos
norteamericanos a lo largo de este año y en la que se hace dialogar el
excepcional vestuario de la artista con sus pinturas y fotografías; o las
diferentes muestras internacionales dedicadas a Frida Kahlo en los últimos
años, en las que nunca se ha dejado de indagar en su particular estética
personal, mostrando accesorios o ropa original junto a sus cuadros.
Georgia O'Keeffe: Pensamiento. Óleo (1926 )
La idea es que el
vestuario de estas artistas ayuda a explicar su obra y hace justicia a su
carácter multifacético. Y, sin embargo, cabe preguntarse si esto no sirve
también para atraer a los consumidores de moda que abarrotan exposiciones
dedicadas a diseñadores hacia otras estancias y muestras temporales cuyo foco
no son las pasarelas.
Arte y moda son dos
mundos basados en lo visual y siempre ha existido una relación entre ellos, una
manifiesta influencia mutua. Pero la mayor parte de analistas coincide en que
el vínculo comenzó a estrecharse a finales del siglo XIX y se ha intensificado
en las últimas décadas. Vayamos más atrás. Al igual que la fotografía en el
último siglo, la pintura fue durante mucho tiempo diseminadora de tendencias en
la indumentaria. El historiador Michel
Pastoureau señala que la incorporación del azul en el armario de la
realeza europea se produjo a partir de que los pintores medievales, allá por el
año 1000, comenzaran a pintar con este color las túnicas de la Virgen.
En los siglos XVI y
XVII, el negro, los corsés, los guardainfantes, las golas, pero también el oro,
los terciopelos y la pedrería retratados por Zurbarán, Velázquez y otros
maestros contribuyeron a la expansión de la moda española en las Cortes
europeas. Siglos más tarde servirían de inspiración a diseñadores
contemporáneos, como Cristóbal Balenciaga, que reconocía especialmente a
Zurbarán, y sus espectaculares reproducciones de tejidos como referencia para
sus colecciones.
A partir de finales del siglo XIX, el Arts and Crafts que arrancó en
Reino Unido, la Bauhaus y otros movimientos de cuño modernista hablan de ligar
arte y vida. Sus protagonistas fueron quizá los primeros en reconocer y
teorizar sobre la relación entre arte, diseño y moda. Buscaron un enfoque
práctico que acercase las vanguardias —cubismo, futurismo, dadaísmo— a la
experiencia cotidiana.
Para algunos se
trataba de democratizar el arte y crear espacios y objetos funcionales y
hermosos para la gente corriente. Para otros, se convirtió en una lucrativa
forma de crear y publicitar su obra, aprovechando la presencia de una creciente
clase media urbana dispuesta a consumir diseño para reafirmar su estatus
social.
Desde ejemplos puntuales, como la colaboración entre Salvador Dalí y Elsa Schiaparelli que dio lugar, entre otros, a la creación del famoso Vestido langosta y al sombrero-zapato, hasta el caso de la francesa de origen ucranio Sonia Delaunay (1885-1979), que conjugó con éxito las profesiones de pintora y diseñadora, pasando por las portadas de Man Ray para revistas como Vogue; la relación entre arte y moda se torna cada vez más fértil conforme avanza el siglo XXI
Vestido langosta,Salvador Dalí y Elsa Schiaparelli
Desde ejemplos puntuales, como la colaboración entre Salvador Dalí y Elsa Schiaparelli que dio lugar, entre otros, a la creación del famoso Vestido langosta y al sombrero-zapato, hasta el caso de la francesa de origen ucranio Sonia Delaunay (1885-1979), que conjugó con éxito las profesiones de pintora y diseñadora, pasando por las portadas de Man Ray para revistas como Vogue; la relación entre arte y moda se torna cada vez más fértil conforme avanza el siglo XXI
Sonia Delaunay: Vogue
En la década de los sesenta,la corriente pop rompe definitivamente la barrera entre arte y cultura de masas reproduciendo e incorporando objetos de fabricación industrial y elementos publicitarios. Ahí está Andy Warhol, que empezó su trayectoria como dibujante en revistas de moda, y crea vestidos de papel con estampados de sus pinturas más exitosas, como el Souper Dress con la famosa lata de sopa Campbell (vestido que la propia compañía Campbell utilizó brevemente como reclamo publicitario).
The Souper Dress. Andy Warhol
La diseñadora punk Vivienne Westwood le dedicó una colección a Keith Haring en 1983, y Lisa Perry usó más recientemente la obra de Roy Lichtenstein en una de las suyas. No son los únicos casos: por su anclaje en la cultura del consumo, ligereza de motivos y colorido, el estilo pop resulta especialmente afín a la moda. Si hasta los ochenta el mundo de la moda había orbitado en torno a París y Milán y al círculo relativamente cerrado de la alta costura, a partir de este momento emerge una generación de diseñadores en ciudades como Londres y Amberes que rompe moldes y rebusca en la calle, lo marginal, la contracultura y lo macabro, nuevos referentes para sus creaciones.
Como apunta la experta en moda Salka Hallström Bornold, creadores como
Margiela, McQueen y la propia Westwood y artistas como Sam Taylor-Wood, los
hermanos Chapman y Damien Hirst comparten el mismo caldo de cultivo underground .
El resultado es una moda experimental que transformó las pasarelas en performances y
en la que los roles de artista y diseñador se diluyeron aún más. El cambio de
milenio coincide con la ampliación del mercado del arte a países como China.
Esta nueva demanda abre nuevas oportunidades de colaboración. El artista japonés Takashi Murakami presta sus creaciones de inspiración manga a la firma de lujo Louis Vuitton. Y con esta marca de lujo también colaboran los hermanos Chapman.
En el otro extremo del espectro, el famoso perro globo de Koons mutó en icono temporal de la firma H&M bajo el eslogan Fashion loves art (la moda ama el arte).
La lista de
ejemplos podría seguir. Lo que queda claro es que, en estos casos, se trata más
bien de desarrollar fórmulas comercialmente exitosas que de experimentar
conceptualmente con la relación entre arte y moda. La (¿rentable?) confluencia
entre ambos mundos se materializa no sólo en el desembarco en los percheros de
las tiendas de determinados artistas, sino en las muestras dedicadas a grandes
diseñadores en museos de referencia (historia que arranca con la visionaria
Diana Vreeland y el Costume Institute del Museo Metropolitan).
También surgen
espacios de arte fundados por grandes casas de moda, como la Fondation Cartier
en París o la Fondazione Prada en Milán, cuya programación no tiene nada que
envidiar a la de grandes centros de arte. La moda se ha considerado
históricamente como un arte aplicado. Es decir, como una actividad creativa con
limitaciones estratégicas y económicas. Suele decirse, además, que el arte se
basa en la permanencia y la moda en el momento.
Pero a la vista de
su evolución, cabe preguntar si la moda no debería considerarse estrictamente
un arte. En una época en la que el mundo del arte recurrentemente se interroga
sobre sus límites, no siempre busca la permanencia y está igualmente sujeto a
los caprichos del mercado, ¿ha dejado de tener sentido preguntarse si la moda
es arte?
Quizá sea más
sugerente recuperar la elegante ambigüedad de las palabras de Yves Saint-Laurent: “La
moda no es del todo un arte, pero necesita de un artista para existir”.
Texto: Olivia Muñoz-Rojas,
doctora en Sociología por la LSE, investigadora independiente.
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