Alabemos a las mujeres tontas
Margaret Atwood
—las cabezas huecas, las descerebradas, las rubias explosivas:
las adolescentes tercas demasiado tontas para escuchar a sus madres;
todas las que tienen relleno de colchón entre oreja y oreja,
todas las empleadas de lujo que nos desean un buen día, nos dan el cambio mal, mientras se retocan el super peinado en el espejo,
aquellas que meten al caniche recién bañado en el microondas,
y aquellas cuyos novios les dicen que el chicle de clorofila es anticonceptivo, y se lo creen;
todas las que se muerden las uñas de nervios porque no saben si hacer pis o salir del wáter, todas las que no saben escribir pis ni wáter, todas las que se ríen, complacientes, de chistes tontos como este, aunque no los entiendan.
No viven en el mundo real, nos decimos, benévolas: pero, ¿qué clase de crítica es esa?
Si se las arreglan para no vivir en él, tanto mejor. También nosotras preferiríamos no vivir en él.
Y en realidad no lo hacen, porque tales mujeres son ficciones: compuestas por otros, pero con igual frecuencia por sí mismas, aunque hasta las mujeres tontas son menos tontas de lo que aparentan: lo aparentan por amor.
Los hombres las adoran porque hacen que hasta los hombres tontos parezcan listos: las mujeres por la misma razón,
y porque les recuerdan las cosas tontas que han hecho ellas,
pero sobre todo porque sin ellas no habría historias.
............................................
¡Admitámoslo, es nuestra inspiración! ¡La Musa como pelusa de polvo!
¡Y la inspiración de los hombres, también! ¿Por qué, si no, se compusieron
las sagas de héroes,
de su fuerza cuasi-divina y sus hazañas sobrehumanas,
sino para la admiración de las mujeres a quien se juzga tan tontas como para
creérselas?
¿De dónde, si no, quinientos años de poemas de amor,
por no hablar de esas canciones suplicantes, lastimeras, llenas de gemidos
y sollozos musicales?
¡Dirigidas directamente a las mujeres tan tontas como para encontrarlas
seductoras!
Cuando una hermosa mujer cae en desgracia, o se tira a ella,
alegando sus buenas intenciones, su deseo de agradar,
y abusan de ella, sobre todo si el que abusa es famoso,
si es lo bastante tonta o lo bastante lista, la pillan, como en las novelas
clásicas,
y aparece en los periódicos, desconcertada y llorosa,
y de ahí directa al corazón.
¡Te perdonamos! Exclamamos. ¡Lo comprendemos! ¡Ahora hazlo
otra vez!
Hypocrite lecteuse! Ma sembable! Ma soeur!
Alabemos a las mujeres tontas,
que nos han dado la Literatura.
¡Y la inspiración de los hombres, también! ¿Por qué, si no, se compusieron
las sagas de héroes,
de su fuerza cuasi-divina y sus hazañas sobrehumanas,
sino para la admiración de las mujeres a quien se juzga tan tontas como para
creérselas?
¿De dónde, si no, quinientos años de poemas de amor,
por no hablar de esas canciones suplicantes, lastimeras, llenas de gemidos
y sollozos musicales?
¡Dirigidas directamente a las mujeres tan tontas como para encontrarlas
seductoras!
Cuando una hermosa mujer cae en desgracia, o se tira a ella,
alegando sus buenas intenciones, su deseo de agradar,
y abusan de ella, sobre todo si el que abusa es famoso,
si es lo bastante tonta o lo bastante lista, la pillan, como en las novelas
clásicas,
y aparece en los periódicos, desconcertada y llorosa,
y de ahí directa al corazón.
¡Te perdonamos! Exclamamos. ¡Lo comprendemos! ¡Ahora hazlo
otra vez!
Hypocrite lecteuse! Ma sembable! Ma soeur!
Alabemos a las mujeres tontas,
que nos han dado la Literatura.
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